lunes, diciembre 28, 2015
SANDRA por CHARLES BUKOWSKI
Es la esbelta y alta
damisela
con aretes y
vestido largo
siempre anda drogada
y acelerada
con zapatos de tacón
metiéndose pastillas
borracha
Sandra se inclina
hacia fuera de su silla
hacia Glendale
pienso que se pegará
en la cabeza con la cerradura
del closet
cuando intenta
encender
otro cigarro
con el que aún
tiene encendido
a sus 32 años le gustan
los jóvenes pulcros
sin cicatrices
con cara de nalga
de princesa
me lo ha dicho muchas veces
y me ha mostrado sus trofeos:
carne joven rubia
estúpida y silenciosa
que
a) se sienta
b) se levanta
c) habla
cuando ella lo ordena
A veces me muestra uno
a veces dos
a veces tres
Sandra se ve muy bien
de vestido largo
Sandra es muy capaz de
romperle el corazón a un hombre
espero que encuentre
uno.
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sábado, diciembre 26, 2015
RECUERDO DE MARIA A. por BERTOLD BRECHT
Fue un día del azul septiembre cuando,
bajo la sombra de un ciruelo joven,
tuve a mi pálido amor entre los brazos,
como se tiene a un sueño calmo y dulce.
Y en el hermoso cielo de verano,
sobre nosotros, contemplé una nube.
Era una nube altísima, muy blanca.
Cuando volví a mirarla, ya no estaba.
Pasaron, desde entonces, muchas lunas
navegando despacio por el cielo.
A los ciruelos les llegó la tala.
Me preguntas: «¿Qué fue de aquel amor?»
Debo decirte que ya no lo recuerdo,
y, sin embargo, entiendo lo que dices.
Pero ya no me acuerdo de su cara
y sólo sé que, un día, la besé.
Y hasta el beso lo habría ya olvidado
de no haber sido por aquella nube.
No la he olvidado. No la olvidaré:
era muy blanca y alta, y descendía.
Acaso aún florezcan los ciruelos
y mi amor tenga ahora siete hijos.
Pero la nube sólo floreció un instante:
cuando volví a mirar, ya se había hecho viento.
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LOS MARTIRES por ANTON CHEJOV
Lisa Kudrinsky, una señora joven y muy cortejada, se ha puesto, de pronto, tan enferma, que su marido se ha quedado en casa en vez de irse a la oficina, y le ha telegrafiado a su madre.
He aquí cómo cuenta la señora Lisa la historia de su enfermedad:
Después de pasar una semana en la quinta de mi tía, me fui a casa de mi prima Varia. Aunque su marido es un déspota —¡yo le mataría!—, hemos pasado unos días deliciosos. La otra noche dimos una función de aficionados, en la que tomé yo parte. Representamos Un escándalo en el gran mundo. Frustalev estuvo muy bien. En un entreacto bebí un poco de limón helado con coñac. Es una mezcla que sabe a champaña. Al parecer, no me sentó mal. Al día siguiente hicimos una excursión a caballo. La mañana era un poco húmeda y me resfrié. Hoy he venido a ver a mi pobre maridito y a llevarme el traje de seda. No había hecho más que llegar, cuando he sentido unos espasmos en el estómago y unos dolores.. . Creí que me moría. Vasia, ¡claro!, se ha asustado mucho; ha empezado a tirarse de los pelos, ha mandado por el médico. ¡Han sido unos momentos terribles!
Tal es el relato que la pobre enferma les hace a todos sus visitantes.
Después de la visita del médico se duerme con el so-segado sueño de los justos y no se despierta en seis horas.
En el reloj acaban de dar las dos de la mañana. La luz de una lámpara con pantalla azul alumbra débilmente la estancia. Lisa, envuelta en un blanco peinador de seda y tocada con un coquetón gorro de encaje, entreabre los ojos y suspira. A los pies de la cama está sentado su marido, Vasili Stepanovich. Al pobre le colma de felicidad la presencia de su mujer, casi siempre ausente de casa; pero, al mismo tiempo, su enfermedad le desasosiega en extremo.
—¿Qué tal, querida? ¿Estás mejor? —le pregunta muy quedo.
—¡Un poco mejor! —gime ella—. ¡Ya no tengo es-pasmos; pero no puedo dormir! ...
—¿Quieres que te cambie la compresa, ángel mío?
Lisa se incorpora con lentitud, pintado un intenso sufrimiento en la faz, e inclina la cabeza hacia su ma-rido, que, sin tocar apenas su cuerpo, como si fuese algo sagrado, le cambia la compresa. El agua fría la estremece ligeramente y le arranca risitas nerviosas.
—¿Y tú, pobrecito, no has dormido? —gime, tendiéndose de nuevo.
—¿Acaso podría yo dormir estando enferma mi mu-jercita?
—Esto no es nada, Vasia. Son los nervios. ¡Soy una mujer tan nerviosa...! El doctor lo achaca al estómago; pero estoy segura de que se engaña. No ha comprendido mi enfermedad. Son los nervios y no el estómago, ¡te lo juro! Lo único que temo es que sobrevenga alguna complicación . ..
—¡No, mujer! Mañana se te habrá pasado ya todo.
—No lo espero... No me importa morirme; pero cuando pienso que tú te quedarías solo... ¡Dios mío!... ¡Ya te veo viudo!
Aunque el amante esposo está solo casi siempre y ve muy poco a su mujer, se amilana y se aflige al oírla hablar así.
—¡Vamos, mujer! ¿Cómo se te ocurren pensamientos tan tristes? Te aseguro que mañana estarás completamente bien. . .
—No lo espero... Además, aunque yo me muera, la pena no te matará. Llorarás un poco y te casarás luego con otra.. .
El marido no encuentra palabras para protestar contra semejantes suposiciones, y se defiende con gestos y ademanes de desesperación.
—¡Bueno, bueno, me callo! —le dice su mujer—. Pero debes estar preparado...
Y piensa, cerrando los ojos: “Sí efectivamente me muriera ...”
El cuadro de su propia muerte se le representa con todo el lujo de detalles. En torno del lecho mortuorio lloran Vasia, su madre, su prima Varia y su marido, sus amigos, sus adoradores. Está pálida y bella. La amortajan con un vestido color de rosa, que le sienta a las mil maravillas, y la colocan sobre un verdadero tapiz de flores, en un ataúd magnífico, con aplicaciones doradas. Huele a incienso; arden las velas funerarias. Su marido la mira a través de las lágrimas. Sus adoradores la contemplan con admiración. “Se diría —murmuran— que está viva. ¡Hasta en el ataúd está bella!” Toda la ciudad se conduele de su fin prematuro... El ataúd es transportado a la iglesia por sus adora-dores, entre los que va el estudiante de ojos negros que le aconsejó que bebiese la limonada con coñac... Es lástima que no acompañe a la procesión fúnebre una banda de música... Después de la misa, todos rodean el ataúd y se oyen los adioses supremos. Llantos, sollozos, escenas dramáticas... Luego, el cementerio. Cierran el ataúd...
Lisa se estremece y abre los ojos.
—¿Estás ahí, Vasia? —pregunta—. ¡No hago más que pensar cosas tristes, no puedo dormir!... ¡Ten pie-dad de mí, Vasia, y cuéntame algo interesante!
—¿Qué quieres que te cuente querida?
—Una historia de amor —contesta con voz moribunda la enferma—, una anécdota...
Vasili Stepanovich hasta bailaría de coronilla con tal de ahuyentar los pensamientos tristes de su mujer.
—Bueno; voy a imitar a un relojero judío.
El amante esposo pone una cara muy graciosa de judío viejo, y se acerca a la enferma.
—¿Necesita usted, por casualidad, componer su reloj, hermosa señora? —pregunta con una pronunciación cómicamente hebrea.
—¡Sí, sí! —contesta Lisa, riendo y alargándole a su marido su relojito de oro, que ha dejado, como de costumbre, en la mesa de noche—. ¡Compóngalo, compóngalo!
Vasili Stepanovich coge el reloj, le abre, le examina
detenidamente, encorvado y haciendo muecas, y dice:
—No tiene compostura; la máquina está hecha una lástima.
Lisa se ríe a carcajadas y aplaude.
—¡Muy bien! ¡Magnífico! —exclama—. ¡Eres un excelente artista! Haces mal en no tomar parte en nuestras funciones de aficionados. Tienes talento. Más que Sisunov. Sisunov es un joven con una vis cómica admirable. Sólo al verle la cara es morirse de risa. Figúrate una nariz apatatada, roja como una zanahoria, unos ojillos verdes... Pues ¿y el modo de andar?... Anda de un modo graciosísimo, igual que una cigüeña. Así, mira...
La enferma salta de la cama y empieza a andar des-calza a través de la habitación.
—¡Salud, señoras y señores! —dice con voz de bajo, remedando al señor Sisunov—. ¿Qué hay de bueno por el mundo?
Su propia toninada la hace reír.
—¡Ja, ja, ja!
—¡Ja, ja, ja! —ríe su marido.
Y ambos, olvidada la enfermedad de ella, se ponen a jugar, a hacer niñerías, a perseguirse. El marido logra sujetar a la mujer por los encajes de la camisa y la cu-bre de ardientes besos.
De pronto ella se acuerda de que está gravemente enferma.
Se vuelve a acostar, la sonrisa huye de su rostro...
¡Es imperdonable! —se lamenta—. ¡No consideras que estoy enferma!
—¿Me perdonas?
—Si me pongo peor, tú tendrás la culpa. ¡Qué malo eres!
Lisa cierra los ojos y enmudece. Se pinta de nuevo en su faz el sufrimiento. Se escapan de su pecho dolo-rosos gemidos. Vasia le cambia la compresa y se sienta a su cabecera, de donde no se mueve en toda la noche.
A las diez de la mañana vuelve el doctor.
—Bueno; ¿cómo van esas fuerzas? —le pregunta a la enferma, tomándole el pulso—. ¿Ha dormido usted?
—¡Se siente mal, muy mal! —susurra el marido.
Ella abre los ojos y dice con voz débil:
—Doctor, ¿podría tomar un poco de café?
—No hay inconveniente.
—¿Y me permite usted levantarme?
—Sí; pero sería mejor que guardase usted cama hoy.
—Los malditos nervio ... —susurra el marido en un
aparte con el médico—. La atormentan pensamientos tristes... Estoy con el alma en un hilo.
El doctor se sienta ante una mesa, se frota la frente y le receta a Lisa bromuro. Luego se despide hasta la noche.
Al mediodía se presentan los adoradores de la enferma, con cara de angustia todos ellos. Le traen flores y novelas francesas. Lisa, interesantísima con su peinador blanco y su gorro de encaje, les dirige una mira-da lánguida en que se lee su escepticismo respecto a una curación próxima. La mayoría de sus adoradores no han visto nunca a su marido, a quien tratan con cierta indulgencia. Soportan su presencia armados de cristiana resignación; su común desventura les ha re-unido con él junto a la cabecera de la enferma adora-ble.
A las seis de la tarde Lisa torna a dormirse, para no despertar hasta las dos de la mañana. Vasia, como la noche anterior, vela junto a su cabecera, le cambia la compresa, le cuenta anécdotas regocijadas.
—Pero, ¿a dónde vas, querida? —le pregunta Vasia, a la mañana siguiente, a su mujer, que está poniéndose el sombrero ante el espejo—, ¿A dónde vas?
Y le dirige miradas suplicantes.
—¿Cómo que a dónde voy? —contesta ella asombrada—. ¿No te he dicho que hoy se repite la función de teatro en casa de María Lvovna?
Un cuarto de hora después toma el tole.
El marido suspira, coge la cartera y se va a la oficina. Las dos noches de vigilia le han producido un fuer-te dolor de cabeza y un gran desmadejamiento.
—¿Qué le pasa a usted? —le pregunta su jefe.
Vasia hace un gesto de desesperación y ocupa su sitio habitual.
—¡Si supiera vuestra excelencia —contesta— lo que he sufrido estos dos días! ... ¡Mi Lisa está enferma!
—¡Dios mío! —exclama el jefe—. ¿Lisaveta Pavlovna? ¿Y qué tiene?
El otro alza los ojos y las manos al cielo, como diciendo:
—¡Dios lo quiera!
—¿Es grave, pues, la cosa?
—¡Creo que sí!
—¡Amigo mío, yo sé lo que es eso! —suspira el alto funcionario, cerrando los ojos—. He perdido a mi es-posa ... ¡Es una pérdida terrible! ... Pero estará mejor la señora, ¿verdad? ¿Qué médico la asiste?
—Von Sterk.
—¿Von Sterk? Yo que usted, amigo mío, llamaría a Magnus o a Semandritsky... Está usted muy pálido. Se dirá que está usted enfermo también . ..
—Sí, excelencia... Llevo dos noches sin dormir, y he sufrido tanto ...
—Pero ¿para qué ha venido usted? ¡Vayase a casa y cuídese! No hay que olvidar el proverbio latino: Mens sana in corpore sano . . .
Vasia se deja convencer, coge la cartera, se despide del jefe y se va a su casa a dormir.∗
miércoles, diciembre 16, 2015
AGATA XX por EDUARDO J. FARIAS ALDERETE
No hay nombres aquí
ni versos
y apenas la desnudez
puede ser lo que cubra
nuestra alma
no hay nombre
si no una vibración
cruda en el aire
lo sutil del último aliento
si existe un rincón donde
more la mentira,
éste no existe aquí
el azar ya no es azar
aunque gire el mundo
las veces que una ruleta
pueda hacerlo
si la piel no miente
y la mirada se convierta
en versos
sin nombres, sin nombres
¿Puedes recibir la comunión?
¿Esta comunión?
Solitud.
Y los misterios
nuestros mil misterios
así sin brotes de algo
sin pulsiones del vacío
sólo para abrazarnos
irremediables
en lo más profundo
de nuestra noche huérfana
y ya sin latidos.
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lunes, diciembre 14, 2015
AGATA XIX por EDUARDO J. FARIAS ALDERETE
Comenzó el retiro de tropas?
He visto las banderas rasgadas
hasta lo más profundo.
Al costado del camino,
ciudades yaciendo en el polvo.
Comenzó el retiro de tropas,
coge tu fusil y las balas
y deja de llamarme Ágata,
porque estaré en tu sombra
llámame así, luz o aire.
Se acabarán las banderas
y esta nación será
un ancha herida abierta.
Rasgarán nuestros pechos,
una bala detendrá el tiempo
como una sonrisa.
Todas las sendas quedan
solitarias y los rezos
se disolverán
con el hedor a muerte
todo es tierra de nadie,
llámame sombra, luz o aire.
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sábado, diciembre 12, 2015
AGATA XVIII por EDUARDO J. FARIAS ALDERETE
Los pasos del espíritu no dejan
huella
sobre esta tierra estéril,
de pequeño tus dedos peinaban mis
cabellos
y me seguías mientras el mar
atestiguaba
mi dolor de infancia
recogiste los clavos oxidados de
mi tortura
y las palabras torpes de mis travesuras
escuchabas atenta los suspiros
entre hoja y hoja
de viejos libros, ninguno era
libre
ni tú en tu tierra de espíritus
ni yo en el amanecer de esta
tierra
de vivos sin vida y con giros de
carrusel
tejiste un cielo con gaviotas
por si intentaba sonreír
y sólo terminé lanzando piedras
al oleaje.
me aguardabas en la
humedad
del rocío cada mañana
en el frío lamiendo rudo mis
huesos
crei saber que detuviste mi
sangre
al quebrar mi frente
o despertarme mientras el fuego
devoraba mi casa
esta tierra estéril de muchas
formas te reclamo
nunca entendí, nunca
todo se empequeñeció, los árboles
alrededor de la plazoleta
el monolito donde jugábamos hasta
el anochecer
jamás supe tu nombre y hoy que a
minutos sordos
voy agonizando,
ya no me pregunto tal cosa
mis pasos no dejarán huella en la
tierra estéril.
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miércoles, diciembre 09, 2015
AGATA XVII por EDUARDO J. FARIAS ALDERETE
Las salas de clases
se componen de los átomos
más ordenados del universo
y allí estás
como el baluarte
exacto de lo correcto
tus lentes ópticos
cabello ordenado
tu indumentaria pulcra
de profesora de estado
envuelta en el azafrán
envenenado de la disciplina
el salón es inmenso
y me ata sordo a las imágenes
sin fin de las letras
los números en la pared y tú,
estática como pieza de ajedrez,
"vives en la luna" me
has dicho
"vives o no vives en la
luna, vives"
"soy un espectro que mira hacia el mar"
-debí responder, mientras
indicaba
esa ventana protegida
por una rejilla de acero oxidable
Tu magia me hechizó
y robó a hurtadillas
la ingenuidad
que hacía de mi vida
una ceguera perfecta,
infancia le llaman.
En una pizarra verde oscura
los trazos se van renovando
como en un palimpsesto ebrio
escribes tus palabras favoritas
"destello"
"estrellas"
y dibujas una explosión
de flores y mariposas
voy deseando embriagarme
oliendo tus cabellos
hasta desaparecer en lo difuso
de mil memorias.
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martes, diciembre 08, 2015
AGATA XVI por EDUARDO J. FARIAS ALDERETE
Sé que hay noches en que no concilias el sueño y los versos huyen por el bosque, te visitan
máscaras con buenos sentimientos, pero toda luz que traen es perecedera... hay
ecos y abrazos inexistentes, murmullos que cesan sólo si nos olvidas en un
instante. Alguien camina por los sótanos del alma conjurando los sueños, llevan
en su puño la última imagen nítida del recuerdo, noche vagabunda y embustera, entran por tu puerta mil voces que irán a dormir su estrofa falsaria. Tu
pensamiento se multiplica rojo y agónico
¿Qué escribes en medio de la nada, mientras te invoco? el camino eterno clama debajo de la piel y se asimila a la palabra tormento de no dormir ahora en tu regazo.
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sábado, diciembre 05, 2015
AGATA XV por EDUARDO J. FARIAS ALDERETE
Siempre somos extranjeros en el
país del pasado...
desconocemos el cielo del
cual uno fue expulsado a su suerte
desconocemos los bosques donde creció
tu magnifico plumaje
El bosque es otro , pero siempre
el mismo, azul.
los colores de mi desierto no mutan
las acuarelas lo definen y lo
trazan fijo
Eran tus pequeños pasos, latidos
de tierras nuevas
son ahora las señales de amplios
poemas
Hoy, dejaste una mariposa en el
dintel de mi puerta
Hoy, estuviste escribiendo un
largo verso en el aire
Hay siempre la dulzura del aroma
de los bosques
y se abre el tesoro único de tu
infancia
cuando el mundo era nuevo y los
versos
emprendían vuelo hacia los ocasos
y retornaban al alba...
este es el dulce desasosiego de ser tan ajenos
y tan propios
Siempre seremos extranjeros en el
país del pasado
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jueves, diciembre 03, 2015
AGATA XIV por EDUARDO J. FARIAS ALDERETE
No nos traicionarán jamás los
septiembres
de nuestra niñez ,
ni el primer
verso que nos atrevimos
a escribir a
solas.
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martes, diciembre 01, 2015
AGATA XIII por EDUARDO J. FARIAS ALDERETE
¿Y estas acá? ¿ahora? ¿Estás en
el ritmo?
¿Inundas el espacio? ¿Esto es el
cielo?
¿lates? ¿Tu mano? ¿Abriste la
Luna?
¿Cerraste las puertas del cielo?
¿Sabes?
¿Esta sombra es tu sombra?
¿besas?
¿escribes hasta en el aire?
¿Duermes?
¿Vuelas?¿El color de tus
alas?¿Cara?
¿Sello? ¿ Eres llave o cerrojo?
¿Fuego?
¿Mano que escribe? ¿Historia?
¿Sol?
¿Sur? ¿El vientre que pare almas?
¿Poesía?
¿Respiras? ¿Eres y estás? ¿Ola?
¿Muelle?
¿La que corre en silencio?
¿Pulsión?
si, en el ritmo en el espacio, un
relámpago
sí, me sostiene abriendo la Luna
y estrellas
entreabiertas y susurrando, todo
y
también la mía, como si la vida
fuera a acabar
en el espacio y en la piel, a
veces...
Todo el tiempo, amarillas
brillantes y ámbar, hermosa
de la distancia, llave, intenso
detrás del alma
Siempre, la nuestra, brillante
sobre los poemas
Norte, el que crea inevitable,
Madre y maestra
Caminas y creas, en mi sombra,
marea violenta, muelle
La que camina cantando, las ondas
de una laguna...
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