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domingo, agosto 21, 2016

A MI AMANTE, QUIEN REGRESA A SU ESPOSA por ANNE SEXTON


Allí está toda ella.
Cuidadosamente fundida para ti
y forjada de tu niñez,
forjada de tus cien antiguallas favoritas.

Ha estado allí desde siempre, querido.
Es, además, exquisita.
Juego pirotécnico en las aburridas medianías de febrero
y tan real como una olla de fierro fundido.

Enfrentémoslo, he sido momentánea.
Un lujo. Una lancha rojo encendido en la bahía.
Mi pelo elevándose como humo por la ventanilla del coche.
Almeja fuera de temporada.

Ella es más que eso. Es tu tener que tener,
ha cultivado tu crecimiento práctico y tropical.
No es un experimento. Es toda armonía.
Cuida de los remos y de las horquillas de los remos del
bote,

puso flores silvestres sobre la ventana, en el desayuno,
se sienta tras su rueda de alfarera a mediodía,
ha sacado adelante tres niños bajo la luna,
tres querubines pintados por Miguel Ángel,

y lo ha hecho con las piernas bien abiertas
en los terribles meses en capilla.
Si volteas hacia arriba, allí reposan tus hijos
como delicados globos contra el techo.
También los ha cargado por el pasillo
tras la cena, la cabeza reclinada hacia ella,
dos piernas protestando —de persona a persona—
la cara sonrojada por la canción y su pequeño sueño.

Te regreso tu corazón.
Te doy permiso—

para el detonador dentro de ella, palpitando
furioso entre la mugre, para la perra que es
y el entierro de su herida
—para el entierro de su herida viva, roja, pequeña—

para la llama pálida que flamea bajo sus costillas,
para el marinero ebrio que aguarda en su pulso izquierdo,
para la rodilla de madre, las medias,
las ligas, para la llamada
—curiosa llamada
cuando horadas entre brazos y pechos
y desatas la cinta naranja de su pelo
y respondes a la llamada, curiosa llamada.

Es tan singular y tan desnuda.
Es la suma de ti y de tus sueños.
Súbela como a un monumento, paso a paso.
Es sólida.

Yo, en cambio, soy una acuarela.
Me deslavo.

martes, agosto 16, 2016

EN ALABANZA A MI ÚTERO por ANNE SEXTON


En mi interior todos son un pájaro.
Estoy batiendo todas mis alas.
Querían cortarte
pero no lo harán.
Decían que estabas desmesuradamente hueco
pero no lo estás.
Decían que te encontrabas mortalmente enfermo
y se equivocaron.
Como colegiala cantas.
No estás roto.

Dulce peso,
en la alabanza de la mujer que soy
y del alma de la mujer que soy
y de la creatura central y de su goce
te canto. Me atrevo a vivir.
Hola, espíritu. Hola, copa.
Detente, cúbrete. Cubierta que contiene.
Hola, tierra de los campos.
Bienvenidas sean, raíces.

Cada célula vive.
Hay suficientes para colmar a la nación entera.
Basta con que el populacho se apropie de estos bienes.
Cualquier persona, cualquier congregación diría de él:
“Sería bueno que plantáramos otra vez este año
y pensáramos de antemano en la cosecha.
Un percance se había pronosticado y se ha conjurado.”
Muchas mujeres juntas cantan a esto:
una está en la fábrica de zapatos maldiciendo la máquina,
una está en el acuario cuidando una foca,
una está, indolente, tras el volante de un Ford,
una está recibiendo el dinero en la caseta de cobro,
una está amarrando el ombligo a un becerro en Arizona,
una está a horcajadas sobre un cello en Rusia,
una está cambiando las ollas sobre la estufa en Egipto,
una está pintando color de luna las paredes de su recámara,
una está muriendo pero recuerda un desayuno,
una se tiende sobre su estera en Tailandia.
una le limpia el culo a su hijo,
una mira por la ventana del tren
en el centro de Wyoming y una está
en cualquier parte y algunas están en todas partes y todas
parecen estar cantando, aunque algunas no puedan
dar la nota.

Dulce peso,
en la alabanza de la mujer que soy
déjenme usar una mascada larguísima,
déjenme redoblar por las muchachas de diecinueve años,
déjenme llevar los cuencos de la ofrenda
(de ser ese mi papel).
Déjenme estudiar los tejidos cardiovasculares,
déjenme examinar la distancia angular que media entre
meteoros,
déjenme chupar los tallos de las flores
(de ser ese mi papel).
Déjenme hacer ciertas figuras tribales
(de ser ese mi papel).
Pues esto es lo que el cuerpo necesita
déjenme cantar
por la cena,
por los besos,
por el adecuado
sí.

lunes, junio 06, 2016

CUANDO UN HOMBRE ENTRA EN UNA MUJER por ANNE SEXTON


Cuando un hombre entra
en una mujer,
como el oleaje que muerde la orilla,
una y otra vez,
y la mujer abre la boca de placer
y sus dientes brillan
como el alfabeto,
Logos aparece ordeñando una estrella,
y el hombre
dentro de la mujer
hace un nudo,
para que nunca más estén separados
y la mujer
sube a una flor
y Logos aparece
y desata los ríos.
Este hombre,
esta mujer
con su doble hambre,
han procurado penetrar
la cortina de Dios,
lo cual brevemente
han logrado
aunque Dios
en su perversidad
deshace el nudo.

jueves, abril 07, 2016

EL PECHO por ANNE SEXTON


Ésta es la llave.
Ésta es la llave maestra.
Preciosamente.
Estoy peor que los hijos del guardabosque,
ganándome el pan y el polvo.
Estoy aquí, tamborileando un perfume.
Déjame descender a tu alfombra,
a tu colchón de paja —lo que tengas a mano,
pues la niña en mi interior muere, muere.
No es que sea ganado para comerse.
No es que sea alguna calle.
Pero tus manos, como arquitecto, me encontraron.
¡Lechera llena! Hace años ya era tuyo
cuando habitaba el valle de mis huesos,
huesos mudos en el pantano. Juguetitos.
Un xilófono con piel, tal vez,
torpemente tensada sobre él.
Sólo más tarde fue algo real.
Comparaba después mi talla con la de las estrellas de cine.
No daba la medida. Algo había
entre mis hombros. Nunca suficiente.
Claro, había una pradera,
pero ningún joven que cantara la verdad.
Nada que revelara la verdad.
Ignorante de hombres yacía con mis hermanas
y resurgiendo de las cenizas gritaba
mi sexo será transfigurado.
Ahora soy tu madre, tu hija,
tu cosa nuevecita —un caracol, un nido.
Estoy viva cuando tus dedos viven.
Uso seda —cubierta para descubrir—
pues en seda es en lo que quiero que pienses.
Pero me estorba la tela. Es tan tiesa.
Así que, di lo que sea, pero escálame como alpinista
pues aquí está el ojo, la joya está aquí,
aquí está el goce que el pezón aprende.
No tengo equilibrio —pero no es la nieve la que me
enloquece.
Estoy loca como las jóvenes lo están,
con una ofrenda, una ofrenda…
Y me quemo como se quema el dinero.

domingo, marzo 09, 2014

UNA VEZ Y OTRA Y OTRA por ANNE SEXTON


Dijiste que la rabia volvería
como regresó el amor.
Tengo una mirada oscura que no me gusta.
Es una máscara que me pruebo.
Emigro a ella y su rana
se sienta en mi boca y defeca.
Es vieja. También pordiosera.
He tratado de mantenerla a dieta.
No le doy unción alguna.
Hay una buena cara que me pongo
como coágulo. La cosí
sobre mi pecho izquierdo.
Hice de ella mi vocación.
Allí enraizó el deseo.
Te he puesto a ti y a tu
hijo en su punta láctea.
Ay, la oscuridad es asesina
y la punta de leche rebosante
y cada máquina trabaja
y te besaré cuando
corte a una docena de hombres diferentes
y morirás de algún modo,
una vez y otra.

domingo, diciembre 22, 2013

NOCHEBUENA por ANNE SEXTON


¡Ah, filoso diamante, madre mía!
No puedo calcular el costo
de tus facetas, tus humores
—ese don que perdí.
Dulce muchacha, mi lecho de muerte,
mi dama de ensortijados dedos,
tu retrato cintiló toda la noche
junto a las luces del árbol.
Tu faz calmada como la luna
sobre el mar amanerado,
presidió la reunión de familia,
los doce nietos
que usabas en la muñeca,
un bebé de tres meses
—cheque gordo que no endosaste—,
un niñito pelirrojo que bailaba el twist,
tus hijas que envejecen, cada cual una esposa,
cada una hablando con la cocinera de la casa,
cada una esquivando tu retrato,
cada una arremedándote la vida.
Después, tras la fiesta,
cuando todos dormían,
me senté apurando el brandy navideño,
mirando tu retrato,
dejando afocar y desafocar el árbol.
Las luces vibraban.
Eran un halo sobre tu frente.
Luego formaron un panal,
azul, amarillo, verde y rojo;
cada una con su jugo, caliente y viva
aguijoneándote el rostro. No te movías.
Seguía mirando, forzándome,
expectante, inextinguible, de treinta y cinco.
Quería que tus ojos cambiaran
como la sombra de dos pájaros pequeños.
Pero no envejecieron.
La sonrisa que me congregó, toda encanto,
toda sabiduría, era invencible.
Hora tras hora miré tu cara
sin poder arrancarle la raíz.
Luego vi al sol chocar contra
tu suéter rojo, tu cuello ajado,
la piel color de rosa-carne mal pintada.
Tú que me arreaste,
te vi tal cual fuiste:
Y pensé en tu cuerpo
como quien piensa en homicidio...
—María, dije entonces,
María, María, perdóname—
y toqué entonces un regalo para el niño,
el último que engendré antes de tu muerte;
y luego toqué mi pecho
y luego toqué el piso
y luego otra vez mi pecho como si,
de algún modo, fuese uno de los tuyos.


24 de diciembre de 1963
(de Live or Die)

NIÑITA, MI POROTO VERDE, MI DULCE MUJER por ANNE SEXTON


a Linda
Mi hija, a los once
(casi doce), es un jardín.
¡Ah, querida! Nacida en este dulce traje de cumpleaños
habiéndolo conocido y poseído hace tanto,
has de contemplar ahora el arribo del exacto mediodía
—mediodía, es hora fantasma.
Ah, niñita chistosa, bajo el cielo de arándanos,
ésta. ¿Cómo decirte que sé
exactamente lo que sabes, exactamente dónde estás?
No es un lugar ajeno, esta casa extraña
donde tu cara se sienta en mi mano tan llena de distancia,
tan llena de su fiebre inmediata.
El verano se posesionó de ti,
como de mí, al ver en Amalfi el mes pasado
limones del tamaño del globo terráqueo en tu escritorio
—ese mapa miniatura del mundo—
y podría hablar también
de los puestos de hongos del mercado
y de los brotes de ajo engullidos.
O pienso incluso en la huerta de al lado,
donde las bayas maduraron
y las manzanas empiezan a hincharse.
Y una vez, recuerdo, en nuestro primer patio
sembré tantos porotos amarillos
que nunca pudimos terminarnos.
Ah, niñita,
mi poroto verde,
¿cómo creces?
Creces así.
No se te puede acabar de comer.
Oigo
como en sueños
las charlas de las viejas
hablando de feminidad.
No recuerdo haber escuchado nada.
Estaba sola.
Aguardaba como un tiro al blanco.
Deja entrar al mediodía
—esa hora de fantasmas.
Los romanos, hace mucho, creyeron
que el mediodía era la hora del fantasma,
yo también puedo creerlo
bajo el sol que sobresalta;
y algún día llegarán a ti,
algún día, hombres de torso desnudo, jóvenes romanos
—a mediodía, cual les cuadra—
con martillos y escaleras
cuando nadie duerme.
Pero antes de que entren
habré dicho,
tus huesos son hermosos,
y antes que sus manos extrañas
estuvo siempre ésta, forjadora.
Ah querida, deja entrar a tu cuerpo,
deja que te ate,
en sosiego.
Lo que quiero decir, Linda,
es que las mujeres nacen dos veces.
Si hubiera podido verte crecer
como una madre maga podría haberlo hecho,
si hubiera podido ver a través de mi mágico vientre
transparente,
cuánto madurar hubiera madurado allí dentro:
tu embrión,
tu semilla ganando autonomía,
la vida aplaudiendo en las cabeceras,
huesos en el estanque,
pulgares y dos ojos misteriosos,
la cabeza terriblemente humana,
el corazón brincoteando como cachorro,
los importantes pulmones,
el llegar a ser
—mientras llega a serlo,
como sucede ahora,
un mundo propio,
un sitio delicado.
Saludo
estos temblores y tropezones y estridencias,
esta música, estos brotes,
esta música de locos osos bailarines,
esta azúcar necesaria,
estos ires y venires.
Ah, niñita,
mi poroto verde,
¿cómo creces?
Creces así.
No se te puede acabar de comer.
Lo que quiero decir, Linda,
es que no hay nada en tu cuerpo que mienta.
Todo lo nuevo te dice la verdad.
Aquí estoy, esa otra persona,
un árbol viejo en el traspatio.
Querida,
párate quieta ante tu puerta,
segura de ti, una piedra blanca, una piedra buena
—tan excepcional como la risa
encenderás el fuego,
¡ese algo nuevo!




14 de julio de 1964
(de Live or Die)

domingo, noviembre 24, 2013

PARA EL AÑO DE LOS LOCOS por ANNE SEXTON


Una plegaria
Oh, María, madre frágil,
escúchame, escúchame ahora
aunque desconozca tus palabras.
El rosario negro con su Cristo de plata
está sin bendecir en mi mano
pues soy la descreída.
Cada cuenta en mis dedos, redonda y dura
es un pequeño ángel negro.
Oh, María, concédeme esta gracia,
esta transgresión,
aunque sea fea,
inmersa en mi pasado
y mi locura.
Aunque hay sillas
me tiendo en el piso.
Sólo mis manos viven
tocando las cuentas.
Palabra a palabra tropiezo.
Principiante, siento tu boca tocar la mía.
Cuento las cuentas como olas
martilleando sobre mí.
Su número me marea,
enferma, enferma en el calor del verano
la ventana, arriba
es la única que escucha mi torpe ser.
Gran cautivadora, consoladora.
Me da aliento,
murmura,
exhala su inflamado pulmón como un enorme pez
Más y más cerca
está la hora de mi muerte
mientras compongo la cara, retrocedo,
pierdo madurez y mi pelo se alacia.
Todo esto es muerte.
Hay un callejón angosto llamado muerte,
en donde me muevo
como en el agua.
Mi cuerpo es inútil.
Yace, ovillado como perro en la alfombra.
Se ha rendido.
No hay palabras aquí sino las aprendidas a medias,
el Ave María y el llena de gracia.
He penetrado ahora al año sin palabras.
Noto su extraño arribo y su voltaje exacto.
Existe sin palabras.
Sin palabras puede tocarse el pan
o recibirse el pan
o no hacer ruido.
Oh, María, tierna doctora
ven con polvos y con yerbas
pues estoy en el centro.
Es muy pequeño y el aire es gris
como el de un baño de vapor.
Me dan vino como al niño le dan leche.
Lo ponen en un cáliz delicado
con el hueco redondo y el borde delgado.
El vino tiene color de brea, añejo y secreto.
Por sí mismo sube a mi boca el cáliz
y lo veo y lo entiendo
sólo porque sucedió.
Tengo miedo de toser
pero no hablo,
miedo a la lluvia, miedo al jinete
que a mi boca cabalga.
El cáliz se inclina por sí mismo
y me enciendo.
Veo dos ríos angostos quemándome el mentón.
Me veo como quien mira a otro.
Me han cortado en dos.
Oh, María, levanta los párpados.
Estoy en el imperio del silencio,
en el reino del dormido y del loco.
Hay sangre aquí
y la he bebido.
Oh, madre del vientre
¿vine sólo por la sangre?
Oh, pequeña madre,
estoy en mi propia mente.
Cautiva en la casa errada.

viernes, septiembre 20, 2013

EL PECHO por ANNE SEXTON


Ésta es la llave.
Ésta es la llave maestra.
Preciosamente.
Estoy peor que los hijos del guardabosque,
ganándome el pan y el polvo.
Estoy aquí, tamborileando un perfume.
Déjame descender a tu alfombra,
a tu colchón de paja —lo que tengas a mano,
pues la niña en mi interior muere, muere.
No es que sea ganado para comerse.
No es que sea alguna calle.
Pero tus manos, como arquitecto, me encontraron.
¡Lechera llena! Hace años ya era tuyo
cuando habitaba el valle de mis huesos,
huesos mudos en el pantano. Juguetitos.
Un xilófono con piel, tal vez,
torpemente tensada sobre él.
Sólo más tarde fue algo real.
Comparaba después mi talla con la de las estrellas de cine.
No daba la medida. Algo había
entre mis hombros. Nunca suficiente.
Claro, había una pradera,
pero ningún joven que cantara la verdad.
Nada que revelara la verdad.
Ignorante de hombres yacía con mis hermanas
y resurgiendo de las cenizas gritaba
mi sexo será transfigurado.
Ahora soy tu madre, tu hija,
tu cosa nuevecita —un caracol, un nido.
Estoy viva cuando tus dedos viven.
Uso seda —cubierta para descubrir—
pues en seda es en lo que quiero que pienses.
Pero me estorba la tela. Es tan tiesa.
Así que, di lo que sea, pero escálame como alpinista
pues aquí está el ojo, la joya está aquí,
aquí está el goce que el pezón aprende.
No tengo equilibrio —pero no es la nieve la que me
enloquece.
Estoy loca como las jóvenes lo están,
con una ofrenda, una ofrenda…
Y me quemo como se quema el dinero.
(de Love Poems)

domingo, agosto 25, 2013

UN PEQUEÑO HIMNO SIN COMPLICACIONES por ANNE SEXTON


a Joy
es lo que quise escribir.
¡Hubo tal canción!
Un canto a tus rótulas,
un canto a tus costillas,
—esos árboles delicados que entierran tu corazón—
un canto a tu librero
donde veinte patos de vidrio soplado se alinean en fila
veneciana;
un canto a tus elegantes zapatos de tacón,
a tu patineta rojo fuego,
a tus veinte dedos mugrosos,
al tejido rosa que comienzas
y nunca logras terminar,
a tus dibujos hechos con pinturas de agua,
—todos los ángeles haciendo muecas—
un canto a tu risa
que sin cesar se menea en mi sueño como cuchara.
Incluso un canto a tu noche
cuando en la ola calurosa del verano pasado
tu fiebre llegaba a 40, durante dos semanas;
cuando dormías con la cabeza en el alféizar de la ventana,
tu sed resplandeciente y pesada mientras cuchareaba el
agua,
a labios secos como viejas gomas de borrar,
tus ojos cerrados a los gusanos aplastados de junio,
los labios moviéndose, murmurando,
enviando cartas hasta las estrellas.
Soñando, soñando;
tu cuerpo un bote
bamboleado por tu vida y mi muerte.
Tus puños enredados como ovillos,
pequeño feto, pequeño caracol,
cargando una rabia, las sobras de una rabia
que no puedo deshacer.
Incluso un canto a tu vuelo
cuando caíste de la casita del árbol del vecino,
cuando creías avanzar sobre el sólido cielo azul,
¿por qué no?, pensaste,
y dejando atrás las tablas simplemente
diste un paso al polvo.
Ah pequeño Ícaro,
mascaste una nube y mordiste el sol
y rodaste, de cabeza
no al mar, sino duro
sobre la dura grava prensada.
Caíste sobre el ojo, caíste de barba.
Qué ojo moro. Qué desmayo
para arrastrarte luego a casa
noqueado humpty-dumpty
hasta mis brazos.
Ah, niña humpty-dumpty,
Alegría te llamé.
Eso por sí mismo es el canto de otro
Y al nombrarte nombré
todo lo que eres...
excepto la zanja
donde te dejé una vez,
como vieja raíz incapaz de aferrarse,
la zanja donde te dejé
mientras navegaba en la locura
sobre los edificios y bajo los paraguas
navegué tres años
y la primera vela
y la segunda vela
y la tercera vela
de tu pastel de cumpleaños se consumieron solas.
Esa zanja que tanto quiero olvidar
y que tú a diario tratas de olvidar.
Incluso en el retrato de tercero
cuando repetiste año
cautiva en tu deseo de no crecer
—esa pequeña cárcel—
incluso aquí mantienes la distancia
con una sonrisa que muere temerosa
al esconder tu diente chueco.
Alegría, te llamo
y sin embargo, aquí mismo, tus ojos
con las persianas medio cerradas a los cañonazos,
sobre tu enorme sabiduría,
sobre los peces azules que nadan rápidos de un lado a otro
sobre calles diferentes y cuartos extraños,
sillas ajenas, comidas ajenas
preguntan: “¿Por qué me encerraron en el sótano?”
Y tengo palabras,
palabras que me siguen los pasos,
palabras para vender, podrías decir,
y tablas de multiplicar y letra cursiva
que no te ocupas de enseñarles a mis dedos
la cuna del gato y la escoba de la bruja.
¡Sí! Doy instrucciones antes de la cena
y abrazos tras la cena y sin embargo esos ojos
—lejos, lejos—
piden himnos...
sin culpa.
Y puedo decir tan sólo
un pequeño himno sin complicaciones
quería escribir
y tu nombre es lo único que encuentro.
Hubo tal canción,
pero está magullada.
No es mía.
Algún día saltarás a su ritmo
como saltarás lejos del diapasón de esta casa.
¡Será un día feriado, un desfile, una fiesta!
Entonces volarás.
Realmente volarás.
Y luego tú, simplemente, calmadamente,
harás tus propias piedras, tus propios planos,
tu propio sonido.
Quería escribir un poema así,
con tales músicas, con tales acompañamientos de guitarra
en los bordes dentados del sonido intenté
ahuyentar las legiones del ruido;
en el rompeolas intenté
atrapar la estrella que es cada uno de los barcos;
y al cerrar las manos
busqué sus casas
y silencios.
Sólo uno encontré
fuiste mía
y te presté.
Busco himnos sin complicaciones
pero el amor no los tiene.
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