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sábado, octubre 05, 2013
EL LIBRO DE HORAS por RAINER MARIA RILKE
Señor, a cada uno dale su muerte,
una muerte que de cada vida brote
y en que haya amor, significado y sufrimiento.
Pues nosotros somos sólo la corteza y la hoja.
La muerte que cada uno lleva en sí
es la fruta en torno de la cual todo gira.
Señor, las grandes ciudades están perdidas y disueltas.
En la más grande se vive como quien huye de un
incendio.
No hay en ella consuelo capaz de consolar
y el tiempo demasiado corto cierra el paso.
Allí viven seres humanos, con gestos angustiados,
vidas malas y difíciles en cuartos profundos…
Allí crecen niños en sótanos con ventanas
siempre hundidas en las mismas sombras
y donde no saben que afuera los llaman las flores
a un día lleno de espacio, de júbilo y de viento.
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sábado, agosto 31, 2013
EL LECTOR por RAINER MARIA RILKE
Mucho he leído ya; toda la tarde
a la ventana. con rumor de lluvia.
Del viento de allá fuera, no oí nada:
mi libro era muy denso.
Lo veía en las hojas, como en rostros
que se oscurecen de reminiscencia,
y en torno a mi leer se pasmó el tiempo.
has páginas de pronto destellaron
y en vez del triste enredo de palabras
se lee «arde», «tarde», en todas ellas.
No miro todavía fuera: estallan
las largas líneas, huyen las palabras
de sus kilos, escapan a capricho...
Ya lo sé: por encima de los plenos
jardines de esplendor, el cielo es ancho:
el sol, una vez más, habrá verano.
Y ahora, todo es noche de verano.
Se espera en pocos grupos lo esparcido:
por largas sendas va la gente oscura,
y extraño y lejos, como si importara
más, se escucha lo poco que aún ocurre.
Si levanto los ojos de mí libró
nada me será extraño, y todo grande.
Fuera está lo que estoy viviendo dentro,
y es todo ilimitado aquí y allá;
sólo con que me enrede más en todo.
si se amolda a las cosas mi mirada
y a la sencillez graves de las manos,
rebosa entonces sobre sí la tierra.
Parece que la abraza el cielo entero:
el lucero es, allá, la última casa.
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jueves, julio 25, 2013
PRIMERA ELEGIA DEL DUINO por RAINER MARIA RILKE
¿Quién me escucharía
entre las cohortes de ángeles, si grito?
Y aún cuando en su propio corazón, de súbito,
me tomara alguno, me aniquilaría su ser más pujante.
Pues, de lo terrible lo bello no es más que ese grado
que aún soportamos. Y si lo admiramos
es porque en su calma desdeña destruirnos.
Terrible es todo ángel. Por eso me callo
y de mis oscuros sollozos el clamos ahogo.
¡Ay! ¿De quién podemos valernos? No de ángeles ni de hombres.
Ya los animales, sagaces, advierten
que en el mundo dado no estamos tan cómodos
como en nuestra casa. Nos queda quizá
un árbol en una ladera; nos queda el camino de ayer
y también el apego de un hábito
al que le agradaba nuestra compañía;
se quedó y está.
¡La noche! ¡Oh, la noche, cuando el viento henchido
del espacio cósmico nos consume el rostro!...
¡Con quién la anhelada no se quedaría,
ella que tan suave, que tan dulcemente nos desilusiona!
Para el alma a solas una nueva prueba...
¿Es quizás más leve para los amantes?
¡Pero ellos se ocultan entre sí la suerte!
¿No lo sabes? Lanza fuera de tus brazos
hacia los espacios tu vacío, al aire donde respiramos;
todo su tamaño las aves, quizá,
lo sientan como un vuelo más hondo.
Sí, las primaveras te han necesitado.
Y entre las estrellas muchas te obligaban
a que las sintieras.
Hacia ti, del tiempo pasado se acercaba una ola
o cuando pasabas junto a una ventana
un violín se daba. Todo era un mensaje.
Pero, ¿lo has captado? ¿No te distraías aún en la espera,
como si las cosas todas el anuncio
fuera de una amada? ¿Dónde has de guardarla
cuando tus extraños grandes pensamientos
entren a tu casa
o salgan... y a veces se queden en la noche?
Si sientes nostalgia, canta a los amantes.
Todavía falta para que su célebre
sentimiento alcance la inmortalidad.
Recuerda que el héroe se mantiene siempre;
no fue su caída más que un subterfugio
para ser: un nuevo, sumo nacimiento.
Cántalas a ésas, las abandonadas
que por poco envidias y te parecieron
tanto más amantes que las satisfechas.
¡Comienza de nuevo la loa jamás accesible!
¡Pero las amantes! A ellas ,extenuada, las naturaleza
las toma en su seno de nuevo,
como si dos veces no tuviera fuerzas
para producirlas. A Gaspara Stampa
no la has recordado lo bastante para que cualquiera joven
que perdió al amado, con el noble ejemplo
de esta amante sienta: “Yo seré como ella”?
¿Estos más antiguos dolores al cabo
no han de resultarnos más fecundos? ¿No es tiempo
ya que nos libremos, nosotros que amamos,
del objeto amado?
lo resistamos temblando,
tal como la cuerda resiste la flecha,
para, así, en el salto reunida la fuerza,
ser más que ella misma.
No hay que detenerse.
¡Voces, voces, voces!
Corazón: escucha como antes tan sólo
los santos lo hacían, tanto que el inmenso llamado
del suelo elevábalos; pero, inconmovibles, se estaban de hinojos
y no lo seguían; tan sólo escuchaban.
No es, ni mucho menos, que la voz pudieras soportar de Dios.
Pero oye la brisa que sopla, el anuncio
que, hecho de silencio, jamás se interrumpe.
Pues, ahora, de esos que murieron jóvenes
te llega el murmullo. Dondequiera entraste
¿no te habló en iglesias de Roma o de Nápoles
con sereno acento su propio destino?
O quizás su augusto mensaje lo hallaste
en una inscripción,
como últimamente en la placa de Santa María Formosa.
¿Qué quieren de mí? Con dulzura debo
quitar la apariencia de injusticia en ellos,
que en algo al espíritu,
a veces, el puro movimiento estorba.
Realmente es extraño no habitar la tierra,
no ejercer empleos recién aprehendidos,
no dar a las rosas
ni a las otras cosas en sí promisorias
el significado el destino humano;
no ser más lo que uno antes era en las manos
infinitamente medrosas y hasta el propio nombre
dejar, como un roto juguete, de lado.
Raro los deseos no desear como antes;
raro ver flotando tan libre en el aire
lo que estaba unido.
Es el estar muerto tarea difícil,
un recuperarse de lleno, para, paso a paso,
sentir un asomo de la eternidad.
Todos los que viven cometen la falta
de hacer diferencias demasiado netas.
Los ángeles mismos (se dice) a menudo
no sabrían si andan por entre los vivos
o los que ya han muerto. La corriente eterna
sin cesar arrastra todas las edades
por las dos esferas
y en ambas impone silencio su voz.
Los arrebatados prematuramente
no nos necesitan al fin. Poco a poco
nos deshabituamos de lo terrenal,
como de los senos de maternos se apartan los niños.
No obstante, nosotros, que necesitamos
tan grandes misterios, para quienes nace tan frecuentemente
del duelo un progreso dichoso...
sin ellos, ¿podríamos ser?
¿Es vana leyenda creer que en el luto
por Linos, osada, la primera música
penetró la inánime materia reseca?
¿Qué en aquel espacio trémulo de espanto
del cual para siempre, casi un dios, el joven
se escapó de pronto, recién el vacío
convirtióse en esa vibración sublime
que hoy nos arrebata, consuela y ayuda?
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domingo, marzo 31, 2013
CANCIONES DE LOS ANGELES por RAINER MARIA RILKE
No he soltado a mi ángel mucho tiempo,
y se me ha vuelto pobre entre los brazos,
se hizo pequeño, y yo me hacía grande:
de repente yo fui la compasión;
y él, solamente. un ruego tembloroso.
Le .di su cielo entonces: me dejó
él lo cercano, de que él se marchaba;
a cernerse aprendió. yo aprendí vida,
y nos reconocimos . lentamente...
Aunque mi ángel no tiene ya deber,
por mi día más fuerte desplazado,
baja a veces su rostro con nostalgia,
como si no quisiera ya su cielo.
Querría alzar de nuevo, de mis pobres
días, sobre las cimas de los bosques
rumorosos, mis pálidas plegarias
basta la patria de los querubines.
Allí llevó mi llanto originario
y pensamientos; y mis diminutos
dolores se volvieron allí bosques
que susurran sobre él...
Sí algún día, en las tierras de la vida,
entre el ruido de feria y de mercado,
la palidez olvido de mi infancia
florecida, y olvido el primer ángel,
su bondad, sus ropajes y sus manos
en oración, su mano bendiciendo;
conservaré en mis sueños más secretos
siempre el plegarse de esas alas,
que como un ciprés blanco
quedaban detrás de él...
5us manos se quedaron como ciegos
pájaros que, engañados por el sol,
cuando, sobre las olas, los demás
se fueron a perennes primaveras,
han de afrontar los vientos invernales
en los tilos vacíos, sin follaje.
Había en sus mejillas la vergüenza
de las novias, que el espanto del alma
tapan con púrpuras oscuras
ante el esposo.
Y en los ojos había
resplandor del primer día:
pero sobre todo
descollaban las alas portadoras...
Había expectación en la llanura
por un huésped que no acudió jamás:
aún pregunta tal vez el jardín trémulo:
su sonrisa después se vuelve inválida.
Y por los barrizales aburridos
se empobrece en la tarde la alameda,
las manzanas se angustian en las ramas
y les hacen sufrir todos los vientos.
Es donde están las últimas cabañas
y casas nuevas que, con pecho angosto,
se asoman estrujadas, entre andamios miedosos,
quieren saber dónde empieza el campo.
Allí la primavera siempre es pálida, a medias,
el verano es febril tras esas tablas:
enferman los ciruelos y los niños,
y tan sólo el otoño allí tiene algo
de remoto y conciliador: a veces
son sus tardes de suave derretirse:
dormitan las ovejas, y el pastor con zamarra
se apoya, oscuro, en la última farola.
Alguna vez ocurre en la honda noche
que se despierta el viento, como un niño,
y pasa la alameda, solitario,
quedo, quedo, llegando hasta la aldea.
Y a tientas va marchando hasta el estanque
y se para después a oír en torno:
y las casas están pálidas todas
y las encinas mudas...
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