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Niñita, tu manita conduce mi permanente
canción,
aquella que vino alucinada rodando por estepas
boreales,
aquella a quien originó la estrella mirándose en el
espejo,
aquella que fué una violeta negra con la mano en
la mejilla.
¿Qué más para su horizonte que tu naricita de humo
y esos ojos rondados de claro lago absorto?
En las abiertas mañanas de Octubre,
cuando sonríes a las granadas rosas de la última Primavera,
las gotitas de rocío con su vieja experiencia del
mundo,
sonríen como ídolos, también, y tiemblan en mi lágrima.
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