Con profunda emoción les hablo desde esta
tribuna por medio de estos deficientes amplificadores. ¡Qué significativa es
-más que las palabras- la presencia del pueblo de Santiago que, interpretando a
la inmensa mayoría de los chilenos, se congrega para reafirmar la victoria que
alcanzamos limpiamente el día de hoy, victoria que abre un camino nuevo para
la patria, y cuyo principal actor es el pueblo de Chile aquí congregado. Qué
extraordinariamente significativo es que pueda yo dirigirme al pueblo de Chile
y al pueblo de Santiago desde la Federación de Estudiantes. Esto posee un valor
y un significado muy altos.
Nunca un candidato triunfante por la
voluntad y el sacrificio del pueblo usó una tribuna que tuviera mayor trascendencia.
Porque todos lo sabemos: la juventud de la patria fue vanguardia en esta gran
batalla, que no fue la lucha de un hombre, sino la lucha de un pueblo; ella es
la victoria de Chile, alcanzada limpiamente esta tarde.
Yo les pido a ustedes que comprendan que
soy tan solo un hombre, con todas las flaquezas y debilidades que tiene un
hombre; y si pude soportar -porque cumplía una tarea- la derrota de ayer, hoy
sin soberbia y sin espíritu de venganza acepto este triunfo que nada tiene de
personal y que se lo debo a la unidad de los partidos populares, a las fuerzas
sociales que han estado junto a nosotros. Se lo debo a radicales, socialistas,
comunistas, social demócratas, a gentes del MAPU y del API, y a miles de independientes.
Se lo debo al hombre anónimo y sacrificado de la patria; se lo debo a la
humilde mujer de nuestra tierra. Le debo este triunfo al pueblo de Chile, que
entrará conmigo a La Moneda el 4 de noviembre.
La victoria alcanzada por ustedes tiene
una honda significación nacional. Desde aquí declaro, solemnemente, que
respetaré los derechos de todos los chilenos. Pero también declaro, y quiero
que lo sepan definitivamente, que al llegar a La Moneda, y siendo el pueblo
gobierno, cumpliremos el compromiso histórico que hemos contraído, de
convertir en realidad el programa de la Unidad Popular.
Lo dije: no tenemos ni podríamos tener
ningún propósito pequeño de venganza; tampoco, de ninguna manera, vamos a
claudicar, a comerciar el programa de la Unidad Popular, que fue la bandera
del primer gobierno auténticamente democrático, popular, nacional y
revolucionario de la historia de Chile.
Dije, y debo repetirlo: si la victoria no
era fácil, difícil será consolidar nuestro triunfo y construir la nueva sociedad,
la nueva convivencia social, la nueva moral y la nueva patria.
Pero yo sé que ustedes, que hicieron que
el pueblo sea mañana gobierno, tendrán la responsabilidad histórica de realizar
lo que Chile anhela para convertir a nuestra patria en un país señero en el
progreso, en la justicia social, en los derechos de cada hombre, de cada
mujer, de cada joven de nuestra tierra.
Hemos triunfado para derrotar definitivamente
la explotación imperialista, para terminar con los monopolios, para hacer una
seria y profunda reforma agraria, para controlar el comercio de importación y
exportación, para nacionalizar, en fin, el crédito, pilares todos que harán
factible el progreso de Chile, creando el capital social que impulsará nuestro
desarrollo.
Por esto, esta noche, que pertenece a la
Historia, en este momento de júbilo, yo expreso mi emocionado reconocimiento a
los hombres y mujeres, a los militantes de los partidos populares e integrantes
de las fuerzas sociales que hicieron posible esta
victoria que tiene proyecciones más allá de
la fronteras
de la propia patria.
Para los que están en la pampa o en la
estepa, para los que escuchan en el litoral, para los que laboran en la
precordillera, para la simple dueña de casa, para el catedrático universitario,
para el joven estudiante, el pequeño comerciante e industrial, para el hombre y
la mujer de Chile, para el joven de la tierra nuestra, para todos ellos, el compromiso
que yo contraigo ante mi conciencia y ante el pueblo -actor fundamental de esta
victoria- es ser auténticamente leal en la tarea común y colectiva. Lo he
dicho: mi único anhelo es ser para ustedes el compañero presidente.
Han sido el hombre anónimo y la ignorada
mujer de Chile los que han hecho posible este hecho social trascendental. Miles
y miles de chilenos sembraron su dolor y su esperanza en esta hora que al
pueblo pertenece. Desde otras fronteras, desde otros países, se mira con
satisfacción profunda la victoria alcanzada. Chile abre un camino que otros
pueblos de América y del mundo podrán seguir. La fuerza vital de la unidad
romperá los diques de las dictaduras y abrirá el cauce para que otros pueblos
puedan ser libres y puedan construir su propio destino.
Somos lo suficientemente responsables para
comprender que cada país y cada nación tienen sus propios problemas, su propia
historia y su propia realidad. Frente a esa realidad serán los dirigentes
políticos de esos pueblos los que adecuarán la táctica que deberá adoptarse.
Nosotros solo queremos tener las mejores relaciones políticas, culturales,
económicas, con todos los países del mundo.
Solo pedimos que respeten -tendrá que ser
así- el derecho del pueblo de Chile de haberse dado el gobierno de la Unidad Popular.
Somos y seremos respetuosos de la autodeterminación
y de la no intervención. Ello no significará acallar nuestra adhesión solidaria
con los pueblos que luchan por su independencia económica y por dignificar la
vida del hombre en los distintos continentes.
Solo quiero realizar ante la historia el
hecho trascendental que ustedes han realizado, derrotando la soberbia del
dinero, la presión y la amenaza; la información deformada, la campaña de
terror, de la insidia y la maldad. Cuando un pueblo ha sido capaz de esto, será
capaz también de comprender que solo trabajando más y produciendo más podremos
hacer que Chile progrese y que el hombre y la mujer de nuestra tierra, la pareja
humana, tengan derecho auténtico al trabajo, a la vivienda, a la salud, a la
educación, al descanso, a la cultura y a la recreación.
Pondremos toda la fuerza creadora del
pueblo en tensión, para hacer posible estas metas humanas que se ha trazado el
programa de la Unidad Popular.
Juntos, con el esfuerzo de ustedes, vamos
a realizar los cambios que Chile reclama y necesita. Vamos a hacer un gobierno
revolucionario.
La revolución no implica destruir, sino
construir; no implica arrasar, sino edificar; y el pueblo de Chile está
preparado para esta gran tarea en esta hora trascendente de nuestra vida.
9
Compañeras y compañeros, amigas y amigos:
¡Cómo hubiera deseado que los medios
materiales de comunicación me hubieran permitido hablar más largamente con ustedes,
y que cada uno hubiera oído mis palabras, húmedas de emoción, pero al mismo
tiempo firmes en la convicción de la gran responsabilidad que todos tenemos y
que yo asumo plenamente! Yo les pido que esta manifestación sin precedentes se
convierta en la demostración de la conciencia del pueblo.
Ustedes se retirarán a sus casas sin que
haya el menor asomo de provocación y sin dejarse provocar. El pueblo sabe que
sus problemas no se solucionan rompiendo vidrios o golpeando un automóvil.
Aquellos que dijeron que el día de mañana los disturbios iban a caracterizar
nuestra victoria, se encontrarán con la conciencia y responsabilidad de ustedes.
Irán a su trabajo mañana o el lunes, alegres y cantando; cantando la victoria
tan legítimamente alcanzada, y cantando al futuro. Con las manos callosas del
pueblo, las tiernas manos de la mujer y las risas del niño, haremos posible la
gran tarea que solo un pueblo consciente y disciplinado podrá realizar.
América Latina y más allá de la frontera de
nuestro pueblo miran el mañana nuestro. Yo tengo plena fe en que seremos lo
suficientemente fuertes, lo suficientemente serenos y fuertes, para abrir el
camino venturoso hacia una vida distinta y mejor; para empezar a caminar por
las esperanzadas alamedas del socialismo que el pueblo de Chile con sus
propias manos va a construir.
Reitero mi reconocimiento agradecido a los
militantes de la Unidad Popular; a los que integran los partidos Radical,
Comunista, Socialista, Social Demócrata, MAPU y API; y a los miles de
independientes de izquierda que estuvieron con nosotros. Expreso mi afecto y
también mi reconocimiento agradecido a los compañeros dirigentes de esos
partidos, que por sobre las fronteras de sus propias colectividades hicieron
posible la fortaleza de esa unidad que el pueblo hizo suya. Porque el pueblo la
hizo suya ha sido posible la victoria, que es la victoria del pueblo.
El hecho de que estemos esperanzados y
felices no significa que vayamos nosotros a descuidar la vigilancia: el pueblo,
este fin de semana, tomará por el talle a la patria y bailaremos desde Arica a
Magallanes, y
desde la
cordillera al mar, una gran
cueca,
como
símbolo de la alegría sana de nuestra victoria.
Pero al mismo tiempo, mantendremos
nuestros comités de acción popular en actitud vigilante, en actitud
responsable, para estar dispuestos a responder a un llamado -si es necesario-
que haga el comando de la Unidad Popular. Llamado para que los comités de
empresas, de fábricas, de hospitales, de las juntas de vecinos y en los
barrios y en las poblaciones proletarias vayan estudiando los problemas y las
soluciones; porque presurosamente tendremos que poner en marcha el país. Yo tengo fe, profunda
fe, en la honradez, en la conducta heroica de cada hombre y de cada mujer que
hizo posible esta victoria.
Vamos a trabajar más. Vamos a producir
más.
Pero trabajaremos más para la familia
chilena, para el pueblo y para Chile, con orgullo de chilenos y la convicción
de que estamos realizando una grande y maravillosa tarea histórica.
¡Cómo siento en lo íntimo de mi fibra de
hombre, cómo siento en las profundidades humanas de mi condición de luchador,
lo que cada uno de ustedes me entrega! Esto que hoy germina es una larga
jornada. Yo solo tomo en mis manos la antorcha que encendieron los que antes
que nosotros lucharon junto al pueblo y por el pueblo.
Este triunfo debemos tributarlo en homenaje
a los que cayeron en las luchas sociales y regaron con su sangre la fértil semilla
de la revolución chilena que vamos a realizar.
Quiero, antes de terminar, y es honesto
hacerlo así, reconocer que el gobierno entregó las cifras y los datos de
acuerdo con los resultados electorales. Quiero reconocer que el jefe de plaza,
general Camilo Valenzuela, autorizó este acto multitudinario, con la convicción
y la certeza, dadas por mí, de que el pueblo se congregaría, como está aquí, en
actitud responsable, sabiendo que ha conquistado el
derecho a ser respetado; respetado en su vida y
respetado en su victoria; el pueblo que sabe que entrará conmigo a La Moneda
el 4 de noviembre de este año.
Quiero destacar que nuestros adversarios
de la Democracia Cristiana han reconocido en una declaración la victoria
popular. No le vamos a pedir a la derecha que lo haga. No lo necesitamos. No tenemos
ningún ánimo pequeño en contra de ella. Pero ella no será capaz jamás de
reconocer la grandeza que tiene el pueblo en sus luchas, nacida de su dolor y
de su esperanza.
Nunca, como ahora, sentí el calor humano;
y nunca, como ahora, la canción nacional tuvo para ustedes y para mí tanto y
tan profundo significado. En nuestro
discurso lo dijimos: somos los herederos legítimos de los padres de la patria,
y juntos haremos la segunda independencia: la independencia económica de Chile.
Ciudadanas y ciudadanos de Santiago,
trabajadores de la patria: ustedes y solo ustedes son los triunfadores. Los
partidos populares y las fuerzas sociales han dado esta gran lección, que se
proyecta más allá, reitero, de nuestras fronteras materiales.
Les pido que se vayan a sus casas con la
alegría sana de la limpia victoria alcanzada. Esta noche, cuando acaricien a
sus hijos, cuando busquen el descanso, piensen en el mañana duro que tendremos
por delante, cuando tengamos que poner más pasión, más cariño, para hacer cada
vez más grande a Chile, y cada vez más justa la vida en nuestra patria.
Gracias, gracias, compañeras. Gracias,
gracias, compañeros. Ya lo dije un día: lo mejor que tengo me lo dio mi
partido, la unidad de los trabajadores y la unidad popular.
A la
lealtad de ustedes, responderé con la lealtad de un gobernante del pueblo; con
la lealtad del compañero presidente.
Santiago de Chile, 4 de Septiembre de 1970.
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