domingo, agosto 31, 2014

LA FRONTERA DEL ARTE por EDUARDO GALEANO


Fue la batalla más larga de cuantas se pelearon en Tuscatlán o
en cualquier otra región de El Salvador. Empezó a la
medianoche, cuando las primeras granadas cayeron desde la
loma, y duró toda la noche y hasta la tarde de] día siguiente. Los
militares decían que Cinquera era inexpugnable. Cuatro veces la
habían asaltado los guerrilleros, y cuatro veces habían fracasado. La
quinta vez, cuando se alzó la bandera blanca en el mástil de la
comandancia, los tiros al aire empezaron los festejos.
Julio Ama, que peleaba y fotografiaba la guerra, andaba caminando
por las calles. Llevaba su fusil en la mano y la cámara, también
cargada y lista para disparar, colgada del cuello, Andaba julio por las
calles polvorientas, en busca de los hermanos gemelos. Esos
gemelos eran los únicos sobrevivientes de una aldea exterminada
por el ejército. Tenían dieciséis años. Les gustaba combatir junto a
julio; y en las entreguerras, él les enseńaba a leer y a fotografiar. En
el torbellino de esta batalla, julio había perdido a los gemelos, y
ahora no los veía entre los vivos ni entre los muertos.
Caminó a través del parque. En la esquina de la iglesia, se metió en
un callejón. Y entonces, por fin, los encontró. Uno de los gemelos
estaba sentado en el suelo, de espaldas contra un muro. Sobre sus
rodillas, yacía el otro, bańado en sangre; y a los pies, en cruz,
estaban los dos fusiles. Julio se acercó, quizá dijo algo. El gemelo que
vivía no dijo nada, ni se movió: estaba allí, pero no estaba. Sus ojos,
que no pestańeaban, miraban sin ver, perdidos en alguna parte, en
ninguna parte; y en esa cara sin lágrimas estaba toda la guerra y
estaba todo el dolor. Julio dejó su fusil en el suelo y empuńó la
cámara. Corrió la película, calculó en un santiamén la luz y la
distancia y puso en foco la imagen. Los hermanos estaban en el
centro del visor, inmóviles, perfectamente recortados contra el muro
recién mordido por las balas.
Julio iba a tomar la foto de su vida, pero el dedo no quiso. Julio lo
intentó, volvió a intentarlo, y el dedo no quiso. Entonces bajó la
cámara, sin apretar el disparador, y se retiró en silencio.
La cámara, una Minolta, murió en otra batalla, ahogada en lluvia, un
ańo después

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