miércoles, junio 27, 2012

INFORME METEOROLÓGICO por CHARLES BUKOWSKI



      
       

Supongo que está lloviendo en alguna ciudad de España ahora mientras estoy sintiéndome tan mal.Me gustaría pensar en eso ahora.Vamos a un pueblito mexicano-suena lindo:mientras estoy sintiendo metan mal. Las paredes amarillas por el tiempo esa lluvia ahí afuera,un cerdo moviéndose en su chiquero en la noche molestado por la lluvia,pequeños ojos como brasas de cigarrillo,y su maldita cola:¿Lo ves? No puedo imaginar a la gente,es difícil para mi imaginar a la gente,quizás se sienten tan mal como yo o casi tan mal.Me pregunto que hacen cuando se sienten mal probablemente no hablan de eso.Dicen:"Mirá, está lloviendo"es la mejor manera.-



IRON MAIDEN Rime of the Ancient Mariner SUBTITULADA AL ESPAÑOL

RIMA DEL ANCIANO MARINERO por SAMUEL TAYLOR COLERIDGE



EN SIETE PARTES
ARGUMENTO
Cómo una nave que habiendo cruzado la Línea fue arrastrada por las Tormentas al País helado que está hacia el Polo Sur; y cómo desde ese lugar siguió rumbo hacia las Latitudes tropicales del Gran Océano Pacífico; y de las cosas extrañas que ocurrieron; y de qué forma el Antiguo Marinero regresó a su País.

I
Es un anciano Marinero,
        y detuvo a uno de los tres:
«Por tu barba gris y tus ojos que relucen,
        dime, ¿por qué causa me detienes?
Las puertas del Novio están de par en par abiertas
        y yo soy pariente suyo;
los Invitados ya se han reunido, la Fiesta está lista,—
        oír puedes la alegría del estruendo.»
Mas aún retiene al invitado a la boda—
        «Había una Nave,» le dice aquél—
«No, si contarme quieres alguna historia divertida,
        ¡Marinero! ven conmigo.»
Le retiene con su mano descarnada,
        dice aquél: «había una Nave...»
«¡Márchate ya de aquí tú pelmazo de la barba gris!
        Que en otro caso habrás de tropezar con mi Cayado.»
Le contempla con sus ojos brillantes—
        el invitado a la boda hubo de quedarse quieto
y escucha como un niño de tres años;
        el Marinero consiguió lo que quería.
El invitado a la boda se sentó sobre una piedra,
        salvo oír nada podía:
y así siguió hablando aquel anciano,
        aquel Marinero de ojos relucientes.
«A la Nave se le puso el aparejo, dejamos el Puerto—
        con cuánta alegría pasamos
bajo la Iglesia, bajo el Monte,
        bajo el promontorio del Faro.
«El Sol surgió del lado izquierdo,
        del mismo Mar surgió:
y brilló con fuerza, y por la derecha
        se sumergió en el Mar.
«Más y más alto cada día,
        hasta que sobre el mástil, a mediodía—»
el invitado a la boda en este punto se dio un golpe en el pecho,
        porque había oído el estruendo del fagot.
La Novia entrado había en el Pórtico,
        roja va como una rosa;
inclinando las cabezas avanzan ante ella
        los Músicos alegres.
El invitado a la boda se dio un golpe en el pecho,
        mas salvo oír nada podía:
y así siguió hablando aquel Anciano,
        el Marinero de ojos relucientes.
«¡Escucha, Desconocido! Tempestad y Viento,
        ¡Un fuerte Viento y una Tempestad!
Durante días y semanas sometiéndonos a su capricho
        como Paja íbamos arrastrados.
«¡Escucha, Desconocido! Bruma y Nieve,
        Un frío asombroso nos envolvía:
Hielo de la altura del mástil llegaba flotando
        verde como Esmeralda.
«Y a través de las corrientes las cumbres nevadas
        enviaban sus lúgubres brillos;
ni formas humanas ni de bestias conocimos—
        por todas partes estaba el Hielo.
«Hielo a un lado, Hielo al otro,
        Hielo por todas partes:
crujía y gruñía, y rugía y aullaba—
        como en los sonidos de un desmayo.—
«Al cabo por allí cruzó un Albatros,
        a través de la Niebla vino;
y como si fuera el Alma de un Cristiano,
        le saludamos invocando el nombre de Dios.
«Los Marineros le dieron galleta llena de gusanos,
        y volaba dando vueltas y vueltas:
el Hielo se quebraba con el ruido de un Trueno;
        el Timonel nos guió a través de aquellas aguas.
«Y un buen viento del sur comenzó a soplar de popa,
        el Albatros nos seguía;
y cada día, fuera por querer comida, fuera por juego,
        ¡acudía al oír la llamada del Marino!
«Entre la bruma y las nubes, sobre el mástil o los lienzos
        se posó durante nueve vísperas,
mientras durante toda la noche a través de la blancura de la niebla
        relucía la blancura de la luz de la luna.»
«¡Qué Dios te guarde, anciano Marinero!
        De los demonios que de ese modo te atormentan—
¿Por qué tienes ese aspecto?» ...«con mi ballesta
        maté al Albatros.»
II
«El Sol surgió del lado izquierdo,
        del mismo Mar surgió;
y ancho como un gallardete en las jarcias a babor
        se sumergió en el Mar.
«Y el buen viento del sur seguía soplando de popa,
        más no había Pájaro tranquilo que siguiese
¡ningún día en pos de alimento o bien por juego
        acudía al oír la llamada del Marino!
«Y yo había cometido una acción demoníaca
        que no habría de traer sino desdichas:
pues para decirlo todo, había dado muerte al Ave
        que hacía que la Brisa soplara.
«Ni tenue, ni rojo, como la cabeza misma de Dios,
        el Sol glorioso se elevó:
entonces todos declararon que yo había matado al Ave
        que había traído a la niebla y a la bruma.
Que bien estaba, dijeron, a tales pájaros matar
        que traen niebla y bruma.
«Soplaron las brisas, se agitaba la blanca espuma,
        libre seguía el surco:
éramos los primeros que por vez primera irrumpíamos
        en aquel Mar silencioso.
Al cabo se detuvo la brisa, las Velas se destensaron,
        fue cosa tan triste como triste pueda ser
y hablábamos por romper tan sólo
        el silencio del Mar.
«Rotundo en un cielo caluroso y cobrizo
        el sol sangriento al mediodía
se alzaba justo sobre el mástil,
        sin ser más grande que la luna.
«Día tras día, un día tras otro,
        nos quedamos quietos, ni soplo ni movimiento,
tan quietos como un Barco en un dibujo
        en un Océano dibujado.
«Agua, agua, por todos lados,
        y todas nuestras planchas encogían;
agua, agua, por todos lados
        y ni una sola gota que beber.
«Hasta las mismas profundidades se pudrían: ¡Ay Cristo!
        ¡Que todo esto llegase a acontecer!
Pues sí, cosas viscosas con patas se arrastraban
        por el Mar viscoso.
«Alrededor, alrededor, con empeño y desorden
        los fuegos de la Muerte danzaban por la noche;
el agua, semejante a los ungüentos de una bruja,
        ardía de verde y de azul y de blanco.
«Y algunos en sueños fueron advertidos
        acerca del Espíritu que así nos atormentaba:
a nueve brazas de profundidad nos había seguido
        desde la Tierra de la Bruma y la Nieve.
«Y cada lengua por la total falta de agua
        se había agostado desde la raíz;
no podíamos hablar mejor que si
        estuviésemos atragantados con hollín.
«¡Ay, qué gran desdicha! qué miradas malignas
        recibí de viejos y de jóvenes;
en lugar de la Cruz al Albatros
        colgaron de mi cuello.»
III
«Vi algo en el Cielo
        que no era mayor que mi puño;
al principio parecía una mota pequeña
        y luego se fue convirtiendo en una figura nebulosa:
se movía y se movía, y al fin tomó
        una forma concreta, bien la conocía.
«¡Una mota, una figura nebulosa, una forma, bien conocida!
        y seguía acercándose,
y acercándose; y, si acaso anunciaba algún cúmulo de aguas,
        se sumergió, y viró, y cambió de rumbo.
«Con la garganta reseca, con los labios negros y abrasados
        no podíamos reírnos, ni quejarnos:
entonces, mientras por sed todos mudos permanecían
me mordí el brazo y me chupé la sangre
        y di la voz: ¡Vela a la vista! ¡Vela a la vista!
«Con la garganta reseca, con los labios negros y abrasados
        con la boca abierta me oyeron gritar:
¡A Dios gracias! de júbilo pudieron sonreír
y todos a un tiempo el aliento contuvieron
        mientras todos aplacaban su sed.
«No se bamboleaba de un lado a otro—
        para hacernos allí trabajar tranquilamente
sin viento, sin corrientes,
        se queda con la quilla bien derecha.
«Las olas de poniente estaban en llamas por completo,
        ¡el día ya casi había acabado!
Casi en lo alto del oleaje de poniente
        se detenía el Sol ancho y luminoso
cuando de pronto aquella forma extraña se interpuso
        entre nosotros y el Sol.
«Y de pronto el Sol se empañó detrás de unos barrotes
        (Que la madre celestial se apiade de nosotros)
como si tras las rejas de un calabozo nos mirase
        con un rostro ancho y ardiente.
«¡Ay! (pensé yo, y mi corazón latió con fuerza)
        ¡Cuán deprisa se acerca y se aproxima!
¡Son esas sus Velas, las que miran hacia el Sol
        como telarañas incansables?
«¡Son estas sus costillas desnudas, que empañaron
        al sol que tras ellas nos miraba?
¿Y son estos dos toda, toda su tripulación,
        esa mujer y su descarnado Compañero?
«Sus huesos eran negros, llenos de grietas,
        todos desnudos y negros, de tal opinión era;
de azabache y mondos, salvo allí donde carcomidos
por los mohos de la humedad, y la costra del osario
        se cubrían de parches de púrpura y de verde.
«Sus labios son rojos, despejada su mirada,
        sus bucles amarillos como el oro:
su piel blanca como la lepra,
y mucho más se parece a la Muerte que su acompañante;
        helado al aire calmo vuelven sus carnes.
El desnudo Casco se acercó a nuestro costado
        y la Pareja aquella jugaba a los dados;
«¡El Juego ha terminado! ¡He ganado, he ganado!»
        dice ella, dando tres silbidos.
«Un soplo de viento se levanta a popa
        y silba entre sus huesos;
por los huecos de sus ojos y por el hueco de su boca
        silba a medias y a medias gime.
«Sin un solo susurro del Mar
        Allá se aleja deprisa la espectral Nave;
mientras surgen por encima de las rejas del Oriente
los cuernos de la Luna, con una Estrella reluciente
        casi entre sus puntas.
«Uno tras otro bajo los cuernos de la Luna
        (¡Escúchame, oh desconocido!)
todos volvieron sus caras con una mueca de dolor agudo
        y me maldijeron con su mirada.
«Cuatro veces cincuenta hombres con vida,
        sin un solo suspiro, sin una sola queja,
dando un gran golpe, como una masa sin vida
        fueron cayendo uno tras otro.
«Sus almas se escaparon de sus cuerpos,—
        volaron hacia la bienaventuranza o la perdición
y cada una de las almas pasó a mi lado,
        como el zumbido de mi Ballesta.»
IV
«¡Te tengo miedo, anciano Marinero!
        Me da miedo tu mano descarnada;
Y además eres larguirucho, y flaco, y muy tostado
        como lo es la ondulada arena del Mar.
«Te temo a ti y a tus ojos relucientes
        y a tu mano descarnada tan oscura—»
«¡No temas, no temas, invitado de la boda!
        Que no cayó sin vida este cuerpo.
«Solo, solo, en verdad completamente solo
        solo en la ancha inmensidad del Mar;
y Cristo no habría de tener compasión
        de mi alma en agonía.
«¡Tantos hombres tan hermosos,
        y todos ellos yacían muertos!
Y un millón de millones de cosas repugnantes
        seguían vivas—como yo.
«Miré hacia el Mar putrefacto,
        y al instante retiré los ojos;
miré hacia la cubierta fantasma,
        y allí yacían los muertos.
«Miré al Cielo, e intenté rezar;
        mas en cuanto había terminado una oración,
un susurro maligno me alcanzaba y me volvía
        el corazón tan seco como el polvo.
«Cerré los párpados y los mantuve bien cerrados,
        hasta que los globos de los ojos me latían intensamente;
porque el cielo y el mar, y el mar y el cielo
sobre mis ojos cansados pesaban como una carga insoportable,
        y los muertos estaban a mis pies.
«El sudor frío se fundía en sus cuerpos:
        ni se descomponían, ni apestaban;
la mirada con la que me contemplaban,
        nunca jamás se me ha olvidado.
«La maldición de un huérfano al Infierno arrastraría
        a un espíritu de lo alto:
Mas, ¡ah!, ¡más terrible es que todo eso
        la maldición de los ojos de un muerto!
Durante siete días y siete noches contemplé aquella maldición,
        y a pesar de ello morir no pude.
«La Luna inquieta caminaba por el cielo
        y en ningún lugar se detenía:
con calma iba ascendiendo
        con una estrella o dos al lado.
«Sus rayos imitaban el sofoco de las aguas,
        como escarcha matutina se extendían;
mas allí donde se extendían la sombra enorme del barco,
las aguas encantadas siempre ardían
        con un rojo tranquilo y terrible.
«Más allá de la sombra del navío
        contemplaba las serpientes de las aguas:
se movían dejando estelas de blanco resplandor;
y cuando se erguían, la luz encantada
        se convertía en copos canos.
«Dentro de la sombra del navío
        contemplaba su atavío tan suntuoso:
azules, de un verde brillante, y de negro terciopelo
se enroscaban y nadaban, y cada estela
        era un relámpago de fuego dorado.
«¡Ah felices criaturas vivientes! no hay lengua
        que declarar pueda su belleza:
¡un torrente de amor brotó de mi corazón,
        y las bendije sin haberme dado cuenta!
De seguro que mi santo patrón se apiadó de mí,
        y las bendije sin haberme dado cuenta.
«En aquel preciso instante fui capaz de rezar;
        y de mi cuello entonces liberado
se desplomó el Albatros, y se hundió
        como plomo en el mar.»

V
«¡Oh sueño, en verdad eres bendita cosa,
        amado del uno al otro polo!
A la Virgen María gracias sean dadas
que del cielo envió el amable sueño
        que se deslizó en mi alma.
«Los tristes cubos en cubierta
        tanto tiempo habían permanecido,
soñé que estaban llenos de rocío
        y cuando me desperté estaba lloviendo.
«Tenía los labios mojados, tenía fría la garganta,
        toda la ropa empapada tenía;
de seguro que había bebido en sueños
        y que mi cuerpo aún seguía bebiendo.
«Me moví y no fui capaz de sentir mis miembros,
        me sentía tan ligero, que casi
pensé que me había muerto en sueños,
        y me había convertido en un Espíritu bienaventurado.
«¡El rugir del viento! rugía allá a lo lejos,
        y a acercarse no llegaba;
mas con su ruido las velas se agitaron
        aunque estaban tan raídas y resecas.
«En lo más alto el aire estalla en vida,
        Y un centenar de lustrosos gallardetes
de un lado a otro se agitan con premura;
Y de un lado a otro, y yendo y viniendo
        entre ellos bailan las estrellas.
«El viento que se acerca ruge con mayor fiereza;
        suspiran las velas, como juncos en el agua:
la lluvia a mares se derrama desde una nube negra
        y tan solo se ve un borde de la Luna.
«¡Escucha!, ¡escucha!, se ha rasgado la densa nube negra,
        y la Luna se encuentra en su costado:
como las aguas que desde un alto risco se desploman,
el relámpago cae sin dar un sólo quiebro,
        un río ancho y escarpado.
«El viento fuerte alcanzó la nave: ¡rugió
        y cesó, cayó como una piedra!
Bajo los relámpagos y la luna
        los muertos lanzaron un gemido.
«Gimieron, se alborotaron, se levantaron todos,
        no hablaban, ni movían los ojos:
habría sido extraño, hasta en un sueño
        haber visto a aquellos muertos levantarse.
«El timonel mantuvo el curso, la nave seguía en movimiento;
        mas no soplaba brisa alguna;
los Marineros, todos se pusieron a atender las jarcias,
        allí donde estaban sus puestos:
alzaban sus miembros como herramientas sin vida—
        éramos una espectral tripulación.
«El cuerpo del hijo de mi hermano
        se alzaba codo con codo junto a mí:
el cadáver y yo halábamos de la misma jarcia,
        mas nada me decía—
¡y yo me estremecía al pensar que mi propia voz
        habría de ser temible!
«Con la aurora llegó la luz del día—dejaron caer los brazos,
        y se apiñaron en derredor del mástil:
dulces sonidos brotaron lentamente de sus bocas
        y fueron saliendo de sus cuerpos.
«Dando vueltas, dando vueltas, volaba cada dulce sonido,
        y entonces se afanaba hacia el sol a toda prisa:
lentamente los sonidos regresaban
        ya mezclados, ya uno a uno.
«A veces como si fuera cayéndose del cielo
        a la Alondra oí cantar;
A veces todos cuantos pajarillos hay
        parecían llenar el mar y el aire
con su dulce parloteo.
«Y entonces fue como si tocaran todos los instrumentos,
        ahora como una flauta solitaria;
y luego como la canción de un ángel
        que hace enmudecer los cielos.
«Cesó: mas aún las velas siguieron produciendo
        un ruido agradable hasta que llegó el mediodía,
un ruido como el de un arrollo oculto
        en el boscoso mes de junio,
que a los dormidos bosques cada noche
        canta una canción que arrulla su reposo.
«¡Escucha, ah, escucha, Invitado de la boda!»
        «¡Marinero! se ha realizado tu deseo:
porque eso que brota de tus ojos, provoca
        que a mi cuerpo y mi alma quietos se queden.»
«Nunca se contó cuento más triste
        a un hombre nacido de mujer:
¡más triste y más sabio serás tú, invitado de la boda!
        Habrás de levantarte para ver el alba del mañana.
«Nunca se escuchó cuento más triste
        por un hombre nacido de mujer:
todos los Marineros volvieron a sus labores
        tan silenciosos como antes.
«Los Marineros se pusieron a tensar las jarcias,
        mas ninguno a mí quería mirarme;
pensé yo: soy delgado como el aire—
        y no pueden contemplarme.
«Hasta mediodía en silencio seguimos navegando
        mas ni un atisbo de brisa soplaba:
lenta y suavemente se movía el barco
        avanzaba hacia delante impulsado por abajo.
«Bajo la quilla a la profundidad de nueve brazas
        desde la tierra de bruma y de la nieve
aquel espíritu se deslizaba: y era Él
        el que hacía avanzar la Nave
Las velas a mediodía abandonaron sus compases
        y el Buque del mismo modo se detuvo.
«El sol justo sobre el mástil
        lo había anclado en el océano:
mas al cabo de un minuto comenzó a agitarse
        con un súbito e intranquilo movimiento—
atrás y adelante en la mitad de su eslora
        con un súbito e intranquilo movimiento.
«Luego, como al soltar las riendas de un caballo que piafa nervioso,
        dio un salto repentino:
se me subió toda la sangre a la cabeza,
        y caí en un desmayo.
«Cuanto tiempo permanecí en aquel estado,
        es cosa que no es preciso contaros;
mas antes de que regresase la fuerza de la vida,
oí y en mi espíritu discernir pude
        dos voces en el aire.
«'¿Es este aquél?' decía una, '¿Es este ese hombre?'
        'Por aquel que murió en la cruz,
que con su cruel ballesta hizo que para siempre tendido quedase
        el inofensivo Albatros.'
«'El espíritu que mora solitario
        en la tierra de la bruma y de la nieve,
amaba al ave que amaba al hombre
        que con su ballesta le dio muerte.'
«La otra era una voz más dulce,
        tan dulce como un rocío de mieles:
dijo que aquel hombre había hecho penitencia,
        y que más penitencia aún de hacer habría.»

VI
PRIMERA VOZ
'Más cuéntame, cuéntame! vuelve a hablar,
        renueva tu tranquila respuesta—
¿Qué es lo que hace que el buque avance tan deprisa?
        ¿Qué es lo que el Océano hace?'
SEGUNDA VOZ
'Inmóvil como un Esclavo ante su Amo,
        el Océano no mostraba fuerza alguna:
su gran ojo reluciente en el mayor de los silencios
        hacia la luna ha dirigido—
'Si poder supiera qué rumbo tomar,
        pues le guía con suavidad o con rudeza.
Mira, hermano, mira! con cuánta gracia
        le contempla allí debajo.'
PRIMERA VOZ
'¿Mas qué es lo que impulsa al buque tan de prisa
        sin que haya olas ni viento?'
SEGUNDA VOZ
'El aire queda cortado allá delante,
        y se cierra a sus espaldas.
'¡Vuela, hermano, vuela! más alto, más alto,
        que si no nos veremos retrasados:
porque más y más despacio habrá de navegar el buque,
        cuando el trance del Marino amaine.'
«Desperté, y seguíamos navegando
        como en tiempo de bonanza:
era de noche, una noche en calma, la luna estaba en lo alto;
        los muertos se pusieron en pie todos juntos.
«Todos juntos en pie sobre cubierta,
        que mejor hubiera sido osario y calabozo:
y en mí clavaron sus petrificados ojos
        que a la luz de la luna relucían.
«El dolor, la maldición con que murieron,
        jamás cesó completamente:
y no podía apartar mis ojos de los suyos
        ni rezar levantándolos al cielo.
«Y en aquel instante se rompió el encantamiento
        y pude mover los ojos:
dirigí la vista adelante hacia lo lejos, mas vi poco
        de aquello que podría haberse contemplado.
«Como aquel, que en un camino solitario
        anda lleno de miedos y temores,
y habiéndose una vez dado la vuelta sigue andando
        y nunca más habrá de volver la vista atrás:
porque sabe que un demonio espantoso
        con paso firme se aproxima a sus espaldas.
«Mas pronto sopló el viento sobre mí,
        sin hacer sonido ni movimiento alguno:
no se sentía sobre el mar su paso
        ni en las olas, ni en las sombras.
«Me levantó el cabello, me abanicó en la mejilla,
        como una brisa del prado en primavera—
se entremezcló de forma extraña con mis miedos
        y como una bienvenida se sentía sin embargo.
«Deprisa, deprisa empezó a volar el barco,
        y no obstante navegaba suavemente:
dulcemente soplaba la brisa dulcemente—
        solo sobre mí soplaba.
«¡Ah sueño lleno de alegría! ¿En verdad es este
        que veo el promontorio del faro?
¿Es éste el Monte? ¿Es esta la Iglesia?
        ¿Es éste mi país de nacimiento?
«Hicimos deriva por la barra del Puerto,
        y yo rezaba entre sollozos—
¡Oh Dios mío, ojalá que esté despierto!
        ¡O permíteme que duerma para siempre!
«La bahía del puerto estaba clara como el cristal,
        ¡Con tanta tranquilidad en aquel punto se extendía!
Y en la bahía iluminada por la luz de la luna,
        la sombra de la luna se acostaba.
«La claridad de la luna iluminaba toda la bahía
        hasta que levantándose de ella,
una multitud de formas, que no eran más que sombras,
        como saliendo de antorchas se acercaron.
«A poca distancia de la proa
        aquellas sombras se tornaron rojo oscuro;
mas al poco observé que mi propia carne
        estaba encendida en un rojo resplandor.
«Volví la cabeza lleno de miedo y de temores,
        y por la santa cruz,
los cadáveres habían avanzado y entonces
        en pie se alzaban ante el mástil.
«Levantaron sus rígidos brazos derechos,
        los mantuvieron extendidos, rígidos;
y cada brazo derecho ardía como una antorcha,
        una antorcha que se sostiene en alto.
Sus ojos petrificados seguían reluciendo
        bajo la luz rojiza tamizada por el humo.
«Recé y volví la cabeza hacia otro lado
        mirando al frente como antes.
No había brisa en la bahía,
        no rompían las olas en la orilla.
«Brillaba el resplandor del acantilado, y no menos la iglesia
        que se alza sobre el acantilado:
la luz de la luna en el silencio destacaba
        a la veleta inmóvil.
«Y blanca estaba la bahía bajo la luz silenciosa,
        hasta que alzándose de ella
una multitud de formas, que sombras eran,
        se acercaron con sus colores carmesíes.
«A escasa distancia de la proa
        estaban aquellas sombras encarnadas:
volví los ojos hacia la cubierta—
        ¡Ay, Cristo! ¿Qué es lo que vi yo en aquel sitio?
«Todos los cadáveres estaban tendidos,
        sin vida y tendidos; y por la santa Cruz
un hombre que era todo luz, un serafín humano
        de pie estaba junto a cada cadáver.
«Esa reunión de serafines, todos agitando los brazos,
        era una visión celestial:
se alzaban como haciéndole señales a la tierra,
        cada uno era una luz maravillosa.
«Esa reunión de serafines, todos agitando los brazos,
        ninguna voz dejaba escuchar—
ninguna voz; mas ¡Ah! el silencio penetraba
        como música en mi corazón.
«Al poco escuché el ruido quedo de los remos,
        oí el saludo del piloto:
mi cabeza por fuerza se volvió
        y vi como aparecía un bote.
«Entonces todas aquellas luces maravillosas se desvanecieron;
        los cadáveres a alzarse se volvieron:
con pasos silenciosos, cada cual a su puesto,
        fue volviendo la fantasmal tripulación.
El viento, que no hacía visos ni hacía movimiento,
        sobre mí solo soplaba.
«Al piloto y al muchacho del piloto
        escuché acercarse a toda prisa:
¡Señor del Cielo! que alegría,
        que los muertos no pudieron hacer eco.
«Vi a un tercero—oí su voz:
        ¡Era el buen Ermitaño!
Canta con voz potente sus himnos llenos de bondad
        que compone en el bosque.
Otorgará el perdón a mi alma, lavará para siempre
        la sangre del Albatros.»
VII
«Ese buen Ermitaño vive en aquel bosque
        cuyas laderas bajan hasta el mar.
¡Con cuánta fuerza eleva su voz dulce!
        Le gusta hablar con los Marinos
que vienen de un País lejano.
«Se arrodilla al alba, al mediodía, y por la tarde—
        tiene un hermoso cojín:
el musgo, que esconde por completo
        el viejo tocón del Roble carcomido.
«Se acercó el Esquife: les oí hablar,
        '¡Vaya, qué extraño, me parece!
¿Dónde están aquellas luces, tantas y tan bellas
        que ha poco hacían señales?'
'¡A fe mía que es extraño!' dijo el Ermitaño—
        'Y no han dado respuesta a nuestros gritos.
Las tablas están torcidas, y mirad esas velas
        ¡cómo están de raídas y resecas!
jamás vi nada a ellas parecido
        sino acaso quizá.
'Los esqueletos de las hojas rezagadas
        a lo largo del arroyo de mi bosque:
cuando la hiedra está cargada de nieve,
y ulula el Búho al lobo que debajo
        devora los lobeznos de la loba.'
'¡Señor del Cielo! tiene una diabólica apariencia—
        (respondió así el Piloto)
'Estoy amedrentado.'—¡Adelante, adelante!'
        dijo el Ermitaño alegremente.
«La Barca se acercó a la Nave,
        ¡Mas yo no me moví ni dije una palabra!
La Barca llegó a estar bajo la sombra de la Nave,
        ¡Y un sonido apagado se escuchó entonces!
«Bajo las aguas atronaba,
        cada vez con mayor fuerza y mayor miedo:
llegó a la Nave, le quebró la crujía;
        la Nave se hundió como si de plomo fuese.
«Aturdido por aquel ruido temible y poderoso,
        que afligió al cielo y al océano:
como aquel que ya hace siete días que se ha ahogado
        mi cuerpo quedó a flote:
mas, con la rapidez de un sueño, me encontré de pronto
        en la barca del Piloto.
«En el remolino, donde la Nave se había hundido,
        la barca daba vueltas
y más vueltas: y todo estaba en silencio, salvo el monte
        que se hacía eco del sonido.
«Moví los labios: el Piloto se estremeció
        y cayó al suelo en un desmayo
El santo Ermitaño alzó los ojos
        y se puso a rezar desde su asiento.
«Cogí los remos: el muchacho del Piloto,
        que en aquel punto se había vuelto loco,
se rió a voces durante un largo rato, y mientras tanto
        sus ojos iban de una lado para otro,
'¡Ja! ¡ja!—nos dijo—'ahora veo a las claras,
        que sabe remar este demonio.'
«Y entonces en mi País de origen,
        ¡pisé al fin la tierra firme!
El Ermitaño salió entonces de la barca,
        y a duras penas en pie podía mantenerse.
«¡Ah, confesión, confesión, Hombre bendito!
        El Ermitaño frunció el ceño—
'Dime al punto,' me dice, 'te exijo que me digas
        qué clase de hombre eres tú.'
«Al instante todo mi cuerpo se contrajo
        en una agonía dolorosa,
que me obligó a comenzar mi relato
        y solo entonces quedé yo liberado.
«Desde entonces en hora incierta,
        unas veces con frecuencia, otras veces se demora
esa angustia me alcanza y a contar me obliga
        mi aventura espeluznante.
«Voy, como la noche, de un lugar a otro;
        tengo un extraño don de la elocuencia;
y en el instante en que veo su rostro
sé cuál es el hombre que habrá de escucharme;
        a ése le cuento mi relato.
«¡Qué gran estrépito estalla en esa puerta!
        Allí están los Invitados de la boda;
mas en la enramada del Jardín la Novia
        y las Damas de la novia están cantando;
y escucha: la campanilla de las Vísperas
        que me pide recogerme en oración.
«¡Ah, Invitado de la boda! este alma ha estado
        sola en un mar ancho, muy ancho:
tan solitaria estuvo, que el mismo Dios
        apenas parecía estar en aquel sitio.
«Ah, más dulce que la fiesta de la Boda,
        mucho más dulce me resulta
ir caminando hacia la Iglesia
        con una buena compañía.
«Ir caminando hacia la Iglesia
        y rezar todos juntos,
mientras cada cual ante su padre celestial se inclina,
viejos, y niños, y amigos que se quieren,
        y Jóvenes, y Doncellas alegres.
«¡Adiós, adiós! ¡mas todo esto te cuento
        a ti, invitado de la boda!
Bien reza quien bien ama
        tanto a los hombres como a las aves y a las bestias.
«Mejor reza quien mejor ama,
        todas las cosas grandes y pequeñas:
pues el Dios al que amo, que nos ama a nosotros,
        creó y ama todo cuanto existe.»
El Marino, que tiene los ojos relucientes,
        que tiene la barba cana por la edad,
se ha marchado; y entonces el invitado de la boda
        se volvió de la puerta del novio.
Se fue, como aquel que queda aturdido
        y ha perdido el sentido todo:
convertido en un hombre más triste y más sabio
        se levantó a la mañana siguiente.

LA VIDA DE MAIAKOVSKI por VLADIMIR MAIAKOVSKI



Inquietos por el llanto de banqueros,
señores y señoras en su cubil
salieron,
haciendo sonar el oro.
"Si el corazón es todo en la vida,
para qué,
para qué se junta el dinero."
¿Cómo se atreven a cantar?
¿Quién les ha dado el derecho?
¿Quién les ordenó intimar con los días?
¡Encerrad el cielo en cañerías!
¡Torced la tierra en sinuosas calles!
Yo me vanagloriaba,
tengo manos.
Debería tomar el fusil,
y no perder el tiempo con las caricias del
/verano.
¡Entonces no tiene remedio!
Así quedaré brusco y tajante como un erizo.
¡Lengua, escupe los chismes!
Acorralado en un rincón terrestre,
arrastro mi yugo cotidiano,
y en el cerebro suena implacable:
"La ley",
y en el corazón otra cadena:
"La religión".
La mitad de mi vida ya ha pasado y ahora no
/me libraré,
de los mil ojos de la vigilancia del carcelero,
linternas, linternas, linternas...
Estoy prisionero.
¡No tengo salvación!
Prisionero de la tierra maldita.
A todos los bañaría con mi amor.
Y mi casa sería un Océano.
Grito...
y nada.
Suena el llavero.
Aparece la mueca del carcelero.
Arroja por la mirilla,
un pedazo de carne podrida.
Lanzo una exclamación y luego una carcajada.
Delirio con delirio febril.
Suena encadenado a mis pies,
el peso del globo terrestre.
Cerraron mis ojos,
con llave de oro.
No les hace falta un ciego.
Para siempre,
estoy encerrado,
en la oscuridad de esta novela sin sentido.
¡Abajo la carga pesada,
de las falsas invenciones!
¡Viva la rebelión de las musas condenadas!
Los que creen en los pavos reales,
si no son más que un invento de Brehem.
Los que creen en las rosas,
si son inventadas por ociosos botánicos,
transmitid de generacion en generacion,
mi descripción impecable de la tierra.
Rompiendo el arco de los meridianos,
y de las latitudes del atlas,
cruzan espumantes,
los francos,
los rublos,
los dólares,
los yens,
y los marcos,
sonando su oro cambiante.
Se hunden los genios, los caballos, las gallinas,
se hunden los elefantes, los violines.
Las cosas pequeñas y grandes.
Y oigo el sonido pegajoso,
en el oído,
en la garganta,
en la nariz, en todas partes:
"¡Socorro!"
Nadie oye este gemido inaccesible.
En el centro
de una alfombra rodeada de un fleco impasible,
cual una isla de flores,
está él,
el Vencedor Todopoderoso,
mi rival,
mi enemigo invencible.
De elegante pantalón rayado de seda,
con lunares delicados en sus finas medias,
la corbata de colores,
y el chaleco cruzado
por una cadena.
Todos se rinden a su alrededor.
Pero como en el cielo,
en honor de su raza claman:
¡Bra-a-vo!
¡Vi-i-va-a!
¡Urra-ah!
¡Ban-Zey!
¡Hoj!
¡Hip-hip!
¡Vive!
¡Osanna!
A los profetas los acusan de un poder atronador.
Son imbéciles.

Es que él lee a Locke.
Le gusta.
Sacude la barriga a fuerza de carcajadas,
y echan luces los dijes de su cadena de oro.
Quedamos mudos,
escuchando de pie
la historia de Grecia.
Pensamos,
¿será posible,
dónde,
cuándo?
Pero al finado Fidias le ordenaron:
-¡Quiero,
mujeres corpulentas de mármol!
Son las cuatro,
es un buen pretexto:
-"Esclavos,
quiero almorzar de nuevo."
Y Dios, su fiel cocinero,
inventa faisanes de arcilla.
Se estira,
y continúa la labor.
Modela una hembra hecha para el amor.
-"¿Quieres conseguir la estrella
más valiosa del firmamento?"


Y he aquí, para él,
una legión de Galileos asciende
a las estrellas por los ojos de los telescopios.
Se estremece el cuerpo de las revoluciones,
cambian los arrieros de nuevas tropillas
/humanas,
pero a ti dueño de corazones sin coronar,
no te arrasa ningún motín.

EL CUERVO por EDGAR ALLAN POE



Cierta noche aciaga, cuando, con la mentecansada,
meditaba sobre varios libracos de sabiduría ancestral
y asentía, adormecido, de pronto se oyó un rasguido,
como si alguien muy suavemente llamara a mi portal.
"Es un visitante -me dige-, que está llamando al portal;
sólo eso y nada más."

¡Ah, recuerdo tan claramente aquel desolado diciembre!
Cada chispa resplandeciente dejaba un rastro espectral.
Yo esperaba ansioso el alba, pues no había hallado calma
en mis libros,ni consuelo a la perdida abismal
de aquella a quien los ángeles Leonor podrán llamar
y aquí nadie nombrará.

Cada crujido de las cortinas purpúreas y cetrinas
me embargaba de dañinas dudas y mi sobresalto era tal
que, para calmarr mi angustia repetí con voz mustia:
"No es sino un visitante que ha llegado a mi portal;
un tardío visitante esperando en mi portal.
Sólo eso y nada más".

Mas de pronto me animé y sin vacilación hablé:
"Caballero -dije-, o señora, me tendréis que disculpar
pues estaba adormecido cuando oí vuestro rasguido
y tan suave había sido vuestro golpe en mi portal
que dudé de haberlo oído...", y abrí de golpe el portal:
sólo sombras, nada más.

La noche miré de lleno, de temor y dudas pleno,
y soñé sueños que nadie osó soñar jamás;
pero en este silencio atroz, superior a toda voz,
sólo se oyó la palabra "Leonor", que yo me atreví a susurrar...
sí, susurré la palabra "Leonor" y un eco volvióla a nombrar.
Sólo eso y nada más.

Aunque mi alma ardía por dentro regresé a mis aposentos
pero pronto aquel rasguido se escuchó más pertinaz.
"Esta vez quien sea que llama ha llamado a mi ventana;
veré pues de qué se trata, que misterio habrá detrás.
Si mi corazón se aplaca lo podré desentrañar.
¡Es el viento y nada más!".

Mas cuando abrí la persiana se coló por la ventana,
agitando el plumaje, un cuervo muy solemne y ancestral.
Sin cumplido o miramiento, sin detenerse un momento,
con aire envarado y grave fue a posarse en mi portal,
en un pálido busto de Palas que hay encima del umbral;
fue, posóse y nada más.

Esta negra y torva ave tocó, con su aire grave,
en sonriente extrañeza mi gris solemnidad.
"Ese penacho rapado -le dije-, no te impide ser
osado, viejo cuervo desterrado de la negrura abisal;

¿cuál es tu tétrico nombre en el abismo infernal?"
Dijo el cuervo: "Nunca más".

Que una ave zarrapastrosa tuviera esa voz virtuosa
sorprendióme aunque el sentido fuera tan poco cabal,
pues acordaréis conmigo que pocos habrán tenido
ocasión de ver posado tal pájaro en su portal.
Ni ave ni bestia alguna en la estatua del portal
que se llamara "Nunca más".

Mas el cuervo, altivo, adusto, no pronunció desde el busto,
como si en ello le fuera el alma, ni una sílaba más.
No movió una sola pluma ni dijo palabra alguna
hasta que al fin musité: "Vi a otros amigos volar;
por la mañana él también, cual mis anhelos, volará".
Dijo entonces :"Nunca más".

Esta certera respuesta dejó mi alma traspuesta;
"Sin duda - dije-, repite lo que ha podido acopiar
del repertorio olvidado de algún amo desgraciado
que en su caída redujo sus canciones a un refrán:
"Nunca, nunca más".

Como el cuervo aún convertía en sonrisa mi porfía
planté una silla mullida frente al avi y el portal;
y hundido en el terciopelo me afané con recelo
en descubrir que quería la funesta ave ancestral
al repetir: "Nunca más".

Esto, sentado, pensaba, aunque sin decir palabra
al ave que ahora quemaba mi pecho con su mirar;
eso y más cosas pensaba, con la cabeza apoyada
sobre el cojín purpúreo que el candil hacía brillar.
¡ Sobre aquel cojín purpúreo que ella gustaba de usar,
y ya no usará nunca más!.

Luego el aire se hizo denso, como si ardiera un incienso
mecido por serafines de leve andar musical.
"¡Miserable! -me dije-. ¡Tu Diós estos ángeles dirige
hacia ti con el filtro que a Leonor te hará olvidar!
¡Bebe, bebe el dulce filtro, y a Leonor olvidarás!".
Dijo el cuervo: "Nunca más".

"¡Profeta! -grité-, ser malvado, profeta eres, diablo alado!
¿Del Tentador enviado o acaso una tempestad
trajo tu torvo plumaje hasta este yermo paraje,
a esta morada espectral? ¡Mas te imploro, dime ya,
dime, te imploro, si existe algun bálsamo en Galaad!"
Dijo el cuervo: "Nunca más".

"¡Profeta! -grité-, ser malvado, profeta eres, diablo alado!
Por el Diós que veneramos, por el manto celestial,
dile a este desventurado si en el Edén lejano
a Leonor , ahora entre ánngeles, un día podré abrazar".
Dijo el cuervo: "¡Nunca más!".

"¡Diablo alado, no hables más!", dije, dando un paso atrás;
¡Que la tromba te devuelva a la negrura abisal!
¡Ni rastro de tu plumaje en recuerdo de tu ultraje
quiero en mi portal! ¡Deja en paz mi soledad!
¡Quita el pico de mi pecho y tu sombra del portal!"
Dijo el cuervo: "Nunca más".

Y el impávido cuervo osado aun sigue, sigue posado,
en el pálido busto de Palas que hay encima del portal;
y su mirada aguileña es la de un demonio que sueña,
cuya sombra el candil en el suelo proyecta fantasmal;
y mi alma, de esa sombra que allí flota fantasmal,
no se alzará...¡nunca más!.

EL HOMBRE DEL HASCHISCH por LORD DUNSANY




El otro día asistía a una comida en Londres. Las señoras se habían retirado al piso de arriba, y nadie se sentaba a mi derecha; a mi izquierda tenía a un hombre a quien no conocía, pero que evidentemente sabía mi nombre, porque al cabo de un rato se volvió hacia mí y me dijo: 
-He leído en una revista un cuento suyo sobre Bethmoora. 
Por supuesto, recordé el cuento. Era el cuento de una hermosa ciudad oriental súbitamente abandonada un día, nadie sabe por qué. Respondí: 
-­¡Oh, sí! -y busqué con calma en mi mente alguna fórmula de reconocimiento más adecuada al encomio que me había dedicado su memoria. 
Pero quedé asombrado cuando me dijo: "Está usted en un error respecto a la enfermedad del gnousar; no fue nada de eso." 
Yo repuse: “¿Cómo? ¿Ha estado usted allí?
Y él dijo: "Sí; voy a veces con el haschisch. Conozco Bethmoora bastante bien." Y sacó del bolsillo una cajita llena de una sustancia negra parecida a la brea, pero con un olor extraño. Me advirtió que no la tocara con los dedos, porque me quedaría la mancha para muchos días. "Me la regaló un gitano", dijo. "Tenía cierta cantidad, porque era lo que había terminado por matar a su padre." Mas le interrumpí, pues anhelaba conocer de cierto por qué había sido abandonada Bethmoora, la hermosa ciudad, y por qué súbitamente huyeron de ella todos sus habitantes en un día, ¨¿Fue por la maldición del Desierto?", pregunté. Y él dijo: "En parte fue la cólera del Desierto y en parte el aviso del emperador Thuba Mleen, porque esta espantosa bestia estaba en cierto modo emparentada con el Desierto por línea de madre." 
Y me contó esta extraña historia: "Usted recuerda al marinero de la negra cicatriz que estaba en Bethmoora el día descrito por usted, cuando los tres mensajeros llegaron jinetes en sendas mulas a la puerta de la ciudad y huyó toda la gente. Encontré a este hombre en una taberna bebiendo ron y me contó el éxodo de Bethmoora, pero tampoco sabía en qué consistiera el mensaje ni quién lo había enviado. Sin embargo, dijo que quería ver de nuevo a Bethmoora, otra vez que tocase en puerto de Oriente, aunque tuviera que habérselas con el mismo diablo. Decía con frecuencia que quería encontrarse cara a cara con el diablo para descubrir el misterio que vació en un solo día a Bethmoora. Y al fin acabó por verse con Thuba Mleen, cuya refinada ferocidad no había él imaginado. Pero un día me dijo el marinero que había encontrado barco, y no volví a hallarle en la taberna bebiendo ron. Fue por entonces cuando el gitano me regaló el haschisch, del que guardaba una cantidad sobrante. Literalmente, le saca a uno de sí mismo. Es como unas alas. Vuela usted a distantes países y entra en otros mundos. Una vez descubrí el secreto del universo. He olvidado lo que era, pero sé que el Creador no toma en serio la Creación, porque recuerdo que Él se sentaba en el Espacio frente a toda Su obra y reía. He visto cosas increíbles en espantosos mundos. De la misma suerte que su imaginación le lleva a usted allí, sólo por la imaginación puede usted volver. Una vez encontré en el éter a un espíritu fatigado y vagabundo que había pertenecido a un hombre a quien las drogas habían matado cien años antes, y me llevó a regiones que jamás había yo imaginado; nos separamos coléricos más allá de las Siete Cabrillas, y no pude imaginar mi camino de retorno. Y hallé una enorme forma gris, que era el espíritu de un gran pueblo, tal vez de una estrella entera, y le supliqué me indicara el camino de mi casa, y se detuvo a mi lado como un viento súbito y señaló, y hablando muy quedo, me preguntó si distinguía allí cierta lucecilla, y yo veía una débil y lejana estrella, y entonces me dijo: "Es el Sistema Solar", y se alejó a tremendas zancadas. Imaginé como pude mi camino de retorno, y a un tiempo justo, porque mi cuerpo estaba a punto de quedarse tieso sobre una silla en mi cuarto; el fuego se había extinguido y todo estaba frío, y tuve que mover todos mis dedos uno por uno, y había en ellos alfileres y agujas, y terribles dolores en las uñas, que empezaban a deshelarse. Al fin logré mover un brazo y alcanzar la campanilla, y nadie vino en un largo rato, porque todos estaban acostados; pero al cabo un hombre apareció, y trajeron a un médico; y él dijo que era una intoxicación de haschisch; pero todo hubiera ocurrido a pedir de boca si no hubiera topado con el cansado espíritu vagabundo. 
"Podría contarle a usted cosas sorprendentes que he visto; pero usted quiere saber quién envió el mensaje a Bethmoora. Pues bien, fue Thuba Mleen. 
"He aquí cómo lo he sabido. Yo iba a menudo a la ciudad después de aquel día que usted describió (yo acostumbraba a tomar el haschisch todas las tardes en mi casa), y siempre la encontré deshabitada. Las arenas del desierto habían invadido la ciudad, y las calles estaban amarillas y llanas, y en las abiertas puertas, que batían el aire, se amontonaba la arena. 
"Una tarde monté una guardia junto al fuego, y, acomodado en una silla, mastiqué mi haschisch; y la primera cosa que vi al llegar a Bethmoora fue el marinero de la negra cicatriz, que paseaba calle abajo, dejando las huellas de sus pies en la amarilla arena. Y entonces comprendí que iba a ver el secreto poder que mantenía despoblada a Bethmoora. 
"Vi que el Desierto había montado en cólera, porque nubes tempestuosas se hinchaban en el horizonte y se oía el mugido de la arena. 
"Bajaba el marinero por la calle escudriñando las casas vacías; unas veces gritaba y otras cantaba, o escribía su nombre en una pared de mármol. Luego se sentó en un peldaño y comió su ración. Al cabo de algún tiempo se aburrió de la ciudad y volvió calle arriba. Cuando llegaba a la puerta de cobre verde aparecieron tres hombres montados en camellos. 
"Yo no podía hacer nada. Y no era más que una conciencia invisible, vagabunda; mi cuerpo estaba en Europa. El marinero se defendió bien con sus puños; pero al fin fue reducido y amarrado con cuerdas e internado en el Desierto. 
"Le seguí cuanto pude, y vi que se dirigían por el camino del Desierto, rodeando las montañas de Hap, hacia Utnar Véhi, y entonces conocí que los hombres de los camellos pertenecían a Thuba Mleen. 
"Yo trabajo todo el día en una oficina de seguros, y espero que no me olvidará  si desea hacer algún seguro de vida, contra incendio o de automóviles; pero esto nada tiene que ver con mi historia. 
"Estaba impaciente, ansioso por volver a mi casa, aunque no es saludable tomar haschisch dos días seguidos; mas anhelaba ver lo que harían con el pobre hombre, porque a mi oído habían llegado malos rumores acerca de Thuba Mleen. Cuando por fin me vi libre, tuve que escribir una carta; llamé luego a mi criado y le di orden de que nadie me molestase; pero dejé la puerta abierta en previsión de un accidente. Después aticé un buen fuego, me senté y tomé una ración del tarro de los sueños. Me dirigía al palacio de Thuba Mleen. 
"Detuviéronme más que de costumbre los ruidos de la calle, pero de súbito me sentí elevado sobre la ciudad; los países europeos volaban raudos por debajo de mí, y a lo lejos aparecieron las finas y blancas agujas del palacio de Thuba Mleen. Le encontré en seguida al extremo de una reducida y estrecha cámara. Una cortina de rojo cuero pendía a su espalda, y en ella estaban bordados con hilo de oro todos los nombres de Dios escritos en yannés. Tres ventanitas había en lo alto. El Emperador podría tener hasta veinte años, y era pequeño y flaco. Nunca la sonrisa asomaba a su rostro amarillo y sucio, aunque sonreía entre dientes de continuo. Cuando recorrí con la vista desde la deprimida frente al trémulo labio inferior, me di cuenta de que algo horrible había en él, aunque no pude percibir qué era. Luego me percaté: aquel hombre nunca pestañeaba; y aunque después observé atentamente aquellos ojos para sorprender un parpadeo, jamás pude advertirlo. 
"Luego seguí la absorta mirada del Emperador y vi tendido en el suelo al marinero, que estaba vivo, pero horriblemente desgarrado, y los reales torturadores cumplían su obra en torno de él. Habían arrancado de su cuerpo largas túrdigas de pellejo, pero sin acabar de desprenderlas, y atormentaban los extremos de ellas a bastante distancia del marinero."  El hombre que encontré en la comida me contó muchas cosas que debo omitir. "El mannero gemía suavemente, y a cada gemido Thuba Mleen sonreía. Yo no tenía olfato, mas oía y veía, y no sé qué era lo más indignante, si la terrible condición del marinero, o el feliz rostro sin pestañeo del horrible Thuba Mleen. 
"Yo quería huir, pero no había llegado el momento y hube de permanecer donde estaba. 
"De pronto comenzó a contraerse con violencia la faz del Emperador y su labio a temblar rápidamente, y llorando de rabia, gritó en yannés con desgarrada voz al capitán de los torturadores que había un espíritu en la cámara. Yo no temía, porque los vivos no pueden poner sus manos sobre un espíritu, pero todos los torturadores espantáronse de su cólera y suspendieron la tarea, porque sus manos temblaban de horror. Luego salieron de la cámara dos lanceros, y a poco volvieron con sendos cuencos de oro rebosantes de haschisch; los cuencos eran tan grandes, que podrían flotar cabezas en ellos si hubieran estado llenos de sangre. Y los dos hombres se abalanzaron rápidamente sobre ellos y empezaron a comer a grandes cucharadas; cada cucharada hubiera dado para soñar a un centenar de hombres. Pronto cayeron en el estado del haschisch, y sus espíritus, suspensos en el aire, preparábanse a volar libremente, mientras yo estaba horriblemente espantado; pero de cuando en cuando retornaban a su cuerpo, llamados por algún ruido de la estancia. Todavía seguían comiendo, pero ya perezosamente y sin avidez. Por fin las grandes cucharas cayeron de sus manos, y se elevaron sus espíritus y los abandonaron. Mas yo no podía huir. Y los espíritus eran aún más horribles que los hombres, porque éstos eran jóvenes y todavía no habían tenido tiempo de moldearse a sus almas espantosas. Aún gemía blandamente el marinero, suscitando leves temblores en el Emperador Thuba Mleen. Entonces, los dos espíritus se abalanzaron sobre mí y me arrastraron como las ráfagas del viento arrastran a las manposas, y nos alejamos del pequeño hombre pálido y odioso. No era posible escapar a la fiera insistencia de los espíritus. La energía de mi terrón minúsculo de droga era vencida por la enorme cucharada llena que aquellos hombres habían comido con ambas manos. Pasé como un torbellino sobre Arvle Woondery, y fui llevado a las tierras de Snith, y arrastrado sobre ellas hasta llegar a Kragua, y aún más allá, a las tierras pálidas casi ignoradas de la fantasía. Llegamos al cabo a aquellas montañas de marfil que se llaman los Montes de la Locura. E intenté luchar contra los espíritus de los súbditos de aquel espantoso Emperador, porque oí al otro lado de los montes de marfil las pisadas de las bestias feroces que hacen presa en el demente, paseando sin cesar arriba y abajo. No era culpa mía que mi pequeño terrón de haschisch no pudiera luchar con su horrible cucharada..." 
Alguien sacudió la campanilla de la puerta. En aquel momento entró un criado y dijo a nuestro anfitrión que un policía estaba en el vestíbulo y quería hablarle al punto. Nos pidió licencia, salió y oímos que un hombre de pesadas botas le hablaba en voz baja. Mi amigo se levantó, se acercó a la ventana, la abrió y miró al exterior. "Debí pensar que haría una hermosa noche", dijo. Luego saltó afuera. Cuando asomamos por la ventana nuestras cabezas asombradas, ya se había perdido de vista.

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...