Mostrando las entradas con la etiqueta ENRIQUE LIHN. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta ENRIQUE LIHN. Mostrar todas las entradas

jueves, agosto 27, 2015

NATHALIE A SIMPLE VISTA por ENRIQUE LIHN


En lo real como en tu propia casa,
el secreto reside en olvidar los sueños;
poner así en peligro el sentido de la noche retirando,
uno a uno los hilos de la urdimbre
en que ella trama sus horribles dibujos,
como se gasta, en el umbral la estera, bajo el polvo.

Y bienvenidos sean los consejos del cuerpo y las
sanas costumbres de la nueva barbarie.
Quizá la práctica del Judo o el furibundo asalto a un
neumático viejo
en rue Manuel, a las seis de la mañana,
y la dulce y perdida murmuración del ombligo al
caer de la tarde; sí, atrévete a decirlo
maravillosa.

Viene del vientre la voz del paraíso. En lo real
como en su propia pulpa
el desnudo femenino corta el aliento del sueño.
Atrévete a decir que no habías mordido
sino sólo pequeños frutos ácidos.

sábado, noviembre 23, 2013

ISABEL RAWSTHORNE por ENRIQUE LIHN


Dios escupió y el hombre se hizo
El hombre eyaculó y el esqueleto cartilaginoso
de una mujer llamada Isabel Rawsthorne apareció en una
calle del Soho
charcos de carne membranosa transparentándose en lechos
clínicos.

Isabel Rawsthorne, esqueleto cartilaginoso de las calles del Soho
Una cara como un vómito
como una plasta que el ordeñador sanguinolento de lo real pisotea
con sus patas de vaca.

En el prado crece la hierba como los pendejos en el pubis de
Isabel.

La hierba que crece en el pubis del prado
embetunada de semen bajo esas dos figuras
charcos de carne membranosa transparentándose en lechos
clínicos.

En el lecho nupcial —una mesa de operaciones-
 figuras que se entrelazan como bisturíes de carne
La boca abre su corola dentada.

El rojo de la boca coronado de dientes
el ano dentado de la boca como un birrete de obispo,

Pienso en Isabel Rawsthorne para exorcizar la asfixia
de la que ella, en una calle del Soho, es un emblema
aproximativo
con su carne eyaculada por el pincel de Francis Bacon.

EL VACIADERO por ENRIQUE LIHN


No se renueva el personal de esta calle:
el elenco de la prostitución gasta su ultimo centavo en maquillaje
bajo una luz polvorienta que se le pega a la cara.
Una doble hilera de caries, dentadura de casas desmoronadas
es la escenografía de esta Danza Macabra
trivial bailongo sabatino en la pústula de la ciudad.

Es una cara conocida llena de costurones con lívidas cicatrices
bajo unos centavos de polvo, y que emerge de todas las grietas
de la ciudad, en este barrio más antiguo que el Barrio de los Alquimistas
como la cara sin cuerpo del caracol ofreciéndose en los dos sexos de su cuello andrógino
blandamente fálico y untado de baba vaginal el busto de un boxeador que
muestra las tetas en el marco de un socavón.

No avanza ni retrocede el río en este tramo descolorido y
bullente alrededor de la compuerta El mecanismo de un reloj
descompuesto cuelga como la tripa de un pescado.
de la mesita de noche

entre los rizos de una peluca rosada
La fermentación de las aguas del tiempo que se enroscan
alrededor del detritus como el caracol en su concha
el éxtasis de lo que por fin se pudre para siempre.

sábado, octubre 12, 2013

GOTERA por ENRIQUE LIHN


Espantosa confianza que pongo en ti, mujer, la 
primera en subírseme, de paso, a la ca­beza.
Desamor del que huyo enterneciéndome, y es 
demasiado fácil (diría lo real).
Se habla de la miseria en esta cama, paso del recuerdo 
a los órganos sexuales y un llanto de no sé bien ni de 
quién ni de cuándo
—el transfundirse del sudor en sábanas— ¿no es tibio 
el nido de la muerte? Enfria el resto de los juegos sobre 
la piel, soplándola.

Y      en cuanto a ti, mi reina, me resigno al patíbulo
con el previo perdón de tus ojos los más redondos que 
conozco, falsamente perplejos, aburridos.
Pues, ¿a qué viene esto de hablar asi como se suda,
el forcejeo por dar al cuerpo lo que es de la memoria,
a traición la lepra de los que todavía quieren —a su edad—
 hacerse recoger los pedazos del alma ?

viernes, octubre 04, 2013

ALMA BELLA por ENRIQUE LIHN


Y    tú alma bella que restriegas tu belleza a mi
cuerpo,
criatura creada a imagen y semejanza de una lejana
 noche de amor de la que únicamente yo debiera acor­darme, 
debiera Especie de canción contra la cual se estrella 
mi espantosa memoria ciega, tierna especie de nada, 
palabras como golondrinas en un granero vacio.
Y     tú, porque esta invocación deja de ser un
lugar común cuando se trata de ti 
que en nada te distingues de las otras
como no sea por el exceso de tu alma. 
Invocación tú que eres como el amor un lu­gar 
común tan difícil para mi de intercalar en mi vida 
que ahora mismo no sé qué hacer contigo quizás 
destruir este poema estoy sinceramente vacío no gano nada
 con emocionarme mientras te hago esperar en un lugar de La
Habana.


sábado, septiembre 21, 2013

REVOLUCIÓN por ENRIQUE LIHN


No toco la trompeta ni subo a la tribuna
De la revolución prefiero la necesidad de conversar
entre amigos
aunque sea por las razones más débiles
hasta diletando; y soy, como se ve, un pequeño
burgués no vergonzante
que ya en los años treinta y pico sospechaba
que detrás del amor a los pobres
de los sagrados corazones
se escondía una monstruosa duplicidad
y que en el cielo habría una puerta de
servicio
para hacer el reparto de las sobras entre los
mismos mendigos que se restregaban
aquí abajo contra los
flancos de la Iglesia en ese barrio uncioso pero de cuello y
corbata
frío de corazón ornamental
La revolución
es el nacimiento del espíritu critico y las
perplejidades que le duelen al
imago en los lugares en que se
ha completado para una tarea
por ahora incomprensible
y en nombre de la razón la cabeza vacila
y otras cabezas caen en un cesto
y uno se siente solitario y cruel
victima de las incalculables injusticias que
efectivamente no se hacen esperar
y empiezan a sumarse en el
horizonte de lo que era de rigor
llamar entonces la vida
y su famosa sonrisa.

LA MUSIQUILLA DE LAS POBRES ESFERAS por ENRIQUE LIHN


Pueda que sea cosa de ir tocando
la musiquilla de las pobres esferas.
Me cae mal esa Alquimia del Verbo,
poesía, volvamos a la tierra.
Aquí en París se vive de silencio
lo que tú dices claro es cosa muerta.
Bien si hablas por hablar, “a lo divino",
mal si no pasas todas las fronteras.

¿Nunca fue la palabra un instrumento?
Digan, al fín y al cabo, lo que quieran:
en la profundidad de la ignorancia
suena una musiquilla verdadera;
sus auditores fueron en Babel
los que escaparon a la confusión de las lenguas,
gente anodina de los pisos bajos con
un poco de todo en la cabeza; y el
poeta más loco que sagrado pero con
una locura con su cuerda
capaz de darle cuerda a la alegría,
capaz de darle cuerda a la tristeza.

No se dirige a nadie el corazón
pero la que habla sola es la cabeza;
no se habla de la vida desde un púlpito
ni se hace poesía en bibliotecas.

Después de todo, ¿para qué leernos?
La musiquilla de las pobres esferas
suena por donde sopla el viento amargo
que nos devuelve, poco a poco, a la tierra,
el mismo que nos puso un día en pie
pero bien al alcance de la huesa.
Y en ningún caso en lo alto del coro,
Bizancio fue: no hay vuelta.

Puede que sea cosa de ir pensando
en escuchar la musiquilla eterna.

martes, septiembre 17, 2013

GALLO por ENRIQUE LIHN


Este gallo que viene de tan lejos en su canto, 
iluminado por el primero de loa rayos del sol;
este rey que se plasma en mi ventana con su corona viva, odiosamente, 
no pregunta ni responde, grita en la Sala del Banquete 
como si no existieran sus invitados, las gárgolas 
y estuviera más solo que su grito.

Grita de piedra, de antigüedad, de nada, 
lucha contra mi sueño pero ignora que lucha; 
sus esposas no cuentan para él ni el maíz que en la tarde lo hará 
besar el polvo.

Se limita a aullar como un hereje en la hoguera de sus plumas.
Y  es el cuerno gigante
que sopla la negrura al caer al infierno

jueves, septiembre 05, 2013

EPÍLOGO por ENRIQUE LIHN


Vivimos todos en la oscuridad, separados
por franqueables murallas llenas de puertas falsas;
moneda que se gira para los gastos menudos de la
amistad o el amor nuestras conversaciones
contra lo inagotable no alcanzan a tocarlo
cuando ya se precisa renovarlas, tomar
un camino distinto para llegar a lo mismo.
Es necesario acostumbrarse a saber
vivir al día, cada cual en lo suyo,
como en el mejor de los mundos posibles.
Nuestros sueños lo prueban: estamos divididos.
Podemos simpatizar los unos con los Otros,
y eso es más que bastante: eso es todo, y difícil,
acercar nuestra historia a la de otros
podándola del exceso que somos,
distraer la atención de lo imposible para atraerla
sobre las coincidencias,
y no insistir, no insistir demasiado:
ser un buen narrador que hace su oficio
entre el bufón y el pontificador.

martes, septiembre 03, 2013

ERES PERFECTAMENTE MONSTRUOSA EN TU SILENCIO... por ENRIQUE LIHN


Eres perfectamente monstruosa en tu silencio.
Ya lo sé; preferible a un razonar
sin otro son que el ton: de vientre para afuera,
de boca para afuera, de corazón para afuera.
Pero me muerde el tiempo con que allá te abanicas;
armado de una pluma, entre el cachorro y la pared,
desnudo
hago como que juego a desangrarme
cuando, entre broma y broma, me desangro.
Como en la infancia pero aún más cruel que la
persecución de todos contra uno
o el castigo por llorar en horas de clase,
este silencio, ese silencio monstruoso
de alguien que te hizo entrar, acariciándote,
a su pequeño circo propio. Romano.

EL INSOMNE por ENRIQUE LIHN


A la vuelta de las escarificaciones el parpadear
de la locura
y la obsesión de los objetos hirientes.
Disturbios que remplazan el alma por la sed
en que prueba el alcohólico el gusto de sus visceras.
No se puede dormir en horas sucesivas,
completar este cántaro con una arcilla erizada
de vidrios
sino en todo mezclar la vigilia y la sangre
y el miedo al crimen y la eyaculación
sobre la arena tórrida.

domingo, agosto 25, 2013

COLISEO por ENRIQUE LIHN


Última fase de su eclipse: el monstruo
que enorgullece a Roma mira al cielo
con la perplejidad de sus cuencas vacías.
Sólo el oro del sol, que no se acuña
ni hace sudar la frente ni se filtra en la sangre
colma y vacía" a diario esta cisterna rota.
El tiempo ahora es musgo, semillero del polvo
en que las mutiladas columnas ya quisieran
descansar de su peso imaginario.

lunes, julio 15, 2013

SOLO HISTORIAS COMO ÉSTAS por ENRIQUE LIHN


Aquí habríamos llegado, después de esa breve
estadía en Flandes el oscuro, sin que
fuera necesario decir:
«Para mí solo», a la dueña de Zürich
como un viejo estudiante extraviado de ciudad.
A este pequeño hotel primeramente
pues contra la barrera del idioma nada mejor
que cerrar una puerta,
y en la tarde el tren vuela, lento, junto a los lagos
cuando ya no se lee la guía de turismo
en homenaje a las transfiguraciones.
Pero acaso estaríamos aún en Neuchatel. Créeme
que dejé sin tocar esa ciudad
pues tampoco allí estabas, bien que el domingo
la deshabitara,
y un buen fantasma de principios de siglo
no habría dado un paso más sin reencarnarse
—en un abrir y cerrar de sus ojos distintos—
me parece que junto a las casetas de baño:
miniaturas de viejos palacios de recreo.
Eras más bien allí ese momento justo
en que la soledad se vuelve peligrosa,
y no por las visiones, justamente, sino por un
exceso de la propia presencia:
esa rara extrañeza de sí mismo que por sí misma se
hace a todo extensible.
Junto al Léman, el reloj-jardín: «se prohibe a
los niños jugar entre las horas». Para la
primavera de los recién llegados,
una curiosidad, sencillamente; distraídas consultas
a las tarjetas postales y ese limpio
espaciarse del tiempo sobre el lago:
volar de muchos cielos que se ajustan
como los accidentes de una misma sustancia:
¡El Tiempo! El cielo, al pie de sus grandes
vertientes: Desembarcadero de las
Aguas Vivas,
y el surtidor al centro como en un paraíso
de navidad en que el sol mismo prueba
el secreto inefable y oscuro de la nieve.
Parecía tan fácil encontrarte en Ginebra
al menos esa tarde en que me reconozco,
puente del Monte Blanco, camino de la noche;
adolescente a los treinta y cinco años, un raro
privilegio
que la tierra concede al viejo fruto inmaduro:
sentirse prometido a una nueva estación
que, ciertamente, no volverá por él: isla Rousseau,
¿responderían los cisnes
al silbido de Tristán—canciones de otra época—
e Isolda escucharía ese llamado entre dos
sorbos de cerveza,
pretextando una carta que escribir a sus padres?
La fantasía teje historias como éstas, pero la
imaginación
se cumple en el silencio del poema que nace.
Sólo historias como éstas, ya me lo parecía:
restos de hilos de todos los colores, modestos
ejercicios escolares.
Y entre las hermosas estudiantas alemanas ninguna
dio señales de leyenda,
ocupadas en mirar, desde otro ángulo, el lago.
Nombres distintos del amor, palabras que
destruyen el idioma que forman
como una lengua en todas partes extranjera,
la del ebrio que todo lo abomina por igual,
abandonado en el Puerto del Hambre,
en el Puerto de la Sed, en el Puerto de la Cólera.
El fetichismo es todavía posible; la oscilación entre
los ritos de la inocencia y la danza frenética
a que se entregan las máscaras.
Los rostros han perdido su valencia, lo supieron
las terribles tribus en los infiernos húmedos. Es necesario
el exorcismo:
«Las máscaras protegen la familia, la vida conyugal,
los diferentes oficios».

martes, marzo 19, 2013

HOTEL LUCERO por ENRIQUE LIHN



Finito todo y también estos brazos
que se me tienden en la semipenumbra
y un hilo -el de la voz- soplo que apenas brota
    
    pero incisivamente de una fuente: la duda
El bello aparecer de este lucero
¿El del amanecer? ¿El de la tarde?
¿Abre el día o lo cierra?

Bajo la ducha una estrella se apaga
que, absurdamente, la comparte contigo
Las estrellas que viste nacer, a mediodía
estaban muertas desde hace cien años
sólo hiciste el amor con una luz
olfateaste "la ausente de todos los ramos".

Resuena un timbre en el Hotel Lucero
traga y escupe esta boca de sombra
para el caso es lo mismo: apariciones
y desapariciones instantáneas.

No sé en qué sentido hemos hablado de todo
¿Era la duda el tema que nos hizo vestirnos
justo en la hora convenida
salir de allí en distintas direcciones
y la que me detuvo
para ver, y fue inutil, si volvías la cara?

domingo, marzo 03, 2013

BELLA ÉPOCA por ENRIQUE LIHN



Y los que fuimos tristes, sin saberlo, una vez,
antes de toda historia: un pueblo dividido
—remotamente próximos— entre infancias distintas.
Los que pagamos con la perplejidad nuestra forzada
permanencia
en el jardín cuando cerraban por una hora la casa,
y recibimos
los restos atormentados del amor bajo la especie de
una «santa paciencia»
o la ternura mezclada
al ramo de eucaliptus contra los sueños malsanos.
«Tú eres el único apoyo de tu pobre madre; ya ves
cómo ella se sacrifica por todos».
«Ahora vuelve a soñar con los ángeles». Quienes
pasamos el superfluo verano
de los parientes pobres, en la docilidad, bajo la
perversa mirada protectora
del gran tío y señor; los que asomamos la cara
para verlo
dar la orden de hachar a las bestias enfermas,
y el cabeceo luego
de su sueño asesino perfumado de duraznos.
Frágiles, solitarios, distraídos: «No se me ocurre
qué, doctor», pero obstinados
en esconder las manos en el miedo nocturno, y en
asociarnos al miedo
por la orina y a la culpa por el castigo paterno.
Los que vivimos en la ignorancia de las personas
mayores sumada a nuestra propia ignorancia,
en su temor a la noche y al sexo alimentado de
una vieja amargura
—restos de la comida que se arroja a los gorriones—.
«Tú recuerdas únicamente lo malo, no me
extraña:
es un viejo problema de la familia». Pero no,
los que fuimos
minuciosamente amados en la única y posible
extensión de la palabra
que nadie había dicho en cincuenta años a la redonda,
pequeñas caras impresas sellos de la alianza.
Sí, verdaderamente hijos de la buena voluntad, del
más cálido y riguroso estoicismo. Pero,
¿no es esto una prueba de amor, el
reconocimiento
del dolor silencioso que nos envuelve a todos?
Se transmite, junto a la mecedora y el reloj de
pared, esta inclinación a la mutua
ignorancia,
el hábito del claustro en que cada cual prueba,
solitariamente, una misma amargura. Los
que nos prometíamos
revelarnos el secreto de la generación en el día del
cumpleaños: versión limitada a la duda
sobre el vuelo de la cigüeña y al préstamo
de oscuras palabras sorprendidas en la
cocina, sólo a esto
como regalar un paquete de nísperos, o en casa
del avaro
la alegría del tónico que daban de postre.
«Han-fun-tan-pater-han»
Sí, el mismo pequeño ejemplar rizado según una
antigua costumbre, cabalgando, con gentil
seriedad, las interminables rodillas del
abuelo paterno.
(Y es el momento de recordarlo. Abuelo, abuelo que
según una antigua costumbre infundiste el
respeto temeroso entre tus hijos
por tu sola presencia orgullosa: las botas altas y el
chasquido del látigo para el paseo matinal
bajo los álamos.
Niño de unas tierras nevadas que volvieron por ti
en el secreto de la vejez solitaria
cuando los mayores eran ahora los otros y tú el hombre
que de pronto lloró
pues nadie lo escuchaba volver a sus historias.)
«Han-fun-tan-pater-han»
El mismo jinete de las viejas rodillas. «No hace
más de dos años; entonces se pensaba
que era un niño demasiado sensible».
Los primeros en sorprendernos de nuestros propios
arrebatos de cólera o crueldad
esa vez, cuando el cuchillo de cocina pasó sesgando
una mano sagrada
o la otra en que descuidamos las brasas en el suelo,
en el lugar de los juegos descalzos;
flagrantes victimarios de mariposas embotelladas:
muerte por agua yodurada, aplastamiento de las
larvas sobre la hierba y caza
de la lagartija en complicidad con el autor de la
muerte
por inflación en el balde. Muerte por emparejamiento
de las grandes arañas en el claustro de vidrio, y
repentinamente la violencia
con los juguetes esperados durante el año entero.
«Se necesita una paciencia de santa».
Los que habíamos aprendido a entrar en puntillas
al salón de la abuela materna; a no
movernos demasiado, a guardar un silencio
reverente: supuesta inclinación
a los recuerdos de la Bella Época ofrecidos al cielo
sin una mota de polvo junto al examen de
conciencia y al trabajo infatigable en el
hormiguero vacío
y limpio, limpio, limpio como el interior de un
espejo que se trapeara por dentro: cada
cosa numerada, distinta, solitaria.
Los últimos llamados en el orden del tiempo, pero
los primeros en restablecer la eternidad,
«Dios lo quiera»,
en el desorden del mundo, nada menos que esto;
mientras recortábamos y pegoteábamos
papeles de colores:
estigmas de San Francisco y cabelleras de Santa Clara
—gente descalza en paisajes nevados—,
y se nos colmaba, cada vez, de un regalo diferente:
alegorías de un amor Victoriano:
la máquina de escribir y la vitrola. Los que nos
educamos en esta especie de amor a lo
divino, en el peso de la predestinación y
en el aseo de las uñas;
huéspedes respetuosos y respetados a los seis años;
confidentes de una angustia sutil,
discípulos suyos en teología.
Listos, desde el primer momento, para el cocimiento
en el horno de la fe atizado por Dios y
por el Diablo, bien mezclada la harina
a una dosis quizá excesiva de levadura;
rápidamente inflados al calor del catecismo. Los
que, en lugar de las poluciones nocturnas,
conocimos el éxtasis, la ansiedad por asistir
a la Misa del Gallo, el afán proselitista
de los misioneros, el miedo
a perder en la eternidad a los seres queridos, el
vértigo de la eternidad cogido al borde
del alma: un resfrío abisal, crónico
e inefable;
inocuos remordimientos de conciencia como los
dolores de los dientes de leche; el incipiente
placer de la autotortura
bajo un disfraz crecedor, con las alas hasta el suelo.
En el futuro la brevedad de un Nietzche de
manteca, cocinado en sí mismo; el tránsito
deWeininger perseguido por un fantasma
sin alma. Ahora el lento girar en torno
a la crucifixión,
oprimidos en el corazón, Adelgazados en la sangre.
Caldeados en el aliento.

domingo, septiembre 30, 2012

DOS POEMAS PARA ANDREA por ENRIQUE LIHN




UNO
Aquí en esta ciudad parada frente al mar
para mirarlo bien, que se llama Agrigento,
hay unas casas viejas como el sol, muy bonitas,
hay señoras vestidas de negro que parecen anteojos
ahumados,
hay caballeros sentados en la plaza, algunos
distraídos, otros fumando pipa.
Llega a dar gusto el cielo, dan ganas de tocarlo;
como decía usted:
dan ganas de tirarse al cielo de cabeza.
Hay niños, por supuesto, que le mandan saludos;
las golondrinas juegan, en el aire, a volar.
Pero lo más simpático de todo
son estas carretelas de verdad que parece que
usted las hubiera pintado
con un montón de chongos de colores.
Los domingos la gente se apelotona en ellas,
y ahí se van contentos a la playa.
Le voy a llevar una, claro está que más chica,
de adorno para la repisa.


DOS
Dígale a su tía Cecilia
que como ahora ella no escribe sus versos se los estoy
copiando yo al revés
igual que si un mono acostumbrado a rascarse
la cabeza o a dar grandes saltos rabiosos
en el aire
se pusiera a cantar imitando a un canario.
Dígale que como estoy aquí bastante lejos, sólo me
acuerdo de las palabras sencillas,
y sólo alcanzo a ver, en la distancia, a los niños.

miércoles, noviembre 16, 2011

TIGRE DE PASCUA por ENRIQUE LIHN



Hace veinte años yo era profesor de inglés. A mi hermano, el Tigre -de filosofía-, lo
mataron a culatazos en el 73. Luego tuve un taxi; ahora nada. Con esto lo digo todo.
¡Tigre, a cada cual de acuerdo con sus necesidades! ¿Tan poco necesitados
estábamos nosotros?
Sobrevivo, pues, en una de esas poblaciones de nombre paradójico (La Triunfadora),
donde nunca antes me habría soñado poniendo los pies. Cuidadosa, cuidadosamente.
Las experiencias me sirven para ordenar una cosa, una imagen, un pensamiento, serán
las que se llaman vitales. En la de sobrevivir, no se capitaliza. Puro trabajo. Se parte una y otra vez de cero. Por eso hay quienes prefieren a la sobrevida, una vida peligrosa. Así, antes, el Tigre -héroe de elección- y, ahora, los cogoteros. Son demasiados, por otro lado, quienes mendigan. Y trabajamos los cesantes encubiertos. Por dignidad o por debilidad, según como se mire la cosa. Pero la cesantía encubierta es el disfraz de la mendicidad. En suma, mendigos somos casi todos. Hasta los aficionados al cogoteo que quitan en lugar de pedir, pero sin profesionalismo.
Desde aquí veo a unos y otros ir y venir. Todos los caminos llevan al Paseo Ahumada,
nuestra Roma. Aquí (por donde alguna vez tendrá que pasar el Papa) se cumple eso de que
siempre hay Pascua en diciembre. Nos entregaron la calle para vigilarnos mejor. Que no se diga que no hay trabajo para todos en las fiestas de guardar, carajo. No hay tigre, hermano, que se resista a la tentación de parecer un gato si le permiten olfatear, en las calles de Bagdad, las puertas de todas las carnicerías.
Entre los que venden cualquier cosa -cuchillos a cien pesos- reconocí, denantes, a los hermanos Cárcamo. Me perdonaron la vida una noche. No sé si por caridad o por desprecio.
¡Hijos de puta! Desde entonces me miran, fijamente, sin verme. Me niegan con esa mirada vacía el derecho territorial sobre el suelo que cubro con mis pies. ¡Tanto fue lo que tuve que deshonrarme, Tigre, para no morir como tú, con gloria!
Está también la gente de paz como esa familia gorda de apellido Soto, como la
pensión. Malos, pero muchos. Ocupan una buena lonja del Paseo. Para no tener que correr, compran productos "naturales", lejos de Santiago. Si se los requisan no tienen que pagárselos a los distribuidores. Por lo demás, los pacos no le codician una piedra pómez, un mojón de luche, un cachorro o una de esas muñecas horribles que ellos mismos tejen en su media agua.
Hasta tienen un permiso municipal. A lo menos el Soto viejo que reparte la mercadería entre los suyos o la reingresa a la casa matriz en caso de peligro. Están también los payasos Cuevas. Y cuatro locas que reproducen una escena de la ópera Carmen, haciendo fonomímica. Todo está, literalmente, botado en las calles. Un mosquerío de gente que entra y sale de las tiendas, transfigurado, en las tardes, por las luces de colores. País de mierda. Los reflejos condicionados de la oferta y la demanda. Comprar y vender basura.
En este cuadro los viejos de Pascua, que se repiten menesterosamente en la calle...
sin comentarios. Con trineos hechos de catres de guagua y de restos de bicicletas. Con ciervos de sacos harineros, enarbolando unos cuernos que parecen racimos de manos llenas de sabañones. Los que no son viejos de verdad merecerían serlo por lo desbaratados que están, con sus barbas y pelucas de algodón. Algunos a medio filo. Con una guagua en brazos o un cabro chico en las rodillas. Mientras el socio les toma una polaroid caída, de cuando en vez.
Sé, por los otros, que olemos mal. A viejo curado, de población. Tú, Tigre, no ibas a oler nunca así, mientras te mataban.
Así es que, en recuerdo tuyo, me estoy quitando toda esta mierda de encima. Hasta las
barbas, que son de verdad. Arranquen a perderse, cabros del carajo. Y usted, señora ¿no ha visto nunca a un mendigo de Pascua, todo desnudo?
¡Vengan a ver a un gato, señoras y señores, que tira para tigre! ¡Vengan a ver a un
tigre al que van a reventar estos cobardes, a culatazos!


De "La República Independiente de Miranda", Editorial Sudamericana, Bs. Aires 1989

miércoles, noviembre 09, 2011

HOMENAJE A FREUD por ENRIQUE LIHN



Freud, el resucitado,
vuelve a encender la luz en el abismo
contra su propio voto de censura,
y ésta es la sesión definitiva.
Todos los medios fueron ensayados
para quitarle al viejo su palabra,
él mismo se prestó al experimento;
pero la selva del puritanismo
no lo pudo roer hasta los huesos
ni él mismo pudo dar la cara en falso.
La verdad está aquí, desesperada
por el acoso, las mutilaciones
y los milagros de la ciencia; rompe,
al avanzar con paso zigzagueante,
el círculo de tiza y, en un grito
que no estaba en el texto, el pudridero
de ese «santo remedio»: la mordaza.
En el brasero de los acusados,
aunque brillen cien años por su ausencia,
terminarán asándose los jueces.
Esa frente surcada de escrituras
lo había visto bien: el sufrimiento
viene de la raíz: el hombre crece
ligado al mundo por el sexo, nadie
puede volver a descubrir el fuego
sin destruir el fruto en su carozo.
El árbol de la ciencia
es una gran patraña abominable:
ha florecido a expensas del espíritu;
es natural que todo lo envenene.
Atención: fue plantado en Palestina,
fósil viviente, nada más que piedra
nutrida con el polvo del desierto.
Convendría instalarlo en la vitrina
del Museo del Hombre en su lugar
junto al poste totémico.
Empezó por hundir el paraíso
y ha terminado ensombreciendo al mundo.
El mal estuvo en no arrancarlo a tiempo,
en aceptar que se extendiera a bosque,
en no pedir manzanas al manzano.
La verdad, todo el mundo la confirma,
antes que nadie, sus impugnadores;
esas máscaras hablan por sí solas
diga lo que dijere el rostro oculto
del pretendido amor a lo divino.
¿Por quién juran los ángeles?
La carne es la semilla y es el fruto,
y el corazón florece en su trabajo d
e dar y recibir el paraíso.
Recójanse los falsos testimonios.

miércoles, octubre 12, 2011

BELLA ÉPOCA por ENRIQUE LIHN



Y los que fuimos tristes, sin saberlo, una vez,
antes de toda historia: un pueblo dividido
—remotamente próximos— entre infancias distintas.
Los que pagamos con la perplejidad nuestra forzada
permanencia
en el jardín cuando cerraban por una hora la casa,
y recibimos
los restos atormentados del amor bajo la especie de
una «santa paciencia»
o la ternura mezclada
al ramo de eucaliptus contra los sueños malsanos.
«Tú eres el único apoyo de tu pobre madre; ya ves
cómo ella se sacrifica por todos».
«Ahora vuelve a soñar con los ángeles». Quienes
pasamos el superfluo verano
de los parientes pobres, en la docilidad, bajo la
perversa mirada protectora
del gran tío y señor; los que asomamos la cara
para verlo
dar la orden de hachar a las bestias enfermas,
y el cabeceo luego
de su sueño asesino perfumado de duraznos.
Frágiles, solitarios, distraídos: «No se me ocurre
qué, doctor», pero obstinados
en esconder las manos en el miedo nocturno, y en
asociarnos al miedo
por la orina y a la culpa por el castigo paterno.
Los que vivimos en la ignorancia de las personas
mayores sumada a nuestra propia ignorancia,
en su temor a la noche y al sexo alimentado de
una vieja amargura
—restos de la comida que se arroja a los gorriones—.
«Tú recuerdas únicamente lo malo, no me
extraña:
es un viejo problema de la familia». Pero no,
los que fuimos
minuciosamente amados en la única y posible
extensión de la palabra
que nadie había dicho en cincuenta años a la redonda,
pequeñas caras impresas sellos de la alianza.
Sí, verdaderamente hijos de la buena voluntad, del
más cálido y riguroso estoicismo. Pero,
¿no es esto una prueba de amor, el
reconocimiento
del dolor silencioso que nos envuelve a todos?
Se transmite, junto a la mecedora y el reloj de
pared, esta inclinación a la mutua
ignorancia,
el hábito del claustro en que cada cual prueba,
solitariamente, una misma amargura. Los
que nos prometíamos
revelarnos el secreto de la generación en el día del
cumpleaños: versión limitada a la duda
sobre el vuelo de la cigüeña y al préstamo
de oscuras palabras sorprendidas en la
cocina, sólo a esto
como regalar un paquete de nísperos, o en casa
del avaro
la alegría del tónico que daban de postre.
«Han-fun-tan-pater-han»
Sí, el mismo pequeño ejemplar rizado según una
antigua costumbre, cabalgando, con gentil
seriedad, las interminables rodillas del
abuelo paterno.
(Y es el momento de recordarlo. Abuelo, abuelo que
según una antigua costumbre infundiste el
respeto temeroso entre tus hijos
por tu sola presencia orgullosa: las botas altas y el
chasquido del látigo para el paseo matinal
bajo los álamos.
Niño de unas tierras nevadas que volvieron por ti
en el secreto de la vejez solitaria
cuando los mayores eran ahora los otros y tú el hombre
que de pronto lloró
pues nadie lo escuchaba volver a sus historias.)
«Han-fun-tan-pater-han»
El mismo jinete de las viejas rodillas. «No hace
más de dos años; entonces se pensaba
que era un niño demasiado sensible».
Los primeros en sorprendernos de nuestros propios
arrebatos de cólera o crueldad
esa vez, cuando el cuchillo de cocina pasó sesgando
una mano sagrada
o la otra en que descuidamos las brasas en el suelo,
en el lugar de los juegos descalzos;
flagrantes victimarios de mariposas embotelladas:
muerte por agua yodurada, aplastamiento de las
larvas sobre la hierba y caza
de la lagartija en complicidad con el autor de la
muerte
por inflación en el balde. Muerte por emparejamiento
de las grandes arañas en el claustro de vidrio, y
repentinamente la violencia
con los juguetes esperados durante el año entero.
«Se necesita una paciencia de santa».
Los que habíamos aprendido a entrar en puntillas
al salón de la abuela materna; a no
movernos demasiado, a guardar un silencio
reverente: supuesta inclinación
a los recuerdos de la Bella Época ofrecidos al cielo
sin una mota de polvo junto al examen de
conciencia y al trabajo infatigable en el
hormiguero vacío
y limpio, limpio, limpio como el interior de un
espejo que se trapeara por dentro: cada
cosa numerada, distinta, solitaria.
Los últimos llamados en el orden del tiempo, pero
los primeros en restablecer la eternidad,
«Dios lo quiera»,
en el desorden del mundo, nada menos que esto;
mientras recortábamos y pegoteábamos
papeles de colores:
estigmas de San Francisco y cabelleras de Santa Clara
—gente descalza en paisajes nevados—,
y se nos colmaba, cada vez, de un regalo diferente:
alegorías de un amor Victoriano:
la máquina de escribir y la vitrola. Los que nos
educamos en esta especie de amor a lo
divino, en el peso de la predestinación y
en el aseo de las uñas;
huéspedes respetuosos y respetados a los seis años;
confidentes de una angustia sutil,
discípulos suyos en teología.
Listos, desde el primer momento, para el cocimiento
en el horno de la fe atizado por Dios y
por el Diablo, bien mezclada la harina
a una dosis quizá excesiva de levadura;
rápidamente inflados al calor del catecismo. Los
que, en lugar de las poluciones nocturnas,
conocimos el éxtasis, la ansiedad por asistir
a la Misa del Gallo, el afán proselitista
de los misioneros, el miedo
a perder en la eternidad a los seres queridos, el
vértigo de la eternidad cogido al borde
del alma: un resfrío abisal, crónico
e inefable;
inocuos remordimientos de conciencia como los
dolores de los dientes de leche; el incipiente
placer de la autotortura
bajo un disfraz crecedor, con las alas hasta el suelo.
En el futuro la brevedad de un Nietzche de
manteca, cocinado en sí mismo; el tránsito
de Weininger perseguido por un fantasma
sin alma. Ahora el lento girar en torno
a la crucifixión,
oprimidos en el corazón, Adelgazados en la sangre.
Caldeados en el aliento.

viernes, octubre 07, 2011

NIEVE por ENRIQUE LIHN



Cómo te gustaría suspender esta peregrinación
solitaria
y retomarla luego que pase, compañera de viaje, la
fatiga
del extranjero para el cual todo se mezcla a ella,
aun en medio del mayor encantamiento.
Como ayer mientras el viejo Brueghel montaba para
ti su tabladillo,
nada menos que en el Museo Real de Bellas Artes;
ángeles y demonios, y sin embargo habías perdido
tantas veces
esa misma batalla minuciosa
que ahora el pincel mágico del viejo la libraba
del otro lado de un espejo oscuro. Retuviste el aliento,
en honor a lo real, para dejarlo hacer
su trabajo de siempre sin un nuevo testigo.
La nieve era en Bruselas otro falso recuerdo
de tu infancia, cayendo sobre esos raros sueños
tuyos sobre ciudades a las que daba acceso
la casa ubicua de los abuelos paternos:
peluquerías en las largas calles; espejos, en lugar de
puertas, rebosantes
de pintadas columnas giratorias;
tiendas, invernaderos, palacios de cristal, la oveja que
balaba,
mitad juguete mitad inmolación
del cordero pascual, y reconoces
el Boulevard du Jardin Botanique, por alguna razón
tan misteriosa
como la nieve.
¿Dónde está lo real? No hiere preguntarlo ni
importa que uno sepa de memoria
las exactas respuestas del maestro y los suyos
entre los cuales vive tu voluntad. No importa.
Entiendes bien que el solipsismo es una coartada
del poder contra el espíritu. Pero aquí, en el más
absoluto aislamiento, se es víctima de
impresiones curiosas,
a la vuelta de una esquina que nunca parece
exactamente la misma
como si las calles caminaran contigo, participando de
tu desconcierto.
Estabas advertido: había que viajar en compañía, pero
en cambio viniste del otro lado del mundo
para mirar tu soledad a la cara
y lo demás que ahora no interesa.
Esta forma del ser, obstinada en impugnarlo; celosa
de toda ambigüedad, la conoces
como Edipo a la Esfinge, horma de su zapato.
Nieva en Bruselas y en tus falsos recuerdos. Piensas:
«es mi fatiga.
Ella es la que no se extraña de nada».
El viejo cierra a las cinco su caja de Pandora.
Demasiado temprano, ya lo sabes.
Como si dispusiera de lo eterno, otra vez, la noche
se da el lujo de caer lentamente
sobre la Gran Plaza que ha encendido su torre
en un dorado Oficio de Tinieblas,
y es tu familiaridad la sorprendida
con un mundo en que el logos fue la magia.
Piedras transfiguradas por las manos del hombre
hasta hacerse tocar por los ángeles mismos:
ocios del gótico tardío. No,
nada te habría encaminado a lo oscuro que te
significara
la recuperación de una embriaguez perdida
con los años de triste aprendizaje.
Pero, en fin, habías bebido unos vasos de cerveza
por lo que pudiera ocurrir y fue el temor
de que nada ocurriera sino sólo en ti mismo
el primero en empujarte en esa dirección.
Rue des Chanteurs, rue de la Bienfaisance; los nombres
cambian de sonido y lugar
igual, en todas partes, permanece,
bajo luces distintas esa tierra de nadie, lindando con
el Reino de las Madres:
su viejo cómplice y enemigo de siempre.
Tu distracción tomaba la forma de la nieve,
ahora ese lejano resplandor
que todo lo cubría vagamente, hasta la aparición
articulada
de la mujer, en su pequeña vitrina, como ahogada
en una luz incierta.
Y sonreía sólo para sí misma.
No fue ella, por cierto, la anfitriona; allí estaba
la otra,
esa que reconocerías entre miles, cuyo nombre
ha cambiado tantas veces,
pronta a participar, por un momento, en el diálogo.
Sólo lo justo para hacerse presente
como si nunca nada pudiera comenzar.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...