Espantosa confianza que pongo en ti, mujer, la
primera en subírseme, de paso, a la cabeza.
Desamor del que huyo enterneciéndome, y es
demasiado fácil (diría lo real).
Se habla de la miseria en esta cama, paso del recuerdo
a los órganos sexuales y un llanto de no sé bien ni de
quién ni de cuándo
—el transfundirse del sudor en sábanas— ¿no es
tibio
el nido de la muerte? Enfria el resto de los juegos sobre
la piel,
soplándola.
Y
en cuanto a ti, mi reina, me resigno al patíbulo
con el previo perdón de tus ojos los más
redondos que
conozco, falsamente perplejos, aburridos.
Pues, ¿a qué viene esto
de hablar asi como se suda,
el forcejeo por dar
al cuerpo lo que es de la memoria,
a traición la lepra
de los que todavía quieren —a su edad—
hacerse recoger los pedazos del alma ?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario