sábado, octubre 05, 2013
PRINCESA SABADO por ENRIQUE HEINE
En Las Mil y Una Noches,
leemos de encantados príncipes,
que recobran por momentos
su figura original.
El peludo monstruo toma
forma de doncel apuesto,
que en la flauta con fervor
toca melodías galantes.
Pero, ¡ay!, se acaba el plazo,
Y tenemos convertida
a su señorial alteza
en el monstruo nuevamente.
A uno de esos príncipes quiero
presentar yo aquí. Se llama
Israel. Lo convirtieron
malas brujas en un perro.
Con perrunos sentimientos,
seis jornadas por semana,
en el fango se revuelca,
despreciado por la chusma.
Pero con el séptimo día,
al anochecer del viernes,
el embrujo cede y el perro
vuelve a ser un ser humano.
Orgulloso se dirige
con el ánimo solemne
y la ropa casi limpia
al palacio de su padre.
Te saludo, oh aposento
de mi noble padre. Tiendas
de Jacob, vuestro portal
beso con fervor y brío.
Vuelan unos misteriosos
cuchicheos por la casa;
ronda el invisible dueño
en el mágico silencio.
Sólo el senescal, o sea:
”sharnes” de la sinagoga,
anda en movimiento, para
encender todas las luces.
Lámparas que dan consuelo,
que relucen, resplandecen;
velas que relampaguean
sobre el borde del Almémor.
Ante el cofre que contiene
la Torá, bien adornado
y cubierto con un manto
lleno de piedras preciosas,
ahí está el cantor ritual:
hombrecillo guapo, que
juguetea con su oscuro
hábito coquetamente.
Para que su blanca mano
puedan ver, con gesto extraño,
a la sien levanta el índice
y el pulgar a la laringe.
Despacito tararea,
hasta que con júbilo,
de repente estalla el canto:
”¡Lejo daudi licras cala!”
”¡Lejo daudi licras cala!
Ven, la desposada, amado,
ya te espera y quita el velo
de su poderoso rostro”.
Este cántico nupcial
fue compuesto por el grande,
bien famoso trovador
Don Iehuda ben Halevy.
En el canto se celebran,
pues, las nupcias de Israel
con la fina y silenciosa,
la Princesa Sábado.
La princesa es más hermosa
que la Reina de Sabá,
dulce compañera de
Salomón, esa arrogante
sabihonda de Etiopía,
que con finos acertijos
quiso impresionar al rey,
aburriéndolo a la larga.
La Princesa Sábado,
calma personificada,
aborrece los debates,
las violentas discusiones
Le resulta repugnante
la pasión declamatoria,
el enérgico, aplastante
ímpetu descabellado.
Con pudor cubre el cabello
la princesa silenciosa;
suave como la gacela,
tan esbelta como el Adas.
Al amado le permite
todo, menos los cigarros:
-Nada de fumar, querido,
puesto que hoy es sábado.
Pero, para compensarte,
yo te ofreceré un manjar
verdaderamente santo:
el tan exquisito Shólet.
Shólet, flor divina, chispa
de los campos eliseos.
Schiller cantaría así,
si lo hubiese conocido.
De ese plato celestial,
a Moisés Dios en persona
le enseñó la gran receta
en el Monte Sinaí;
donde el Todopoderoso
otorgó en medio del trueno
asimismo la Doctrina
con los santos mandamientos.
Del Dios Unico es el Shólet
la Ambrosía: emes kósher;
dulce maná celestial.
Comparado con aquél,
es un asa fétida
la Ambrosía de los falsos
dioses del Olimpo griego,
que eran disfrazados diablos.
Cuando el príncipe lo gusta,
su mirada se esclarece.
Con sonrisa iluminada
desabrocha su chaleco.
Oh Jordán, sagrado río,
oigo murmurar tus olas;
veo las palmeras verdes de
Beth-El con los camellos.
Los rebaños de carneros
gordos por la tarde arrea
el pastor de la montaña
Gileat en Tierra Santa.
Pero el bello día pasa.
Con sus zancos largos llegan
ya las sombras de la noche.
Lanza el príncipe un suspiro.
Ya percibe la glacial
garra bruja en sus entrañas.
Lo estremece la perruna,
pérfida metamorfosis.
La princesa aún le ofrece
su cajita con especias.
Lentamente, él aspira
el olor de la canela.
Sirve la princesa el triste
sorbo de la despedida.
Bebe el príncipe, y en la copa
quedan sólo pocas gotas.
En la mesa las derrama,
sumergiendo en lo volcado
una vela con su lumbre,
que crepita y ya se extingue.
Etiquetas:
poesía universal
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