¿Hacia
dónde caváis, desventurados mineros?
Ya no
queda más luz
y las
vacas han parido tres veces sobre vuestras tumbas.
Un lejano galeón viene sonando
y en
subsuelo arrastra su cruel ferretería,
calvando
siempre, calvando en mi corazón,
como
a un sarcófago que se abriera en medio de la tempestad de la noche.
Quizá
habéis perdido el lugar, yo vivo solo,
solo
con mis ojos abiertos como dos gotas de coñac en la niebla:
marchaos,
por piedad, hay otra vecindad más pura,
otras
casas más grandes
con sótanos
huecos para vuestra angustia.
Yo
vivo solo.
No
bebo otra agua que el sudor que cae de mi velludo pecho,
de
esta húmeda soledad,
más
oscura que una entente de sombras.
Pero
no os vayáis, acaso vuestro paso
no
sea sino el llamado remoto de mis huesos,
la
restauración de mi heredad en otra patria,
en
otra altura,
donde
el corazón duela menos.
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