En grandes,
terribles aguas, como entre plomos cósmicos y abejas, acumulando en manzanas de
fuego y hierro primitivo,
el terror auroral del limite, la sangre, la cuchilla, la muerte, la esmeralda incendiada
de los lagartos y el puntapié de los humillados y los
ofendidos del
mundo,
contra serpientes y
llamas, contra leones y sombras,
navegaba la criatura popular, ardiendo
y bramando en la soledad dramática.
Ardida, la
levadura, triste y fuerte, besando azucarados muslos de
azúcar.
entraba a la
hembra, su actitud de virgen quemante.
esencialmente,
ciñéndola de caldo de sol de barro e historia, y el abandonado,
sobre
pájaros y látigos, se iba dormido entre los pechos de la princesa egipcia, flor
de Israel, plebe de azotes, arando canciones de corazones de faraones.
país de carbón en
ciudades de volcanes, amaneciendo, entre sus
cuchillos,
y el dios poniente,
se quejaba en el pretérito,
ladrando, atropellando la antigüedad
iluminada, entonces.
Así, creciendo.
Moisés, traía la Mesopotamia hambrienta,
adentro de los desiertos tremendos, las tiendas, la arena, las bestias añejas,
la calavera aventurera del humilde,
los ejércitos históricos de Jehová, tronando.
Era el hachazo por
debajo, en síntesis, con sesos, con escombros, con voz desenterrada y contra
sepulcros, con sudor
judío y egipcio:
el hacha del
pueblo, del terror, del tiempo, tajando con relámpagos, aquella gran cabeza de
tragedia de súbdito, restallada de imperios y tribus, que caia entre granitos y
ladrillos, rugiendo;
he ahí que buscaba el corazón de los
mundos, adentro, por eso, en lo
caldeado y espantoso "de la
materia, sumergiéndose en el ardiente y presente caos.
Enormemente, ardía
la zarza, como una condecoración roja entre los esclavos y los ganados
despavoridos, como un grito de clase, como un astro;
y el dios opresor,
asesino, el dios agresor del patriarca usufructuario, estaba adentro, ladraba,
atropellando, amenazando: "yo soy el que soy"... sapos y plumas
aterradores
gritaban hacia la muralla desventurada
del indómito, y el horror le hinchaba el pellejo.
Aun el corazón, las
yuntas y los pozos de Madian guardaba, como el vino en la ancianidad de las
bodegas: y la luz de Séphora, su ancho caballo blanco engrandecía, cuando
Moisés la sentaba sobre su asno.
todo tan solo y de
plata, pero con viento remoto en las pupilas; por eso peleó con Jehová, proletario
conmoviendo con misterio horroroso la
posada del mundo.
Entre cien
serpientes, y una, Aarón y el Faraón yacían, por el oro y el canto y el fuego
abrumadores, pasmados y aterrados como
pingajos;
hacia la vara de
Dios, toda violencia, convergiendo, callaba la magia de los magos y las astas
mágicas del arte, devorando a cualquiera fuerza:
caídos en la
fórmula y la matemática, llorando y tronando, con espanto
acumulado, el profeta y el
aristócrata, criaturas del atardecer, encendido en los cuatro puntos cardinales...
Encima de siervos,
su idioma de industria y hechicería, ceñido de sacerdotes, cercado de
polizontes, entre sus lacayos, sus rameras.
sus ministros, el rey brillaba;
entonces Moisés, el hombre del hombre, alzando los brazos, terriblemente, hizo
el agua sangre, los ríos, los océanos, los lagos, todas las aguas del
Universo,
arriba de la
dinastía, en lluvia de tumbas sangrientas:
sólo el toro judío bebía el licor
claro y santo de la tierra eterna y su himno, hijo del mito, del signo y el
destino, rojo.
Desde los charcos
podridos, avanzan las ranas, heladas y macabras,
dando
terribles saltos de cadáver, echando sombra, echando baba, echando pena sobre
el Imperio,
en las casas, en la
comida, en las camas, en los jardines, en los viñedos, en
los trigales.
hediondas
como mundos muertos en la monarquía...
Y
todo
el polvo de la tierra se volvió piojos, y piojos de piojos, y piojos de piojos
de piojos, y piojos de piojos de piojos
de piojos,
grandes como el hambre del pueblo.
piojos de abajo y
de ahora y de adentro, horrorosamente, llenos de materia obscura,
piojos de manta de
vagabundo, o de héroe o de presidiario, piojos de dios, tremendos, piojos,
piojos del régimen
burgués, del santo y del sabio proletario, gritos de la
montaña,
animales formidables del explotado y
su órbita.
bestias del llanto, del sueño, del
luto y la cuchilla, en las cabezas guillotinadas.
Vinieron por entre
medio, desde todos los pantanos y los establos,
las moscas,
oliendo a muerte, a locura, a epopeyas
tronchadas, a ceniza,
creciendo y
rugiendo y mordiendo, hinchándose de cadáveres, de enormes
tambores incandescentes.
He ahí, entonces,
que el escorpión del Señor degolló a quienquiera y
cualquiera bestia.
y fué asesinando los caballos, los
ganados, las ovejas, los corderos, los camellos, los becerros, las vacas y los
toros y el buey y los pájaros y las gallinas queridas del pobre y no los
rebaños
acumulados de los
ricos,
porque los dioses,
ellos los hicieron, los poderosos, para explotar a los
oprimidos:
caia. pues, encima
del pueblo, triste y fuerte, la sangre de las victimas acusatoria y clamante,
chorreando egipcios y judíos proletarios: hinchados de sol y gusanos, ardían
aquellos cuerpos tremendos, como grandes frutas del cielo y del mundo,
pudriéndose, abiertas a la poderosa
eternidad humana,
aterradoramente: océanos de materia hedionda corrían hacia los capullos,
amenzando y
nutriendo la vida:
una gran carroña, como un rio,
resonaba:
era el cadáver de
la justicia de los pueblos, saliendo de la tierra, semejante a una inmensa flor
de sombra: figuras de cementerio, a la orilla de las apariencias pasajeras,
navegando en enormes cubas de pus rubia,
como miel de podredumbre, echando
ladridos ardiendo, estaban plantadas.
Enarbolando su máquina, echó ceniza
Moisés, contra el ciclo
mágicamente,
y cayeron fibromas
y tumores apostemados, o llagas terribles, productos de infierno y hechicería,
aquel espantoso dolor, que no existe.
sarna del alma, e imagen
indescifrable, gran mito deforme.
Entrañas de fuego y
truenos, llama entre llamas fuertes, destacándose, adentro del granizo ardiente
Jehová bramaba y rugía,
respondiendo, a la
alzada mano del profeta, desde los tormentosos abismos
y el látigo
dramático del relámpago.
borneaba sus
tristes banderas de catástrofe,
arrasando montañas
ardidas,
en lagunas de
pasión y de terror resonante,
contra la tierra
repleta de larvas,
mordiendo los
hierros del viento, con crujido de cadenas, o quebradura de espinazos;
en árboles, desenganchándose, la
tempestad gritaba, y sus chacales contra los perros hambrientos de los pueblos,
abrían, polvorosos, la poderosa dentadura del espanto.
Hacia la vara
mágica, el viento oriental, azotándose, arrastró langosta colosal sobre Egipto,
grandes bestias fuertes, cargadas de espíritu inmundo; y ellas llegaron, como
bramando, blancas, rojas, negras, en enormes colores bermejos, todas rojas, del
color del terror y del arte, con las mandíbulas escalonadas de dientes feroces,
como toro, hambrientas, por hambre obrera y eterna, crueles de índole, al modo
del hombre que pone desorden, estriadas de acero;
y así, marcaron los
campos, deshabitándolos, quemando y tronchando las cosas,
antes de cantares.
Cuando la
obscuridad ardía, negra, en las tinieblas, y. como plomo, todo era pesado y
unido, en una gran masa lejana e inminente, los judíos iluminados, brillaban;
unas terribles
frutas de oro, desde lo remoto, apareciendo, sonaban como campanas sin ruido,
y nadie veía el
dolor ajeno en las espadas desenvainadas del espanto,
porque la sombra
echaba sus capullos.
y el sueño sobre el
pueblo, caía, alucinándolo,
en aquella ilusión
siniestra,
como los vinos
floridos en el corazón del pobre;
sangre negra,
cabezas negras, muerte negra.
un solo son roto, en el tambor de la
congoja definitiva, sobre aquella gran polvareda.
Entre el fuego y el
pueblo, entre escorpiones, entre símbolos, entre
horizontes,
el varón nacional, emergía
solo, entre
sucesos, entre muertos, entre sueños, entre proverbios, entre
cementerios, entre
recuerdos,
interpretando las masas ardidas,
como la voz del
clan místico, épico, del país ensangrentado, entre el hombre y Dios, rugiendo.
peleando,
sollozando, resonando, terriblemente, desnudamente, como un potro
contra la montaña
alucinada; así, Jehová, es decir, su propio enigma, lo llamó y lo echó hacia su
destino: entonces, a cada familia le mandó degollar un lechón de agua, y.
asándolo, lo comieron, enriquecido de lechugas amargas y pan ácimo, vestidos y
calzados de aventura, y ungieron
aquellas puertas
inmensas de sangre y viajes, marcando sus pascuas, la
estrella roja del
éxodo,
porque la santidad
relampagueaba en sus cabezas, y el iluminado empuñaba el bastón popular del
rito y del mundo,
Moisés, como una enorme lengua de
acero soberbio:
y he ahí que Dios degolló a los
primogénitos egipcios, a hora nocturna,
quedando los descabezados, llorando
por sangres y madres,
porque un terror
colosal fué creciendo por todo Egipto, y viviendo y rugiendo
su ola enorme,
como un animal tremendo.
ensangrentándose
las patas quemadas en el espanto.
Grandiosamente,
salieron los ejércitos de Jehová, cerrados y
circundados,
hacia las tierras
del Cananeo y del Hetheo y del Amorrheo y del Hebeo y
del
Jebuseo, que enorme leche y miel manaban, con las altas cenizas de José en el
vértice, ardiendo, medio a medio: irradiando, desde el eje y el corazón de la
inmensa nube, y columna de fuego,
con miedo eterno,
Dios conducíalos:
rugía la violencia del cielo,
sobre la congregación religiosa, su
política dramática, y grandes símbolos, ciñendo en los aventureros las tortas
sagradas de la huida.
Sin embargo, la
esclavitud sonaba y bramaba su recuerdo, agitándose, como un pájaro de látigos,
en un hoyo, sobre las espaldas
azotadas
de salario, de lacayos y servidumbre, y el pueblo clamaba a Moisés, por el
azote de los amos.
gritaba y lloraba,
entre Pihahiroth y Baalzaphón, a la orilla del océano, y
los bermejos
océanos,
cuando los carros
tronaron, contra el desierto, desde el ardiente ladrillo
egipcio,
empuñando la ciudad
imperial hacia la manada del siervo, el orgullo de oro rojo, como epopeya, la
jerarquía astronómica de las pirámides, la magia sagrada y las momias y el
ceremonial fúnebre y todo el polvo milenario de la cultura,
los hábitos matemáticos, los pálidos,
hieráticos, trágicos ritos, oro, añil, sangre, el sexo y la muerte,
las lámparas de
olor funeral o marino —estrellándose de tempestades
gigantes—,
como de pulpa y de
bestia o como de hongo
—sol con ojos humanos—, el circulo de
abismos y heridos en la batalla.
Y
Jehová
dijo a Moisés: "Escucha, no escuches al pueblo por el pueblo, escucha la
voluntad del pueblo, y su
origen,
y alza la vara
sobre la mar bermeja":
levantó su ademán
el taumaturgo y, entre dos muros absurdos, los israelitas
pasaron:
estallando la
vanidad militar, avanzaron los estupendos regimientos faraónicos
y la caballería
egipcia.
pero los hechos
unieron los elementos,
y el abismo se tragó toda la fuerza
armada en su estómago.
En religión
política, agitando a Jehová y su resuello, sus números,
su espada,
revolviéndose encima
del pueblo y su gran caballo
entonó el conductor
la oda heroica, de reluciente Ímpetu y resonante vuelo
con acero.
Bramando, cayó el
sudor de los puñales, seco, y hubo sed, apretada sed en el desierto, sed
terrible y enorme de hombre, a la ribera de las aguas amargas;
hinchaba el sol los
egipcios muertos a la orilla de la mar, en la distancia,
bajo los cantos abandonados de Maria,
la profetisa; y la grandiosa multitud se levantó contra Moisés, amenazando;
entonces él endulzó las lagunas metiendo ilusión y voluntad adentro, en imagen
de árbol.
Y, arrastrándose,
lograron las vegas hermosas de Elim, a la sombra
de las sesenta
palmeras, cantando, entre doce puentes cristalinos, la maravilla de la alegría,
y se sentaron a reposar, en aquel paraje de cristales de raudales, gemelo al
agua tranquila y
alegre.
Tornaron los hebreos a la revuelta,
murmurando y protestando, con
espanto acumulado y difícil,
comiendo vidrios
obscuros, a la lumbrera de las encrucijadas, haciendo o como queriendo hacer el
héroe, a cuchilla, en el gobernante, sacando del caudillo razón de existir, y
porvenir, sacando lo
humano, sacando
la ansiedad social
del individuo,
como quien extrae
palomas y gusanos del vientre enorme y azul de las
espadas;
y Moisés exclamó;
"es contra "ÉL" la pelea: yo soy pequeño";
mas, he ahí que una
gran bandada de codornices, cubriendo los cielos,
aparecía,
y algo muy bueno,
semejante a una hojuela con azúcar, o al pan que comíamos en la aldea de la
infancia, o al sexo o al vino o al
tabaco,
caía, a manera de tortas,
desde el limite de donde emergen y
esplenden, sucediéndose, dios y la tempestad, unidos.
Brilla el espejo
del desierto, y su ojo de sol rojo, ahogando en todo lo cóncavo la leña quemada
de las costillas, los corazones
amarillentos,
y ardían las gargantas,
como tragando plomo y ceniza.
cuando la pantera
de la locura, sacando los dedos en las pupilas, arañaba
la tremenda
naturaleza,
con gestos torcidos
de raíces...
y, al golpear
Moisés el Horeb, salió el licor de Dios del peñón sagrado,
m u rm uradora me n
te, e inundó la agua copiosa, el horizonte de Sin y Rephidin colmándolo, lleno
de alas y algas y dulce alfalfa y pescados indescriptibles, que sonríen
como caballos
heroicos,
galopando
en la sombra líquida..................
Estaban, a
cuchilla, Israel y Amalee peleando; colgaba la batalla ensangrentada, desde las
manos del profeta, como un
cuero de muerto;
y el sol crecía a la orilla
despavorida.
Abandonando a
Madian abandonado, entre sus sepulcros, entre sus
leyes, entre sus
panteras, como sol muriendo. Jethro y sus mujeres arrastró a Moisés, su pueblo,
en liturgia, en burocracia, en leyenda o como en cenizas o como en palomas
domésticas, o como
en laureles sacerdotales, dolor con tradición en las troneras.
hacia silencios,
hacia murciélagos, hacia conceptos y gran retórica... y como el yerno escuchó
al suegro, la roja araña del código, hizo su nido en la tragedia israelita.
trayendo fórmulas y símbolos, trayendo
cébalas, trayendo el rigor colosal de la forma.
Relámpago
cabalgando, dramático.
Dios descendió
hacia la montaña, ardiendo con fuego tremendo, y humo echaba:
entonces lo
contempló Moisés, cara a cara, entre la batalla, y lo entendió
porque lo admiró en
esplendor y agonia: tronaba el Sinaí. llameando y humeando en grandes terrores,
como si una gran águila de luto agitara las alas tronchadas en las
tinieblas,
y el dolor del
horror se derrumbase:
hablaron los dos,
frente a frente, y pecho a pecho, la colosal gramática, entre dioses, entre
sacerdotes, entre hombres desesperados, agregando a la máquina de la tempestad
el lenguaje terrible de lo divino; resplandecía el diálogo mágico,
y un terror
esencial crujía adentro de los huesos hebreos: eran la llama y el azufre de lo
santo,
cuando él ascendió
la cumbre sagrada, con paso eterno y aterrador de héroe, pisando sangre,
tronchando
calaveras de
esqueletos extranjeros, mordiendo serpientes, mordiendo diatribas. mordiendo
naciones.
con la tradición
ardida entre las manos,
solo y enorme, como
los sepulcros oceánicos, rugiendo.
y enarbolando la
gran bandera de la barba;
abajo, el pueblo y
el mundo abrían su mirada de reptiles,
contra el sol que les golpeaba la
miseria.
Venia el vate
curvado, pues traia la verdad al hombro, cuando, voz saliendo de las entrañas
dijo:
"no matarás, no robarás, no
fornicarás con la mujer ajena, no mentirás, honrarás los antepasados,
santificando los ritos públicos, no calumniarás. no codiciarás la felicidad
vecina, amarás a Dios y a
tu prójimo",
"Tú, con
nosotros", decía el pueblo,
"no podemos
mirar a Jehová, faz a faz, porque su resplandor nos asombra", “colócate tú
entre él y la masa judia, tú. únicamente tú", y temblaba el poeta
político,
en función de la
voluntad popular, que iba haciendo un dios tremendo de la
soledad colectiva,
como cuando sólo del oro y la madera sagrada emergen sombras.
o como crece en serpientes el cabello
del muerto, eternamente, obscuramente
ajeno a su órbita.
Tronaba la montaña santa, y, ardiendo
desde adentro de la montaña, la trompeta de Dios estremecía los contornos,
cuando el santo fué a platicar con Dios en las tinieblas.
No como látigos, si
arañas, si cárceles, si espadas, la represión social crecía del miedo de Moisés
a la naturaleza, como el valor
del terror,
predominando, y el sacerdote y el delincuente ladraban en el Levítico:
tráfico y clínica,
la ley amarga de los usufructuarios, y el grande y triste
azote del explotador, rugen desde los
códigos; la maldad aparecía en la maldad, como un hecho de conciencia.
"Ojo por ojo,
diente por diente, mano por mano, y píe por pie, herida por herida, traición
por traición, patada por patada.
ofensa por ofensa,
el puñal al puñal,
el azote al azote, el terror al terror, marcando los
estómagos".
Crujía el latigazo
del amo sobre el espinazo del siervo, bajo la mirada de Jehová, solo,
el legislador
estaba encima del victimario y el victimado, engrandeciendo la
tragedia social con
su látigo mágico; pero el yugo del esclavo hacía esclavo al verdugo: y una
sangre sucia y religiosa dragaba y manchaba la raza, como afrontándola, con la
bofetada cuotidiana,
entristeciendo los lomos curvados, con
su obscuro sonido de cadenas.
Pero el ansia
santa, rodeada del terror de Dios, marchaba a pisadas
de espanto,
y el fervor
transformaba el dolor de los hambrientos en canciones, en símbolos, en verdades
artísticas y eróticas, creando los sueños y los mitos sublimatorios,
arriba de la realidad desfigurada, por
la horrorosa condición soñadora.
A las doce columnas
respondieron las doce cabezas de tribu, cuando el profeta ascendió del altar
hacia la presencia inmensa, sembrando
en la gran familia
alucinada la sangre sagrada y desventurada de la alianza.
y. exaltándose,
dejó a Josué, el ministro, en la afuera dramática, como un
toro contra las
figuras,
y se presentó a la
eternidad, que era ardiendo y era zafiro y era tremendo, y entró al pabellón en
ignición y estuvo cuarenta dias y cuarenta noches y
cuarenta días,
sumergido;
entonces Jehová.
hombro a hombro:
He ahí el homenaje
de varones primogénitos, oro y plata y cobre, y jacinto y carmesí y sombrío,
y la gran púrpura
roja y lino fino y pelo de cabras, y cuero de carneros rojos y cuero de
becerros rojos, y toros y águilas y lomos de buey sagrado y aceite para las
lámparas, y especias y aromas hacia los óleos aromáticos,
y piedras de mármol
y piedras de ónix y piedras de cuarzo y maderas de
áloe, preciosas,
y rubíes y
esmeraldas y diamantes,
y pieles de
serpientes, cazadas en los desiertos estremecidos de lágrimas; con palo sagrado
de Sittim y oro, y fe y oro y verdad y oro y juventud
y oro y filosofía y
oro,
habrá de estar
hecha de ella de ésta el arca.
y dos y medio codos
de largo y codo y medio de alto y codo y medio de ancho, igual a una laguna, es
decir, como un toro, yo, adentro, enarbolado de arcángeles.
desplazando los
candelabros y el símbolo cósmico de las manzanas, entre el perfume, como a sexo,
y la ira
sobre la sangre y
sobre la muerte, ardiendo, con negro lamento que enrojece,
sonando,
extraordinariamente, bramando,
entre las victimas
y la épica de las victimas, o rugiendo
hacia la cara
quemada de lo místico;
y emergen de entre
cortinas y columnas,
Aarón, Nadab, Abiú,
Eleazar e Ithamar, sus hijos, destacándose contra el sangriento y el añil y el
nocturno, entre aromas, entre doctrinas, entre campanas y ritos terribles y
serpientes y laureles
y majestad, con
ancho ámbito de epopeya, de oriente a poniente, consagrados, con pánico
bárbaro,
por océanos,
resonando los tabernáculos, las tiendas inmensas y aventureras.
con miedo épico,
y el "clan
vital", en cárdeno, en carmesí, en púrpura,
pero, en tales
instantes. Dios puso silencio inmenso en el secreto de su
lengua;
bajando, el santo,
cargado venia de doctrina,
sin embargo, entre
la liturgia eclesiástica, copiosa, redundante, hinchada.
bajo sus frutas, como un vientre
inmenso, y, encima del esoterismo clasista de la oligarquía sacerdotal del
indómito, las dos tablas de piedra del testimonio rugían como dos vacas de
niebla,
estremeciendo al
iluminado,
a la gran técnica épica de su
heroísmo, y la trompeta tremenda del yo le rajaba la espalda.
Las cuchillas contra las ideas
brillaron,
y cayeron sobre las piedras tronchadas
los ¡dolos, acumulando mares de
sangre a la
represión política, porque lo amarillo y lo infinito de la libertad gritaban
adentro del metal tronador de las imágenes, arrasando y arrastrando,
soberbiamente, la mitología del orden por el orden, hacia la
barricada revolucionaria, como un
viento de derrumbes, hasta la planta llagada de Moisés, girante.
"Arriba, en la
tronchadura de la más alta montaña, en donde convergen todas las fuerzas, en
vértice y braman las águilas épicas, yo cruzaré, rugiendo, a tus orillas,
adentro del
torbellino vagabundo y poderoso de catástrofes, echando relámpagos dramáticos,
con bramador acento, en la orquesta aterradora, moviendo los tiempos eternos.
y. como te taparé
los ojos con mi mano enorme y terrible, tú me oirás rugir, desde la muerte,
pero no has de
mirarme, jamás, cara a cara, jamás, jamás y nunca el rostro, y. en las
tinieblas que espantan y relumbran.
temblando, tú,
únicamente, sudando, tú, como un costillar de cadáver, a la
tempestad lanzado,
te mostraré la gran espalda".
Brillaba, cuando
bajaba con las escrituras de Dios, como un diamante rojo,
y. viendo los hebreos la llama de
Moisés, veíanlo, en voz, en ser. en luz. lo mismo que a las matemáticas,
aureolado de si mismo en sí mismo, golpeando, azotando, dominando las
apariencias.
Gigante, aterrador,
enorme, en actitud de bestia de presa, emergiendo su estampido de substancia,
desde el ardiente
caos elemental, cargado de gusanos, andrajos y mariposas, a la manera de un
murciélago terrible, o como un toro con las entrañas a la rastra, el templo, el
templo, el templo.
arrastrando el
sacerdocio, la casta sellada y eclesiástica, la gran araña de
los ritos,
el animal colosal
de la religión,
echando espuma, echando violencia,
echando espada y sangre obscura, rabioso, entre los siervos hambrientos y sus
explotadores.
Nacía la metafísica del desierto.
Y
la
ley acerba, su culebra enarbolaba.
llena de púas, de
veneno, de plumas y puñales abotonados, moviendo su cuero negro:
gritaba la
dentadura del levita, en obsesión de códigos y símbolos, su
egolatría,
y el Narciso
obscuro del sacerdote.
al contemplar su
técnica trágica en las lagunas de asfalto, lloraba, con llanto anfibio:
porque era la yerba
inmunda de la malicia y el crimen de todo lo divino,
la máquina teológica,
la mística, expresándose
por la histeria
religiosa y su gran válvula romántica:
sacerdocio y
policía, crearon los bestiarios.
la bestia perversa,
satánica, siniestra, a/coplándos-e a la virgen viciosa, el íncubo y el súcubo
anticipado a los milenarios desterrados, el alacrán con entendimiento de juez o
de bailarina o de prostituta celeste, la rana peluda que escribe sonetos
bonitos,
la pantera y la
culebra, disfrazadas de dioses llorones y aun de capitanes
de miserables,
el maricón verde,
que parece flor con purgación y cortesana.
la esposa terrible
y caliente, que seduce y ensucia y escupe al profeta,
abofeteándolo,
el idiota que amaba
a Dios, como a una ramera,
y el verdugo y el
espía eclesiástico, todos ellos con la cara hedionda y sin
esperanza;
entre sus patas, el
Levitico engendró el corazón con estiércol del polizonte, y la verdad genital y
aventurera del gran teócrata castrado, como un loro
de asesino,
el mitrado de guata
blanda de carnero.
acoplándose a la
obispa, encima del tabernáculo, que cruje como el catre
de la maraca,
cuando el sucio y tierno burgués la va
a visitar escondido.
En formación de
escuadras, adelante los capitanes, emergieron los ejércitos hebreos, desde las
doce tribus, resonando, desde las doce tribus, los estupendos regimientos
andariegos, superando
la montaña
sacratísima, y la teocracia aventurera comenzó a caminar detrás del símbolo; un
gran bandera de agua de jardines cubríalos, desgajándose del cortinaje
astronómico;
y sonaban las
trompetas, con grito tremendo y sacerdotal, bramando, a la orilla del pie de
Dios, lo mismo que el quejido del suplicio heroico de la
humanidad entera,
en todo lo ancho de la historia.
Decía el pueblo: "El aroma de los
ajos y los pescados y los gansos
y las toronjas y las cebollas.
el olor a fritanga
y a carne asada, nos perfuma la memoria del corazón.
afligiéndonos,
haciendo con nuestros recuerdos una gran
cosecha de llantos,
y queremos carne,
carne, como en el Egipto.
comida, no hambre,
y tú das hambre, no comida, ¿a qué trajiste este pueblo
por los desiertos
tremendos?
esclavos, pero no
hambrientos”:
dice el héroe:
"Señor, ¿he parido yo a esta manada?: además de mi vida, la suya sobre mis
hombros,
asesíname, líbrame
de mi mismo y de la sociedad acumulada en mis
instintos!”;
y habló Jehová, en aquel
entonces: “Ancianos coge setenta, que te ayuden a gobernar tus tribus errantes.
e irán a reventar
de llenos, como cerdos, que se revuelcan en la propia
bazofia.
hartos de mollejas
y lomos de toros asados":
y, asi, llegaron
los patos salvajes, en innumerables y horizontales
bandadas....
pero llovió fuego
del cielo, y viento con fuego del cielo, y sangre con fuego y espanto con fuego
y muerte con fuego, y belleza y verdad v grandeza con fuego inmenso y números,
cayó el dolor, desde el vértice y las últimas causas.
y enfermaron los hambreados, porque
comieron y bebieron naturalmente.
Cuando María, la
leprosa, dijo: Yo tanto más cuanto él hago", porque el legislador amaba a
una hermosa mujer etíope,
Dios exclamó: “Por
símbolos e imágenes infraconscientes, por sueños y por
ecos de palabras,
hablo con vosotros, mas al camarada Moisés le converso de amigo a amigo,
porque lo estimo
mucho, por hombre muy hombre y varón substancial, de
buen entendimiento,
tranquilo y preciso
en palabras, en hechos, en ideas,
capitán de pueblos, solidario y
poderoso y distinguido de carácter".
Emigró, pues, la
embajada de doce varones, hacia las tierras que alegre leche y miel manaban,
con ancho boato de
príncipes,
fornidos lomos
judíos, la expectativa sosteniendo:
y. quizás, arrastrando
el fantasma, regresaron, el poema de la abundancia
substanciosa y
resonante;
trigos y uvas
trajeron, enormes como melones.
y trajeron una gran
tinaja de vino y apretadas calabazas de panales, y trajeron peras y manzanas y
brevas y naranjas,
llegando con asnos
cargados, que tenían jugosas sandias en toda la boca.
y lagares de
pellejos de becerro, picoteados de abejas;
venían con harto
espanto, por visión de gente enorme e indescriptible.
tronadores, como
elefantes, bajo la montaña;
y hacían comparaciones
de volcanes y terribles y feroces cosas.
como, por ejemplo, la sociedad y la
muerte sumadas.
Avizoraba el
político, trazando los cálculos matemáticos de la estrategia, sobre lo sentido
por él con la pupila diplomática, acumulando los soñados,
antepasados
números, cuando el bando del Capitán Coré se levantó en armas, ciñendo de
puñales la dictadura y la teocracia del iluminado, muerte cargando a la
cintura:
dominó la rebelión
el imperialista, haciendo RELIGION DE RELIGION
y obra de magia;
porque, abierta la
tierra, se los tragó, ardiendo.
y. sobre sus sepulcros de llamas, la
rosa grandiosa de las juventudes, dijo: "Nosotros, por nosotros,
conquistaremos lo prometido".
Entre las doce, la
única, cuando las tribus judías, a la orilla de la fiesta inmensa, todas las
varas estaban en invierno.
y comieron, en la de Aarón, almendras,
como granadas de alegres y
primaverales,
cargadas de jugo de
pueblos:
voluntad de Jehová,
en pos de él. gravitaba su plomo aforme, el corazón social habitábalo,
tocaba la bocina de
fuego, en las entrañas teocráticas,
y el soplo de Dios,
horrendo todo de oro,
le abría, con espanto, la llaga
sagrada de la garganta.
Entonces, del
"pecado del santuario", nacieron los parásitos, la santidad
degenerada, satánica y dramática, encadenada a frutas podridas.
en fuego y vicio y
tumba y mundos y piojos y barro con relámpagos y grandes coraras de serpientes
y de leones, el animal de Dios, sagrado y hediondo, en la tragedia,
la bestia ociosa y
extraña y abyecta, con frío hocico de murciélago, y patas de rana, que come
aceite y gansos y mostos y pavos salvajes, el sacerdote sensual y grosero,
bestial y mugriento en su pantano; todas las abejas del mundo les picaban la
panza y el corazón, como un lagar
de vino:
se comían todo lo
bueno, sin nunca arado, ni sembrado, ni cosechado, su corazón era la cébala
mágica del impostor, adentro del cual la divinidad
antropomorfa dice: "Dad a ellos
los carneros mejores y las más bellas y locas vírgenes".
Gigantescos
camarones amarillos.
la lengua tremenda
de la lujuria, bramando entre cabritas en flor, la espada, la botella dsl sol,
su vino adonde.
cruzando los lomos,
los poderosos y espantosos lomos del predestinado, al cual va terciada la
carabina del sexo;
álzase, pues,
desnudo y terrible el sacerdote, ceñido de puñales de diamante; entre vulvas
fuertes de mujeres ensangrentadas,
así como enormes hongos genitales,
acumulando ciclo con estiércol, emergen los falos de los santos israelitas.
La clerecía hiede a
bestia inmunda, a raíz genital, a hechicería, a paloma, a mar. a puñalada, a
idea, a fritanga, a historia,
y flamea, como una
gran pluma amarilla, en las figuras, pintando con gallos morados el estilo:
saca la callampa embanderada, entre
cien mujeres, el delirante sagrado: medio a medio del deseo, la religión, su
arte violento, enciende como cuchilla, en la luz tremenda y grandiosa de la
sangre, y Dios estalla en la garganta guillotinada.
O como tremendo
pabellón, ardía la vaca bermeja, como bandera de
violencia y
grandeza.
y Eleazar al
ensangrentar la llanura.
con fuego ardiendo,
regaba, desde el enorme animal degollado, que estallaba
y era incendio por
incendio constituido,
flor de sol y
puñales.
tierra y puñales,
máquina y puñales, sombra y puñales, mito y canto y puñales:
forjó un país de
alegoría, la ceniza en las aguas sagradas: pero los enfermos,
aquellos que
traían, gritando a Dios en las entrañas, con horrorosos murciélagos mecánicos,
en síntesis.
veían la golondrina
celestial, en la gran agua al agua eterna comparable,
y su espejo,
raíz de religión,
paloma,
atando los océanos, el olor musical
del barro-cosmos, la fruta cuadrada.
Acero y sombra y
sombra, desde María, la muerta, echó su terror sobre las tribus heroicas, y
clamaron con clamor macabro, por las granadas y las higueras y las sandías.
hasta que brotaron
las plantas de las aguas de la abundancia, del corazón
de la piedra
tremenda, y descendió, entonces, Aarón desde la cumbre a la muerte, en soledad
de Zin, entre desiertos, entre costumbres, entre sepulcros, a la
historia.
Bramaba ya,
enroscada a la bandera, desde el origen, y su oro ardía y crujía sobre el
Israel indómito,
a la manera del dios prohibido y
clandestino de los místicos, a la manera de un sol abierto, mitad a mitad de la
noche,
a la manera o de un
puñal o de un laurel o de un trigal, crucificado entre
dos relámpagos;
por eso aquellos
mismos, los mordidos de las víboras,
sonaban, cuando
miraban a la serpiente ardiente, atronando pabellones
sanguinarios;
y eran tremendos
los muertos, mirándola,
los desorbitados.
los iluminados, entre el vértice y la atmósfera del país.
rugiendo.
sus grandes
caballos sin limite,
la arboladura de
sus cabelleras estupendas, incendiándose, el violín de cristal de los
histéricos.
los santos cavados
de horror, en el confín de la rara judía, la crisis cíclica, el hambre.
el pueblo, el
hambre, el hambre, expresándose en religiones,
el hambre terrible
y rugiente,
sonando su cascabel amarillo de
alaridos.
Había hecho pelea
ya mucha el pueblo de Dios, degollando, y eran tronchados los escudos de Og,
rey de Basán. y el Cananeo y el
Amorreo
yacían a cuchilla, desguarnecidos, cuando Balaam. solo, entre dos murallas,
clamaba:
"¿Qué te
sucede? ¡Anda!, porque si tendría las hachas te mato, ¿entiendes?,
¿me
comprendes?"
“No’’, contestó la burra.
y el ángel de Dios emergió con la
espada desenvainada, frente a frente al capitán atónito.
Desnudos y
entrelazados el príncipe y la hermosísima, bajo un gran collar colosal de
jóvenes ahorcados, cara a cara al sol de
los hebreos,
en el corazón y
medio a medio a medio de la noche;
ella, morena era y
fina, terrible y ardiente, como la paloma de los desiertos
acerbos del
Génesis, luz y pescados, contra la botella de vino del pecho y poesía en las
rodillas cristalinas de madianita, para el amor ya madura: entre el diamante
trizado del alba, adentro,
Zimri
y Cozbi, temblando y sangrientos, como dos capullos de oro o de barro, con la
cuchilla del sacerdote clavada en las entrañas.
Soberbiamente, tinajas, panales,
espadas de vidrio, las hijas de
Salphaad sumaron, rugiendo.
encadenadas a la tradición hebrea,
acumulando los andrajos antepasados,
en la vida cívica.
Copioso y sonoro,
el árbol de los ritos judíos, abría su liturgia, la catedral esotérica y
sellada del régimen político, la
tenaza, la cadena,
el mito, la mazorca.
gritando los
andrajos del pueblo;
fué Josué, pues, consagrado, por santo
humano, jefe de naciones; el escorpión tronador del ceremonial, arrastrándose,
llenaba la materia mental, con la ilusión de las fórmulas y las cébalas, y
estaban las masas hinchadas de mitología.
Sangre, religión,
muerte, gargantas y trompetas, la guerra sagrada, el degüello de Dios,
relampagueando, los gritos, los
muertos.
y las hembras preñadas de Madián,
sollozando,
encima de los asesinados, que mamaban
dolor y terror en la politica, era el enorme Israel de Moisés, entonces.
"Contra los
agoreros y los adivinos y los hechiceros, los mágicos, los jureros falsos, los
que hablaron en los sueños con los muertos, contra quien se ayunte a bestia,
contra el que
comiere sangre de buitre y camello, cerdo, conejo o águila, contra el pederasta
y el incestuoso y el onanista.
contra el gran
idólatra, subversivo y estupendo, inventor del orden del
hombre
revolucionario,
apedreadura de la
opinión pública":
después, ascendió
Moisés, frente a frente de Jericó. a la montaña de Nebo, y Jehová le mostró
Galaad, hasta Dan, todas las tierras, y las tierras inmensas de Neftalí y las
tierras inmensas de Manasés y las tierras inmensas de Ephraim. y Judá y las
vegas soberbias
de Jericó y Soar...
y díjole: “He ahí el país que prometi a Abraham, míralo": entonces lloró y
murió, fué llorado, y lo enterraron en Bethpeor, la tierra
extraña,
y lo lloraron,
y lo lloraron, a
Moisés, años de años de años, y nadie, nunca, vió su sepulcro,
y lo lloraron, con
llanto amargo de citaras y cantigas funerales, y lo lloraron, a Moisés, años de
años de años, porque tenía ciento veinte años y estaba fuerte y triste y
grande, y tenía oro en la mirada y la palabra.
echando espanto, y
no se levantó profeta, de varón y mujer nacido,
tremendamente,
a Ja manera de Moisés, por
los siglos de los siglos.
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