sábado, septiembre 14, 2013

MOISÉS 1937 por PABLO DE ROKHA


En grandes, terribles aguas, como entre plomos cósmicos y abejas, acumulando en manzanas de fuego y hierro primitivo,
el terror auroral del limite, la sangre, la cuchilla, la muerte, la esmeralda incendiada de los lagartos y el puntapié de los humillados y los
ofendidos del mundo,
contra serpientes y llamas, contra leones y sombras,
navegaba la criatura popular, ardiendo y bramando en la soledad dramática.
Ardida, la levadura, triste y fuerte, besando azucarados muslos de
azúcar.
entraba a la hembra, su actitud de virgen quemante.
esencialmente, ciñéndola de caldo de sol de barro e historia, y el abandonado,
sobre pájaros y látigos, se iba dormido entre los pechos de la princesa egipcia, flor de Israel, plebe de azotes, arando canciones de corazones de faraones.
país de carbón en ciudades de volcanes, amaneciendo, entre sus
cuchillos,
y el dios poniente, se quejaba en el pretérito,
ladrando, atropellando la antigüedad iluminada, entonces.
Así, creciendo. Moisés, traía la Mesopotamia hambrienta, adentro de los desiertos tremendos, las tiendas, la arena, las bestias añejas,
la calavera aventurera del humilde, los ejércitos históricos de Jehová, tronando.
Era el hachazo por debajo, en síntesis, con sesos, con escombros, con voz desenterrada y contra sepulcros, con sudor
judío y egipcio:
el hacha del pueblo, del terror, del tiempo, tajando con relámpagos, aquella gran cabeza de tragedia de súbdito, restallada de imperios y tribus, que caia entre granitos y ladrillos, rugiendo;
he ahí que buscaba el corazón de los mundos, adentro, por eso, en lo
caldeado y espantoso "de la materia, sumergiéndose en el ardiente y presente caos.
Enormemente, ardía la zarza, como una condecoración roja entre los esclavos y los ganados despavoridos, como un grito de clase, como un astro;
y el dios opresor, asesino, el dios agresor del patriarca usufructuario, estaba adentro, ladraba, atropellando, amenazando: "yo soy el que soy"... sapos y plumas aterradores
gritaban hacia la muralla desventurada del indómito, y el horror le hinchaba el pellejo.
Aun el corazón, las yuntas y los pozos de Madian guardaba, como el vino en la ancianidad de las bodegas: y la luz de Séphora, su ancho caballo blanco engrandecía, cuando Moisés la sentaba sobre su asno.
todo tan solo y de plata, pero con viento remoto en las pupilas; por eso peleó con Jehová, proletario
conmoviendo con misterio horroroso la posada del mundo.
Entre cien serpientes, y una, Aarón y el Faraón yacían, por el oro y el canto y el fuego abrumadores, pasmados y aterrados como
pingajos;
hacia la vara de Dios, toda violencia, convergiendo, callaba la magia de los magos y las astas mágicas del arte, devorando a cualquiera fuerza:
caídos en la fórmula y la matemática, llorando y tronando, con espanto
acumulado, el profeta y el aristócrata, criaturas del atardecer, encendido en los cuatro puntos cardinales...
Encima de siervos, su idioma de industria y hechicería, ceñido de sacerdotes, cercado de polizontes, entre sus lacayos, sus rameras.
sus ministros, el rey brillaba; entonces Moisés, el hombre del hombre, alzando los brazos, terriblemente, hizo el agua sangre, los ríos, los océanos, los lagos, todas las aguas del
Universo,
arriba de la dinastía, en lluvia de tumbas sangrientas:
sólo el toro judío bebía el licor claro y santo de la tierra eterna y su himno, hijo del mito, del signo y el destino, rojo.
Desde los charcos podridos, avanzan las ranas, heladas y macabras,
dando terribles saltos de cadáver, echando sombra, echando baba, echando pena sobre el Imperio,


en las casas, en la comida, en las camas, en los jardines, en los viñedos, en
los trigales.
hediondas como mundos muertos en la monarquía...
Y    todo el polvo de la tierra se volvió piojos, y piojos de piojos, y piojos de piojos de piojos, y piojos de piojos de piojos
de piojos,
grandes como el hambre del pueblo.
piojos de abajo y de ahora y de adentro, horrorosamente, llenos de materia obscura,
piojos de manta de vagabundo, o de héroe o de presidiario, piojos de dios, tremendos, piojos,
piojos del régimen burgués, del santo y del sabio proletario, gritos de la
montaña,
animales formidables del explotado y su órbita.
bestias del llanto, del sueño, del luto y la cuchilla, en las cabezas guillotinadas.
Vinieron por entre medio, desde todos los pantanos y los establos,
las moscas,
oliendo a muerte, a locura, a epopeyas tronchadas, a ceniza,
creciendo y rugiendo y mordiendo, hinchándose de cadáveres, de enormes
tambores incandescentes.
He ahí, entonces, que el escorpión del Señor degolló a quienquiera y
cualquiera bestia.
y fué asesinando los caballos, los ganados, las ovejas, los corderos, los camellos, los becerros, las vacas y los toros y el buey y los pájaros y las gallinas queridas del pobre y no los rebaños
acumulados de los ricos,
porque los dioses, ellos los hicieron, los poderosos, para explotar a los
oprimidos:
caia. pues, encima del pueblo, triste y fuerte, la sangre de las victimas acusatoria y clamante, chorreando egipcios y judíos proletarios: hinchados de sol y gusanos, ardían aquellos cuerpos tremendos, como grandes frutas del cielo y del mundo, pudriéndose, abiertas a la poderosa
eternidad humana, aterradoramente: océanos de materia hedionda corrían hacia los capullos, amenzando y
nutriendo la vida:
una gran carroña, como un rio, resonaba:
era el cadáver de la justicia de los pueblos, saliendo de la tierra, semejante a una inmensa flor de sombra: figuras de cementerio, a la orilla de las apariencias pasajeras, navegando en enormes cubas de pus rubia,
como miel de podredumbre, echando ladridos ardiendo, estaban plantadas.
Enarbolando su máquina, echó ceniza Moisés, contra el ciclo
mágicamente,
y cayeron fibromas y tumores apostemados, o llagas terribles, productos de infierno y hechicería, aquel espantoso dolor, que no existe.
sarna del alma, e imagen indescifrable, gran mito deforme.
Entrañas de fuego y truenos, llama entre llamas fuertes, destacándose, adentro del granizo ardiente Jehová bramaba y rugía,
respondiendo, a la alzada mano del profeta, desde los tormentosos abismos
y el látigo dramático del relámpago.
borneaba sus tristes banderas de catástrofe,
arrasando montañas ardidas,
en lagunas de pasión y de terror resonante,
contra la tierra repleta de larvas,
mordiendo los hierros del viento, con crujido de cadenas, o quebradura de espinazos;
en árboles, desenganchándose, la tempestad gritaba, y sus chacales contra los perros hambrientos de los pueblos, abrían, polvorosos, la poderosa dentadura del espanto.
Hacia la vara mágica, el viento oriental, azotándose, arrastró langosta colosal sobre Egipto, grandes bestias fuertes, cargadas de espíritu inmundo; y ellas llegaron, como bramando, blancas, rojas, negras, en enormes colores bermejos, todas rojas, del color del terror y del arte, con las mandíbulas escalonadas de dientes feroces, como toro, hambrientas, por hambre obrera y eterna, crueles de índole, al modo del hombre que pone desorden, estriadas de acero;
y así, marcaron los campos, deshabitándolos, quemando y tronchando las cosas,
abandonando los huecos tremendos, entre las arenas y las tristezas pobladas
antes de cantares.
Cuando la obscuridad ardía, negra, en las tinieblas, y. como plomo, todo era pesado y unido, en una gran masa lejana e inminente, los judíos iluminados, brillaban;
unas terribles frutas de oro, desde lo remoto, apareciendo, sonaban como campanas sin ruido,
y nadie veía el dolor ajeno en las espadas desenvainadas del espanto,
porque la sombra echaba sus capullos.
y el sueño sobre el pueblo, caía, alucinándolo,
en aquella ilusión siniestra,
como los vinos floridos en el corazón del pobre;
sangre negra, cabezas negras, muerte negra.
un solo son roto, en el tambor de la congoja definitiva, sobre aquella gran polvareda.
Entre el fuego y el pueblo, entre escorpiones, entre símbolos, entre
horizontes,
el varón nacional, emergía
solo, entre sucesos, entre muertos, entre sueños, entre proverbios, entre
cementerios, entre recuerdos,
interpretando las masas ardidas,
como la voz del clan místico, épico, del país ensangrentado, entre el hombre y Dios, rugiendo.
peleando, sollozando, resonando, terriblemente, desnudamente, como un potro
contra la montaña alucinada; así, Jehová, es decir, su propio enigma, lo llamó y lo echó hacia su destino: entonces, a cada familia le mandó degollar un lechón de agua, y. asándolo, lo comieron, enriquecido de lechugas amargas y pan ácimo, vestidos y calzados de aventura, y ungieron
aquellas puertas inmensas de sangre y viajes, marcando sus pascuas, la
estrella roja del éxodo,
porque la santidad relampagueaba en sus cabezas, y el iluminado empuñaba el bastón popular del rito y del mundo,
Moisés, como una enorme lengua de acero soberbio:
y he ahí que Dios degolló a los primogénitos egipcios, a hora nocturna,
quedando los descabezados, llorando por sangres y madres,
porque un terror colosal fué creciendo por todo Egipto, y viviendo y rugiendo
su ola enorme,
como un animal tremendo.
ensangrentándose las patas quemadas en el espanto.
Grandiosamente, salieron los ejércitos de Jehová, cerrados y
circundados,
hacia las tierras del Cananeo y del Hetheo y del Amorrheo y del Hebeo y
del Jebuseo, que enorme leche y miel manaban, con las altas cenizas de José en el vértice, ardiendo, medio a medio: irradiando, desde el eje y el corazón de la inmensa nube, y columna de fuego,
con miedo eterno, Dios conducíalos:
rugía la violencia del cielo,
sobre la congregación religiosa, su política dramática, y grandes símbolos, ciñendo en los aventureros las tortas sagradas de la huida.
Sin embargo, la esclavitud sonaba y bramaba su recuerdo, agitándose, como un pájaro de látigos, en un hoyo, sobre las espaldas
azotadas de salario, de lacayos y servidumbre, y el pueblo clamaba a Moisés, por el azote de los amos.
gritaba y lloraba, entre Pihahiroth y Baalzaphón, a la orilla del océano, y
los bermejos océanos,
cuando los carros tronaron, contra el desierto, desde el ardiente ladrillo
egipcio,
empuñando la ciudad imperial hacia la manada del siervo, el orgullo de oro rojo, como epopeya, la jerarquía astronómica de las pirámides, la magia sagrada y las momias y el ceremonial fúnebre y todo el polvo milenario de la cultura,
los hábitos matemáticos, los pálidos, hieráticos, trágicos ritos, oro, añil, sangre, el sexo y la muerte,
las lámparas de olor funeral o marino —estrellándose de tempestades
gigantes—,
como de pulpa y de bestia o como de hongo
—sol con ojos humanos—, el circulo de abismos y heridos en la batalla.
Y    Jehová dijo a Moisés: "Escucha, no escuches al pueblo por el pueblo, escucha la voluntad del pueblo, y su
origen,
y alza la vara sobre la mar bermeja":
levantó su ademán el taumaturgo y, entre dos muros absurdos, los israelitas
pasaron:
estallando la vanidad militar, avanzaron los estupendos regimientos faraónicos
y la caballería egipcia.
pero los hechos unieron los elementos,
y el abismo se tragó toda la fuerza armada en su estómago.
En religión política, agitando a Jehová y su resuello, sus números,
su espada,
revolviéndose encima del pueblo y su gran caballo
entonó el conductor la oda heroica, de reluciente Ímpetu y resonante vuelo
con acero.
Bramando, cayó el sudor de los puñales, seco, y hubo sed, apretada sed en el desierto, sed terrible y enorme de hombre, a la ribera de las aguas amargas;
hinchaba el sol los egipcios muertos a la orilla de la mar, en la distancia,
bajo los cantos abandonados de Maria, la profetisa; y la grandiosa multitud se levantó contra Moisés, amenazando; entonces él endulzó las lagunas metiendo ilusión y voluntad adentro, en ima­gen de árbol.
Y, arrastrándose, lograron las vegas hermosas de Elim, a la sombra
de las sesenta palmeras, cantando, entre doce puentes cristalinos, la maravilla de la alegría, y se sentaron a reposar, en aquel paraje de cristales de raudales, gemelo al
agua tranquila y alegre.
Tornaron los hebreos a la revuelta, murmurando y protestando, con
espanto acumulado y difícil,
comiendo vidrios obscuros, a la lumbrera de las encrucijadas, haciendo o como queriendo hacer el héroe, a cuchilla, en el gobernante, sa­cando del caudillo razón de existir, y porvenir, sacando lo
humano, sacando
la ansiedad social del individuo,
como quien extrae palomas y gusanos del vientre enorme y azul de las
espadas;
y Moisés exclamó; "es contra "ÉL" la pelea: yo soy pequeño";
mas, he ahí que una gran bandada de codornices, cubriendo los cielos,
aparecía,
y algo muy bueno, semejante a una hojuela con azúcar, o al pan que comíamos en la aldea de la infancia, o al sexo o al vino o al
tabaco,
caía, a manera de tortas,
desde el limite de donde emergen y esplenden, sucediéndose, dios y la tem­pestad, unidos.
Brilla el espejo del desierto, y su ojo de sol rojo, ahogando en todo lo cóncavo la leña quemada de las costillas, los corazones
amarillentos,
y ardían las gargantas, como tragando plomo y ceniza.
cuando la pantera de la locura, sacando los dedos en las pupilas, arañaba
la tremenda naturaleza,
con gestos torcidos de raíces...
y, al golpear Moisés el Horeb, salió el licor de Dios del peñón sagrado,
m u rm uradora me n te, e inundó la agua copiosa, el horizonte de Sin y Rephidin colmándolo, lleno de alas y algas y dulce alfalfa y pescados indescriptibles, que sonríen
como caballos heroicos,
galopando en la sombra líquida..................
Estaban, a cuchilla, Israel y Amalee peleando; colgaba la batalla ensangrentada, desde las manos del profeta, como un
cuero de muerto;
y el sol crecía a la orilla despavorida.
Abandonando a Madian abandonado, entre sus sepulcros, entre sus
leyes, entre sus panteras, como sol muriendo. Jethro y sus mujeres arrastró a Moisés, su pueblo, en liturgia, en burocracia, en leyenda o como en cenizas o como en palomas
domésticas, o como en laureles sacerdotales, dolor con tradición en las troneras.
hacia silencios, hacia murciélagos, hacia conceptos y gran retórica... y como el yerno escuchó al suegro, la roja araña del código, hizo su nido en la tragedia israelita.
trayendo fórmulas y símbolos, trayendo cébalas, trayendo el rigor colosal de la forma.
Relámpago cabalgando, dramático.
Dios descendió hacia la montaña, ardiendo con fuego tremendo, y humo echaba:
entonces lo contempló Moisés, cara a cara, entre la batalla, y lo entendió
porque lo admiró en esplendor y agonia: tronaba el Sinaí. llameando y humeando en grandes terrores, como si una gran águila de luto agitara las alas tronchadas en las
tinieblas,
y el dolor del horror se derrumbase:
hablaron los dos, frente a frente, y pecho a pecho, la colosal gramática, entre dioses, entre sacerdotes, entre hombres desesperados, agregando a la máquina de la tempestad el lenguaje terrible de lo divino; resplandecía el diálogo mágico,
y un terror esencial crujía adentro de los huesos hebreos: eran la llama y el azufre de lo santo,
cuando él ascendió la cumbre sagrada, con paso eterno y aterrador de héroe, pisando sangre, tronchando
calaveras de esqueletos extranjeros, mordiendo serpientes, mordiendo diatri­bas. mordiendo naciones.
con la tradición ardida entre las manos,
solo y enorme, como los sepulcros oceánicos, rugiendo.
y enarbolando la gran bandera de la barba;
abajo, el pueblo y el mundo abrían su mirada de reptiles,
contra el sol que les golpeaba la miseria.
Venia el vate curvado, pues traia la verdad al hombro, cuando, voz saliendo de las entrañas dijo:
"no matarás, no robarás, no fornicarás con la mujer ajena, no mentirás, honrarás los antepasados, santificando los ritos públicos, no ca­lumniarás. no codiciarás la felicidad vecina, amarás a Dios y a
tu prójimo",
"Tú, con nosotros", decía el pueblo,
"no podemos mirar a Jehová, faz a faz, porque su resplandor nos asombra", “colócate tú entre él y la masa judia, tú. únicamente tú", y temblaba el poeta político,
en función de la voluntad popular, que iba haciendo un dios tremendo de la
soledad colectiva, como cuando sólo del oro y la madera sagrada emergen sombras.


o como crece en serpientes el cabello del muerto, eternamente, obscuramente
ajeno a su órbita.
Tronaba la montaña santa, y, ardiendo desde adentro de la montaña, la trompeta de Dios estremecía los contornos, cuando el santo fué a platicar con Dios en las tinieblas.
No como látigos, si arañas, si cárceles, si espadas, la represión social crecía del miedo de Moisés a la naturaleza, como el valor
del terror, predominando, y el sacerdote y el delincuente ladraban en el Levítico:
tráfico y clínica, la ley amarga de los usufructuarios, y el grande y triste
azote del explotador, rugen desde los códigos; la maldad aparecía en la maldad, como un hecho de conciencia.
"Ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, y píe por pie, herida por herida, traición por traición, patada por patada.
ofensa por ofensa,
el puñal al puñal, el azote al azote, el terror al terror, marcando los
estómagos".
Crujía el latigazo del amo sobre el espinazo del siervo, bajo la mirada de Jehová, solo,
el legislador estaba encima del victimario y el victimado, engrandeciendo la
tragedia social con su látigo mágico; pero el yugo del esclavo hacía esclavo al verdugo: y una sangre sucia y religiosa dragaba y manchaba la raza, como afrontándola, con la bofetada cuotidiana,
entristeciendo los lomos curvados, con su obscuro sonido de cadenas.
Pero el ansia santa, rodeada del terror de Dios, marchaba a pisadas
de espanto,
y el fervor transformaba el dolor de los hambrientos en canciones, en símbolos, en verdades artísticas y eróticas, creando los sueños y los mitos sublimatorios,
arriba de la realidad desfigurada, por la horrorosa condición soñadora.
A las doce columnas respondieron las doce cabezas de tribu, cuando el profeta ascendió del altar hacia la presencia inmensa, sembrando
en la gran familia alucinada la sangre sagrada y desventurada de la alianza.
y. exaltándose, dejó a Josué, el ministro, en la afuera dramática, como un
toro contra las figuras,
y se presentó a la eternidad, que era ardiendo y era zafiro y era tremendo, y entró al pabellón en ignición y estuvo cuarenta dias y cuarenta noches y
cuarenta días, sumergido;
entonces Jehová. hombro a hombro:
He ahí el homenaje de varones primogénitos, oro y plata y cobre, y jacinto y carmesí y sombrío,
y la gran púrpura roja y lino fino y pelo de cabras, y cuero de carneros rojos y cuero de becerros rojos, y toros y águilas y lomos de buey sagrado y aceite para las lámparas, y especias y aromas hacia los óleos aromáticos,
y piedras de mármol y piedras de ónix y piedras de cuarzo y maderas de
áloe, preciosas,
y rubíes y esmeraldas y diamantes,
y pieles de serpientes, cazadas en los desiertos estremecidos de lágrimas; con palo sagrado de Sittim y oro, y fe y oro y verdad y oro y juventud
y oro y filosofía y oro,
habrá de estar hecha de ella de ésta el arca.
y dos y medio codos de largo y codo y medio de alto y codo y medio de ancho, igual a una laguna, es decir, como un toro, yo, adentro, enarbolado de arcángeles.
desplazando los candelabros y el símbolo cósmico de las manzanas, entre el perfume, como a sexo, y la ira
sobre la sangre y sobre la muerte, ardiendo, con negro lamento que enrojece,
sonando, extraordinariamente, bramando,
entre las victimas y la épica de las victimas, o rugiendo
hacia la cara quemada de lo místico;
y emergen de entre cortinas y columnas,
Aarón, Nadab, Abiú, Eleazar e Ithamar, sus hijos, destacándose contra el sangriento y el añil y el nocturno, entre aromas, entre doctrinas, entre campanas y ritos terribles y serpientes y laureles
y majestad, con ancho ámbito de epopeya, de oriente a poniente, consagrados, con pánico bárbaro,
por océanos, resonando los tabernáculos, las tiendas inmensas y aventureras.
con miedo épico,
y el "clan vital", en cárdeno, en carmesí, en púrpura,
pero, en tales instantes. Dios puso silencio inmenso en el secreto de su
lengua;
bajando, el santo, cargado venia de doctrina,
sin embargo, entre la liturgia eclesiástica, copiosa, redundante, hinchada.
bajo sus frutas, como un vientre inmenso, y, encima del esoterismo clasista de la oligarquía sacerdotal del indómito, las dos tablas de piedra del testimonio rugían como dos vacas de niebla,
estremeciendo al iluminado,
a la gran técnica épica de su heroísmo, y la trompeta tremenda del yo le rajaba la espalda.
Las cuchillas contra las ideas brillaron,
y cayeron sobre las piedras tronchadas los ¡dolos, acumulando mares de
sangre a la represión política, porque lo amarillo y lo infinito de la libertad gritaban adentro del metal tronador de las imágenes, arrasando y arrastrando, soberbiamente, la mitología del orden por el orden, hacia la
barricada revolucionaria, como un viento de derrumbes, hasta la planta llagada de Moisés, girante.
"Arriba, en la tronchadura de la más alta montaña, en donde convergen todas las fuerzas, en vértice y braman las águilas épicas, yo cruzaré, rugiendo, a tus orillas,
adentro del torbellino vagabundo y poderoso de catástrofes, echando relámpagos dramáticos, con bramador acento, en la orquesta aterradora, moviendo los tiempos eternos.
y. como te taparé los ojos con mi mano enorme y terrible, tú me oirás rugir, desde la muerte,
pero no has de mirarme, jamás, cara a cara, jamás, jamás y nunca el rostro, y. en las tinieblas que espantan y relumbran.
temblando, tú, únicamente, sudando, tú, como un costillar de cadáver, a la
tempestad lanzado,
te mostraré la gran espalda".
Brillaba, cuando bajaba con las escrituras de Dios, como un dia­mante rojo,
y. viendo los hebreos la llama de Moisés, veíanlo, en voz, en ser. en luz. lo mismo que a las matemáticas, aureolado de si mismo en sí mismo, golpeando, azotando, dominando las apariencias.
Gigante, aterrador, enorme, en actitud de bestia de presa, emergiendo su estampido de substancia,
desde el ardiente caos elemental, cargado de gusanos, andrajos y mariposas, a la manera de un murciélago terrible, o como un toro con las entrañas a la rastra, el templo, el templo, el templo.
arrastrando el sacerdocio, la casta sellada y eclesiástica, la gran araña de
los ritos,
el animal colosal de la religión,
echando espuma, echando violencia, echando espada y sangre obscura, rabioso, entre los siervos hambrientos y sus explotadores.
Nacía la metafísica del desierto.
Y    la ley acerba, su culebra enarbolaba.
llena de púas, de veneno, de plumas y puñales abotonados, moviendo su cuero negro:
gritaba la dentadura del levita, en obsesión de códigos y símbolos, su
egolatría,
y el Narciso obscuro del sacerdote.
al contemplar su técnica trágica en las lagunas de asfalto, lloraba, con llanto anfibio:
porque era la yerba inmunda de la malicia y el crimen de todo lo divino,
la máquina teológica, la mística, expresándose
por la histeria religiosa y su gran válvula romántica:
sacerdocio y policía, crearon los bestiarios.
la bestia perversa, satánica, siniestra, a/coplándos-e a la virgen viciosa, el íncubo y el súcubo anticipado a los milenarios desterrados, el alacrán con entendimiento de juez o de bailarina o de prostituta celeste, la rana peluda que escribe sonetos bonitos,
la pantera y la culebra, disfrazadas de dioses llorones y aun de capitanes
de miserables,
el maricón verde, que parece flor con purgación y cortesana.
la esposa terrible y caliente, que seduce y ensucia y escupe al profeta,
abofeteándolo,
el idiota que amaba a Dios, como a una ramera,
y el verdugo y el espía eclesiástico, todos ellos con la cara hedionda y sin
esperanza;
entre sus patas, el Levitico engendró el corazón con estiércol del polizonte, y la verdad genital y aventurera del gran teócrata castrado, como un loro
de asesino,
el mitrado de guata blanda de carnero.
acoplándose a la obispa, encima del tabernáculo, que cruje como el catre
de la maraca,
cuando el sucio y tierno burgués la va a visitar escondido.
En formación de escuadras, adelante los capitanes, emergieron los ejércitos hebreos, desde las doce tribus, resonando, desde las doce tribus, los estupendos regimientos andariegos, superando
la montaña sacratísima, y la teocracia aventurera comenzó a caminar detrás del símbolo; un gran bandera de agua de jardines cubríalos, desgajándose del cortinaje
astronómico;
y sonaban las trompetas, con grito tremendo y sacerdotal, bramando, a la orilla del pie de Dios, lo mismo que el quejido del suplicio heroico de la
humanidad entera,
en todo lo ancho de la historia.
Decía el pueblo: "El aroma de los ajos y los pescados y los gansos
y las toronjas y las cebollas.
el olor a fritanga y a carne asada, nos perfuma la memoria del corazón.
afligiéndonos, haciendo con nuestros recuerdos una gran
cosecha de llantos,
y queremos carne, carne, como en el Egipto.
comida, no hambre, y tú das hambre, no comida, ¿a qué trajiste este pueblo
por los desiertos tremendos?
esclavos, pero no hambrientos”:
dice el héroe: "Señor, ¿he parido yo a esta manada?: además de mi vida, la suya sobre mis hombros,
asesíname, líbrame de mi mismo y de la sociedad acumulada en mis
instintos!”;
y habló Jehová, en aquel entonces: “Ancianos coge setenta, que te ayuden a gobernar tus tribus errantes.
e irán a reventar de llenos, como cerdos, que se revuelcan en la propia
bazofia.
hartos de mollejas y lomos de toros asados":
y, asi, llegaron los patos salvajes, en innumerables y horizontales
bandadas....
pero llovió fuego del cielo, y viento con fuego del cielo, y sangre con fuego y espanto con fuego y muerte con fuego, y belleza y verdad v grandeza con fuego inmenso y números, cayó el dolor, desde el vértice y las últimas causas.
y enfermaron los hambreados, porque comieron y bebieron naturalmente.
Cuando María, la leprosa, dijo: Yo tanto más cuanto él hago", porque el legislador amaba a una hermosa mujer etíope,
Dios exclamó: “Por símbolos e imágenes infraconscientes, por sueños y por
ecos de palabras, hablo con vosotros, mas al camarada Moisés le converso de amigo a amigo,
porque lo estimo mucho, por hombre muy hombre y varón substancial, de
buen entendimiento,
tranquilo y preciso en palabras, en hechos, en ideas,
capitán de pueblos, solidario y poderoso y distinguido de carácter".
Emigró, pues, la embajada de doce varones, hacia las tierras que alegre leche y miel manaban, con ancho boato de
príncipes,
fornidos lomos judíos, la expectativa sosteniendo:
y. quizás, arrastrando el fantasma, regresaron, el poema de la abundancia
substanciosa y resonante;
trigos y uvas trajeron, enormes como melones.
y trajeron una gran tinaja de vino y apretadas calabazas de panales, y trajeron peras y manzanas y brevas y naranjas,
llegando con asnos cargados, que tenían jugosas sandias en toda la boca.


y lagares de pellejos de becerro, picoteados de abejas;
venían con harto espanto, por visión de gente enorme e indescriptible.
tronadores, como elefantes, bajo la montaña;
y hacían comparaciones de volcanes y terribles y feroces cosas.
como, por ejemplo, la sociedad y la muerte sumadas.
Avizoraba el político, trazando los cálculos matemáticos de la estrategia, sobre lo sentido por él con la pupila diplomática, acumulando los soñados,
antepasados números, cuando el bando del Capitán Coré se levantó en armas, ciñendo de puñales la dictadura y la teocracia del iluminado, muerte cargando a la cintura:
dominó la rebelión el imperialista, haciendo RELIGION DE RELIGION
y obra de magia;
porque, abierta la tierra, se los tragó, ardiendo.
y. sobre sus sepulcros de llamas, la rosa grandiosa de las juventudes, dijo: "Nosotros, por nosotros, conquistaremos lo prometido".
Entre las doce, la única, cuando las tribus judías, a la orilla de la fiesta inmensa, todas las varas estaban en invierno.
y comieron, en la de Aarón, almendras, como granadas de alegres y
primaverales,
cargadas de jugo de pueblos:
voluntad de Jehová, en pos de él. gravitaba su plomo aforme, el corazón social habitábalo,
tocaba la bocina de fuego, en las entrañas teocráticas,
y el soplo de Dios, horrendo todo de oro,
le abría, con espanto, la llaga sagrada de la garganta.
Entonces, del "pecado del santuario", nacieron los parásitos, la santidad degenerada, satánica y dramática, encadenada a frutas podridas.
en fuego y vicio y tumba y mundos y piojos y barro con relámpagos y grandes coraras de serpientes y de leones, el animal de Dios, sagrado y hediondo, en la tragedia,
la bestia ociosa y extraña y abyecta, con frío hocico de murciélago, y patas de rana, que come aceite y gansos y mostos y pavos salvajes, el sacerdote sensual y grosero, bestial y mugriento en su pantano; todas las abejas del mundo les picaban la panza y el corazón, como un lagar
de vino:
se comían todo lo bueno, sin nunca arado, ni sembrado, ni cosechado, su corazón era la cébala mágica del impostor, adentro del cual la divinidad
antropomorfa dice: "Dad a ellos los carneros mejores y las más bellas y locas vírgenes".
Gigantescos camarones amarillos.
la lengua tremenda de la lujuria, bramando entre cabritas en flor, la espada, la botella dsl sol, su vino adonde.
cruzando los lomos, los poderosos y espantosos lomos del predestinado, al cual va terciada la carabina del sexo;
álzase, pues, desnudo y terrible el sacerdote, ceñido de puñales de diamante; entre vulvas fuertes de mujeres ensangrentadas,
así como enormes hongos genitales, acumulando ciclo con estiércol, emergen los falos de los santos israelitas.
La clerecía hiede a bestia inmunda, a raíz genital, a hechicería, a paloma, a mar. a puñalada, a idea, a fritanga, a historia,
y flamea, como una gran pluma amarilla, en las figuras, pintando con gallos morados el estilo:
saca la callampa embanderada, entre cien mujeres, el delirante sagrado: medio a medio del deseo, la religión, su arte violento, enciende como cuchilla, en la luz tremenda y grandiosa de la sangre, y Dios estalla en la garganta guillotinada.
O como tremendo pabellón, ardía la vaca bermeja, como bandera de
violencia y grandeza.
y Eleazar al ensangrentar la llanura.
con fuego ardiendo, regaba, desde el enorme animal degollado, que estallaba
y era incendio por incendio constituido,
flor de sol y puñales.
tierra y puñales, máquina y puñales, sombra y puñales, mito y canto y puñales:
forjó un país de alegoría, la ceniza en las aguas sagradas: pero los enfermos,
aquellos que traían, gritando a Dios en las entrañas, con horrorosos murciélagos mecánicos, en síntesis.
veían la golondrina celestial, en la gran agua al agua eterna comparable,
y su espejo,
raíz de religión, paloma,
atando los océanos, el olor musical del barro-cosmos, la fruta cuadrada.
Acero y sombra y sombra, desde María, la muerta, echó su terror sobre las tribus heroicas, y clamaron con clamor macabro, por las granadas y las higueras y las sandías.
hasta que brotaron las plantas de las aguas de la abundancia, del corazón
de la piedra tremenda, y descendió, entonces, Aarón desde la cumbre a la muerte, en soledad de Zin, entre desiertos, entre costumbres, entre sepulcros, a la
historia.
Bramaba ya, enroscada a la bandera, desde el origen, y su oro ardía y crujía sobre el Israel indómito,
a la manera del dios prohibido y clandestino de los místicos, a la manera de un sol abierto, mitad a mitad de la noche,
a la manera o de un puñal o de un laurel o de un trigal, crucificado entre
dos relámpagos;
por eso aquellos mismos, los mordidos de las víboras,
sonaban, cuando miraban a la serpiente ardiente, atronando pabellones
sanguinarios;
y eran tremendos los muertos, mirándola,
los desorbitados. los iluminados, entre el vértice y la atmósfera del país.
rugiendo.
sus grandes caballos sin limite,
la arboladura de sus cabelleras estupendas, incendiándose, el violín de cristal de los histéricos.
los santos cavados de horror, en el confín de la rara judía, la crisis cíclica, el hambre.
el pueblo, el hambre, el hambre, expresándose en religiones,
el hambre terrible y rugiente,
sonando su cascabel amarillo de alaridos.
Había hecho pelea ya mucha el pueblo de Dios, degollando, y eran tronchados los escudos de Og, rey de Basán. y el Cananeo y el
Amorreo yacían a cuchilla, desguarnecidos, cuando Balaam. solo, entre dos murallas, clamaba:
"¿Qué te sucede? ¡Anda!, porque si tendría las hachas te mato, ¿entiendes?,
¿me comprendes?"
“No’’, contestó la burra.
y el ángel de Dios emergió con la espada desenvainada, frente a frente al capitán atónito.
Desnudos y entrelazados el príncipe y la hermosísima, bajo un gran collar colosal de jóvenes ahorcados, cara a cara al sol de
los hebreos,
en el corazón y medio a medio a medio de la noche;
ella, morena era y fina, terrible y ardiente, como la paloma de los desiertos
acerbos del Génesis, luz y pescados, contra la botella de vino del pecho y poesía en las rodillas cristalinas de madianita, para el amor ya madura: entre el diamante trizado del alba, adentro,
Zimri y Cozbi, temblando y sangrientos, como dos capullos de oro o de barro, con la cuchilla del sacerdote clavada en las entrañas.
Soberbiamente, tinajas, panales, espadas de vidrio, las hijas de
Salphaad sumaron, rugiendo.


encadenadas a la tradición hebrea,
acumulando los andrajos antepasados, en la vida cívica.
Copioso y sonoro, el árbol de los ritos judíos, abría su liturgia, la catedral esotérica y sellada del régimen político, la
tenaza, la cadena, el mito, la mazorca.
gritando los andrajos del pueblo;
fué Josué, pues, consagrado, por santo humano, jefe de naciones; el escorpión tronador del ceremonial, arrastrándose, llenaba la materia mental, con la ilusión de las fórmulas y las cébalas, y estaban las masas hinchadas de mitología.
Sangre, religión, muerte, gargantas y trompetas, la guerra sagrada, el degüello de Dios, relampagueando, los gritos, los
muertos.
y las hembras preñadas de Madián, sollozando,
encima de los asesinados, que mamaban dolor y terror en la politica, era el enorme Israel de Moisés, entonces.
"Contra los agoreros y los adivinos y los hechiceros, los mágicos, los jureros falsos, los que hablaron en los sueños con los muertos, contra quien se ayunte a bestia,
contra el que comiere sangre de buitre y camello, cerdo, conejo o águila, contra el pederasta y el incestuoso y el onanista.
contra el gran idólatra, subversivo y estupendo, inventor del orden del
hombre revolucionario,
apedreadura de la opinión pública":
después, ascendió Moisés, frente a frente de Jericó. a la montaña de Nebo, y Jehová le mostró Galaad, hasta Dan, todas las tierras, y las tierras inmensas de Neftalí y las tierras inmensas de Manasés y las tierras inmensas de Ephraim. y Judá y las vegas soberbias
de Jericó y Soar... y díjole: “He ahí el país que prometi a Abraham, míralo": entonces lloró y murió, fué llorado, y lo enterraron en Bethpeor, la tierra
extraña,
y lo lloraron,
y lo lloraron, a Moisés, años de años de años, y nadie, nunca, vió su sepulcro,
y lo lloraron, con llanto amargo de citaras y cantigas funerales, y lo lloraron, a Moisés, años de años de años, porque tenía ciento veinte años y estaba fuerte y triste y grande, y tenía oro en la mirada y la palabra.
echando espanto, y no se levantó profeta, de varón y mujer nacido,
tremendamente,
a Ja manera de Moisés, por los siglos de los siglos.

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