viernes, septiembre 20, 2013

TIERRA DESOLADA por T.S. ELIOT


Nam Sybillam quidem Cumis ego ipse oculis meis
vidi in ampulla pendere: el cum illi pueri dicerent:
Σιβυλλα τί θέλεις; respondebat illa:.άποθανείν θέλω
Con estos ojos yo vi a la Sibila Cumea
dentro de una redoma que pendía, y cuando los niños le
decían:
Sibila, ¿qué quieres?, ella respondía: Morir quiero.
Petronio, Satiricen.
Para Ezra Pound
il miglior fabbro

I. EL ENTIERRO DE LOS MUERTOS

Abril es el mes más cruel: engendra
Lilas de la tierra muerta, mezcla
Memoria y deseo, con lluvia de primavera
Sacude raíces soñolientas.
Calor nos dio el invierno, cubriendo
La tierra con el olvido de la nieve, nutriendo
Una pequeña vida con tubérculos secos.
En el Starnbergersee nos sorprendió el verano
Con un aguacero; nos detuvimos en la columnata
Y bajo el sol seguimos hacia el Hofgarten
Y tomamos café y hablamos durante una hora.
Bin gar keine Russin, stamm‛ aus Litauen, echt
deutsch.
Cuando niños, parando en casa de mi primo
El archiduque, él me paseó en trineo
Y tuve miedo. Marie, me dijo,
Marie, cógete fuerte, y nos deslizamos.
La libertad se siente en las montañas.
Leo gran parte de la noche, y en el invierno voy al sur.
¿Cuáles raíces aprietan, qué ramas crecen
En estos pedregales? Hijo de hombre,
No puedes decirlo, adivinarlo; tú sólo conoces
Una pila de imágenes rotas, donde el sol bate,
El árbol muerto no cobija, el grillo no consuela
Y la piedra seca no da sonido de agua. Sólo
Hay sombra bajo esta roca roja
(Ven bajo la sombra de esta roca roja),
Y yo te mostraré algo diferente
De tu sombra que a zancadas te sigue en la mañana
O de tu sombra que en la tarde se levanta para verse
contigo.
En un puñado de polvo te mostraré el espanto.
Frisch weht der Wind Der Heimat zu.
Mein Irisch Kind,
Wo weilest du?

“Hace un año me diste jacintos por primera vez,
Me llamaban la niña de los jacintos.”
—Mas cuando del jardín de jacintos regresábamos
tarde,
Tus brazos llenos y húmedos tus cabellos, no pude
Hablar ni ver, no estaba vivo
Ni muerto, no sabía nada,
Mirando en el corazón de la luz; el silencio.
Oed‛ und leer das Meer.
Madame Sosostris, famosa clarividente,
Tenía un fuerte resfriado y, sin embargo,
Se le conoce como la más sabia mujer de Europa,
Con un pérfido paquete de barajas. Aquí, dijo ella,
Está su carta, el Marino Fenicio ahogado
(Estas perlas fueron sus ojos. ¡Mire!),
Aquí está Belladonna, la Dama de las Rocas,
Señora de las situaciones.
Aquí está el hombre de los tres bastos, aquí la
Rueda,
Aquí el comerciante tuerto, y esta carta
En blanco es algo que él carga en su espalda
Y que me está prohibido ver. No encuentro
Al Ahorcado. Tema la muerte por agua.
Veo multitudes que caminan en círculo.
Gracias. Si ve usted a la querida Mrs. Equitone,
Dígale que yo misma llevaré el horóscopo:
Hay que tener mucho cuidado en estos días.
Ciudad Irreal,
Bajo la parda niebla de un amanecer de invierno,
Sobre el Puente de Londres fluía tal multitud,
Que jamás pensé que fueran tantos los que la
muerte ha quebrantado.
Exhalaban suspiros ocasionales y breves
Y cada hombre fijaba los ojos en sus pies.
Fluían colina arriba y bajaban por King William
Street,
Hacia donde Saint Mary Woolnoth decía las horas
Con un sonido muerto al final de la novena
campanada.
Allí vi a un conocido, y le detuve, llamándole:
‛¡Stetson!
‛¡Tú que estuviste conmigo en las naves en
Mylae!
‛¿Aquel cadáver que plantaste el año pasado en tu
jardín,
‛Ha comenzado a brotar? ¿Florecerá este año
‛O ha perturbado su lecho la escarcha repentina?
‛¡Oh, aleja de ahí al Perro, que es amigo de los
hombres,
‛O con sus garras lo desenterrará!
‛¡Tú, hypocrite lecteur —mon semblable, mon
frère!’


II. UNA PARTIDA DE AJEDREZ

La silla en que ella estaba sentada, como un bruñido
trono,
Relucía sobre el mármol, donde el espejo
Apoyado en soportes labrados con vides en fruto—
 Entre los cuales un dorado cupido se asomaba
(Otro escondía sus ojos tras el ala)—
Reproducía las llamas de los candelabros de siete
brazos
Que reflejaban su luz sobre la mesa mientras
El destello de sus alhajas se erguía para encontrarla,
Vertidas de estuches de satín en rica profusión.
En redomas de marfil y vidrio coloreado,
Destapados, sus extraños perfumes sintéticos
acechaban:
Ungüentos, polvos, líquidos —perturbando,
confundiendo
Y ahogando los sentidos en aromas; llevados por el
aire
Que refrescaba desde la ventana, ascendían
A engrosar las prolongadas llamas de las velas,
A arrojar el humo al laqueado,
Agitando el diseño del artesonado techo.
Enormes leños recogidos en la playa, alimentados
con cobre,
Ardían anaranjados y verdes, enmarcados por la
piedra coloreada. En esa triste luz nadaba una talla de delfín.

Sobre la antigua repisa de la chimenea se erguía,
Ventana abierta a la silvestre escena,
La metamorfosis de Filomela, por el bárbaro rey
Tan rudamente forzada: el ruiseñor allí
Llenaba aún todo el desierto con inviolable voz
Y ella todavía gritaba, y aún el mundo persigue,
‛Jug Jug’ a oídos sucios.
Las paredes decían
Otros marchitos tocones de tiempo; formas
atrayentes
Sobresalían, inclinándose, silenciando el salón.
En la escalera unos pasos se arrastraron.
A la luz del hogar, bajo el cepillo, sus cabellos
Derramaban las ardientes puntas
Encendiéndose en palabras, quedándose luego
salvajemente quietos.
‛Mis nervios están mal esta noche. Sí, mal. Quédate
conmigo.
‛Háblame. ¿Por qué nunca hablas? Habla.
‛¿En qué piensas? ¿Qué piensas? ¿Qué?
‛Nunca sé lo que piensas. Piensa.’
Creo que estamos en el callejón de las ratas
Donde los muertos perdieron sus huesos.
‛¿Qué es ese ruido?’
El viento debajo de la puerta.
‛¿Qué es ese ruido ahora? ¿Qué hace el viento?’
Nada otra vez nada.
‛¿No
‛Sabes nada? ¿No ves nada? ¿No recuerdas ‛Nada?‛
Recuerdo
Esas perlas fueron sus ojos.
‛¿Vives o no vives? ¿No hay nada en tu cabeza?’
Pero
O O O O ese Rag shakespeheriano—
Tan elegante
Tan inteligente
‛¿Qué haré ahora? ¿Qué?’
‛Tal como estoy saldré a la calle, de prisa, caminaré
‛Así, con mis cabellos sueltos. ¿Qué haremos
mañana?
‛¿Qué haremos siempre?’
Agua caliente a las diez.
Y si llueve, un coche cerrado a las cuatro.
Y jugaremos una partida de ajedrez,
Frotando ojos sin párpados y esperando que toquen a la puerta.
Cuando licenciaron al marido de Lil, dije yo—
No suavicé mis palabras, a ella misma se lo dije,
DE PRISA POR FAVOR QUE YA ES HORA
Alberto está por regresar, arréglate un poco.
Querrá saber qué has hecho con aquel dinero que
te dio
Para que te arreglaran los dientes. Te lo dio: yo
estaba ahí.
Que te los saquen todos, Lil, que te hagan una
buena dentadura,
Eso dijo, lo juro, no soporto verte así.
Y yo tampoco, dije, y piensa en el pobre Alberto,
Ha estado en el ejército cuatro años, quiere
diversión,
Y si tú no se la das, otras lo harán.
Así que hay otras, dijo. Algo hay de eso,
respondí.
Entonces sabré a quién agradecérselo, dijo, y me
miró de frente.
DE PRISA POR FAVOR QUE YA ES HORA
Si no te gusta puedes componerlo, dije.
Otros pueden decidir si tú no puedes.
Pero si Alberto se larga, no digas que no te lo
advirtieron.
Debes avergonzarte, dije, de verte tan anticuada.
(Apenas tenía treinta y uno.)
No puedo evitarlo, dijo, alargando la cara.
Son las píldoras que tomé para abortar.
(Ya parió a cinco, y casi se moría cuando
nació Jorgito.)
El boticario dijo que nada pasaría, pero ya nunca
volví a ser la misma.
Eres una verdadera tonta, le dije.
Bueno, si Alberto no quiere dejarte sola, ese es el
resultado.
¿Para qué te casaste si no quieres hijos?
DE PRISA POR FAVOR QUE YA ES HORA
Bueno, aquel domingo Alberto estaba en casa,
tenían pierna de cerdo
Y me invitaron a cenar, a que la viera salir del
horno, bien caliente—
DE PRISA POR FAVOR QUE YA ES HORA
DE PRISA POR FAVOR QUE YA ES HORA
Buenanoche Bill. Buenanoche Lou. Buenanoche
May. Buenanoche. Ta ta. Buenanoche. Buenanoche.
Buenas noches, señoras, buenas noches, dulces
señoras, buenas noches, buenas noches.


III. EL SERMÓN DE FUEGO

Se ha roto la tienda del río: los últimos dedos de las
hojas
Agarran y se hunden en la húmeda barranca. El
viento
Cruza en silencio la parda llanura. Las ninfas se han
marchado.
Dulce Támesis, fluye suavemente, hasta que
termine mi canto.
El río no arrastra botellas vacías, papeles de
sandwiches,
Pañuelos de seda, cajas de cartón, colillas de
cigarros
U otros testimonios de noches estivales. Las ninfas
se han marchado.
Y sus amigos, los perezosos herederos de
funcionarios municipales—
Se han ido sin dejar domicilios.
A orillas del Leman me senté a llorar...
Dulce Támesis, fluye suavemente, hasta que termine
mi canto,
Dulce Támesis, fluye suavemente, pues no hablo en
demasía
ni reciamente.
Pero a mi espalda oigo, en una ráfaga helada,
El ruido de los huesos, y las risas ahogadas se
esparcen de oído en oído.
Suavemente entre los matorrales apareció un ratón
Deslizando su viscosa barriga por la orilla
Mientras yo pescaba en el manso canal
En una noche de invierno detrás de la fábrica
de gas
Meditando sobre el naufragio del rey, mi hermano,
Y sobre la muerte de mi padre, el rey.
Blancos cuerpos desnudos, campo abajo, en la humedad,
Y huesos depositados en una seca, reducida
buhardilla,
Año tras año pisados solamente por la pata del
ratón.
Pero de vez en cuando oigo a mi espalda
El ruido de bocinas y motores que han de llevar
A Sweeney, en la primavera, a Mrs. Porter.
Oh, la luna brillaba sobre Mrs. Porter
Y su hija
Ellas lavan sus pies con agua de soda
Et O ces voix d‛enfants, chantant dans la coupole!
Twit twit twit
Jug jug jug jug jug jug
Tan rudamente forzada.
Tereu
Ciudad Irreal
Bajo la parda niebla de un mediodía de invierno
Mr. Eugénides, el mercader de Esmirna
Sin afeitar, con un bolsillo repleto de pasas
C.i.f. Londres: documentos a la vista,
Me invitó en francés demótico
A almorzar en el Cannon Street Hotel
Y a pasar un fin de semana en el Metropole.
A la hora violeta, cuando del escritorio
Alzamos los ojos y la espalda, cuando la máquina
humana espera
Como un taxi que espera vibrando,
Yo, Tiresias, aunque ciego, palpitando entre dos
vidas,
Anciano con arrugados pechos de mujer, puedo ver
A la hora violeta, la hora vespertina que nos
lleva
A casa y devuelve el marino al hogar,
En casa, a la hora del té, la mecanógrafa levanta la
mesa del desayuno, enciende
Su estufa y saca alimentos enlatados.
Los últimos rayos del sol tocan sus combinaciones,
Peligrosamente puestas a secar en la ventana,
Apiladas sobre el diván (que es, de noche, su cama)
Medias, pantuflas, camisolas y sostenes.
Yo, Tiresias, anciano de ubres arrugadas
Percibí la escena, y predije el resto—
Yo también aguardaba al huésped esperado.
Él, el joven carbunculoso, llega,
Secretario de una pequeña casa comercial, de
altanera mirada,
Uno de esos patanes a quienes les sienta la
arrogancia
Como un sombrero de seda a un millonario de
Bradford.
Ahora el tiempo es propicio y, como él imagina,
La cena ha terminado y ella está cansada y aburrida.
Él empieza a excitarla con caricias
No deseadas, si bien irreprochables.
Decidido y ardiente, él la asalta enseguida
Y sus manos la exploran sin hallar resistencia;
Su vanidad no requiere respuesta,
Y se alegra de la indiferencia.
(Y yo, Tiresias, he consentido todo
Lo ocurrido en este mismo diván o cama;
Yo, que en Tebas estuve sentado junto al muro
Y entre los muertos más inferiores caminé.)
Él le envía un último beso con aire protector
Y baja a tientas por la escalera sin luz...
Ella se vuelve a mirar un momento en el espejo,
Casi olvidando a su amante, que ha partido;
Su cerebro consiente un brumoso pensamiento:
‛Bien. Eso está hecho ahora. Me alegro de que haya
terminado.’
Cuando una mujer hermosa se entrega a esas
locuras y
Vuelve a pasearse por su cuarto, sola,
Se alisa los cabellos de manera automática,
Y pone un disco en el gramófono.
‛Esta música se deslizó junto a mí sobre las aguas’
Y a lo largo del Strand, Queen Victoria Street
arriba.
Oh Ciudad ciudad, a veces puedo escuchar
Junto a un bar de la Lower Thames Street,
La queja dulce de una mandolina
Y el ruido de voces que sale desde ahí,
Donde al mediodía descansan los vendedores de
pescado; donde los muros
De Magnus Mártir guardan
Inexplicable esplendor de blancura jonia y oro.
El río suda
Aceite y alquitrán
A la deriva las barcas
Con la marea cambiante van
Velas anchas
Y rojas
A sotavento, en el mástil se mecen
Las barcas sumergen
Leños a la deriva
Navegando hacia Greenwich
Más allá de Isle of Dogs.
Weialala leia
Wallala leialala
Elizabeth y Leicester
Batiendo los remos
Un casco dorado
Formaba la popa
Rojo y oro
El animado oleaje
Encrespó ambas orillas
El viento del sudoeste
Cargó agua abajo
El repique de campanas
Blancas torres
Weialala leia
Wallala leialala
‛Tranvías y árboles polvorientos.
Highbury me vio nacer. Richmond y Kew
Me deshicieron. En Richmond alcé las rodillas
Tendida boca arriba en el fondo de una estrecha
canoa.’
‛Mis pies están en Moorgate, y mi corazón
Bajo mis pies. Tras lo ocurrido
Lloró, y prometió “un nuevo comienzo”.
Callé. ¿Qué podía reprochar?’
‛Sobre Márgate Sands
Nada con nada
Puedo conectar.
Las uñas rotas de manos sucias.
Mi gente mansa gente que
Nada
—Espera.’
la la
A Cartago vine entonces
Ardiendo ardiendo ardiendo ardiendo
Oh Señor Tú me has empobrecido
Oh Señor Tú me has
ardiendo



IV. MUERTE POR AGUA


Flebas el fenicio, muerto hace quince noches,
Olvidó el lamento de gaviotas, el hondo oleaje
Y el ganar y perder.
Una corriente submarina
Recogió sus huesos en susurros. Mientras subía y
caía
Recorrió las etapas de su edad y juventud
Entrando al remolino.
Gentil o judío
Oh tú que giras el timón mirando a barlovento,
Considera a Flebas: una vez fue bello y erguido
como tú.


V. LO QUE DIJO EL TRUENO

Tras la roja luz de antorchas en rostros sudorosos
Tras el silencio helado en los jardines
Tras la agonía en lugares pedregosos
La gritería y el lloro
Prisión y palacio y reverberación
Del trueno de primavera sobre distantes montañas
El que antes vivía ahora está muerto
Los que estábamos vivos nos estamos muriendo
Con un poco de paciencia
Aquí no hay agua sólo roca
Roca y no agua y el camino arenoso
Que sube las montañas serpenteando
Las montañas de roca sin agua
Si hubiese agua nos detendríamos a beber
No puede uno pararse o pensar entre la roca
El sudor está seco y los pies sobre la arena
Si tan sólo hubiese agua entre la roca
Montaña muerta boca de dientes cariosos que no
puede escupir
Aquí no puede uno acostarse ni sentarse o
estar de pie
Ni siquiera hay silencio en las montañas
Sino el trueno sin lluvia estéril y seco
Ni siquiera hay soledad en las montañas
Sino hostiles rostros rojos con muecas de desprecio
A las puertas de casas con muros agrietados
Si hubiese agua
Y no roca
Si hubiese roca
Y también agua
Y agua
Un manantial
Un charco entre la roca
Si tan sólo hubiese sonido de agua
No la cigarra
Ni el canto de la yerba seca
Sino sonido de agua sobre roca
Donde el tordo eremita canta entre los pinos
Drip drop drip drop drop drop drop
Pero no hay agua
¿Quién es el tercero que siempre camina a tu lado?
Cuento: sólo somos tú y yo
Mas cuando miro adelante en el blanco camino
Siempre hay otro que camina a tu lado
Deslizándose envuelto en una parda caperuza
No sé si es hombre o mujer
—Pero ¿quién es ese que va del otro lado?
Qué sonido es ese en lo alto del aire
Susurro de lamento maternal
Qué encapuchadas hordas pululan
En llanuras sin fin, trepando en las grietas
Circundadas tan sólo por el plano horizonte
Qué ciudad es esa en las montañas
Crujidos y reformas y estallidos en el aire violeta
Torres que caen
Jerusalén Atenas Alejandría
Viena Londres
Irreal
Una mujer tensó su larga y negra cabellera
Y en esas cuerdas tocó un susurro musical
Y murciélagos con caras de bebé en la luz violeta
Silbaron, y batieron sus alas
Y cabeza abajo se escurrieron por un muro ennegrecido
En el aire había torres invertidas
Cuyas campanas, guardianas de las horas, tañían
reminiscentes
Y voces que cantaban en cisternas vacías y pozos agotados
En esta podrida cavidad de las montañas
La yerba canta bajo el lánguido brillo de la luna
Sobre las tumbas destruidas, en torno a la capilla.
Allí está la capilla vacía, solitario hogar del viento.
No tiene ventanas, y la puerta se mece.
Los huesos secos no dañan a nadie.
En lo alto del tejado sólo un gallo
Quiquiriquí quiquiriquí
A la luz del relámpago. La brisa entonces anunció
La lluvia.
Ganga estaba hundido, y las débiles hojas
Aguardaban la lluvia, mientras las negras nubes
Se reunían a lo lejos, sobre Himavant.
La jungla se agachó, encorvada en silencio.
Entonces habló el trueno
DA
Datta: ¿qué hemos dado?
Amigo, la sangre sacude mi corazón
El atroz pensamiento de rendirse un momento
Lo que una edad de prudencia nunca puede
retractar
Por esto y sólo esto hemos existido
Por lo que no se hallará en nuestros obituarios
Ni en memorias urdidas por la araña bienhechora
Ni bajo sellos rotos por el magro procurador
En nuestras alcobas vacías.
DA
Dayadhvam: He oído la llave
Girar en la puerta una vez y girar una vez sola
Pensamos en la llave, cada quien en su prisión
Pensando en la llave, cada quien confirma una
prisión
Sólo al anochecer, etéreos rumores
Reviven por un instante un Coriolano roto
DA
Damyata: El barco respondió
Alegremente a la mano experta en vela y remo
El mar estaba quieto, tu corazón habría
respondido
Alegre, palpitando obediente, a la invitación
De manos diestras
Yo me senté en la orilla
A pescar, con la árida llanura a mis espaldas
¿Ordenaré finalmente mis asuntos?
El Puente de Londres se está cayendo cayendo
cayendo
Poi s‛ascose nel foco che gli afina
Quando fiam uti chelidon-Oh golondrina golondrina
Le Prince d‛Aquitaine à la tour abolie
Contra mis ruinas he apuntalado estos
fragmentos
Why then Ilie fit you. Hieronymo‛s mad againe.
Datta. Dayadhvam. Damyata.
Shantih Shantih Shantih

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