A
veces me pregunto de qué pecho de virgen he mamado
en
qué oscuro rincón del bosque negro becerros
concertaron
mi venida,
en
qué instante la eternidad sorteó mi nombre,
qué
ángel sostiene todavía la espada
que
hace veintiséis años oscila sobre mi corazón.
Tengo
negros los ojos, y a veces soy misterioso como un llavero,
como
una llave de alacena que guarda sus espectros
y
amados fantasmas,
como
una llave que abre todos los postigos y me deja solo.
Yo
habría construído mi castillo sobre una gota de agua,
pero
hay ángeles que velan entre larvas
y
podridas serpientes,
atándome
la médula con crudas alimañas,
como
a un pez resbaladizo y selvático destruyendo su especie.
Caballero
lúgubre,
desmuelado,
tantas
veces me alcé sobre el naufragio de mis lámparas,
tantas
veces he cavado una tumba para enterrar
a
Dios bajo las piedras,
tantas
veces bebiendo la amarga saliva de los lobos,
tantas
veces haciendo un pedernal con mis rodillas
para
alumbrar mi alma,
Tantas
veces vociferando como un gallo a la eternidad.
¡Tantas
veces sorda!
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