Me parece increíble que tantos chilenos hayan pasado apenas por sobre las páginas de un poeta que es, tal vez, la voz más potente de toda América: Walt Whitman. Más increíble es que yo mismo no haya reparado mayormente en su verbo. ¿Y quién de mi generación se ha embebido en Leaves of Grass? A juzgar por los resultados, nadie. La promoción de poetas que compusimos con Braulio Arenas, Ornar Cáceres, Teófilo Cid y otros cuantos que no leían inglés, fuimos educados en una época en que el francés era enseñado intensamente en los colegios y, además, nos tocó por maestro poético Vicente Huidobro, cuyo vuelo despegó en Francia y ayudó a que la poesía moderna lograra allí sus más altas y originales notas. Sólo las generaciones posteriores a la del 38 (la nuestra) se interesaron por los poetas de lengua inglesa. Sin embargo, no observo en ellos influencia notable, ni proveniente de los autores británicos, ni de los norteamericanos.
Leaves of Grass se estima, por parte de la crítica mundial, que marcó en 1855, fecha de la aparición de los primeros poemas, el despunte de la lírica norteamericana y que, aparte de su valor en sí misma, su sola influencia, directa o indirecta, sobre las generaciones posteriores estadounidenses, colocó al País del Norte a la vanguardia de la poesía universal, lado a lado con la lírica británica.
En Chile el verbo whitmaniano de anchos ritmos arrebata numerosísimas páginas de Neruda; y en toda la obra de nuestro poeta, a partir de Residencia en la Tierra, está latente en forma infusa. El medio comunicante que los vincula es la naturaleza, con la diferencia de que Whitman penetra y mora en ese ámbito con un ánimo de panteísta exaltación. Pablo de Rokha, menos sentimental que Neruda, y mucho más estentóreo, pareciera haber comulgado con mayor propiedad que Neruda con Whitman; pero sus rasgos profundos son muy diferentes. Hablando en general, y aplicándonos a comparar a Whitman con Neruda, hay que señalar lo siguiente: La actitud anímica con que el hombre norteamericano afronta a su medio natural es de signo positivo; la del hombre de América del Sur es más bien pasiva.
La naturaleza nos agobia y entristece. Neruda, en sus dos magníficas “Residencias”, es una víctima magistral de esa melancolía. Y los que le seguimos en edad debimos resistirnos firmemente a caer abrumados ante la fuerza y rudeza de una naturaleza salvaje, que nos embarga por fuera y por dentro.
Aunque ausente de la letra y del espíritu mismo de la poesía chilena, Walt Whitman está, de algún modo, enraizado en nuestro tiempo y en todo nuestro continente. En su tierra es la voz de aquella “vida inmensa de pasión, pulso y poder”. Es poeta y profeta de su nación. Adelantó su futuro; lo sintió en presente. Lo vio, lo amó en los paisajes, en las gentes, en los hombres, en las mujeres, en los mecánicos, los filósofos, los estibadores, los leñadores, los sabios, los grandes capitanes del surco y del océano; amó a su pueblo en su magnífico potencial. Amó y convocó el futuro; cantó a los Estados del Norte y del Sur, del Este y del Oeste. Sintió la vida en la pequeña flor y las briznas más secretas, en las grandes urbes, en las estepas, bosques y praderas.
Escribió:
El profeta y el bardo
se mantendrán todavía en regiones más altas,
serán los mediadores para lo Moderno, para la Democracia,
e interpretarán para ellos
a Dios y a las imágenes (...)
Alzo el presente sobre el pasado;
como un árbol perenne se alza de sus raíces, así se alza el presente sobre el pasado;
con el tiempo y el espacio lo dilato, y fundo las leyes inmortales, para hacerlo, por ellas, la ley de sí mismo (...)
¡Poetas del futuro! ¡Oradores, cantantes, músicos del futuro!
No es el día de boy el que me justifica y define,
sino vosotros, una generación nueva, nativa, atlética, continental,
más grande que las que antes se conocieron.
¡Alzaos, pues vosotros debéis justificarme!
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