martes, septiembre 17, 2013

TODOS LOS MUROS ERAN ENCALADOS EN NUESTROS PUEBLOS FANTASMAS por THOMAS HARRIS


Era Tebas el lugar de la tragedia y no estábamos 
en Tebas. Era Treblinka el lugar de la comedia y no 
estábamos en Treblinka. Bajo la sombra de un muro 
encalado y su tapiz de orín, de barro, de consignas 
eróticas. (Yo entonces recordé que Genet quería que
la representación teatral de Las Sirvientas fuera 
personificada por adolescentes pero en un cartel que
 permanecería clavado en algún vértice del escenario 
se le advertiría al público la investidura y la ficción)
No estábamos en el teatro: había neones charcos de aguas 
muertas una esquina intransitable. Los cuerpos estaban 
muertos los cuerpos no estaban muertos. El aviso luminoso 
verde del Hotel King era el sol. Estábamos en nuestro 
propio pueblo no estábamos en nuestro propio pueblo.
Los pueblos eran pueblos fantasmas. Los muros encalados 
signos del silencio. Por las noches comenzamos a ima­ginarnos
 cosas: los miserables mecanismos del sueño 
se oponen al horror; un cartel que permanecería clavado 
en algún vértice del escenario se lo advertiría 
al público.

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