Era Tebas el lugar de la tragedia y no estábamos
en Tebas. Era
Treblinka el lugar de la comedia y no
estábamos en Treblinka. Bajo la sombra de
un muro
encalado y su tapiz de orín, de barro, de consignas
eróticas. (Yo
entonces recordé que Genet quería que
la representación teatral de Las
Sirvientas fuera
personificada por adolescentes pero en un cartel que
permanecería clavado en algún vértice del escenario
se le advertiría al público
la investidura y la ficción)
No estábamos en el teatro: había neones charcos de aguas
muertas
una esquina intransitable. Los cuerpos estaban
muertos los cuerpos no estaban
muertos. El aviso luminoso
verde del Hotel King era el sol. Estábamos en
nuestro
propio pueblo no estábamos en nuestro propio pueblo.
Los pueblos eran pueblos fantasmas. Los muros encalados
signos
del silencio. Por las noches comenzamos a imaginarnos
cosas: los miserables
mecanismos del sueño
se oponen al horror; un cartel que permanecería clavado
en
algún vértice del escenario se lo advertiría
al público.
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