No escribo yo...
el otro que hay en mí
pide aflorar constantemente.
Mas si me apresuro a volverme y
mirarlo
él vuelve a escabullirse
al momento y al lugar
en donde estaba antes
pues sin saberlo entorné la
puerta
y lo dejé salir.
A veces un grito encendido lo
llama;
comprende que lo necesito,
y yo también. Su tarea
será decirme quién soy bajo la
máscara.
Él es Fantasma, yo fachada
que oculta la ópera que él
escribe con Dios,
en tanto yo, ciego del todo,
espero impávido a que su mente
se me deslice brazo abajo,
por la muñeca, hasta la mano
y las puntas de los dedos
y furtiva encuentre
esas verdades que caen de las
lenguas
con sonido quemante,
todo surgido de una sangre
secreta
y alma secreta de secreto suelo.
Con alegría
él se asoma a escribir, y luego
corre a esconderse
una semana hasta que reanuda el juego
en el cual yo finjo,
diligente,
que no es mi propósito tentarlo.
Pero lo tiento,
mientras simulo mirar hacia otro
lado, para que no se esconda todo el día. Echo a correr e inicio un juego
simple un salto distraído.
¿Cuál convoca del sueño la
bestia que brilla y acecha?
¿De quién las reservas y el coto
de caza? De mi aliento, mi sangre, mis nervios.
Pero ¿qué lugar de esa materia
habita él?
¿Dónde está su madriguera?
¿Tras esta oreja de goma?
¿Tras esa oreja de grasa?
¿Donde cuelga el sombrero el
joven descarriado?
No hay caso. Ermitaño nació y
vive recluido.
Nada que hacer sino
seguir sus triquiñuelas
dejar que corra y cosechar la
fama.
En la cual yo pongo el nombre a
una materia que le he birlado, y todo porque le atraje con dulces aromas
creativos.
¿Escribió R.B. ese poema, ese
diálogo, esa línea?
No: el simio interior,
invisible, fue quien lo instruyó.
Vestido con mi carne, su alcance
es misterioso.
No digan mi nombre.
Elogien a ese otro.
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