viernes, octubre 31, 2014
REGRESO DE MAIAKOVSKI por VLADIMIR MAIAKOVSKI
¡Pasaron 1, 2, 4, 8, 16, mil millones de horas.
¡Levántate,
suficiente!
Ya salió el sol,
hasta cuándo vas a estar tirado y mudo.
Murmuro entre sueños:
"-¿Por qué gritan?
¿Quién se atreve a hacer ruido,
dentro de mi corazón?"
Es de día o de noche.
Sigue igual,
la luz blanquecina de los cielos.
¡Cuántos siglos habrán pasado!
Los días se pierden, en la lejanía,
y pienso,
mirando la Vía Láctea:
¿No será esa mi barba blanca,
canosa, extendida?
Caen las estrellas.
Empiezo a mirar,
y veo más allá,
cómo caen vertiginosamente sobre la tierra.
En el corazón se despertaron
envidias olvidadas,
y el cerebro ocioso,
construyó su fantasía.
-Ahora en la tierra,
debe haber novedades.
Colgaron en las aldeas
las primaveras perfumadas.
Cada ciudad debe estar iluminada.
Canta la cofradía,
de los alegres de mejillas sanas.
La angustia reaparece,
cada vez más tajante.
Una nube suntuosa se alza,
a lo lejos se ilumina otra,
pero continuamente me obsesiona,
la proximidad
de no sé qué rostro terrenal.
Esforzándome,
busco la tierra entre otros puntos lejanos.
¡Allí está!
Distingo los mares,
y las montañas con sus picos de cóndores.
A mi lado está mi padre.
Tal como era,
únicamente el uniforme de guardabosque
un poco más ajustado,
y algo gastado en los codos.
Está irritado.
También está mirando la tierra.
Y me dice en voz baja:
"En el Cáucaso,
seguramente empieza la primavera".
Pasa un grupo incorpóreo,
qué aburrimiento produce.
Se revela la maldad del apache.
-Padre -le digo.
Me aburro.
Me aburro, padre.
A los poetas imbéciles,
los conquistan con la promesa del cielo.
En fila aparecen,
las condecoraciones de estrellas.
¡Sol!
¿Para qué extiendes tu manto?
¿Crees que eres un cardenal?
Seguidrne,
igual no tienen pies en el cielo,
no van a ensuciar los caminos,
no les hacen falta las galochas
como en el barro de la tierra.
¡Estrellas!
Dejad de trenzar la corona de espinas,
del martirio de toda la tierra.
Se fueron con el aire enrojecido.
¿Quién resplandece,
con sus alas en las inmensidades de la tierra?
¡Es el amanecer!
¡Alto!
Que vamos por el mismo camino.
A veces me extiendo como un arco iris,
y otras sigo con la cola enroscada de un cometa.
¿Para qué voy a jugar más, asqueándome tanto?
¿Qué horrores guardo en secreto?
Estoy mostrando al mundo,
varios números de entretenimiento,
con rapidez inverosímil.
El alma de los deshabitados,
hace tiempo está llena,
con los recuerdos del pasado.
Veo un puñado de mundos,
ciudades repartidas sobre ellos.
El oído alcanza a distinguir voces.
¡Me lancé en vuelo!
¡Abajo! ¡Llegué!
"¡Salud, viejita!
resbalé en el asfalto,
ya me levanto".
Todos se asombran.
No es de sus medidas,
este viajero de los cielos.
Voces:
"¡Miren,
debe ser el pintor del techo!
¡Cayó bien!
Es duro ganarse así el pan de la vida."
Y de nuevo la multitud,
siguió detrás de sus asuntos,
rodando con las voces del día.
¡Oh, si la garganta pudiese
lanzar un alarido más fuerte
que el ruido de las ciudades más altas!
¿Quién se apoderará de las calles, sublevadas?
¿Quién podrá desenredar
millares de enredos?
¿Quién detendrá,
en el aire y en el humo,
horadando con los aviones el hollín del cielo?
Desde las cumbres del Ecuador,
pasando por Chicago,
hasta cruzar la ciudad de Tambov,
ruedan los rublos.
Estirándose,
corren todos
horadando con su cuerpo
las montañas,
los mares, y las calles.
Aquel mismo con calvicie,
conduce de manera invisible,
como principal maestro de baile,
el can-can universal.
A veces con el aspecto de una idea,
otras con la pinta del diablo,
y muchas otras con el resplandor de Dios,
que está detrás de las nubes.
Más despacio, filósofos.
Yo sé,
no discutan
sobre las fuentes de la vida.
Para qué romper y arruinar los días
como si fueran las hojas del calendario.
¿Debemos tenerles lástima?
¿Y a mí quién me tiene?
Los parques se tragaron los bulevares,
los jardines y los suburbios.
¡Anticuario!
Muéstreme, quiero comprarme un puñal.
¡Qué dulce es sentir
que estoy en vísperas de mi venganza!
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Maiakovski
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