Pedamonte ahonda en lo cotidiano.
En poesía, en prosa poética y narrativa, utiliza su firme mano en un constante
intentar marcar al lector. Las imágenes son procesadas en una magnitud que no
deja impávido.
El planteamiento del poeta en
describir el perfil del sujeto X va en partes iguales tanto en la prosa como en lo lírico, a poco andar lo tortuoso de vuelve en algo un poco más llano y el sujeto X pasa a
cargar con un nombre fijo, Emilio y una existencia opaca, rutinaria que sólo muta al crear versos, así la humanidad
queda en entredicho. En el poema “El Hombre” la divinidad es emplazada por el
hablante lírico pero que la valida sin ofenderla, exponiendo los modos de una vida plana con sus limitantes y en el peor de los casos con
esperanza.
“El hombre cotidiano, es simple:
El hombre cotidiano no alza sus hombros sobre colinas de
fuego,
El hombre cotidiano, solo anda por ahí, sin insistir en
cosas maravillosas,
Sin aventurarse en grandes guerras callejeras, las únicas
batallas que libra, son las del hogar y la necesidad.”
En el esfuerzo de escapar de lo
cotidiano y de la condena de una vana esperanza es cuando el poeta comienza a
definirse como un personaje más, en un Emilio o en un X.
La moral muta con un movimiento
similar al péndulo y esto sólo por el ansia de “desmenuzar” la condición
humana, la más inestable de las condiciones. La historia personal que es el
fundamento del discurso lírico es vigorosa y de un ritmo preciso.
“Perdónenme Dioses, por ser el
eslabón de las creencias, por encontrarme bebiendo con demonios, con sentirme
tan bien con las alucinaciones, con haber pervertido mi espíritu y se haya
entonces encontrado en desgracia, perdóname entonces por aprender a escribir,
por haberlo ocupado como un arma incasable de balas, por un arma que fue
entonces inquietante como la ridiculez, como el espanto como un MANTRA que se
medita en el acto sexual o un estado puro de amor…”
“Indicios.”
Comienzo de las meditaciones. En
este capítulo la divinidad judeocristiana se ve en tela de juicio, llevándolo
a diversos escenarios histórico morales, se cuestiona, se acepta, se le fuerza, se le hilvana en la existencia del
hombre y se colige que uno no sobrevive sin el otro.
El poeta se dirige directamente
al lector y esta actitud apostrófica, incita a continuar leyendo, a ser parte
del desafío de buscar la quintaescencia de Dios, o de hundirse en el horror
existencial del hombre.
“Querido lector te hablo, porque
debo hacerlo, porque es necesario, es como si fuera mi instancia final para
sacer mí, el grito desesperado de la locura, de la tardes miserables que te da
la humanidad con sus miradas objetivas y depravadas.”
“Meditaciones VI”
Así comienza una serie de
invocaciones en tono de monólogo que no dejan de tener un hilo conductor y donde la voz del poeta surge desde el mismo
infierno. La mitología y Homero de la mano del autor nos guían a parajes que el
lector puede reconocer pero que ahora se observan de una manera distinta. Un giro
diferente se da cuando la Biblia ocupa el eje de estas meditaciones. La voz de Job, una de las figuras más devotas de
este libro y a la vez la historia más ejemplar y poética nos deja impresionados y dispuestos para otras voces. Pedamonte lo hace
dialogar con “quien no tiene nombre”. Judas Iscariote se encuentra ante la
presencia del creador y en un lugar indefinido entre el cielo y la tierra. El efecto se logra.
Luego el lector es arrebatado de
la realidad para encontrarse en los idus de marzo y junto a Julio Cesar. Pronto
el drama entra de la pluma del
poeta demostrándonos la versatilidad y oficio del mismo. Es un libro interesante y de una
propuesta donde la pasión y la técnica nos entrega una vigorosa voz poética.
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