domingo, diciembre 18, 2011

III. EL SERMÓN DE FUEGO por T.S.ELIOT



Se ha roto la tienda del río: los últimos dedos de las
hojas
Agarran y se hunden en la húmeda barranca.
El
viento
Cruza en silencio la parda llanura.
Las ninfas se han
marchado.
Dulce Támesis, fluye suavemente, hasta que
termine mi canto.
El río no arrastra botellas vacías, papeles de
sandwiches,
Pañuelos de seda, cajas de cartón, colillas de
cigarros
U otros testimonios de noches estivales.
Las ninfas
se han marchado.
Y sus amigos, los perezosos herederos de
funcionarios municipales—
Se han ido sin dejar domicilios.
A orillas del Leman me senté a llorar...
Dulce Támesis, fluye suavemente, hasta que termine
mi canto,
Dulce Támesis, fluye suavemente, pues no hablo en
demasía
ni reciamente.
Pero a mi espalda oigo, en una ráfaga helada,
El ruido de los huesos, y las risas ahogadas se
esparcen de oído en oído.
Suavemente entre los matorrales apareció un ratón
Deslizando su viscosa barriga por la orilla
Mientras yo pescaba en el manso canal
En una noche de invierno detrás de la fábrica
de gas
Meditando sobre el naufragio del rey, mi hermano,
Y sobre la muerte de mi padre, el rey.
Blancos cuerpos desnudos, campo abajo, en la humedad,
Y huesos depositados en una seca, reducida
buhardilla,
Año tras año pisados solamente por la pata del
ratón.
Pero de vez en cuando oigo a mi espalda
El ruido de bocinas y motores que han de llevar
A Sweeney, en la primavera, a Mrs. Porter.
Oh, la luna brillaba sobre Mrs. Porter
Y su hija
Ellas lavan sus pies con agua de soda
Et O ces voix d‛enfants, chantant dans la coupole!
Twit twit twit
Jug jug jug jug jug jug
Tan rudamente forzada.
Tereu
Ciudad Irreal
Bajo la parda niebla de un mediodía de invierno
Mr. Eugénides, el mercader de Esmirna
Sin afeitar, con un bolsillo repleto de pasas
C.i.f. Londres: documentos a la vista,
Me invitó en francés demótico
A almorzar en el Cannon Street Hotel
Y a pasar un fin de semana en el Metropole.
A la hora violeta, cuando del escritorio
Alzamos los ojos y la espalda, cuando la máquina
humana espera
Como un taxi que espera vibrando,
Yo, Tiresias, aunque ciego, palpitando entre dos
vidas,
Anciano con arrugados pechos de mujer, puedo ver
A la hora violeta, la hora vespertina que nos
lleva
A casa y devuelve el marino al hogar,
En casa, a la hora del té, la mecanógrafa levanta la
mesa del desayuno, enciende
Su estufa y saca alimentos enlatados.
Los últimos rayos del sol tocan sus combinaciones,
Peligrosamente puestas a secar en la ventana,
Apiladas sobre el diván (que es, de noche, su cama)
Medias, pantuflas, camisolas y sostenes.
Yo, Tiresias, anciano de ubres arrugadas
Percibí la escena, y predije el resto—
Yo también aguardaba al huésped esperado.
Él, el joven carbunculoso, llega,
Secretario de una pequeña casa comercial, de
altanera mirada,
Uno de esos patanes a quienes les sienta la
arrogancia
Como un sombrero de seda a un millonario de
Bradford.
Ahora el tiempo es propicio y, como él imagina,
La cena ha terminado y ella está cansada y aburrida.
Él empieza a excitarla con caricias
No deseadas, si bien irreprochables.
Decidido y ardiente, él la asalta enseguida
Y sus manos la exploran sin hallar resistencia;
Su vanidad no requiere respuesta,
Y se alegra de la indiferencia.
(Y yo, Tiresias, he consentido todo
Lo ocurrido en este mismo diván o cama;
Yo, que en Tebas estuve sentado junto al muro
Y entre los muertos más inferiores caminé.)
Él le envía un último beso con aire protector
Y baja a tientas por la escalera sin luz...
Ella se vuelve a mirar un momento en el espejo,
Casi olvidando a su amante, que ha partido;
Su cerebro consiente un brumoso pensamiento:
‛Bien. Eso está hecho ahora. Me alegro de que haya
terminado.’
Cuando una mujer hermosa se entrega a esas
locuras y
Vuelve a pasearse por su cuarto, sola,
Se alisa los cabellos de manera automática,
Y pone un disco en el gramófono.
‛Esta música se deslizó junto a mí sobre las aguas’
Y a lo largo del Strand, Queen Victoria Street
arriba.
Oh Ciudad ciudad, a veces puedo escuchar
Junto a un bar de la Lower Thames Street,
La queja dulce de una mandolina
Y el ruido de voces que sale desde ahí,
Donde al mediodía descansan los vendedores de
pescado; donde los muros
De Magnus Mártir guardan
Inexplicable esplendor de blancura jonia y oro.
El río suda
Aceite y alquitrán
A la deriva las barcas
Con la marea cambiante van
Velas anchas
Y rojas
A sotavento, en el mástil se mecen
Las barcas sumergen
Leños a la deriva
Navegando hacia Greenwich
Más allá de Isle of Dogs.
Weialala leia
Wallala leialala
Elizabeth y Leicester
Batiendo los remos
Un casco dorado
Formaba la popa
Rojo y oro
El animado oleaje
Encrespó ambas orillas
El viento del sudoeste
Cargó agua abajo
El repique de campanas
Blancas torres
Weialala leia
Wallala leialala
‛Tranvías y árboles polvorientos.
Highbury me vio nacer. Richmond y Kew
Me deshicieron. En Richmond alcé las rodillas
Tendida boca arriba en el fondo de una estrecha
canoa.’
‛Mis pies están en Moorgate, y mi corazón
Bajo mis pies. Tras lo ocurrido
Lloró, y prometió “un nuevo comienzo”.
Callé. ¿Qué podía reprochar?’
‛Sobre Márgate Sands
Nada con nada
Puedo conectar.
Las uñas rotas de manos sucias.
Mi gente mansa gente que
Nada
—Espera.’
la la
A Cartago vine entonces
Ardiendo ardiendo ardiendo ardiendo
Oh Señor Tú me has empobrecido 310
Oh Señor Tú me has
ardiendo

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