Es un bar que queda cerca
de la estación de ferrocarril, ha cambiado de dueño seis veces en un año. pasó
de bar top-less a restaurante chino, después a mejicano y luego a varias cosas
más, pero a mí me gustaba sentarme allí a mirar el reloj de la estación por una
puerta lateral que siempre dejan entornada, es un bar bastante aceptable: no
hay mujeres que molesten, sólo un grupo de comedores de mandioca y jugadores
del volante que me dejan en paz. están siempre allí sentados viendo la aburrida
retransmisión de un partido de algo en la tele, se está mejor en el cuarto de
uno, por supuesto, pero hemos aprendido con los años de trinque que si bebes
solo entre cuatro paredes, las cuatro paredes no sólo te destruyen sino que les
ayudan a ELLOS a destruirte. No hay por qué darles victorias fáciles. Saber
mantener el equilibrio justo entre soledad y gente, ésa es la clave, ésa es la
táctica, para no acabar en el manicomio.
así que estoy allí
sentado muy serio cuando se sienta a mi lado el mejicano de la Sonrisa Eterna.
—necesito tres verdes,
¿puedes dármelos?
—los muchachos dicen que
«no»... por ahora, ha habido muchos problemas últimamente.
—pero lo necesito.
—todos lo necesitamos,
págame una cerveza.
la Sonrisa Mejicana
Eterna me paga una cerveza.
a) está tomándome el
pelo.
b) está loco.
c) quiere liarme.
d) es un poli.
e) no sabe nada.
—quizá pueda conseguirte
tres verdes —le digo.
—ojalá, perdí a mi socio,
él sabía cómo agujerear una caja fuerte, sabía encontrarle el punto débil y
aplicar la presión necesaria hasta que la plancha saltaba, todo perfecto, sin
un ruido, ahora le han cazado, y yo tengo que usar el martillo, sacar la
combinación y dinamitar el agujero, muy anticuado y muy ruidoso, pero necesito
tres verdes hasta que me salga un asunto.
me cuenta todo esto muy
bajo, acercándose, para que nadie oiga, apenas puedo oírle.
—¿cuánto hace que eres
policía? —le pregunto.
—te equivocas conmigo,
soy estudiante, de la escuela nocturna, estudio trigonometría superior.
—¿y para eso necesitas
robar cajas fuertes?
—claro, y cuando acabe yo
también tendré cajas fuertes y una casa en Beberly Hills, donde no lleguen los
motines.
—mis amigos me dicen que
la palabra es Rebelión, no Motín.
—-¿qué clase de amigos
tienes?
—de todas clases, y de
ninguna, quizá cuando llegues al cálculo superior, entiendas mejor lo que
quiero decir, creo que te queda mucho por delante.
—por eso necesito tres
verdes.
—un préstamo de tres
verdes significa cuatro verdes dentro de treinta y cinco días.
—¿cómo sabes que no voy a
largarme?
—nunca lo ha hecho nadie,
tú ya me entiendes.
tomamos otras dos
cervezas, mientras veíamos el partido.
—¿cuánto hace que eres
policía? —volví a preguntarle.
—me gustaría que dejases
eso. ¿te importa que te pregunte yo algo?
—bueno —dije.
—te vi por la calle una
noche hace unas dos semanas, hacia la una, con la cara llena de sangre, y
también la camisa, una camisa blanca, quise ayudarte pero parecías no saber
dónde estabas, me asustaste: no te tambaleabas pero era como si anduvieras en
sueños, luego vi cómo entrabas en una cabina de teléfonos y más tarde te
recogió un taxi.
—bueno —dije.
—¿eras tú?
—supongo.
—¿qué pasó?
—tuve suerte.
—¿qué?
—claro, sólo me tocaron
un poco, estamos en la Década Loca de los Asesinos. Kennedy. Oswald. el doctor
King. Che G. Lumumba. olvido varios, seguro, tuve suerte, no era lo bastante
importante para un asesinato.
—¿y quién te hizo
aquello?
—todos.
—¿todos?
—claro.
—¿qué piensas del asunto
de King?
—una chorrada, como todos
los asesinatos desde Julio César.
—¿crees que los negros
tienen razón?
—no creo que yo merezca
morir a manos de un negro, pero creo que hay algunos blancos enfermos de
fantasías que sí, quiero decir ELLOS quieren morir a manos de un negro, pero
creo que una de las cosas mejores de la Revolución Negra es que ellos están
INTENTÁNDOLO, la mayoría de nosotros los lindos blanquitos hemos olvidado ya
esto, incluido yo. ¿pero qué tiene eso que ver con los tres verdes?
—bueno, a mí me dijeron
que tenías contactos y necesito pasta, pero creo que estás un poco loco.
—FBI.
—¿cómo?
—¿eres del FBI?
—¿estás paranoico?
—pregunta él.
—por supuesto, ¿qué
hombre sano no?
—¡tú estás loco! —parece
fastidiado y echa hacia atrás la silla y se va. Teddy, el nuevo propietario,
llega con otra cerveza.
—¿quién era? —pregunta.
—un tío que quería
liarme.
—¿sí?
—sí. así que le lié yo.
Teddy se alejaba nada
impresionado pero así son los de los bares, termino la cerveza, salgo y bajo
hasta el bar mejicano grande de la baranda de bronce, querían matarme allí
dentro, yo era mal actor estando borracho, era agradable ser blanco y estar
loco y ser tan desenvuelto, ella se acerca, la camarera, recuerdo la cara, la
banda empieza «Vuelven los días felices», quieren engañarme, esto activa la
navaja automática.
—necesito recuperar mis
llaves.
ella busca en el delantal
(le sienta bien ese delantal; a las mujeres siempre les sientan bien los
delantales; algún día joderé a una que no tenga más que el delantal, quiero decir
encima de ELLA) y coloca las llaves sobre la barra, allí estaban: las llaves
del coche, las del apartamento, las llaves para llegar al interior de mi
cráneo.
—anoche dijiste que
volvías.
miro alrededor, hay por
allí, por la barra, dos o tres, groguis. revolotean las moscas sobre sus
cabezas, sin carteras, el asunto olía a droga en la bebida, en fin, ellos se lo
merecen, yo no. pero los mejicanos eran fríos: nosotros les robamos su tierra
pero ellos siguieron tocando sus trompetas, y yo digo:
—se me olvidó volver.
—la consumición es por mi
cuenta.
—oye, ¿crees que soy Bob
Hope contando chistes navideños a los soldados? un whisky con droga, fuerte.
se echa a reír y va a
mezclar el veneno, vuelvo la cabeza para facilitarle las cosas, se sienta
frente a mí.
—me gusta —dice—. quiero
que jodamos otra vez. haces buenos trucos para ser un viejo.
—gracias, es por esa
peluca blanca que llevas, soy un chiflado: me gustan las jóvenes que se fingen
viejas, y las viejas que se fingen jóvenes, me gustan los ligueros, los tacones
altos, las braguitas rosa, todo ese rollo picante.
—hago una escena en que
me tiño el coño de blanco.
—perfecto.
—bebe tu veneno.
—oh sí, gracias.
—no hay de qué.
bebí el whisky con droga,
pero les engañé, salí inmediatamente y tuve la suerte de ver un taxi allí mismo
en Sunset, al sol, entré y cuando llegué a casa apenas pude pagar, abrir la
puerta y cerrarla, luego quedé paralizado, un coño blanco, sí, ella no quería
joder conmigo, quería joderme. conseguí llegar al sofá y quedar paralizado allí,
salvo en el pensamiento, oh sí, tres verdes, ¿quién no lo aceptaría? al diablo
el interés y la cláusula de penalización final, treinta y. cinco días, ¿cuántos
hombres han tenido treinta y cinco días libres en sus vidas? y luego, se puso
oscuro, así que no pude contestarme mi propia pregunta.
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