Estaba escuchando a
Brahms en Filadelfia, en 1942. tenía un pequeño tocadiscos, era el segundo
movimiento de Brahms. vivía solo entonces, iba bebiendo lentamente una botella
de oporto y fumando un puro barato, la habitación era pequeña y limpia, alguien
llamó a la puerta, pensé que vendrían a darme el premio Nobel o el Pulitzer.
eran dos zoquetes grandes con pinta de palurdos.
¿Bukowski?
sí.
me enseñaron la chapa:
FBI.
venga con nosotros, es
mejor que se ponga la chaqueta, estará fuera un tiempo.
yo no sabía lo que había
hecho, no pregunté, imaginé que todo estaba perdido, de cualquier modo, uno
apagó a Brahms. bajamos, salimos a la calle, había cabezas en las ventanas como
si todos supieran.
luego la eterna voz de
mujer: ¡oh ahí va ese hombre horrible! ¡le han cogido!
tengo poco éxito con las
damas, no hay duda.
empecé a pensar en lo que
podría haber hecho y lo único que se me ocurrió fue que hubiese asesinado a
alguien estando borracho. pero no podía
entender por qué intervenía en aquello el FBI.
¡manos en las rodillas y
sin moverse!
iban dos delante y dos
atrás, así que pensé que tenía que haber matado a alguien, a alguien
importante.
arrancamos
de allí y luego se me olvidó y levanté la mano para
rascarme la nariz.
¡¡LA MANO QUIETA!!
cuando llegamos a la
oficina, uno de los agentes señaló una hilera de fotos que recorría las cuatro
paredes.
¿ve esas fotos?, preguntó
con dureza.
miré las fotos, estaban
muy bien enmarcadas pero ninguna
de las caras me decía nada.
sí, ya vi las fotos, le
dije.
eso son hombres que han
sido asesinados sirviendo al FBI.
como no sabía lo que él
esperaba que dijera, no dije nada.
me llevaron a otra
habitación, había un hombre detrás de una mesa.
¿DONDE ESTA SU TÍO JOHN?
me gritó.
¿qué? pregunté.
¿DONDE ESTA SU TÍO JOHN?
yo no sabía qué quería
decir, por un momento, pensé que quería decir que yo llevaba una especie de
herramienta secreta con la que mataba a la gente cuando estaba borracho, me
sentía muy nervioso y todo me parecía absurdo y sin sentido.
me refiero a ¡JOHN
BUKOWSKI!
oh, murió.
¡mierda!, ¡por eso no
podemos localizarle!
me bajaron a una celda
amarillo-naranja, era un sábado por la tarde, desde la ventana de la celda veía
pasar a la gente caminando ¡qué suerte tenían! al otro lado de la calle, había
una tienda de discos, un altavoz lanzaba música hacia mí. todo parecía tan
libre y cómodo allá fuera, me quedé allí intentando descubrir lo que había
hecho, me daban ganas de llorar, pero no conseguí averiguar nada, era una
especie de enfermedad triste, de tristeza
enferma, en que llega un momento en que ya no puedes sentirte peor, creo que
sabes lo que quiero decir, creo que todo el mundo siente esto de vez en cuando,
pero yo lo he sentido muy a menudo, demasiado a menudo.
la Prisión de Moyamensing
me recordaba a un viejo castillo, los grandes portones de madera se abrieron
para dejarme paso, me sorprende que no tuviésemos que pasar por un puente
levadizo.
me metieron con un hombre
gordo que parecía un contable.
soy Courtney Taylor,
enemigo público número uno, me dijo.
¿y por qué estás aquí?,
me preguntó.
(entonces ya lo sabía, lo
había preguntado al entrar.)
por no querer hacer el
servicio militar.
hay dos cosas que no
podemos soportar aquí: los que rehuyen el servicio militar y los
exhibicionistas.
honor entre ladrones,
¿eh? mantener firme al país para poder saquearlo.
aún no nos gustan quienes
rehuyen el servicio militar.
en realidad, soy
inocente, me trasladé y se me olvidó dejar la dirección en la oficina militar,
lo notifiqué en la oficina de correos, recibí una carta de San Luis estando en
esa ciudad, en la que me decían que me presentara para un examen relacionado
con el servicio militar, les dije que no podía ir a San Luis para que me
hicieran aquí el examen, me agarraron y me metieron aquí, no lo comprendo: si
intentase eludir el servicio militar, no les hubiese dado mi dirección.
vosotros siempre sois
inocentes, eso a mí me suena a cuento.
me tumbé en el jergón.
pasó un segundo.
¡LEVANTA EL CULO DE AHÍ!
me gritó.
alcé mi culo prófugo.
¿quieres suicidarte? me
preguntó Taylor.
sí, dije.
no tienes más que sacar
esa tubería de arriba donde está la luz de la celda, luego llenas este cubo de
agua y metes los pies dentro, sacas la bombilla y metes el dedo, así saldrás de
aquí.
miré la luz largo rato.
gracias, Taylor, eres muy amable.
apagadas las luces me
tumbé y empezaron, las chinches.
¿qué coño es esto? grité.
chinches, dijo Taylor,
tenemos chinches.
apostaría a que yo tengo
más que tú, dije.
apuesta.
¿diez centavos?
diez centavos.
empecé a capturar y matar
las mías, fui dejándolas en la mesita de madera.
cuando se acabó el
tiempo, llevamos nuestras chinches junto a la puerta de la celda, donde había
luz, y las contamos, yo tenía trece, él tenía dieciocho, le di el dinero, más
tarde descubrí que él partía las suyas por la mitad y las estiraba, había sido
estafador, era un buen profesional el muy hijoputa.
tuve suerte con los dados
en el patio, ganaba todos los días y estaba haciéndome rico, rico de cárcel,
ganaba de quince a veinte billetes diarios, los dados estaban prohibidos y nos
apuntaban con las ametralladoras desde las torres y aullaban ¡DISUÉLVANSE! pero
siempre conseguíamos organizar otra vez el juego, precisamente fue un exhibicionista
el que consiguió pasar los dados, era un exhibicionista que no me gustaba un
pelo, en realidad no me gustaba ninguno, todos tenían barbillas débiles, ojos
acuosos, caderas estrechas y modales relamidos, sólo eran hombres en una décima
parte, no tenían la culpa, supongo, pero no me gustaba mirarles, éste se
dedicaba a rondarme después de cada juego. estás de suerte, estás ganando
mucho, dame un poco, anda, yo dejaba caer unas cuantas monedas en aquella mano
de lirio y él se largaba, aquel marrano que soñaba con enseñarles la polla a
niñas de tres años, tenía que hacerlo para quitármelo de encima sin pegarle
porque si le pegabas a alguien te mandaban a celda de castigo, y el agujero era
depresivo, pero era aún peor lo de estar a pan y agua, les había visto salir de
allí y tardaban un mes en recuperar el aspecto normal, pero todos estábamos
locos, yo era un loco, un chiflado, y a aquel tipo lo tenía atravesado, sólo
podía razonar cuando no le miraba.
yo era rico, el cocinero
bajaba después de apagarse las luces, con platos de comida, comida buena y
abundante, helados, tartas, pasteles, buen café. Taylor dijo que nunca le diera
más de quince centavos, que era suficiente, el cocinero susurraba gracias y
preguntaba si debía volver la noche siguiente.
desde luego, le decía yo.
aquélla era la comida de
los guardias, y los guardias, evidentemente, comían bien, los presos se morían
todos de hambre, y Taylor y yo andábamos que parecíamos con embarazo de nueve
meses.
es un buen cocinero,
decía Taylor. asesinó a dos hombres, mató a uno y luego salió y se cargó en
seguida a otro, está aquí para mucho tiempo, si no puede fugarse, la otra noche
agarró a un marinero y le dio por el culo, le dejó destrozado, no podrá andar
en una semana.
me gusta el cocinero,
dije, creo que es buen tío.
es buen tío, confirmó
Taylor.
nos quejábamos siempre de
las chinches al carcelero, y el carcelero nos gritaba:
¿pero qué creéis que es
esto? ¿un hotel? ¡las trajisteis vosotros !
esto, por supuesto, lo
considerábamos un insulto.
los carceleros eran
serviles, los carceleros eran tontos y malos, los carceleros tenían miedo, lo
sentía por ellos.
por fin, nos colocaron a
Taylor y a mí en celdas distintas y fumigaron la nuestra.
me encontré con Taylor en
el patio.
me han metido con un
chaval, dijo Taylor, un infeliz, es tonto, no sabe nada, es insoportable.
a mí me metieron con un
viejo que no hablaba inglés y que se pasaba el día sentado en el water
diciendo, ¡TARA BUBBA COMER TARA BUBBA CAGAR! lo decía sin parar, su vida
consistía en comer y cagar, creo que hablaba de alguna figura mitológica de su
tierra natal, quizá Taras Bulba... no sé. el viejo me rasgó la sábana de mi
jergón la primera vez que fui al patio y se hizo con ella una cuerda para
tender la ropa, y colgó allí los calcetines y los calzoncillos y yo entré y
todo goteaba, el viejo no salía nunca de la celda, ni siquiera para ducharse,
decían que no había cometido ningún delito, que simplemente quería estar allí y
le dejaban, ¿un acto de bondad? a mí me volvía loco porque no me gusta que las
mantas de lana me rocen la piel, tengo una piel muy delicada.
¡viejo de mierda, le
grité, ya he matado a un hombre, y si no miras lo que haces, serán dos!
pero él seguía allí
sentado riéndose de mí y diciendo ¡TARA BUBBA COMER, BUBBA CAGAR!
tuve que dejarlo, pero he
de reconocer, de todos modos, que nunca tuve que fregar el suelo, su maldito
hogar estaba siempre húmedo y fregado, teníamos la celda más limpia de
Norteamérica, del mundo, le encantaba aquella comida extra de la noche. le
entusiasmaba.
el FBI decidió que yo era
inocente de tentativa deliberada de eludir el servicio militar y me llevaron al
centro de reclutamiento, nos llevaron a muchos, y pasé el examen físico y luego
entré a ver al psiquiatra.
¿cree usted en la guerra?
me preguntó.
no.
¿quiere usted ir a la
guerra?
sí.
(tenía la loca idea de
salir de la trinchera y avanzar hacia las ametralladoras hasta que me mataran.)
estuvo un rato callado
escribiendo en un papel, luego, alzó los ojos.
por cierto, el próximo
miércoles por la noche haremos una fiesta para médicos, artistas y escritores,
deseo invitarle, ¿vendrá?
no.
de acuerdo, dijo, no
tiene que ir.
¿ir adonde?
a la guerra.
le miré.
no creyó usted que lo
entenderíamos, ¿verdad?
no.
déle este papel al hombre
de la mesa siguiente.
fue un largo paseo, el
papel estaba doblado y pegado a mi carnet con un clip, alcé el borde y miré:
«...oculta una sensibilidad extrema bajo una cara de póquer...» qué risa,
pensé, ¡por amor de Dios! yo ¡¡sensible!!
y así fue lo de
Myamensing. y así fue como gané la guerra.
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