lunes, mayo 13, 2013

LA CLARA TORRE por ANDRE BRETON




Fue en el negro espejo del anarquismo donde el surrealismo
se reconoció por primera vez, mucho antes de definirse a sí
mismo y cuando era apenas una asociación libre de individuos,
que rechazaban espontáneamente y en bloque las opresiones
sociales y morales de su tiempo. Entre las fuentes de inspiración
en las que bebíamos, en esa posguerra de 1914, y cuya
fuerza de convergencia era inconmovible, figuraba esta final de
la “Balada de Solness”, de Laurent Tailhade:
Arrebata nuestros corazones en disparada, en harapos
¡Anarquía! ¡Oh portadora de luz!
¡Expulsa la noche! ¡Aplasta a los gusanos!
¡Y yergue al cielo, aunque sea con nuestros túmulos,
La clara Torre que sobre el mar domina!
En ese momento, el rechazo surrealista es total, absolutamente
inapto para dejarse canalizar en el plano político. Todas
las instituciones sobre las que reposa el mundo moderno y que
acaban de resultar en la Primera Guerra Mundial son tenidas
por nosotros como aberrantes y escandalosas. Contra todo aparato
de defensa de la sociedad es que luchamos, para comenzar:
ejército, “justicia”, policía, religión, medicina mental y legal,
enseñanza escolar. Todas las declaraciones colectivas, así como
los textos individuales del Aragon del pasado, de Artaud, Crevel,
Desnos, del Éluard de antaño, de Ernst, Leiris, Masson, Péret,
Queneau o los míos, testimonian la voluntad común de hacer
se los reconociera como flagelos y, como tal, que fuesen combatidos.
Sin embargo, para combatirlos con alguna posibilidad
de éxito, es preciso atacar su armadura, que, en último análisis,
es de orden lógico y moral: la pretendida “razón” en uso y de
etiqueta fraudulenta que recubre el “sentido común” más desgastado,
la “moral” falseada por el cristianismo con el objetivo
de desalentar cualquier resistencia contra la explotación del
hombre.
Un gran fuego se conserva bajo las cenizas –éramos jóvenes–
y creo mi deber insistir sobre el hecho de que ese fuego se
avivó constantemente para liberarse de la obra y de la vida de
los poetas:
¡Anarquía! ¡Oh portadora de luz!
No se llamen ya Tailhade, sino Baudelaire, Rimbaud, Jarry,
a quienes todos nuestros camaradas libertarios deberían conocer,
así como deberían conocer también a Sade, Lautréamont o
el Schwob de El libro de Monelle.
¿Por qué no pudo, en ese momento, operarse una fusión
orgánica entre elementos anarquistas, propiamente dichos, y
elementos surrealistas? Todavía, veinte años después, me lo estoy
preguntando. No cabe ninguna duda de que la idea de la
eficacia que fuera el espejo de toda esa época decidió las cosas
de otra forma. Lo que se puede considerar como el triunfo de la
Revolución Rusa y la realización de un Estado obrero provocaba
un gran cambio de visión. La única sombra del cuadro –que
se definiría como una mancha indeleble– residía en el aplastamiento
de la insurrección de Kronstadt, el 18 de marzo de 1921.
Los surrealistas nunca consiguieron pasar por alto aquello. Entretanto,
hacia 1925, sólo la III Internacional parecía disponer
de los medios deseados para transformar el mundo. Podía creerse
que las señales de degeneración y regresión ya fácilmente observables
en el Este todavía podían conjurarse. Los surrealistas
vivieron, entonces, en la convicción de que la revolución social
extendida a todos los países no podía dejar de promover un
mundo libertario (algunos decían, un mundo surrealista, pero
es la misma cosa). Todos, inicialmente, juzgaban las cosas de
esa forma, incluso aquellos (Aragon, Éluard, etc.) que, más tarde,
abandonarían su ideal primero hasta el punto de hacer en el
stalinismo una carrera envidiable (a los ojos de los hombres de
negocios). Pero el deseo y la esperanza humanos jamás podrían
estar a merced de aquellos que traicionan:
¡Expulsa la noche! ¡Aplasta a los gusanos!
Es bien sabida la rapiña despiadada que se hizo de aquellas
ilusiones durante el segundo cuarto de este siglo. Por una
terrible ironía, el mundo libertario con el cual se soñaba fue substituido
por un mundo en el que la más servil obediencia es obligatoria,
donde los derechos más elementales son negados al
hombre, donde toda la vida social gira en torno del policía y
del verdugo. Como en todos los casos en que un ideal humano
llega a ese cúmulo de corrupción, el único remedio es
refortalecerse en la corriente sensible en la que se originó, remontarse
a los principios que le permitieron constituirse. Hoy
más que nunca, en la propia finalidad de ese movimiento se
encontrará al anarquismo, y solamente a él, ya no la caricatura
que nos presentan ni la cosa hedionda que pretenden hacer de
él, sino aquel que nuestro camarada Fontenis describe “como
el socialismo mismo, es decir, esa reivindicación moderna por
la dignidad del hombre (su libertad tanto como su bienestar); el
socialismo, concebido como la simple resolución de un problema
económico o político, sino como la expresión de las masa
explotadas en su deseo de crear una sociedad sin clases, sin
Estado, donde todos los valores y aspiraciones humanos puedan
realizarse”.

Esa concepción de una revuelta y de una generosidad
indisociables una de la otra y, a despecho de Albert Camus,
ilimitables tanto una como la otra, los surrealistas la hacen suya
hoy, sin reservas. Liberada de las brumas de muerte de estos
tiempos, la consideran como la única capaz de hacer resurgir, a
ojos cada vez más numerosos,
¡La clara Torre que sobre el mar domina!



André Breton
Le Libertaire, 11 de enero de 1952

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