sábado, abril 19, 2014
GONZALO ROJAS: POESIA Y EXPERIENCIA por ENRIQUE LIHN
En 1999 Marcelo Coddou y Marcelo Pellegrini realizaron una edición crítica de La misería
del hombre, aquel primer libro de Gonzalo Rojas publicado en 1948 por el que obtuvo el Premio Sociedad de Escritores de Chile. En la edición crítica que ahora aparece, bajo el sello de Universidad
de Playa Ancha Editorial, se encuentra esta entrevista al autor de Porque escribí (Tierra Firme, 1995) que
ofrecemos a continuación.
MARCELO CODDOU: Me gustaría que siguieras hablando de muchos otros poetas chilenos, de lo que tú ves en ellos, de lo que ellos han significado para ti. Pero claro, nos vemos obligados a seleccionar.
Hay uno, en particular, que me interesa mucho, tanto por el valor específico de su obra, como por lo que ha significado para todos los poetas de tu generación: me refiero a Gonzalo Rojas...
ENRIQUE LIHN: Para contestar tu pregunta quizá convenga hacer un poco de “biografía” y de “autobiografía” de la poesía chilena. Pienso en el momento en que pasé de la zona enrarecida, más o
menos abstracta, aleatoria de las lecturas heterogéneas, a la relación con poetas vivientes, y que me dieron la impresión de serlo. Fue cuando conocí a Nicanor Parra y a Gonzalo Rojas, por intermedio de Luis Oyarzún que enseñaba en Bellas Artes, donde yo, a mi vez, estudiaba pintura. Me hice amigo de Nicanor, quien, en ese tiempo, se reunía con Gonzalo Rojas, profesor de Castellano en un liceo de Valparaíso [...] Eran ellos los que estaban conscientes de que había que acotar un campo dentro de la poesía donde se estableciera una determinada relación con la experiencia, de la que se había ausentado el surrealismo en su versión chilena, ese academicismo surrealista totalmente ausentado de la situación.
Tenían, además, toda una cosa lúdica, muy válida. Me acuerdo de los juegos que se hacían en casa de Nicanor juegos poéticos, o que podían dar en el blanco de la poesía. Y algunas lecturas —que fueron también las mías en ese momento—: los Cantos de Maldoror, por ejemplo, para mí, desde ese tiempo, lectura de siempre. Esto es, el juego sangriento, por así decirlo, de la poesía, del texto con el texto, la destrucción de lasretóricas a través de una hiperretórica, el hacer funcionar elementos de otras literaturas
de una manera distinta, la crítica del lenguaje, esa especie de bricolage que hizo Lautréamont con todo y que
aparecería, otra vez, en los Antipoemas, una de las primeras cosas que nosotros, de jóvenes, conocimos de Nicanor [...]
Ahora, nosotros éramos verdaderamente más adeptos a la poesía de Nicanor, por el elemento nihilista de esa poesía, ninguneador y también humorista. Gonzalo nos parecía —a mí, a Jodorowski, a otros—, muy lleno de actitudes dramáticas. Nuestra tendencia era a la irreverencia, a la desdramatización, al ninguneo y al humor [...] Éramos jóvenes terribles, muy críticos respecto de las adecuaciones entre lenguaje y realidad
personal, con una tendencia más hacia lo grotesco que hacia la cosa lírica.
Y como Gonzalo trabaja más en lo que se entiende como una poesía lírica y dramática, se producía una especie de resistencia, que más tiene que ver con el espíritu de grupo, espíritu burlón, tendiente hacia lo grotesco en literatura...
Pero claro, esa era una situación juvenil, cuando tanto nos interesaban los desplazamientos del lenguaje poético hacia otros planos y otras formas discursivas que no fueran poemas, cosa que Gonzalo no hacía. Y no lo hacía con premeditación: él construía una poesía en un terreno lírico-dramático, pero, te insisto,
bajo el signo de la relación de la poesía con la experiencia. Y con elementos que, después, releyendo, me han interesado muchísimo más. Su “inspiración” erótica, por ejemplo, que invade su poesía por todos lados; las distorsiones del lenguaje emotivo; la plasticidad de sus imágenes, intensamente, en el sentido de seguir una idea y desarrollarla en términos oratorios, en mis lecturas juveniles de Gonzalo Rojas, ahora me parecen
la asunción de una retoricidad oratoria, que funciona como el marco en que se producen fenómenos de irracionalidad.
Justamente lo que esa poesía tiene de crispadamente hermético, pone de relieve la proximidad con cierta zona de incomunicación. Es una poesía que llega a un punto en el que verdaderamente está hablando de algo que no se puede comunicar... Son sus mejores momentos. Es una experiencia de orden erótico-místico, con una enorme tensión textual. Entonces, ese aparataje discursivo, quizá, pone de relieve la necesaria fragmentación ante una experiencia que tiempo atrás habríamos llamado “inefable”.
De manera que mi lectura actual de la poesía de Rojas difiere y es discrepante respecto de la lectura discrepante que de ella hice de joven. Un libro como Oscuro es decisivo en el campo de la literatura
moderna latinoamericana.
Gonzalo es —un poco como hablábamos de la Mistral— un tipo de recorridos particulares pasando por Lautréamont, pasando por el simbolismo, pasando por el surrealismo, e inscribiendo su poesía en un campo donde la experiencia tiene un sentido. Es interesante ver cómo él se desprende del surrealismo. Quizá
por su frecuentación de la poesía barroca y por su lectura extrasurrealista de Baudelaire; por la importancia que le da al lenguaje, a las operaciones lingüísticas, a los modos de producción locales, propios, de una lengua; por su instalación en una lengua; por el tipo de problemática que se le va planteando, donde siempre queda un remanente religioso.
En fin, por múltiples razones, no se queda en esa cosa discipular del surrealismo (“surreachilismo”, decíamos
nosotros), sino que lo revienta: bota todo lo que en la poesía se convierte en lastre, porque ya no pertenece
al campo de la propia experiencia, sino sólo a elementos culturales, perpetuados mecánicamente, actividad
propia de coleccionistas. Gonzalo abre su poesía para que entre la situación: del surrealismo tiene todo un aire, pero oxigenante. El surrealismo le sirve, diría, para respirar y no para asfixiarnos.
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