sábado, junio 28, 2014

EL IMPOSIBLE por ARTHUR RIMBAUD


¡Ah! La vida de mi infancia, la carretera general en todo
tiempo, sobrenaturalmente sobrio, más desinteresado que el
mejor de los mendigos, orgulloso de no tener ni país ni amigos,
qué tontería era. — ¡Y hasta ahora no me he dado cuenta!
— Tuve razón cuando despreciaba a los individuos que no
dejarían escapar la oportunidad de una caricia, parásitos de la
limpieza y de la salud de nuestras mujeres, hoy que ellas están
tan poco de acuerdo con nosotros.
Tuve razón en todos mis desdenes: ¡la prueba es que me
evado!
¡Me evado!
Me explico.
Aún ayer, suspiraba: «¡Cielos! ¡No somos pocos los condenados,
aquí abajo! ¡Y cuánto tiempo lleva ya en sus filas! Los
conozco a todos. Nos reconocemos siempre; nos damos asco.
La claridad nos es desconocida. Pero somos corteses: nuestras
relaciones con el mundo son muy correctas.» ¿Hay de qué sorprenderse?
¡El mundo, los mercaderes, los ingenuos! — Nosotros
no estamos deshonrados. — Pero, ¿cómo nos recibirían
los elegidos? Y hay gentes ariscas y alegres, falsos elegidos,
puesto que necesitamos audacia o humildad para abordarlos.
Son los únicos elegidos. ¡No prodigan sus bendiciones!
Habiéndome encontrado dos perras de razón — ¡poco van a
durar! — veo que mis desazones provienen de no haberme figurado
antes que estamos en Occidente. ¡Las marismas occidentales!
No es que considere la luz alterada, la forma agotada,
el movimiento extraviado… ¡Bueno! He aquí que mi espíritu
desea absolutamente hacerse cargo de todos los desenvolvimientos
crueles que ha experimentado el espíritu desde el fin
del Oriente… ¡Los quiere para sí, mi espíritu!
… ¡Se acabaron mis dos perras de razón! — El espíritu es
autoridad, me manda estar en Occidente. Habría que hacerlo
callar para concluir como yo querría.
Enviaba al diablo las palmas de los mártires, los resplandores
del arte, el orgullo de los inventores, el ardor de los saqueadores;
regresaba al Oriente y a la sabiduría primordial y
eterna. — ¡Lo cual, al parecer, es un sueño de burda pereza!
No obstante, apenas si me pasaba por la cabeza el placer de
escapar de los modernos sufrimientos. No tenía a la vista la
bastarda sabiduría del Corán. — Pero ¿no hay un suplicio real
en el hecho de que, a partir de la declaración de la ciencia, del
cristianismo, el hombre se interprete, se pruebe las evidencias,
se engría con el placer de repetir las pruebas, y sólo viva así?
tortura sutil, boba; fuente de mis divagaciones espirituales. ¡La
naturaleza podría aburrirse, tal vez! El señor Prudhomme nació
con Cristo.
¡Será porque cultivamos la bruma! Comemos fiebre con
nuestras legumbres aguadas. ¡Y la embriaguez! ¡Y el tabaco!
¡Y la ignorancia! ¡Y las entregas! — ¿No queda todo ello bastante
alejado del pensamiento de la sabiduría del Orienta, la
patria primitiva? ¿Por qué un mundo moderno, si tales venenos
se inventan?
Las gentes de Iglesia dirán: Comprendido. A lo que usted
se refiere es al Edén. No hay nada que le concierna en la historia
de los pueblos orientales. — Es verdad; ¡en el Edén pensaba!
¡Qué sueño ese, el de la pureza de las razas antiguas!
Los filósofos: El mundo no tiene edad. La humanidad se
desplaza, simplemente. Está usted en Occidente, pero nada le
impide habitar su propio Oriente, tan antiguo como le haga
falta, — y habitarlo bien. No sea usted un derrotado. Filósofos,
sois de vuestro Occidente.
Espíritu mío, ten cuidado. Sin violentas posturas de salvación.
¡Ejercítate! — ¡Ah! ¡La ciencia no va suficientemente de
prisa para nosotros!
— Pero me doy cuenta de que mi espíritu está durmiendo.
Si se mantuviera siempre muy despierto, a partir de este
momento, pronto estaríamos en la verdad, ¡que acaso nos rodee
con sus ángeles llorando!… — Si se hubiese mantenido
despierto hasta ese momento, ¡sería por no haber cedido yo a
los instintos deletéreos, en época inmemorial!… Si siempre se
hubiera mantenido muy despierto, ¡yo navegaría ahora en la
plena sabiduría!…
¡Oh pureza, pureza!
¡Es el minuto de vigilia quien me ha otorgado la contemplación
de la pureza! — ¡Por el espíritu se va hacia Dios!
¡Desgarrador infortunio!

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