Yakuza es un término nipón que proviene de la peor mano de un juego
de naipes, 8-9-3 (ya-ku-za). Ineludiblemente nos lleva a la imagen de la sangre, de los tatuajes, de
la frialdad de las ejecuciones y una ética de honor en lo que para otras
culturas resultaría absurdo. Francisco Ide Wolleter nos entrega un sondeo en el
espíritu de uno de sus ex - integrantes, un inmigrante en esta república, quien
con un lenguaje lacónico un verso preciso, nos imbuye del recuerdo sangriento y
angustioso , creando un equilibrio enrarecido , donde una sola imagen dentro de la composición nos remite de bruces al crimen:
“Dispararle con metralla a una sandía en Sudamérica
es infinitamente más realista.
Ahora pienso que cuando ametrallé la cabeza
de Yoshida “el-hijo-de-puta”
fue como ametrallar una sandía sudamericana:
la cabeza estalla
en pirotecnia de pulpa, pólvora y ceniza.”
Pero no hay que dejarse engañar,
ni desviar la atención por los
elementos de la cultura japonesa para
colisionar de lleno con la belleza
del verbo entre lo terrible y preciso del lenguaje, este libro se convierte en un tatuaje de versos sobre la
piel del yo poético, hasta llegar en un espacio vacío en la piel, donde calza
nuestro ojo lector y descubre el sustrato humano y herido, lo innegable lo
viril por sobre las “convenciones” a que nos lleva la sociedad, la nuestra y la
ajena. En esto hay que detenerse lo suficiente para ver una travesía atormentada
al punto que da la impresión que la antigua vida de extremo peligro y desgaste
emocional resulta ser mejor o a lo menos
no tan onerosa. La Crisis hace mella y se expresa en un desarraigo con el
entorno, algo “siempre” parece desmoronarse:
“llegué a esta caleta con la ropa y la piel poblada
mírame ahora, un despojo, un despoblado
me salen tentáculos tajeados de la piel
que era una estepa, a mi paso dejo lastres de tinta
soy un pulpo estrellado contra las rocas
silueta de hombre / petroglifo que adorna
la pared de una casa en Hiroshima: después del hongo
nuclear miramos con sospecha el futuro en nuestra sombra
mi sombra, en la arena, tiene la forma de un cuerpo que
flota
con cuarenta puñaladas, en un charco, devorado
por los cerdos.”
La historia subyacente y la idea
podría parecer simple, pero hay un trasfondo más amplio que es la capacidad de
recordar y la incapacidad de perdonarse, un tópico universal en aquellos en que
el decálogo ético bordea lo viril para caer lo frío y monstruoso:
“Junto a ella era un
sanguinario
y no temía a la muerte
en el espejo viven
bestias aterradoras
acechan escondidas en el
zoológico abandonado de mi
piel
esperan el momento adecuado
para quebrar la tersura
reflectante
raptar y torturar
la forma en que me miro.”
La ritualidad del criminal tiene
donde doblegarse, el amor, el mismo que a ratos se va disolviendo entre cada
verso que cita una escena usual en un
yakuza.
El uso del lenguaje es pulcro,
preciso y en momentos arrollador… la pasión
es innegable aún en la encarnación de un
asesino, el remate es a lo menos sorprendente.
Hay elementos y citas importantes, como Instant
Karma a lo Lennon y la cita de un grande e inolvidable del cine japonés
Takeshi Kitano.
Una lectura interesante,
Cinosargo continúa en su línea de poesía enérgica y de calidad.
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