miércoles, diciembre 23, 2009

ADRIANA por EDUARDO J. FARIAS ALDERETE


Claudio cruzó la calle, con el teléfono en el oído. Era la vigésima vez que Adriana le llamaba, en menos de una hora. Como era día de semana, el joven que insistía en rascarse el mentón y dar monosílabos por respuesta, no tenía el menor interés de pasar una noche fuera de casa. Se detuvo en una esquina de la Población O'Higgins, y estiró el brazo. Subió a un colectivo. Apenas guardaba el celular en su bolsillo, éste volvió a vibrar. Contestó a duras penas, mientras buscaba en su bolsillo las monedas para pagar el pasaje. "Para la Gran Vía es el doble", pudo entender que decía el chofer.

A Adriana la conocía desde la universidad, siempre le atrajo, aunque ella llevara un largo noviazgo. Eran siglos viendo a ese hombre maltratar al objeto de su afecto. Pasaron años, hasta que ella consiguió su teléfono, y le llamó. Pudo entender unas cuantas frases tras un mar de lágrimas. El noviazgo había finalizado.

Con pocas expectativas y un ánimo resuelto llegó a la casa de Adriana. Era la decima vez que estaban a solas bajo ese techo . Conocía el guión: pasarían una hora hablando de aquel noviecito fugado desde el altar y él , claro , jugaba de manera impecable el rol de paño de lágrimas.

Era un observador empedernido de las costumbres de Adriana. Cuando ella bebía ron, debía esperar un chaparral de lágrimas, y dolidos gimoteos previos al acto amatorio, era ahí donde le comenzaba a abandonar su atracción hacia ella, volviéndose un paso forzado y hasta trágico. En cambio, el vino le daba, además de un brillo especial en los ojos y la lengua morada, un ánimo tan fogoso, que parecía que una de las pelvis iba a zafarse, la de él o la de ella, mientras una de las dos soñaba extrañamente durante esas sesiones delirantes.

El patrón de conducta no fallaba. Era preciso. Claudio era un hombre que no gustaba de las sorpresas. Sí de esquemas, sí de guiones y de esa palabra que detestaba tanto: rutina, porque para el, naturalmente, los esquemas funcionaban si se repetían y se procedía al pie de la letra, acto por acto, minuto a minuto.

La reticencia a ir a su onceava cita se debía a que el viernes pasado había conocido a la nueva pareja estable de Adriana, un ingeniero de aquellos 4 x 4, pero no de tracción: Cuatro días de faena y cuatro días dándole a Adriana. Claudio no sufrió con la noticia. Observó, creó un esquema de actitudes y aguardó por si una nueva rutina aparecía... de la nada.

Presionó tres veces el timbre. Era su contraseña. Comenzó a mirar entre el enrejado del antejardín. Una silueta esbelta y de mediana altura afirmaba contra su oído un teléfono celular. A medida que se acercaba, escuchó la alegría en esa voz.

Adriana abrió la puerta y siguió conversando. “Sí, acá está, es mi amigo, el que conociste el viernes, me vino a atender”. La mujer sonreía, estaba radiante. Claudio aún no reaccionaba. “¿Te lo paso para que hable contigo?”. Instintivamente alargó su mano hacia la mujer. “Bueno, un besito entonces”. Cortó.

Se cerró la puerta, se aproximaron, y comenzaron a besarte. Trataba de descubrir qué alcohol se escondía tras aquella saliva y ese aliento, pero nada. Su boca siempre sabía a frutas.

Comenzaron a avanzar hacia la puerta de la casa. Ella caminaba en reversa. El bajaba sus manos a la cintura descubriendo que la cubría una toalla seca . Dirigió sus manos ávidas hacia las nalgas de Adriana, para encontrarse con una fresca desnudez. Ahí dejó de importarle lo que pudo haber bebido, sólo disfrutaba esos labios. Cruzaron la sala de la misma manera: subieron las escalas hacia el segundo piso hasta entrar al dormitorio.

Se detuvo en el umbral de la puerta, e inspeccionó rápidamente la disposición de esa habitación perfumada con incienso.

Claudio sintió un escalofrío. Sobre el velador, estaban los vasos al costado de una botella de Mezcal. Al fijarse en el gusano depositado en el fondo, creyó verlo sonreír.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...