jueves, mayo 27, 2010

La Secta de Marx en los Jardines del Sur por Rodrigo Ramos Bañados



En medio de un asado, en la terraza amplia con vista al océano Pacífico de un departamento en los Jardines del Sur, alguien recordó a Marx y se armó la predica. Uno de los presentes recordó que su padre había participado en el MIR y que por una cuestión de suerte se había salvado de los milicos. Las historias fueron ganando en intensidad mientras el vino subía hacia la cabeza. La mayoría de los presentes había tenido algún nexo por familia con la izquierda en 1973, y ese nexo, más bien romántico y endeble, los hacía hablar de Marx como si hoy, en 2010, viviéramos lo mismo que en 1970. Quien llegó a la cita en un 4x4 último modelo, dijo que todo estaba mal. Había que cambiarlo todo, de raíz, afirmó el geólogo. Pidió el aceite de oliva y una revolución urgente. Quien antes no había querido participar del sindicato de la empresa minera por una cuestión de aspiraciones, dijo que los trabajadores de hoy, andaban más preocupados de comprar en el supermercado que de la cuestión social. ¿Qué es la cuestión social? Preguntó el dueño de casa y después de esto, se paró a buscar un vino a la cocina. Llegó con el vino de cosecha 2003 reserva, Merlot, y un libro de Marx. De ahí, el hombre y con la música de Quilapayún, de fondo se lanzó a leer varios capítulos de El Capital, la Biblia, a su juicio. Todos los escucharon en silencio, con respeto, en algo que parecía a una misa, pero que era la sobremesa de un asado de filete y morcillas Llanquihue.
Una segunda experiencia con Marx en los Jardines del Sur, fue con una artista. Su marido, médico, cuando estuvo en la universidad fue dirigente universitario. Ella, en esa época, estudiaba artes plásticas. La bonanza de la medicina los trajo a Antofagasta, donde sumaron dinero, autos y propiedades, no obstante conservaron su pasado marxista, por lo menos, la revolución rusa o cubana estaba graficada en los cuadros de la mujer, que sólo estaba dedicada a pintar pues las cosas las hacia una nana. Un cuadro de Marx y otro de Frida al lado de Trotsky reinaban sobre un diván. Más allá había una biblioteca con varias versiones de El Capital, la más llamativa era una en polaco, que compraron en su último crucero por el Mar Báltico. De ese viaje, también trajeron de manera clandestina o soborno –se jactaba- unos uniformes y artículos de la ex URSS. Un botín al fin y al cabo.
Por lo menos, eso es Marx en el sector más exclusivo de Antofagasta

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