Todas las esquinas tienen
suicidas, las calles cuelgan por sus aceras interminables procesiones de
suicidas, mi espalda, mis manos atestiguan sus pasos sus luchas, las eternas
vigilias escuchándoles, escribiéndoles, morando sus recintos, leyendo sus
libros que no están aquí... entre estas paredes blancas entre esta paz de
montañas sin montañas y sin paz, alguien grita a lo lejos alguien grita y deja
opaco el aire como cuando espectros corren por los pasillos y la cordura se
torna un credo amargo que se disuelve en un continuo estado de vigilia la
serenidad de serenidades que alguna vez dejo la planta de sus pies en uno de
mis versos, pocas veces me acerco a las ventanas , de los árboles cuelgan suicidas,
cuelgan como minutos grasientos como resina azul de una desdicha
in-con-mensurable. Y de pronto apareces como tres puntos suspensivos en medio
de un ancho patio que representa el cosmos y tus ojos almendrados, y tu pequeña
cicatriz que escapa de tu mejilla y la ventana pierde su lógica y entre tus
dedos cigarrillos sin encender y tu mano abriendo una cajita de fósforos, una
imagen perfecta que cruza simple, las lagunas del verbo.
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