Nadie sino yo comprende el
instante preciso en que te has ido Ágata y el extrañar sea sólo un juego
virtual de acasos tal vez y quizás tan pronto como sea. Donde te has ido un
vacío de alas abiertas acoge temor seco de perderte, la orilla opuesta y el
traje de dudas. Si no estás Ágata, todo brillo pierde mesura en un extraño
ritual de atardeceres color malva y una bandera pierde su coloquio con el
viento, todo se vuelve dudoso, dudoso el pan, dudoso el plato y el reloj si es
que ha de necesitarse, dudoso el perro que sigue buscando tu dudosa mano.
Si planeas marcharte Ágata,
ahora, mañana o ayer, nadie si no yo saldrá a buscarte sin piernas ni ojos, sin
oídos, ni nariz ni espalda, ni orgullo que vaya tras tus alas, tus reflejos,
tus pequeñas marcas gravitantes y los polígonos de tus ideas obcecadas y rutas.
Ágata, si te marchas el tiempo
cesa de curvarse y las esquinas de tu calle pierden el sentido y todo se vuelve
frágil, la noche vestida de un previo azafrán, frágil el acero, el muro y todo
orgullo, frágil el alba que te grita de veras y que te grita de verde, frágil
como tus brazos y todo y sin embargo, no obstante y tal vez se encuentre Ágata,
quizás.
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