miércoles, agosto 10, 2011
EL PESA-NERVIOS por ANTONIN ARTAUD
De verdad he sentido que partías la atmósfera a mi
alrededor, que hacías el vacío para permitirme avanzar para
hacer el lugar de un espacio imposible a lo que en mí se
encontraba todavía sólo en potencia, a toda una virtual
fecundación y que debía nacer atraída por el lugar que se le
ofrecía.
A menudo me he puesto en ese estado de absurdo
imposible, para intentar que el pensamiento nazca en mí.
En esta época somos sólo algunos los empecinados en
atentar contra las cosas, en crear espacios para la vida en
nosotros, espacios que no había ni parecía que tenían que
encontrar lugar en el espacio.
Siempre me resultó sorprendente esa obstinación del
espíritu que pretende pensar en espacios y en dimensiones
y afincarse en algunos estados arbitrarios de las cosas para
pensar; en pensar en tramos, en cristaloides y que cada
forma del ser quede solidificada desde el principio, que el
pensamiento no esté en conexión apremiante y permanente
con las cosas, sino que esa fijeza y ese hielo, esa suerte de
colocación en movimiento del alma se produzca, por decirlo
de alguna manera, ANTES DEL PENSAMIENTO.
Evidentemente esa es la condición adecuada para crear.
Pero más me sorprende esa incansable, esa meteórica
ilusión que nos sugieren ciertas arquitecturas circunscritas,
pesadas; esos tramos de alma cristalizados como si fueran
una gigante página plástica y en ósmosis con el resto de
realidad. Y la surrealidad es como un angostamiento de la
ósmosis, una especie de comunicación verbal replegada
hacia atrás. Sin embargo no veo en eso un decrecimiento
del control, por el contrario veo un mayor control pero que
en lugar de actuar, desconfía, un control que obstaculiza los
encuentros de la realidad corriente y da lugar a encuentros
más sutiles y enrarecidos, encuentros afinados como la soga
que se enciende y nunca se corta.
En virtud de esos encuentros, imagino un alma elaborada y
como sulfurada y fosforosa, como si no hubiera otro estado
aceptable de la realidad.
Pero no sé que clase de lucidez innominada, extraña, es la
que me da el tono y el grito de aquellos y hace que los
sienta en mí mismo. Los advierto a causa de una insoluble
totalidad, quiero decir que no tengo dudas acerca de su
sensación. Y ante esos agitados encuentros yo estoy en un
estado de mínima alteración, quisiera que uno pudiera
imaginar una nada detenida, una masa de espíritu recluida
en algún sitio, transformada en virtualidad.
A un actor se lo ve como detrás de un vidrio.
La inspiración graduada. No debe dejarse demasiado lugar a
la literatura.
Sólo me he referido a la relojería del alma, sólo transcribí el
dolor de un ajuste malogrado. Soy un total abismo. Aquellos
que me creían capaz de un dolor íntegro, de un hermoso
dolor, de angustias completas y carnosas, de angustias que
son una combinación de objetos, una pulverización
efervescente de fuerzas y no un punto detenido
-y sin embargo con impulsos agitados, desarraigantes que
provienen de la confrontación de mis fuerzas con esos
abismos de un absoluto ofertado,
(de la confrontación de fuerzas de volumen poderoso)
y no hay ya más que abismos voluminosos, la detención, el
frío,
-aquellos que me han atribuido más vida, que me han
imaginado en un menor grado de mi caída, que han
supuesto que me encontraba como sumergido en un
impulso torturado, en una tenebrosa oscuridad con la que
me debatía,
-están extraviados en las tinieblas del hombre.
Los nervios tensos a lo largo de las piernas en el sueño.
El sueño se generaba en un desplazamiento de creencia, el
abrazo se ablandaba, lo insólito andaba por los pies.
Es preciso que se comprenda que toda la inteligencia no es
otra cosa que una extensa eventualidad, y que se la puede
perder ya no como el alienado inerte, sino como el ser vivo
que está en la vida y que sobre él recae la atracción y el
soplo (no de la vida, sino de la inteligencia)
Los parpadeos de la inteligencia y ese repentino
trastocamiento de las partes.
Las palabras a medio camino de la inteligencia. Esa suerte
de poder pensar hacia atrás y de invectivar repentinamente
su pensamiento.
Ese diálogo en el pensamiento.
La asimilación, la fractura de todo.
Y de pronto esa línea de agua sobre un volcán, la caída leve
y demorada del espíritu.
Encontrarse otra vez en un estado de máxima conmoción,
despejado de irrealidad, con trozos del mundo real en un
rincón de sí mismo.
Pensar sin mínima fractura, si artilugios de pensamiento, sin
uno de esos abruptos escamoteos a los cuales mis médulas
están habituadas como columnas transmisoras de
corrientes.
A veces mis médulas se entretienen con esos juegos, se
satisfacen en esos juegos, se satisfacen en esos raptos
sigilosos a los que gobierna la cabeza de mi pensamiento.
Sólo me bastaría una palabra, a veces nada más que una
sílaba sin importancia para ser grande, para hablar con la
voz de los profetas, una sílaba testimonio, una sílaba
precisa, sutil, una sílaba bien añejada en mis médulas,
surgida de mí mismo, que permaneciera en el punto
máximo de mi ser y que no significara nada para todo el
mundo. Soy testigo de mí mismo, el único testigo. De esa
cubierta de palabras, esas casi imperceptibles
trasmutaciones de mi pensamiento en voz baja, de esa
mínima zona de mi pensamiento que yo hago parecer que
estaba formulada y que aborta,
soy el único juez capaz de suponer su alcance.
Una especie de mengua constante del nivel normal de la
realidad.
Bajo esta cáscara de hueso y de piel que es mi cabeza hay
una constante de angustias, no como un asunto moral,
como los razonamientos de una naturaleza estúpidamente
puntillosa, o acostumbrada por un sedimento fermentado de
ambiciones en el sentido de la altura, sino como una
(decantación)
en el interior,
como el despojamiento de mi sustancia vital, como el
extravío de la fuerza física esencial (digo extravío por parte
de la esencia)
de un sentido.
Una impotencia para cristalizar de manera inconsciente el
punto partido del automatismo sea cual fuere su grado.
Lo difícil es encontrar su lugar adecuado y volver a
establecer la comunicación con uno mismo. El todo está en
una especie de floculación de las cosas, en la unión de toda
ese pedregullo mental que gira en torno a un punto que es
precisamente el que hay que encontrar.
Y lo que yo pienso del pensamiento es:
CIERTAMENTE EXISTE LA INSPIRACION.
Y hay un punto fosforoso donde se recupera toda la
realidad, pero distinta, metamorfoseada, -¿y por qué?-, un
punto de uso mágico de las cosas. Y yo creo en aerolitos
mentales, en cosmogonías individuales.
Saben en qué consiste la sensibilidad suspendida, esa
especie de vitalidad terrorífica y partida en dos, ese punto
de aglutinación necesaria a la que el ser ya no se eleva
más, ese sitio amenazante, ese lugar que horroriza.
Queridos amigos:
Lo que ustedes han tratado como mis obras eran sólo los
deshechos de mí mismo, esos arañazos del alma que el
hombre común no acoge.
Que desde entonces mi mal haya retrocedido 0 avanzado,
no es donde está para mí la cuestión, sino en el dolor y la
sideración persistente de mi espíritu.
Ahora estoy de regreso en M., donde he recuperado la
sensación de embotamiento y de vértigo, esa necesidad
impostergable y alocada de dormir, esa pérdida repentina
de mis fuerzas con un sentimiento de enorme dolor de
embrutecimiento instantáneo.
Hay aquí alguien en cuyo espíritu no se endurece ningún
sitio y no siente de repente su alma a la izquierda, a un
costado del corazón. Alguien para quien la vida es un punto
y para quien el alma no tiene fragmentos, ni el espíritu
tiene comienzos.
Por supresión del pensamiento soy imbécil, por
malformación del pensamiento, estoy vacío por
estupefacción de mi lengua. Mal-formación, mal-
aglutinación de un cierto número de esos corpúsculos
vitreos de los cuales tú haces un uso tan poco considerado.
Un uso que desconoces, del que nunca has tomado parte.
Todos los términos que selecciono para pensar son para mí
TERMINOS en el propio sentido de la palabra, auténticas
terminaciones, lindes de mi mente, de todos los estados por
los que hecho pasar mi pensamiento.
Estoy auténticamente LOCALIZADO por mis términos, y si
afirmo que estoy localizado por mis términos, es porque no
los considero como válidos en mi pensamiento. Estoy
verdaderamente congelado por mis términos, por una serie
de terminaciones. Y por FUERA que ande en este momento
mi pensamiento, sólo puedo hacerlo pasar por esos
términos, tan controvertidos para él, tan paralelos, tan
confusos como puedan ser, con el riesgo de dejar, en esos
momentos, de pensar.
Si uno al menos pudiera disfrutar de su nada, si uno
pudiese reposar en su nada y que esa nada no fuera una
especie de ser pero tampoco la muerte total.
Es tan tortuoso no existir más, dejar de ser en alguna cosa.
El dolor verdadero es sentir en uno mismo cómo se
desplaza el pensamiento. Pero el pensamiento en sí no es
un sufrimiento. Estoy en el punto en que la vida ya no me
concierne, pero con todos los apetitos y el parpadeo
insistente del ser dentro de mí. Sólo tengo una ocupación,
rehacerme.
No hay una concordancia de las palabras con el minuto de
mis estados.
"Pero si es algo normal, pero si a todo el mundo le faltan
palabras, usted es demasiado duro con usted mismo, al
escucharlo no da esa impresión, usted se expresa
perfectamente en francés, pero le da una importancia
excesiva a las palabras."
Son todos unos farsantes, desde el inteligente hasta el
obtuso, desde el astuto hasta el torpe, son unos cretinos,
quiero decir que ustedes son todos unos perros, quiero decir
que ladran hacia fuera, que se empecinan en no
comprender. Me conozco y eso me es suficiente, y eso debe
ser suficiente, me conozco porque asisto a mí mismo, asisto
a Antonin Artaud.
- Usted se conoce pero lo vemos, vemos perfectamente lo
que hace.
- Sí, pero ustedes no ven mi pensamiento.
En cada uno de los estados de relojería pensante hay
agujeros, detenciones, entiéndanme bien, no quiero decir
en el tiempo, quiero decir en una cierta clase de espacio (yo
me entiendo); no me refiero a un pensamiento en
extensión, un pensamiento en duración de pensamientos,
quiero decir UN pensamiento, uno solo, y un pensamiento
EN INTERIOR, pero no quiero decir un pensamiento de
Pascal, un pensamiento filosófico, quiero decir la detención
deformada, la esclerosis de cierto estado. ¡Y entiende! Me
considero en mi nimiedad. Pongo el dedo en el punto exacto
de la grieta, del desplazamiento inconfesado. Ya que el
espíritu es más reptiloide que ustedes mismos. Señores, se
esconde como la serpiente, se esconde hasta amenazar a
nuestras lenguas, quiero decir hasta dejarlas en suspenso.
Soy ese, el que mejor ha sentido el asombroso desconcierto
de su lengua en sus relaciones con el pensamiento. Soy el
que mejor ha ubicado el punto de sus más secretos, de sus
más insospechables desplazamientos. Me extravío
auténticamente en mis pensamientos, como en un sueño,
como se introduce súbitamente en su pensamiento.
Yo soy el que conoce los escondrijos de la pérdida.
Toda escritura es una cochinada.
Los que salen de la vaguedad para querer determinar lo que
sea de lo que pasa en su pensamiento son unos cochinos.
Todos los literatos son cochinos y en especial los de esta
época.
Todos los que en su espíritu tienen hitos, en cierto lugar de
la cabeza es lo que quiero decir; en lugares bien localizados
de su cerebro, todos esos que son amos de su lengua, todos
esos para quienes las palabras tienen algún sentido, para
quienes existen niveles en el alma y corrientes en el
pensamiento, aquellos que se consideran el espíritu de su
época, y que han encasillado esas corrientes de
pensamiento; pienso en sus tareas específicas, y en ese
rechinar de autómata que causa su espíritu en cualquier
parte;
- son unos cochinos.
Esos que creen que las palabras tienen un sentido y ciertas
maneras de ser, esos que tan bien hacen cumplidos, esos
para quienes hay en los sentimientos clases y discuten
sobre un grado cualquiera de sus absurdas clasificaciones,
los que todavía creen en "términos", esos que agitan
ideologías que se van establecido en la época, esos cuyas
mujeres hablan tan correctamente y que hablan de las ideas
del momento, esos que todavía creen en una dirección del
espíritu, esos que siguen caminos, que elevan nombres, que
hacen vociferar las páginas de los libros,
- esos son los peores cochinos. ¡Muchacho, eres arbitrario!
No, pienso en críticos barbudos.
Y ya se los he dicho: nada de obras, nada de lengua,
ninguna palabra, nada de espíritu, nada. Nada, sólo un
hermoso Pesa-nervios.
Una especie de zona incomprensible y bien erecta en el
centro de todo el espíritu.
Y no esperen que les nombre ese todo, en cuántas partes se
divide, que les diga cuánto pesa, que marche, que me
preste a discutir sobre ese todo y que en la disputa me
pierda y me ponga así sin saberlo a PENSAR -y que se
esclarezca, que viva, que se cubra de infinidad de palabras
todas bien saturadas de sentido, todas diversas y capaces
de echar luz sobre las actitudes, todos los matices de un
muy sensitivo y penetrante pensamiento.
¡Ah! esos estados que nunca se nombran, esos eminentes
estados del alma, ¡ah! esos intervalos del espíritu, ¡ah!
ínfimos frustrados que son el pan cotidiano de mis horas,
ah, ese pueblo rumiante de datos, -siempre son las mismas
palabras las que me sirven y en verdad no parezco
desplazarme demasiado en mi pensamiento, pero me
muevo más que ustedes en la realidad, cabezas de asnos,
cochinos pertinentes, maestros del fraudulento verbo,
cachivacheros de retratos, folletinistas, rastreros,
entomólogos, herboristas, llaga de mi lengua.
Ya les he dicho: que yo ya no tenga mi lengua no es una
razón para que ustedes persistan, para que se obstinen con
la lengua.
Dentro de diez años seré comprendido por esos que hoy
harán lo que ustedes hacen. Se conocerán entonces mis
témpanos, se verán mis hielos, habrán aprendido a
desnaturalizar mis venenos, se descubrirán los juegos de mi
alma.
Entonces todos mis cabellos estarán condensados en cal,
todas mis venas mentales, entonces se observará mi
bestiario, y mi música se habrá transformado en un
sombrero. Entonces se verá salir humo de las juntas de las
piedras y ramos umbríos de ojos mentales se solidificarán
en glosarios, se verán entonces caer aerolitos de piedras,
entonces se verán sogas, entonces se comprenderá la
geometría sin espacios y se aprenderá lo que es la
disposición del espíritu y también se comprenderá por qué
mi espíritu no está aquí, entonces verán agotarse todas las
lenguas, disecarse todos los espíritus, entumecerse la
totalidad de las lenguas, las figuras humanas se achatarán,
se consumirán como siendo chupadas por ventosas
secantes, y esa tela lubricante seguirá dotando en el aire,
esa tela lubricante y cáustica, esa membrana de doble es-
pesor, de múltiples grados, de incontables grietas, esa
membrana melancólica y vitrea, pero tan sensible, tan
adecuada también, tan capaz de multiplicarse, de
desmontarse, de volverse sobre sí con sus reverberaciones
de grietas, de sentidos, de estupefacientes, de irrigaciones
penetrantes y venosas,
entonces todo esto les parecerá bien, y ya no será preciso
que yo hable.
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ANTONIN ARTAUD,
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