sábado, agosto 18, 2012
LAS IMPRUDENTES PLEGARIAS DE POMBO EL IDOLATRA por LORD DUNSANY
Pombo el idólatra había dirigido a Ammuz una súplica sencilla, indispensable, de esas
que incluso un ídolo de marfil podía conceder con suma facilidad, y Ammuz no la había
concedido inmediatamente. Luego, Pombo había rezado a Tharma pidiendo el
derrocamiento de Ammuz, un ídolo simpático a los ojos de Tharma, y al hacerlo violó el
protocolo de los dioses. Tharma rehusó conceder la petición. Pombo suplicó
desesperadamente a todos los dioses de la idolatría, pues aunque se trataba de un
asunto sencillo, era indispensable para él. Dioses más antiguos que Ammuz
rechazaron las plegarias de Pombo, e incluso dioses más recientes y por tanto de
mayor reputación. Les suplicó uno a uno y todos rehusaron escucharle. Al principio él ni
siquiera pensó en aquel sutil protocolo divino que había violado. Se le ocurrió de
repente mientras rezaba al quincuagésimo ídolo, un diosecillo verde jade conocido de
los chinos, contra el cual se habían aliado todos los demás ídolos. Cuando Pombo
descubrió esto sintió amargamente haber nacido y se lamentó, alegando que estaba
perdido. Podía vérsele entonces en cualquier parte de Londres frecuentando tiendas de
antigüedades y otros lugares donde venden ídolos de marfil o de piedra, ya que residía
en Londres con otros de su raza aunque había nacido en Burmah y era de los que
consideran sagrado el Ganges. En las tardes lluviosas del peor noviembre podía verse
su rostro macilento en el resplandor de cualquier tienda pegado completamente al
cristal, suplicando a algún apacible ídolo cruzado de piernas, hasta que la policía le
hacía circular. Y después de la hora de cierre se iba de nuevo a su sórdida habitación,
en esa parte de nuestra capital donde raramente se habla inglés, a suplicar a pequeños
ídolos que poseía. Y cuando la sencilla e indispensable súplica de Pombo fue
igualmente rechazada por los ídolos de museos, salas de subasta y tiendas, entonces
consultó consigo mismo y compró incienso, y lo quemó en un brasero frente a sus
propios ídolos baratos, y mientras tanto tocó un instrumento como los que utilizan los
encantadores de serpientes. Y los ídolos seguían aferrándose a su protocolo.
No sé si Pombo conocía este protocolo y lo consideraba frívolo frente a su exigencia; o
si ésta, cada vez más apremiante, trastornó su mente; mas lo cierto es que Pombo el
idólatra cogió un palo y súbitamente se volvió iconoclasta.
Pombo el iconoclasta abandonó inmediatamente su casa, dejando que sus ídolos
fueran barridos por el polvo mezclándose así con el Hombre. Fue a ver a un
archiidólatra de fama que esculpía ídolos en piedras poco corrientes y le expuso su
caso. El archiidólatra, que creaba sus propios ídolos, reprochó a Pombo en nombre de
la Humanidad por haber roto sus ídolos. "Pues, ¿acaso no los ha hecho el hombre?",
dijo. Y en cuanto a los ídolos mismos habló larga y doctamente, explicándole el
protocolo divino, que Pombo había violado, por lo que ningún otro ídolo escucharía sus
súplicas. Cuando Pombo oyó esto lamentó y protestó amargamente, y maldijo a los
dioses de marfil y a los dioses de jade, y a la mano del Hombre que los había hecho,
mas sobre todo maldijo su protocolo, que había arruinado, según dijo, a un inocente.
De manera que, finalmente, aquel archiidólatra que hacía sus propios ídolos
interrumpió su trabajo de un ídolo de jaspe para un rey que estaba harto de Wosh, y
tuvo compasión de Pombo, y le dijo que, aunque ningún ídolo escucharía sus plegarias,
no muy lejos de allí actuaba cierto ídolo de mala reputación que no sabía nada de
protocolos y aceptaba plegarias que ningún otro dios respetable hubiera consentido en
escuchar. Cuando Pombo oyó esto, tomó dos puñados de la barba del archiidólatra y
los besó alegremente, y enjugó sus lágrimas y volvió a ser el mismo impertinente de
siempre. Y el que esculpía en jaspe al usurpador de Wosh explicó que en la aldea del
Fin del Mundo, en el extremo más alejado de la Ultima Calle, hay un hoyo que podría
tomarse por un pozo, rodeado por la tapia del jardín, y que, si descendía hasta su
mismo borde y buscaba a tientas con los pies, encontraría un saliente, que es el último
peldaño de un tramo de escaleras que conduce a los confines del Mundo.
–Como todos los hombres saben, esas escaleras deben tener un destino o incluso un
peldaño final –dijo el archiidólatra–; mas discutir acerca de los tramos inferiores es
perder el tiempo.
Entonces a Pombo le castañetearon los dientes, pues temía la oscuridad; mas el que
fabricaba sus propios ídolos le explicó que aquellas escaleras estaban siempre
iluminadas por el pálido crepúsculo azulado en el que el Mundo gira.
–Entonces –dijo– pasarás cerca de la Casa Solitaria y bajo el puente que conduce de la
Casa a Ninguna Parte, cuya utilidad no se adivina; desde allí dejarás atrás a Maharrion,
el dios de las flores, y a su sumo sacerdote, que no es ni pájaro ni gato; y de esa
manera llegarás al idolillo Duth, el dios de mala reputación que hará caso de tu
plegaria.
Y siguió esculpiendo su ídolo de jaspe para el rey que estaba harto de Wosh; y Pombo
le dio las gracias y se marchó cantando, pues en su vulgar mente pensaba que "tenía
consigo a los dioses".
Hay un largo trecho desde Londres al Fin del Mundo, y a Pombo no le quedaba dinero.
No obstante, en un plazo de cinco semanas estaba paseando por la Ultima Calle,
aunque no diré cómo consiguió llegar hasta allí, ya que no fue de una forma
completamente honrada. Pombo encontró el pozo al final del jardín, más allá de la
última casa de la Ultima Calle, y mientras se descolgaba del borde con las manos
cruzaron por su mente innumerables pensamientos, principalmente el que afirmaba que
los dioses se reían de él por boca del archiidólatra, su profeta, y ese pensamiento se le
metió en la cabeza hasta dolerle tanto como las muñecas... y entonces encontró el
peldaño.
Pombo bajó las escaleras. Allí estaba, efectivamente, el crepúsculo en el que el mundo
gira, y en él las estrellas brillaban débilmente a lo lejos. Mientras bajaba no había nada
ante él excepto aquel extraño y melancólico derroche de crepúsculo, con su multitud de
estrellas, y sus cometas precipitándose al exterior a través de él o volviendo a casa.
Luego divisó las luces del puente hacia Ninguna Parte y, de pronto, se encontró con el
fulgor de la reluciente ventana del salón de la Casa Solitaria, y allí oyó voces que
pronunciaban palabras, y las voces de ninguna manera eran humanas, y de no ser por
su imperante necesidad habría gritado y huido. A mitad de camino entre las voces y
Maharrion, al que ahora veía sobresaliendo del mundo, cubierto de halos irisados,
divisó a la misteriosa bestia gris que no es ni gato ni pájaro. Mientras Pombo vacilaba,
tiritando de miedo, oyó que las voces de la Casa Solitaria subían de tono, y en eso
descendió sigilosamente unos cuantos peldaños y se abalanzó contra la bestia. La
bestia observaba atentamente a Maharrion, el cual lanzaba burbujas hacia arriba, cada
una de las cuales era una estación primaveral en desconocidas constelaciones, y
llamaba a las golondrinas hacia inimaginables parajes. Le observaba sin volverse
siquiera para mirar a Pombo, y le vio caer en el Linlunlarna, el río que nace en los
confines del Mundo, cuya corriente depura el polen dorado que es arrebatado al Mundo
para convertirse en la alegría de las Estrellas. Y allí estaba delante de Pombo el idolillo
de mala reputación a quien nada importa el protocolo y el cual atiende las plegarias
rechazadas por la totalidad de los dioses respetables. No sé, ni eso le importa a
Pombo, si finalmente su visión de aquél excitó su impaciencia, o si fue su misma
necesidad, superior a cuanto podía soportar, la que le condujo escaleras abajo tan
velozmente; o si, como es más probable, pasó corriendo junto a la bestia demasiado
deprisa; mas, en todo caso, no pudo detenerse, como era su propósito, a orar a los
pies de Duth, sino que siguió bajando a la carrera los angostos peldaños, agarrándose
a las peladas y lisas rocas hasta caerse del Mundo, como caemos en sueños, cuando
nuestro corazón deja de latir y despertamos con un espantoso susto. Mas no hubo
despertar para Pombo, el cual todavía sigue cayendo hacia las indiferentes estrellas, y
su destino es el mismo que el de Slith.
Etiquetas:
narrativa
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