Qué cosas pienso de ti
esta noche, Walt Whitman, porque caminé por las calles laterales, bajo los
árboles con dolor de cabeza y consciencia de mí mismo mirando la luna llena.
En mi hambriento cansancio, y en busca de
imágenes que comprar, entré al supermercado
de frutas de neón, soñando con tus enumeraciones!
¡Qué melocotones y qué
penumbras! ¡Familias al completo haciendo la compra por la noche! ¡Pasillos llenos de
maridos! ¡Esposas
donde los aguacates, bebés donde los tomates! — y tú, García Lorca, ¿qué
estabas haciendo tú allá abajo junto a las sandías?
Te vi Walt Whitman, sin
hijos, viejo mendigo solitario, hurgan-do entre las carnes del refrigerador y
echándole el ojo a los muchachos de las verduras.
Te oí hacerles preguntas
a todos: ¿Quién mató las chuletas de cerdo?
¿Qué valen los
plátanos? ¿Acaso eres
tú mi Angel?
Yo anduve entrando y
saliendo de entre las brillantes montañas de latas siguiéndote, perseguido en
mi imaginación por el detective del almacén.
Caminamos a grandes
zancadas por los abiertos corredores, juntos en nuestro solitario capricho
catando alcachofas, poseyendo cada una de las exquisiteces congeladas, y sin pasar
ni una sola vez por caja.
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