miércoles, abril 13, 2011
EXTRACTO DE LA MAQUINA DE PREDECIR TERREMOTOS por RODRIGO RAMOS
La descolorida ciudad se perdió entre nubes y el azul del océano Pacífico. Hiromu se abrochó el cinturón, cerró los ojos y recordó una canción de navidad de Nat King Cole, siempre la recordaba cuando un avión comenzaba a descender. Por alguna razón que no vale la pena indagar, los aterrizajes le gatillaban esa melodía como Money de Pink Floyd cuando caminaba.
Tenía claro que las varias fotos que había revisado en su Laptop de Tocopilla, nunca se iban a comparar con la realidad. Había pocas fotos de Tocopilla en internet y se repetía la de una piedra con forma de camello, las chimeneas de la termoeléctrica, la de Alejandro Jodorowsky, el escritor -tal vez el tocopillano más célebre-, las del desfile y las de Alexis Sánchez, el futbolista.
-Bienvenido cementerio- dijo Masaaki mientras bajaba por las escaleras del aeropuerto de Cerro Moreno, de Antofagasta. Hiromu, en tanto, fotografiaba el avión estacionado sobre la loza, con el fondo del cerro entre rojizo y lila que se extendía como un islote.
-Te dije que este lugar parecía de película de Peter Jackson- dijo Hiromu.
-¡A quién mierda se le ocurrió construir una ciudad aquí!- exclamó Masaaki detenido al medio de la loza con las manos en jarra.
-Vamos- le dijo su compañero.
Ambos estaban sorprendidos con la colisión entre la tierra y el mar, paisaje que parecía dos piezas disímiles ensartadas a la fuerza en un rompecabezas. Hiromu había estado en otros lugares parecidos en Asia, pero aquí, en este lugar de Chile, era como si el paisaje estuviera siempre ejerciendo fuerza, metiendo. La imagen del Cerro Moreno, cayendo sobre el Pacífico era magnífica.
-Se me vienen muchos pensamientos desérticos- dijo un contemplativo Hiromu.
-¿Qué son esos pensamientos desérticos?- preguntó Masaaki con la cara desfigurada por la interrogación.
-Nada. La nada misma. Escucha, nada. Silencio. En el desierto, me han dicho, uno puede escuchar hasta el escurrir de la sangre.
Hiromu siguió hablando en japonés, cuestión que provocaba curiosidad entre los niños y la gente que pasaba por su lado.
- Es casi impensado que una ciudad surgiera aquí –continuó-, debió haber intereses muy grandes detrás de esta ciudad. Mucho dinero como en Las Vegas o tal vez la ambición, la pura y simple ambición. Viejo Oeste, eso. Clint Eastwood. Mejor Marte. Aquí, las crónicas marcianas de Ray Bradbury. Debe haber mucha gente demente por estos lados, de seguro muchos locos. Esta mezcla desierto y tercer mundo, debería ser letal-
-Usted es todo un filósofo maestro, un filósofo del desierto más árido del mundo- afirmó Masaaki.
-Nada- respondió Hiromu en seco.
-¿Nada qué maestro?-
-No me es agradable que me trates como un estúpido, y siento que estás empeñado en hacerlo porque así me quedó claro en el viaje y no quiero que esto siga así, durante el tiempo que pasaremos en este lugar ¿Te parece?- . Masaaki negó con la cabeza y apuró sus pasos.
Hiromu -mientras esperaba que apareciera el equipaje- pensó en lo complicado que sería su relación con el joven. Sabía que el chico no lo tomaba en serio o, por último lo ignoraba. Masaaki había ironizado de la rusticidad del proyecto varias veces en el avión. Todo era demasiado simplón, pensaba Masaaki, salvo si Hiromu llevara consigo algún explosivo raro para provocar un mega terremoto, antecedentes que de todos modos le parecían ridículo aunque se lo planteó en un momento durante el viaje. Hubo mucho en que pensar en las 24 horas de vuelo, con varias escalas, hacia Santiago. Pensó en quedarse en Sao Paulo, por ejemplo, y mandar a la mierda el proyecto. La otra posibilidad es que ya tuviera explosivos encargados en Chile, bien guardados en una bodega para hacer una explosión submarina. Sonaba de ciencia ficción, pero algunos de sus compatriotas eran capaces de hacer lo peor por salvar su honra.
Los aparatos había llegado un mes antes a Chile y tras varios trámites burocráticos -que gestionó la embajada japonesa-, ya estaban en Tocopilla, en una bodega, ubicada en un patio de chatarra. Podía resultar chocante que la máquina que costaría varios millones de dólares, si la apuesta funcionaba, estuviera a unos pocos metros del basural y un criadero de chanchos. Era como si el Arca de la Alianza estuviera enterrada bajo un chiquero o algo parecido.
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