Con el tiempo de la guerra mental de Goya,
Nuestro Demiurgo pintor,
Se les fue ennegreciendo la carne a nuestras mujeres,
Piltrafeándoseles el cuerpo
Con el trabajo enajenado y el comercio carnal:
Habían llegado califas,
Dictadores, zombies, emperadores,
Vampiros y miserables freaks de toda laya
Con sus falos relucientes
De esmeraldas como cornucopias electrónicas
y fluorescentes
A tirárselas
Por un doblón del Che, por un billete de Martí,
Con sus Master Cards Doradas
Del Banco Internacional del Placer sin Objeto:
Con el tiempo de tirar así, derrumbándoseles el cuerpo,
Pasando de niñas a brujas
Sin mediación del viejo Demonio,
De abrir a dólar de Cipango
Las piernas Moncloa muros adentro sin orgasmo;
Pero el Khan dijo que nuestra Ciudad de Oro
Era palúdica, que por eso.
Que nos devorábamos con la mirada,
De reojo, pero nos devorábamos con la mirada,
Que por eso.
Pero era Saturno, nuestro viejo padre,
El único que devoraba aquí,
En la Ciudad de Oro,
Circunvalaciones perdidas
En los hemisferios blancos de la quinta sorda
De la mente salpicada de pintura sangrienta
De la imaginación perturbada
De Goya, nuestro triste Demiurgo.
Y así, a nuestras mujeres,
Se les fue haciendo sal, brea, liquen el cuero;
Pero el Khan decía que nuestra Ciudad de Oro
era ahora palúdica,
En pie de guerra, insurrecta, que por eso.
Que Eramos incestuosos,
Que tirábamos con nuestras sombras
Eyaculando en lo incorpóreo, que por eso,
Que nos devorábamos con la mirada, de reojo,
Pero nos devorábamos con la mirada, que por eso.
Que nuestros cuerpos estaban apenas
Hechos a trazos, a trazas,
Que Éramos notas al margen,
Aforismos de un demente,
Apostillas lunáticas,
Una escritura inacabada, incongruente, que por eso.
Que estábamos hechos
A manchones de pintura
Que era como sangre y como barro,
Que por eso.
Que nos devorábamos con la mirada, de reojo,
que por eso
Pero en nuestra Ciudad de Oro
Sólo podía mirarse de reojo,
Sólo de reojo,
Qué duda cabe.
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