domingo, febrero 23, 2014
XVI EL RELOJ por CHARLES BAUDELAIRE
Los chinos ven la hora en los ojos de los gatos. Cierto día, un misionero que se
paseaba por un arrabal de Nankin advirtió que se le había olvidado el reloj, y le preguntó
a un chiquillo qué hora era.
El chicuelo del Celeste Imperio vaciló al pronto; luego, volviendo sobre sí, contestó:
«Voy a decírselo.» Pocos instantes después presentose de nuevo, trayendo un gatazo, y
mirándole, como suele decirse, a lo blanco de los ojos, afirmó, sin titubear: «Todavía no
son las doce en punto.» Y así era en verdad.
Yo, si me inclino hacia la hermosa felina, la bien nombrada, que es a un tiempo
mismo honor de su sexo, orgullo de mi corazón y perfume de mi espíritu, ya sea de
noche, ya de día, en luz o en sombra opaca, en el fondo de sus ojos adorables veo siempre
con claridad la hora, siempre la misma, una hora vasta, solemne, grande como el espacio,
sin división de minutos ni segundos, una hora inmóvil que no está marcada en los relojes,
y es, sin embargo, leve como un suspiro, rápida como una ojeada.
Si algún importuno viniera a molestarme mientras la mirada mía reposa en tan
deliciosa esfera; si algún genio malo e intolerante, si algún Demonio del contratiempo
viniese a decirme: «¿Qué miras con tal cuidado? ¿Qué buscas en los ojos de esa criatura?
¿Ves en ellos la hora, mortal pródigo y holgazán?» Yo, sin vacilar, contestaría: «Sí; veo
en ellos la hora. ¡Es la Eternidad!»
¿Verdad, señora, que éste es un madrigal ciertamente meritorio y tan enfático como
vos misma? Por de contado, tanto placer tuve en bordar esta galantería presuntuosa, que
nada, en cambio, he de pediros.
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