jueves, agosto 06, 2015

HIMNO por PERE GIMFERRER


Contemplo el sol y el ritmo del cerezo
que estremece sus ramas. Circe, Circe
¿son tuyos estos ojos que puntean
la mies, como una noche? No los cierres
mas hiñe en mí, oh espada y fiel del día,
oh manopla en mi rostro, viva máscara,
ocre dogal, oh cepo por quien somos
más que quien somos, claridad de un vientre!
Cristal, mercurio, tarde: ¡cómo pesa
en mis hombros el cobre incandescente
de la fruta en sazón! Dicen del hombre
que no puede consigo. En todo caso
no con su juventud, rosa sin número.
Y debe ser. Volvían viñadores
y aún el cielo iba rojo por poniente
con sentido de hoz. Siégame, siega
en los ojos y el sexo, a flor de piel,
como puntazo o ácida sutura
al borde mismo de los labios. Viene
un sordo rumor, megáfonos, sirenas,
pesquerías lejanas. Puede el mar
saber más que nosotros, y sentencia
con su fulgor de escualo. Arena, calcio,
madréporas dormidas, oh columna
del pasado y presente, estancia yerta
donde la luz se esfuma, nieve o sauce!
Mas ¿qué redime el tiempo? Piedra, mies,
oro mortal, ajorca, qué presea
para el rubio Azrael, tiza y carbono.
A lo lejos relámpagos invocan,
cárdenas trompas. Voluntad de púrpura
sobre mis hombros, voluntad de ser
más que yo mismo, escudo de ojos tristes.
Oh voluntad de estío en llamas. Muerte,
sobre la mies soy tuyo.

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