domingo, octubre 23, 2011
ESPANTAPAJAROS 22 por OLIVERIO GIRONDO
Las mujeres vampiro son menos peligrosas que las
mujeres con un sexo prehensil.
Desde hace siglos, se conocen diversos medios para
protegernos contra las primeras.
Se sabe, por ejemplo, que una fricción de trementina
después del baño, logra en la mayoría de los casos,
inmunizarnos; pues lo único que les gusta a las mujeres
vampiro es el sabor marítimo de nuestra sangre, esa
reminiscencia que perdura en nosotros, de la época en que
fuimos tiburón o cangrejo.
La imposibilidad en que se encuentran de hundirnos su
lanceta en silencio, disminuye, por otra parte, los riesgos de
un ataque imprevisto. Basta con que al oírlas nos hagamos
los muertos para que después de olfatearnos y comprobar
nuestra inmovilidad, revoloteen un instante y nos dejen
tranquilos.
Contra las mujeres de sexo prehensil, en cambio, casi
todas las formas defensivas resultan ineficaces. Sin duda,
los calzoncillos erizables y algunos otros preventivos,
pueden ofrecer sus ventajas; pero la violencia de honda con
que nos arrojan su sexo, rara vez nos da tiempo de
utilizarlos, ya que antes de advertir su presencia, nos
desbarrancan en una montaña rusa de espasmos
interminables, y no tenemos más remedio que resignarnos
a una inmovilidad de meses, si pretendemos recuperar los
kilos que hemos perdido en un instante.
Entre las creaciones que inventa el sexualismo, las
mencionadas, sin embargo, son las menos temibles. Mucho
más peligrosas, sin discusión alguna, resultan las mujeres
eléctricas, y esto, por un simple motivo: las mujeres
eléctricas operan a distancia.
Insensiblemente, a través del tiempo y del espacio, nos
van cargando como un acumulador, hasta que de pronto
entramos en un contacto tan íntimo con ellas, que nos
hospedan sus mismas ondulaciones y sus mismos parásitos.
Es inútil que nos aislemos como un anacoreta o como un
piano. Los pantalones de amianto y los pararrayos
testiculares son iguales a cero. Nuestra carne adquiere,
poco a poco, propiedades de imán. Las tachuelas, los
alfileres, los culos de botella que perforan nuestra
epidermis, nos emparentan con esos fetiches africanos
acribillados de hierros enmohecidos. Progresivamente, las
descargas que ponen a prueba nuestros nervios de alta
tensión, nos galvanizan desde el occipucio hasta las uñas de
los pies. En todo instante se nos escapan de los poros
centenares de chispas que nos obligan a vivir en pelotas.
Hasta que el día menos pensado, la mujer que nos electriza
intensifica tanto sus descargas sexuales, que termina por
electrocutarnos en un espasmo, lleno de interrupciones y de
cortocircuitos.
Etiquetas:
OLIVERIO GIRONDO,
poesía universal
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