martes, noviembre 22, 2011

ESPANTAPAJAROS 16 por OLIVERIO GIRONDO



A unos les gusta el alpinismo. A otros les
entretiene el dominó. A mí me encanta la
transmigración.
Mientras aquellos se pasan la vida colgados de
una soga o pegando puñetazos sobre una mesa, yo
me la paso transmigrando de un cuerpo a otro, yo no
me canso nunca de transmigrar.
Desde el amanecer, me instalo en algún
eucalipto a respirar la brisa de la mañana. Duermo una
siesta mineral, dentro de la primera piedra que hallo en
mi camino, y antes de anochecer ya estoy pensando la
noche y las chimeneas con un espíritu de gato.
¡Qué delicia la de metamorfosearse en abejorro,
la de sorber el polen de las rosas! ¡Qué voluptuosidad
la de ser tierra, la de sentirse penetrado de tubérculos,
de raíces, de una vida latente que nos fecunda... y nos
hace cosquillas!
Para apreciar el jamón ¿no es indispensable ser
chancho? Quien no logre transformarse en caballo
¿podrá saborear el gusto de los valles y darse cuenta
de lo que significa “tirar el carro”?
Poseer una virgen es muy distinto a experimentar
las sensaciones de la virgen mientras la estamos
poseyendo, y una cosa es mirar el mar desde la playa,
otra contemplarlo con unos ojos de cangrejo.
Por eso a mí me gusta meterme en las vidas
ajenas, vivir todas sus secreciones, todas sus
esperanzas, sus buenos sus malos humores.
Por eso a mí me gusta rumiar la pampa y el
crepúsculo personificado en una vaca, sentir la
gravitación y los ramajes con un cerebro de nuez o de
castaña, arrodillarme en pleno campo, para cantarle
con una voz de sapo a las estrellas.
¡Ah, el encanto de haber sido camello, zanahoria,
manzana, y la satisfacción de comprender, a fondo, la
pereza de los remansos... y de los camaleones!...
¡Pensar que durante toda su existencia, la
mayoría de los hombres no han sido ni siquiera
mujer!... ¡Cómo es posible que no se aburran de sus
apetitos, de sus espasmos y que no necesiten
experimentar, de vez en cuando, los de las
cucarachas... los de las madreselvas?
Aunque me he puesto, muchas veces, un cerebro
de imbécil, jamás he comprendido que se pueda vivir,
eternamente, con un mismo esqueleto y un mismo
sexo.
Cuando la vida es demasiado humana -
¡únicamente humana!- el mecanismo de pensar ¿no
resulta una enfermedad más larga y más aburrida que
cualquier otra?
Yo, al menos, tengo la certidumbre que no
hubiera podido soportarla sin esa aptitud de evasión,
que me permite trasladarme adonde yo no estoy: ser
hormiga, jirafa, poner un huevo, y lo que es más
importante aún, encontrarme conmigo mismo en el
momento en que me había olvidado, casi
completamente, de mi propia existencia.

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