miércoles, noviembre 30, 2011

DADAISMO POLITICO por CESAR VALLEJO



(El caso Garibaldi)
París, noviembre de 1926
NO ESTABAN en error quienes en 1920 creían que
el dadaísmo literario respondía a un profundo
estado de alma de toda la humanidad contem-
poránea. Jacques Rivière fue el primero en reco-
nocer al movimiento dadaista su verdadero carác-
ter histórico. André Gide hizo otro tanto. Y, a
medida que los años han pasado, las gentes van
convenciéndose, poco a poco, de que, en efecto,
el dadaísmo contiene y expresa todo un momen-
to de la vida de los hombres.
¿Qué decían y hacían los dadaístas de 1920?
Los dadaístas decían y hacían literatura, justamen-
te, lo que acaba de decir y hacer Riccioti Garibaldi
en materia política: el caos, lo absurdo, la vorági-
ne, lo contradictorio, lo libérrimo. Tristán Tzara,
jefe del dadaísmo literario, atacaba a todo el mun-
do y se atacaba a sí mismo; alababa a todo el
mundo y a sí mismo; Tzara, en sus conferencias
públicas de París, se ponía de espaldas a la multi-
tud y arengaba a los telones del teatro. Tzara se
ponía en escena de cabeza y hablaba así al abismo,
mientras pateaba a sus propios amigos que le ro-
deaban, creyendo que se había vuelto loco.
—¡Yo no digo nada! —aullaba como los anti-
guos adivinos aterrados—. ¡Yo no quiero nada!
¡Yo lo quiero todo! Vosotros sois unos bellacos,
porque escucháis a otro bellaco como yo. Pero yo
soy un genio y un hombre muy feo, por desgracia.
Alejaos de mí. ¿A qué habéis venido? ¡Fuera de
aquí o llamo a la policía! El señor Antipirina va a
hacer su segundo viaje por el cielo. Todo está bien.
¡Es decir, todo está mal!...
Y Tristán Tzara empezaba a desnudarse en ple-
no público. Las gentes, a su vez, rugían y se formaba
un barullo en que no escaseaban heridos, muebles
rotos, pérdidas y ganancias. El diablo —no, precisa-
mente, el diablo d'avant-guerre de Bernanos— hacía
de las suyas arriba y abajo, adentro y afuera. Un
fuerte olor a zorrillo viejo salía de la sala del teatro.
—¡Pero qué les pasa a estos mocosos! —se
preguntaban las personas mayores— y nadie sabía
responder nada claro. En general, París estaba asus-
tado de los dadaístas e ignoraba que estos demo-
nios representaban simple y llanamente todas las
inquietudes humanas d'après-guerre. Los hombres
de nuestra época, todos, absolutamente todos, son
dadaístas. Todos, a su modo, están locos y atacados
de epilepsia. Esta es la palabra: ¡epilepsia! No es
que el dadaísmo busque nada. Los dadaístas y los
hombres de estos tiempos sólo quieren moverse,
agitarse y patalear, sin motivo y sin objeto. Unica-
mente se quiere la acción, el movimiento atorbe-
llinado, la vida cinemática, es decir, el maelstrom,
con sus mil caballos de fuerza, con su caos, su con-
fusión arrolladora y su falta aparente de lógica, de
razón y de sentido común. Unicamente se quiere
la vida en lo que ella tiene de elemental y simple,
de escueto y animal, sin preocupaciones espiritua-
les, morales ni cerebrales. Es la crisis de toda me-
tafísica, de toda filosofía y aun de toda ciencia. De
este modo, los reyes de la vida serán las razas me-
nos intelectuales, como los negros y más paganos,
en cierto modo, como los yanquis. Es la vuelta al
reinado del cuerpo sobre el espíritu. Es acaso el
alba de otro renacimiento; pero solamente un alba,
plena todavía de tinieblas angustiosas.
Riccioti Garibaldi acaba de probarnos idéntico
barroquismo dadaísta en política, idéntico derroche
de absurdos, contradicciones y agitación endiabla-
da. Garibaldi ha estado de acuerdo con Mussolini,
con los enemigos de Mussolini, con los garibaldis-
tas y con los enemigos del garibaldismo, con los
separatistas catalanes y con Primo de Rivera, con
los comunistas de Rusia, con los ladrones del dia-
mante de Chantilly y con la política francesa que
perseguía a estos ladrones, etcétera. Garibaldi ha
traicionado a todo el mundo y ha marchado de
acuerdo con todo el mundo. Garibaldi, pues, se ha
movido formidablemente. Tristán Tzara, a su lado,
resulta una persona seria y muy formal. París está
ante el caso político de Garibaldi tan desconcerta-
do como en 1920 ante los primeros dadaístas lite-
rarios. El Gobierno francés que está investigando
los hechos de Garibaldi, por haber éste vivido úl-
timamente en Niza, no sabe qué hacer de este
hombre tan inquietante y sobre todo tan moderno,
tan d'après-guerre. Si Garibaldi es repatriado, Mus-
solini mandará fusilarlo y los enemigos del duce
querrán hacer lo mismo. Ante esta contradicción,
que llega de lo trágico a lo ridículo, es muy posible
que las fuerzas se neutralicen y que no le hagan
nada a Garibaldi. Una vez más, como entre los
dadaístas de 1920, la vida habrá triunfado.



El Norte, Trujillo, 25 de diciembre de 1926

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