martes, diciembre 14, 2010
LA FLAUTA ESPINAZO -1-
1
Estrujo apresurado verstas de calles.
¿Adónde ir, consumiendo este infierno?
¿Qué celeste Hoffmann
te inventó, maldita?
A la borrasca del gozo las calles son estrechas.
Del día festivo salen y salen, acicalados todos.
Yo pienso.
Pensamientos, coágulos,
malsanos, espesos, me escurren del cráneo.
Yo,
prodigioso de todo lo festivo, yo no tengo con quien ir a celebrar. Ahora mismo me caeré de espaldas,
me saltarán los sesos en las piedras del Nevski.
He blasfemado, sí,
voceado que no hay Dios;
pero Dios, de las honduras infernales sacó a
/una, ante quien la montaña se echa a temblar,
/vacila; ordenó: ¡Quiérela!
Dios está contento.
Bajo el cielo, en un candil,
un hombre agotado se hizo fiera, se apaga.
Dios se frota las manitas.
Piensa Dios:
-¡Espera, VIadímir!
A él, sí, a él,
para que no adivinase quién eras,
se le ocurrió darte marido de verdad
y en el piano poner humanas notas.
Si alguien se deslizara de pronto a la puerta de
/la alcoba, si hiciera el signo de la cruz sobre la colcha y
/tú y él, lo sé:
olería a lana quemada,
como azufre humearía la carne del diablo.
Pero en vez de eso, hasta que fue mañana, de horror, que te llevaban a quererte, anduve errante, y gritos en líneas tallaba, joyero loco a medias ya. ¡Jugar con los naipes! ¡Con vino
enjuagarte el gaznate al corazón devuelto en un
/suspiro!
¡No me haces falta!
¡No quiero!
Da igual;
sé
que pronto me iré al carajo.
Si es verdad que existes tú,
Dios,
Dios mío;
si la alfombra de estrellas por ti fue tejida;
si este dolor
multiplicado cada día
es la tortura que mandas, Señor,
cuélgate la cadena de juez.
Espera mi visita.
Soy puntual,
no tardo nada.
¡Escucha,
supremo inquisidor!
Me sellaré la boca;
ni un grito escapará de mis labios deshechos con los
/dientes. Átame a cometas como a colas caballunas, y que me arrastren desgarrándome en dientes de estrellas.
O sí no, esto:
cuando mi alma se vaya
y llegue al juicio tuyo,
frunciendo el entrecejo,
tú
alza la Vía Láctea como una horca,
préndeme y cuélgame: delincuente.
Haz lo que quieras.
Si quieres, descuartízame.
Yo mismo a ti, justiciero, las manos te lavaré.
Pero
-¿me oyes?-¡llévate a la maldita esa que has hecho mi amada!
Estrujo apresurado verstas de calles. ¿Adónde ir, consumiendo este infierno? ¿Qué celeste Hoffmann te inventó, maldita?
Etiquetas:
Maiakovski,
poesía universal
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