Desentrañar el idioma del
desierto, cuando esa lengua es propia del silencio. Vicente Rivera poeta de
Atacama busca traducir en versos esa eterno lenguaje. Desde los poetas láricos
enamorados perdidamente de ese titánico mar inmóvil y agreste, donde los
adjetivos e imágenes se repetían hasta el cansancio, los mismos que fijaban al
hombre en medio de ese vacío de roca y arena y rivalizaban contra los poetas
del sur, cantaron la historia del Norte Grande de Chile (Compuesto por las regiones Arica y Parinacota, Tarapacá,
Antofagasta y la mitad de Atacama) se disputaron entre ellos quien era “EL
POETA” de estas latitudes que
representaba en poemas la esencia del desierto más árido del mundo.
Así como comenzó la tradición lárica,
esta desapareció, ya no hay exponentes de esa corriente y la calidad de los que
continuaron en esa línea; decayó.
Pero es así como el transcurso
del tiempo trae a Vicente Rivera, un joven poeta que con afán, talento y mucho
oficio trae al mundo OJO DEL LAGARTO. El reverbero siempre será el mismo pero
estos ojos líricos tienen otra percepción. La sutileza del ritmo poético se
equilibra con el vigor de la mirada joven y límpida. Del poema Prisma:
“Atacama es una mancha solar
paisaje del silencio
desparramándose en la arena
plumazo de viento
en la memoria de los colores
trazo de luz
desintegrado en el tiempo.”
Lo superlativo de las distancias,
la inmensidad aplastante, la noche emparentada a esta gran región son el
escenario que define la cosmovisión de Rivera, esto junto a su refrescante
discurso lírico, deja la impresión de lo anquilosado, denso y añejo que devino la poesía
lárica clásica del siglo pasado. Citando el poema Soplo:
“En esta parte del mundo
las palabras son de arena
y en el viento se hacen polvo:
partículas en suspensión
ingrávidas pululan
resoplan la distancia
que dejan tras el juego
del eco en las quebradas
resecas del paisaje
dormido en el inmenso
silencio de la luz.”
La poética del norte actual no ha abandonado lo desértico, sino que se ha
impregnado a sus adentros, en su carácter que mira al hombre con sus variados
aspectos ante el universo, sus grandezas y sus bajezas. El Norte es el Norte,
aunque sea tautológico. Hay mucho de eso en Rivera quien no abandonará el
desierto aunque su visión vaya corazón adentro. Creció entre rocas entre
desierto besando el azul mar, ante el ferrocarril parido por la misma minería que
aún mantiene la zona, es una herida ya cicatrizada, una cicatriz que va
desapareciendo y que cruza la piel de Atacama, entre rieles y durmientes. Aquí
un extracto de Durmientes:
“La distancia conservada
entre un riel y otro
estacada
por vigilantes impertérritos
es suficiente para contar
una historia
de tiempos aquellos
cuando el tren era
un paisaje de todo Chile”
Para el poeta la Luz es una
radiación propia de este desierto, lo envuelve, lo caracteriza, lo define. En el
poema Lucífugo: “…en medio de este desierto/que se fuga por las ventanas/de
aquel paisaje que la luz/no mide.”, en Cauce
de Luz: “…donde el silencio/ hace agua de la roca/y luz del polvo que dejan
las palabras/ en el cauce torrentoso/ del tren en su caudal.” En el poema Locus: “…La geometría de la luz/traza
una cruz imaginaria/ que describe sobre el viento/ la trayectoria del silencio/
desviado por un grano de arena/aerolito del tiempo/ perdido en la órbita/de
unas cuantas palabras…”
Pero hay otro elemento de esta
obra poética, la que no citaré en versos de EL OJO DEL LAGARTO, en pos de
lectores que desentrañen e interpreten el eje de su obra que está expreso y tácito,
está latente y vivo , más allá de ser funcional en el armazón lírico y el
oficio mismo: EL SILENCIO. Vicente Rivera es un poeta que domina el silencio,
que lo convierte en acuarela de sus paisajes, de sus versos precisos que
invocan el escenario que le ha visto crecer.
El poemario El ojo de Lagarto
de Vicente Rivera de Editorial Cinosargo. Interesante en toda su extensión un
hito en la poesía al desierto.
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