jueves, enero 20, 2011
LA DURMIENTE por EDGAR ALLAN POE
A medianoche, en el mes de junio,
me encuentro bajo la luna mística.
Un vaho pesado, húmedo, oscuro,
de su contorno de oro se exhala
y gota a gota fluye suave
sobre la quieta cima del monte,
y soñolienta, musicalmente,
resbala al valle del universo.
Cae el romero sobre la tumba;
sobre la ola se acuesta el lirio;
envuelta en niebla, yace la ruina
que en el reposo se desmorona.
Como el Leteo —¡mirad!—,el lago
concientemente se hunde en el sueño
ni aun para el mundo despertaría.
Toda belleza duerme; y reposa,
Con las ventanas al cielo abiertas,
Irene, junto con sus destinos.
¡Oh ilustre dama!
¿Bien te parece esa ventana que da a la noche?
Del árbol, entran los juguetones aires,
riendo, por la persiana; los incorpóreos,
mágicos aires que fuera y dentro
vuelan del cuarto y las cortinas
del tornalecho mueven tan brusca,
terriblemente, sobre tus quietos,
cerrados ojos donde tu alma duerme escondida,
que por los suelos y
por los muros danzan las sombras como fantasmas.
¡Señora amada!
¿No tienes miedo?
¿En qué y por qué, di, estás soñando?
De muy lejanos mares llegaste, tú,
maravilla de estos jardines.
Es muy extraña tu palidez y
aún más extrañas tus largas trenzas
en el silencio grave y solemne. .
La dama duerme.
¡ Puede su sueño, que ya se alarga, ser tan profundo!
¡ La tenga el cielo bajo su guarda!
En un sagrario trocado el cuarto,
su lecho en uno más melancólico,
ruego a Dios que ella repose siempre
sin que sus ojos abra ya nunca,
mientras sombríos espectros vagan.
Mi amada duerme.
¡ Pueda su sueño ser tan profundo como es constante!
Que los gusanos se arrastren
suaves junto a su cuerpo.
Que allá en el bosque para ella
alcen una alta tumba,
una alta tumba que triunfalmente
abra sus puertas aladas sobre
los blasonados paños mortuorios
de los sepulcros de su familia;
una alta tumba, sola y remota,
a cuYa losa lanzó de niña
inútilmente más de una piedra,
sin que tras ella jamás oyese
eco ninguno, y temblorosa
—¡ pobre hija de la culpa! — pensaba
que eran los muertos los que gemían.
Etiquetas:
EDGAR ALLAN POE,
poesía universal
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