viernes, enero 28, 2011

JURAMENTO A LAS MASAS OBRERAS DE CHILE por PABLO DE ROKHA



Desde el que parte gigantes, negros y muertos soles,
y, hundido en el corazón feroz del carbón, escucha la fecha tremenda
y elemental de la tierra, sus árboles sacrificados, su fuerte sangre verde, la atravesada voz de los milenios y los veranos del mundo-, el terror del grisú, y su grande espanto de sombra, y está arrasado, sucio, pegajoso y aterido de rebelión y tuberculosis, con sus setenta y tantos hijos al hombro,
hasta que el que compone sátiras con visceras y culebras y desciende
de burgueses que se gotean, padeciendo el hambre quemante.

Todos los espantosos y dolorosos peones de las haciendas, los santos esclavos,
en los cuales, en terrible clamor, grita la muerte, abierta sobre sus
caras atroces, el alarido del inquilino, girando su látigo cansado, como lengua de tonto, la anciana acongojada, sobre sus pañuelos de miseria y sus finados,
a cuya faz retorna la historia de la explotación centenaria, la madre obrera, siempre parida, siempre sufriente, siempre grandiosa, el camarada de las fábricas, engrandecido y acuartelado en su gran
conciencia política, el rojo y piojento roto nacional de las calicheras, el colosal vagabundo, presidiario, limosnero, sobre el cual anda la araña
del Código y restalla el azote de la autoridad constituida, el cura macabro de los pueblos, con su religión apelillada como la sotana,
el policía que azota y humilla a su hermano de clase y de lecho, enga¬ñado por los filibusteros de la ley escrita —en el trasero- de «las cien familias»—,
los roñosos y rotosos seres, que adoran a Balmaceda entre sus piojos, los infelices empleados provincianos, que, durante miles de edades, se invitan a sollozar vino de lágrimas y nacen raídos, como la familia Díaz de Licantén, y son beatos y borrachos, los últimos huainas de la fornida y maldita Araucanía, los marinos y
los soldados de Chile... Aquellos que braman y lloran, desde el horror mineral de los conven¬tillos o los cementerios, y trabajan por la raza chilena, agonizando entre sus verdugos, ¡que enciendan aquí, en este cardumen de cantos, la bandera social, precisa y grandiosa, de la liberación proletaria!...

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