viernes, enero 14, 2011

PSYCHOPOMPOS II por H.P. LOVECRAFT



Sucedió en la Candelaria, la época más triste del año,
El otoño había pasado, la primavera quedaba lejos,
Cuando el pequeño Jean, el primogénito del alcalde,
Cayó irremisiblemente enfermo.
Pocos imaginaban que un joven tan alto y fuerte
Estuviese ahora tan cerca de la muerte,
Mas pálido yacía, sin motivo ni razón,
Mientras los galenos indagaban con desesperación.
El dolor que todos sentían no podía borrar
Las sospechas, los chismes de la vieja bruja,
Pues se decía, y era del dominio de todos,
Que la señora De Blois cabalgaba el día anterior
Con una apariencia sobrenatural y salvaje,
Y que se detuvo ante la puerta donde deliraba el joven
Y que en su boca se dibujó una torcida sonrisa,
Desfigurando su altivo rostro en una mueca burlona.
Todo esto se murmuraba cuando la madre gritó:
La muerte había llegado, llevándose el tierno espíritu;
Con pena desgarradora lloró la abatida mujer
Mientras su querido niño yacía entre santos y ángeles
El cura del pueblo ofició los funerales
Y el bueno de Michel hizo un ataúd de madera de tejo
Entre cirios y velas reposaba el cadáver.
Mientras lloraban las plañideras y gemían los padres
Pronto pasaron todos ante la humilde casa
Dejando sola a la madre con su niño muerto.
Medianoche era cuando sobre el valle
Estalló la tormenta con fuerza salvaje;
La nieve caía en furiosas ráfagas
Y el relámpago lucía entre los blancos copos;
Un terrible presagio parecía cernirse ominoso
Mientras el trueno retumbaba con tétrico pavor.
En la casa del muerto las velas ardían
Y una madre dolorida lamentaba su pérdida,
Sus ojos irritados incapaces de llorar más,
incapaces de ver, de cerrarse y dormir.
En el fragor de la tormenta el reloj dio
las tres Cuando cerca del muerto algo se escurrió;
Una cosa incierta que palpaba el aire
Y que subió a la mesa donde yacía el cadáver;
Con trémulas convulsiones trataba de dar
Con el frío cuerpo que la muerte dejó atrás.
La madre despertó de su frágil sueño,
incapaz de pensar, todavía aturdida;
Pero vio aquel ser venenoso y se percató
De los glotones deseos que parecía tener:
De un certero hachazo hendió la serpentina cabeza
Gritando salvaje mientras la criatura gemía.
El reptil herido huyó siseando,
Ocultando su cuerpo maltrecho en mitad de la noche
Las semanas pasaron y se empezó a murmurar
Y formaron en columnas en orden de batalla:
No atacaron a nadie pero silenciosos marchaban
Sobre los campos gélidos con un solo propósito.
En línea recta avanzaron por las calles del pueblo,
Su trotar fantasmagórico lleno de vigor;
A través délos postigos miraban los lugareños
Y su miedo se tomaba desconcierto.
Al fin la manada descubrió su objetivo
Y el aire se llenó de un profundo aullido;
Lus campesinos, sorprendidos, observaban la horda
Que se reunía en una de las granjas del lugar
Y pronto se propagó el terrible rumor,
¡Aquella era la granja del alcalde!
Los demonios ululantes dieron vueltas y vueltas
Mientras su jefe trepaba por la hiedra del muro;
El viento frenético batió con más fuerza,
Susurrando locuras sobre los doblados tejos.
En la casa indefensa, el alcalde esperaba
La horda salvaje, confiado a su destino,
Pero su aterrada mujer revivía callada
Otro monstruo pasado y otra lejana escena;
A través del rugido del viento sobre los muros
Recordó a la dama y aquella terrible serpiente:
Y entonces, como si adivinase el pensamiento,
El lobo, fauces abiertas, atravesó la ventana.
Lleno de rabia asesina, por la habitación,
Saltó el demoniaco ser en busca de la esposa;

Con terrible anhelo olisqueó su presa,
Cerca del sitio donde reposaba el cadáver.
Con furia renovada rugió la tempestad,
Arrastrándose entre colinas, soplando en el valle;
La vieja casa se estremeció, la jauría
Estalló en un furioso profundo aullido.
Rápidamente el valeroso alcalde se interpuso
Ante el lobo con un arma en sus manos.
La misma hacha que antaño se usara
Sirvió otra vez para acabar con el monstruo.
La bestia, con el cráneo hendido, se desplomó
Sobre el suelo, tan quieto como la muerte;
La esposa indemne dejó de gritar,
Desmayándose en los brazos de su marido.
Pero entonces toda la casa se estremeció
Y con furia titánica la tempestad rugió:
Los muros se quebraron y sobre los hombres
Cayó toda la barbarie de la tormenta.
La manada de lobos avanzó con paso tétrico,
Y en cada rostro podía verse hambre y muerte
Pero entonces, sobre la horrible noche,
Centelleó un haz de inesperada luz:
Todos pudieron ver con claridad la escena,
Haciéndole temblar con nuevos miedos.
Sobre la oscuridad resaltaban las chimeneas.
Dibujadas sobre la brillante luminosidad,
¡Y aún seguía colgado el sepulcro familiar,
La imagen del Salvador y la Cruz divina!
Sobre los muros descompuestos brilló el fulgor
Haciendo que las bestias dejasen de avanzar:
Los monstruos sorprendidos quedaron quietos;
¡Y se esfumaron en el aire vacío!
Los lugareños oraban enfebrecidos,
Rezando el rosario una y otra vez.
Pronto desapareció la luz y se apagó el fulgor
El tiempo del horror y la muerte había pasado.
Asombrados y pálidos, de sus socavados muros
Salieron el buen alcalde y su esposa:
Las gentes los cuidaron con cariño y por la villa
Se extendió una extraña sensación de paz.
La maravilla y el miedo siguió en sus sueños,
Hasta que los rayos de luna abrieron las nubes.

Aquí se para el viejo en su chachara,
Confundido por la edad, la historia a medio contar;
Los que escuchan se impacientan por saber el final,
Temiendo que no sea una sola historia, sino dos;
El debe saber qué le sucedió al siniestro señor
Cuyos extraños designios crearon el cuento,
Y se asombra de que la crónica despierte interés
Como para seguir hablando del lobo nocturno.
Su vieja esposa, ante la solicitud de los oyentes,
Asiente tétricaniente, y sigue reviviendo
Sucesos más extraños del final de la historia
Sobre el lobo y el alcalde, milagro y tempestad.
Cuando (continúa) los rayos del amanecer
Impregnaron de luz la escena de tanto horror,
Los aterrados labriegos que vieron las ruinas
Encontraron en los escombros una nueva maravilla.
Desde los muros caídos unas huellas rojas,
Las del lobo herido, salían sin rumbo fijo;
Sobre el camino erraban las huellas
Hasta perderse en los alrededores pantanosos:
Asombrados, los curiosos se fueron,
Pues lo que de allí salía jamás retomó.

De nuevo el viejo, entornando los ojos,
Hace una pausa para ver un halcón en el cielo;
Los asustados oyentes se impacientan
Y esperan el desarrollo de la historia.
El cronista atiende los ruegos de la gente
Y sigue murmurando extrañas cosas de su cuento.
¿El señor? Ah, si... en vano aquella mañana
Sus temblorosos criados rastrearon el páramo;
Nadie le ha vuelto a ver desde que huyó
En silencio en la oscuridad que precede al día,
Su caballo, inquieto y extrañamente asustado,
Volvió solo aquella noche desde el río.
Su perro de caza, aullando tristemente,
Vagaba por el pantano, embargado por la pena.
Las gentes hicieron suposiciones, mas nada decían;
Los sirvientes buscaron en vano:
Pues el señor De Blois (y su esposa también)
Jamás fue visto por nadie nunca más.

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