martes, octubre 02, 2012
DESPEDIDA por ANDRES OLAVE
Ansa Rotten, dueña de una distribuidora de productos alimenticios, llego a las oficinas centrales, ansiosa por despedir a Madame Crushinski, empleada hace 14 años de uno de sus locales, y de quien se decía ahora, estaba empeñada en espantar a los clientes.
Madame llevaba casi una hora esperando su entrevista con la señora Rotten, quien a su vez, hacía esperar a Madame, como parte de su castigo.
No solo la despediré, pensaba la señora Rotten, la humillare, la haré sentir mal y me encargaré que no encuentre otro trabajo en ningún negocio a 200 kilómetros a la redonda.
Finalmente Ansa se presentó ante Madame, quien despreocupadamente, se estaba limando las uñas.
La señora Rotten se sentó frente a su futura ex empleada y puso cara de repugnancia.
–Has sido mala, Crushinski –dictaminó.
Madame se encogió de hombros.
–Estoy cansada, ya no puedo hacer más.
Ansa Rotten resopló amargamente.
–¿Qué no podías hacer más? ¡Les decías a nuestros clientes que vendíamos mercadería vencida, les pedías que fueran a otra parte a comprar!
Madame se mordió los labios.
–Pero es cierto…
–¡Eso no importa! ¡Perra! –gritó la señora Rotten y le arrojó un cenicero a la cara a Madame, que por suerte le paso por el lado en vez de darle de lleno en la arrugada frente–. ¡Siempre hemos vendido productos a punto de vencer! ¿Cómo crees que si no ganaríamos tanto dinero?
Madame se había agachado por si la señora Rotten consideraba oportuno lanzarle un nuevo objeto a la cara. Sin embargo, se atrevió a contestar:
–Puede que usted haya ganado dinero, yo por mi parte nunca recibí nada más allá del sueldo mínimo…
–¿Y cómo crees sino que yo hubiese ganado dinero si te hubiera pagado una millonada? Con que te alcanzara para comer, con que te alcanzara para que siguieras viva y pudieras seguir trabajando para mí, con eso siempre me ha bastado…
–¡Perra codiciosa! –gritó entonces Madame y se puso de pie y le lanzó la silla sobre la que había estado sentada a Ansa Rotten quien recibió el impacto de lleno y con silla y todo se fue al suelo.
–¡Estás despedida! –gritó desde abajo del escritorio, y luego:– ¡Guardias!
Tres guardias caribeños, negros de casi dos metros se hicieron presentes de inmediato.
Ansa se incorporó, tenía un horrible chichón en la frente.
–¡Llévensela! ¡A las mazmorras para empleados! ¡Que esa insolente no vuelva a ver nunca más la luz del sol!
–Pero yo… pero yo… –comenzó a protestar Madame, pero los fornidos guardias la tomaron como si fuera un muñeco de trapo, la estrujaron con sus garras y la sacaron a viva fuerza de la oficina de Ansa Rotten.
–¡Nooooo…!!! –gritó Madame Crushinski, y ya no se le oyó nunca más.
Anda Rotten levantó su silla, la puso de vuelta al lugar desde donde Madame se la había lanzado, y pulsó el botón del intercomunicador para llamar a su secretaria.
–Gertrudis, haga pasar a las postulantes.
–De inmediato, señoría.
Entraron cuatro jóvenes, serias y circunspectas, casi como si fueran hermanas y se hubieran puesto de acuerdo en poner las mismas caras expectantes y levemente esperanzadas ante la posibilidad de conseguir un trabajo, el mismo que había conducido a Madame Crushinski a la soledad más cruenta, a la oscuridad de la mazmorra más fría y aciaga.
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