El sol de mediodía aplasta la reducida carpa amarilla armada sobre la tierra. A un costado descansa el viejo microbús de colores fuego y que desde su espejo, cuelga una descolorida bota navideña. El bus parece una versión machita de uno similar que aparecía en la película australiana de transformistas, “Las aventuras de Priscilla, reina del desierto”.
Golpeamos las latas. Dos veces golpeamos. A la tercera una voz aguda, de esas que punzan los oídos, nos dice que esperemos. Luego aparece un señor de baja estatura con el pelo chuzo y el rostro seco. El señor representa cuarenta años o un poco más. Los zurcos en el cutis como jeroglíficos nos cuentan de su tiempo dedicado a la bohemia. Se excusa, y nos dice que la noche estuvo larga.
-¿Qué queremos?- nos pregunta en buena onda.
Luego nos explica que esto es el circo show “Noche de estrellas”; un circo nuevo, antofagastino, de transformistas. Funcionan desde el jueves hasta el domingo, a las 22 horas y que el show dura dos horas.
Siempre estamos llenos, afirma sin que le preguntemos. En la carpa no caben más de 50 personas, y unas 70, con fuerza. La entrada cuesta $3 mil la galería y $5 mil la platea (bajo el escenario).
El boca a boca dice que el circo es un éxito.
Pasen, nos dice sonriente Alejandro Toledo, quien también es la Andrea Filomena y la Loca de la Cartera. Minutos después aparece la que le llaman la cubana, un joven moreno de mirada coqueta y caminar cimbreante. La cubana parece entusiasmada con la posibilidad de las fotos. Ya viene el fotógrafo, la calmo. Ella va en busca de un armatoste con plumas de avestruz y de otros pajarracos colorinches.
Nos sentamos en los frágiles tablones. De nuestra posición hacia el escenario no hay más de cinco metros. Al señor le cambia el rostro cuando nos cuenta sobre los últimos dramas con los vecinos. Piensa que los vecinos nos llamaron. Le aclaramos que venimos de curiosos. Le digo que nos pasaron el dato de éste show, que parece bueno; el señor queda tranquilo.
Después nos invita para la noche. Le digo que los circos son más honestos en el día.
Vecinos molestos
El enano circo ocupa un espacio breve a un costado de la población Ana Giglia Zappa, por la calle Paraguay. Parece una pieza de rompecabezas encajada a la fuerza. Toledo nos muestra los papeles. Los permisos. Hay que tener lupa para leer la letra chica. Todo en regla, dice.
Los vecinos reclaman por la bulla, carrete y la gente que atrae el show. No acostumbran a vivir al lado de un circo; tampoco están habituados a ser vecinos de un grupo de transformistas. Una señora del sector califica a los señores de “esos desviados chuchetas”.
-¿Qué les parece lo que dice la gente del barrio de ustedes?
-No opinamos. Nosotros con todos los papeles en regla, hacemos nuestro trabajo aquí. Dejamos todo limpio, siempre. No tienen porque estar hablando y menos de nuestra condición sexual como si fuera un delito. Lo único que sabemos es que alguien tiene un amigo en Carabineros, pues siempre los llaman y estos vienen.
-¿Ustedes son transformistas; también son gays?
-Todos somos gays, menos la dueña. Somos transformistas porque nos vestimos para los show y nada más.
Lo importante es que tenemos la fuerza de hombre; nosotros armamos todo, la carpa, martillamos. Nos demoramos un día en el armado. Y ustedes saben que actuamos.
-¿Y pololean entre ustedes?-
La cubana mira a su compañero y se ríe. No pasa nada entre nosotros, no somos locas promiscuas, aclara.
no somos circo pobre
Con el sol de mediodía que minimiza cualquier sombra, la mezcolanza puede parecer un circo pobre. La idea no le gusta a nuestros entrevistados; cambian los rostros después de la palabra pobre. De inmediato defienden su espacio. Aclaran que no son un circo pobre.
Es un circo pequeño y nuevo. No tiene ni siquiera un año de existencia.
Estamos en eso cuando la dueña aparece para aclararnos las dudas.
La señora Claudia Páez afirma con voz baja, algo ronca y mirando de lado que la inversión en el circo es considerable, y puede reflejarse por ejemplo, en los artefactos de plumas.
Cada pluma de avestruz, tiene un costo de $1.800 pesos. Son plumas de colores de un poco más de medio metro. Cada artista tiene su propio armatoste. Sólo en las plumas la inversión supera los 3 millones de peso; imagínese en el resto.
El resto es: la carpa principal; las carpitas que engloban la cama, velador y el televisor de las artistas; el baño químico, las casas rodantes de latón y la microbús. En total, la suma debería arrojar una inversión de $10 millones.
Lo positivo, dice la señora, es que al circo le ha ido bien. Han itinerado por Calama, Tocopilla y María Elena con éxito pues nuestro espectáculo es de alta comicidad, dice. Ahora esperan visitar Mejillones y luego ubicarse en poblaciones de Antofagasta que no los discrimen.
Si hay algo que tiene este circo, aclara la señora desde la puerta de su casa rodante, es el hecho de ser antofagastino. “Somos de la ciudad y queremos trabajar acá”, agrega la cubana, mientras posa en la boletería del circo.
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