En un punto de la Cordillera de la Costa entre la caleta Coloso y el poblado de Paposo habría una mina de oro, dice una añeja leyenda. Un tesoro aún no descubierto.
Los antofagastinos antiguos hablan con certeza del asunto. El periodista José “Pepe” Ledezma recuerda que cuando era niño, se comentaba del denominado “derrotero de Naranjo” (derrotero es una expresión minera que hace alusión a un tesoro).
La imagen es de una mina de oro, donde brotaban gruesas pepitas.
En la primera mitad del siglo pasado se hablaba de este tesoro y todavía existía gente que lo buscaba.
Uno de estos exploradores, un médico de apellido Torreblanca, falleció mientras indagaba en un cerro. El hombre se resbaló y fue a dar al mar. Otros siguieron con la búsqueda, sin embargo nadie dio con el secreto. En la Cordillera de la Costa hay cientos de quebradas y han sido miles los mineros que las han recorrido, o sólo una mínima parte de ellas.
El mito precisa que a finales del siglo XIX un minero que decía tener apellido Naranjo y era apodado “El Lacho de la Legua”, pagaba sus compras con pepitas de oro.
El asunto despertó la inmediata curiosidad entre los antofagastinos. Pronto el hombre sintió que le respiraban en su espalda. Sin embargo siempre se las arregló para escabullirse.
“El Lacho”, que era pirquinero, vivía en la cordillera de la costa, al sur de caleta Coloso. Un día el hombre desapareció de Antofagasta. La pista luego sigue en Coquimbo, donde él falleció en poder de una gran cantidad de oro y propiedades.
El “Lacho”, según las crónicas de la época, siempre sostuvo que la riqueza la había extraído al sur de Antofagasta, en el sector de Coloso.
Al final el tiempo hizo olvidar esta leyenda.
Mina de oro
Un antecedente que da luces sobre este mito del tesoro, es la crónica de Manuel Concha, en La Crónica de la Serena, 1871, sobre la historia de los Naranjo.
El año 1806, don Nicolás Naranjo decidió construir un barco destinado al comercio del “congrio seco” para llevarlo a los puertos del norte y a Perú. Por fin se hizo a la vela a Caldera.
Durante su permanencia en el Distrito de Atacama, emprendió varios viajes por la costa y el desierto. En uno de ellos encontró a un indio extenuado por una larga enfermedad. Lo atendió y aquel mejoró. En recompensa le condujo a un punto donde sabía existía una riquísima mina de oro.
En consecuencia regresó a La Serena en un buque que pertenecía a don Santiago Irarrázabal, marqués de La Pica. Llevó consigo un bolso con piedras que, beneficiadas, dieron por resultado diez libras de oro. La riqueza era indudable. Se dio a la tarea de cargar la nave con víveres y herramientas. Necesitando un ayudante buscó a su amigo José Pastene, descendiente del almirante compañero de Pedro de Valdivia.
Una casual circunstancia salvó de la muerte e Pastene. El 25 de diciembre (no dice el año) Naranjo fue a buscar a Pastene pero este le dijo que primero iría a la Misa del Rosario.
Cuando llegó al puerto el barco se había hecho a la vela. Poco después el barco empezó a inclinarse, al parecer mal estibado. Poco después se fue a pique frente a la Punta de Teatinos, cerca de Coquimbo (hoy una zona de balneario) ahogándose el señor Naranjo y ocho hombres más. Desde entonces se ignora el lugar de aquella riqueza.
El señor Naranjo era natural de Sevilla, hijo de Joaquín Naranjo y doña Ana Vargas Machuca. Hace medio siglo existía en La Serena una hija de Naranjo, doña Carmen, según testifica don Manuel Camilo Garland en Santiago, a 14 de febrero de 1918.
Ambas historias están unidas. El enigma es si la mina que explotaba el indio que fue ayudado por Naranjo, era la misma que descubrió “El Lacho”. El misterio perdura.
Los antofagastinos antiguos hablan con certeza del asunto. El periodista José “Pepe” Ledezma recuerda que cuando era niño, se comentaba del denominado “derrotero de Naranjo” (derrotero es una expresión minera que hace alusión a un tesoro).
La imagen es de una mina de oro, donde brotaban gruesas pepitas.
En la primera mitad del siglo pasado se hablaba de este tesoro y todavía existía gente que lo buscaba.
Uno de estos exploradores, un médico de apellido Torreblanca, falleció mientras indagaba en un cerro. El hombre se resbaló y fue a dar al mar. Otros siguieron con la búsqueda, sin embargo nadie dio con el secreto. En la Cordillera de la Costa hay cientos de quebradas y han sido miles los mineros que las han recorrido, o sólo una mínima parte de ellas.
El mito precisa que a finales del siglo XIX un minero que decía tener apellido Naranjo y era apodado “El Lacho de la Legua”, pagaba sus compras con pepitas de oro.
El asunto despertó la inmediata curiosidad entre los antofagastinos. Pronto el hombre sintió que le respiraban en su espalda. Sin embargo siempre se las arregló para escabullirse.
“El Lacho”, que era pirquinero, vivía en la cordillera de la costa, al sur de caleta Coloso. Un día el hombre desapareció de Antofagasta. La pista luego sigue en Coquimbo, donde él falleció en poder de una gran cantidad de oro y propiedades.
El “Lacho”, según las crónicas de la época, siempre sostuvo que la riqueza la había extraído al sur de Antofagasta, en el sector de Coloso.
Al final el tiempo hizo olvidar esta leyenda.
Mina de oro
Un antecedente que da luces sobre este mito del tesoro, es la crónica de Manuel Concha, en La Crónica de la Serena, 1871, sobre la historia de los Naranjo.
El año 1806, don Nicolás Naranjo decidió construir un barco destinado al comercio del “congrio seco” para llevarlo a los puertos del norte y a Perú. Por fin se hizo a la vela a Caldera.
Durante su permanencia en el Distrito de Atacama, emprendió varios viajes por la costa y el desierto. En uno de ellos encontró a un indio extenuado por una larga enfermedad. Lo atendió y aquel mejoró. En recompensa le condujo a un punto donde sabía existía una riquísima mina de oro.
En consecuencia regresó a La Serena en un buque que pertenecía a don Santiago Irarrázabal, marqués de La Pica. Llevó consigo un bolso con piedras que, beneficiadas, dieron por resultado diez libras de oro. La riqueza era indudable. Se dio a la tarea de cargar la nave con víveres y herramientas. Necesitando un ayudante buscó a su amigo José Pastene, descendiente del almirante compañero de Pedro de Valdivia.
Una casual circunstancia salvó de la muerte e Pastene. El 25 de diciembre (no dice el año) Naranjo fue a buscar a Pastene pero este le dijo que primero iría a la Misa del Rosario.
Cuando llegó al puerto el barco se había hecho a la vela. Poco después el barco empezó a inclinarse, al parecer mal estibado. Poco después se fue a pique frente a la Punta de Teatinos, cerca de Coquimbo (hoy una zona de balneario) ahogándose el señor Naranjo y ocho hombres más. Desde entonces se ignora el lugar de aquella riqueza.
El señor Naranjo era natural de Sevilla, hijo de Joaquín Naranjo y doña Ana Vargas Machuca. Hace medio siglo existía en La Serena una hija de Naranjo, doña Carmen, según testifica don Manuel Camilo Garland en Santiago, a 14 de febrero de 1918.
Ambas historias están unidas. El enigma es si la mina que explotaba el indio que fue ayudado por Naranjo, era la misma que descubrió “El Lacho”. El misterio perdura.
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