domingo, enero 04, 2015
VIERNES 10/1/86 por CLAUDIO BERTONI
Un dolor de cabeza. Vuelve cuando la nombro y vuelve.
Pegado al techo del cráneo. Y me acosté. Los brazos
largos y desnudos me dieron frío. Me cubrí con la
frazada pesada, limpia, dobladiza y celeste. Ven a
dormir conmigo, en el sueño amigablemente la invitaba.
Se trataba de abandonar la exasperación de mi cabeza,
de mi cráneo, de mi cerebro de piedra. Se había producido
por hambre un corredor a los lados por el que silva
y sopla un viento helado enfriando hasta el dolor
y el fierro de los muros gastados del pasadizo. Era
un ascetismo, la maldición de no abandonar jamás un
gaznate. Yo estoy cansado. Es de noche y me cocino
un pan con queso. Afuera truena. Salgo a regar. Habían
muchas nubes negras, pesadas. Volví a entrar. A leer
el libro de un sacerdote jesuita acerca del Zen.
Ahora camino despacio, es la táctica para que no me
duela la cabeza, para que no retumbe. Apenas camino
un poco rápido, apenas pienso un poco rápido algo,
vuelve. Por eso ahora estoy sentado leyendo un libro
de Enomiya Lassalle, que ya no estoy leyendo en
absoluto, lo puse a un lado y ahora estoy mirando
por la ventana una luz frente al baño y vacía. La siesta
me cambió el ritmo y me puso de ánimo contemplativo.
Así he logrado la suspensión del dolor de cabeza
por el simple capítulo de la pera seca o la suspensión
húmeda y fugaz del globo aerostático o sonda. Camino
muy lento pensando en cómo ha sufrido la Mónica.
Releo su carta, su dolorosa carta, y me quedo frío,
largo y negro, como ese diablito que aplasta un
sobre acolchado y sepia sobre la mesa del comedor
a unos metros de aquí. Pierdo la fuerza. No es parecido
a ningún otro día. A ningún otro silencioso elogio
que yo haya hecho de la luz vaporosa o neblinosa
de las nubes luminosas glotonas de luz como gaviotas
del sueño de hoy. Por un lado eran prosaicas y
plomas, burdas y opacas. En cambio al volver mostraban
su otro lado, una infinita nube de luz, impecable como
un pomponcito de niebla encendido desde adentro
y tejido de hilos tan finos como verdes casi de
blancos y refrescantes como el aliento de mil pastas
de dientes!
Ahora estoy recuperado, aunque débil todavía. Hube de
recuperarme también, mediante una cuidadosa respiración,
del plátano demasiado helado y hecho esquirlas que me
mordía el diafragma mientras dormía. En cambio ahora soy
un suéter verde y solo que no espera sin temor a las
plateadas y juguetonas polillas.
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