Y así entonces te fuiste perdiendo
de mi vista el salto criminal de tus regalos
como un recuerdo terrible y forzoso,
y así entonces, gritaste soledad
“¡No!” me dijiste
dos veces.
Por eso aparecí con mi dolor a miles de kilómetros por hora,
por eso y además porque me moría de pena fuera de tu casa,
haciendo las máximas artimañas para sentir el olor de tu cocina.
“¡No!” me dijiste
pero igual te tragaste mi lengua
y reventé en una calle, caminando, reventé.
Veme aquí, sigo sentado en el autobús
y las lágrimas solo acarician mi garganta,
todo interno ya no respiro.
Veme aquí, soy aquel mueble, aquel disparate en aquel poste.
Soy ese muchacho que pasa a tu lado en bicicleta,
el niño que molesta hasta al llanto a otro niño en la escuela,
la nena adolescente que le cuenta a su madre
que pronto parirá; el disparo cuando entra.
Juego con tus perros,
riego tus plantas.
Veme aquí, soy el fantasma
de todos tus muertos olvidados.
Ya no me conoces,
¿ya no me conoces?
“¡No!” me dijiste
Y luego te olvidaste.
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